http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=JO1cwjfH2E4
domingo, 24 de marzo de 2013
sábado, 23 de marzo de 2013
Estados de ánimo
Los
estados de ánimo aparecen siempre ligados a experiencias emocionales muy
intensas. Por ejemplo: si experimentamos numerosos episodios de regocijo en un
corto período de tiempo, seguramente entraremos en un estado de ánimo muy
eufórico. Y si, por el contrario, nos enfurecemos muchas veces en un corto
período de tiempo, no es de extrañar que terminemos asentándonos en un estado
de ánimo irritable.
Pero no hemos de confundir los
estados de ánimo con las emociones, porque no son la misma cosa. Cuando
experimentamos una emoción, podemos decir lo qué la produjo o el hecho que la
desencadenó y la puso en marcha. Pero esto no ocurre con los estados de ánimo,
que casi nunca podemos precisar de dónde surgen o que los ha provocado. Muchas
veces nos levantamos por la mañana irritados, felices o tristes y no sabemos
muy bien porqué. Esto es porque los estados de ánimo son producidos por cambios
internos que no guardan apenas relación con lo que ocurre en el exterior.
Las emociones perturbadoras se ven
desencadenadas por pensamientos sutiles que ocurren en el trasfondo de la mente,
de los que no nos damos cuenta y pueden provocar determinados estados de ánimo.
También podría afirmar que los
estados de ánimo pueden depender de las propias condiciones fisiológicas y del
entorno. Si, por ejemplo, uno se encuentra enfermo de una dolencia crónica y
dolorosa, y entra en estados continuos de irritabilidad, esa misma
circunstancia de la enfermedad será un agravante serio. Así, nuestro carácter
se va agriando poco a poco. Así, esta circunstancia se convierte en una de las
fuentes de la formación de nuestro carácter.
Cuando nos encontramos en un estado
de ánimo irritable, por ejemplo, nos enfadamos con más frecuencia y facilidad,
y nuestro enfado dura más tiempo y resulta bastante más difícil de controlar.
Cualquier circunstancia externa o interna, que en otro momento no revestiría
importancia alguna, se convierte en un disparador de nuestra rabia o
irritabilidad, potenciando mucho ese estado de ánimo perturbador.
Cuando afirmamos que… “no sé porqué
estoy tan irritable”, no es que no exista un motivo de fondo, sino que
simplemente no sabemos identificarlo.
En muchas ocasiones, los estados de
ánimo negativos suelen desencadenarse al encontrarse con ‘disparadores
emocionales’, una forma de denominar a situaciones que en su momento originaron
ese estado transitorio, pero que no obstante queda almacenado en nuestra
memoria sensorial emotiva. Basta con encontrarnos con ese detalle, a veces
insignificante, para que se desencadene otra vez el proceso emocional que conduce
al estado de ánimo mencionado. Esto conduce en muchas situaciones al
resentimiento, al dolor repetido sin sentido real y basado en una emoción que
no surge de nuestros sentidos sensoriales.
Seguramente cualquiera de ustedes en
alguna ocasión, al escuchar una determinada melodía o canción, le ha
desencadenado una fuerte emoción de tristeza, de melancolía, solo porque esa
canción tenía un significado importante para nosotros y nos recuerda una
situación triste, que desde ese mismo instante, nuestra mente trata de evocar
de nuevo. Si esas emociones persisten en el tiempo, nos asentamos
peligrosamente en un estado melancólico, fuera de cualquier contexto de tiempo
real, ya que éste es solo posible en el presente.
En ocasiones, esos estados de ánimo,
nos hacen reflexionar y pensar sobre el contexto del paradigma de nuestras
vidas. Nos hacen cuestionar si lo que estamos haciendo en nuestra vida o con
nuestra vida es lo que realmente teníamos en mente o es lo que nos gustaría.
Seguramente, muchos se darán cuenta de que su vida cotidiana poco tiene que ver
con las expectativas que tenía sobre lo que debería ser en realidad. Es decir,
vivimos continuamente interpretando un papel (nuestra manera de ser) en una
obra (la vida) que no nos acaba de agradar en absoluto, pero que seguimos
realizando porque buscamos el aplauso de los demás. Y esa es la infelicidad más
directa y sutil.
Pero no es esto lo grave; lo
preocupante es que, a pesar de darnos cuenta de ello, en vez de aprender y
cambiar algo, persistimos en nuestra manera de entenderlo, convirtiéndolo en un
agravante más de nuestra infelicidad. Nos resignamos a seguir viviendo en esa
circunstancia en vez de tomar alguna decisión y caminar por otro camino
diferente.
miércoles, 13 de marzo de 2013
La realidad...
Hay dos formas de percibir la realidad. En la
forma normal, del casi despierto, comparamos la realidad con los
contenidos de la memoria.
No vemos la realidad en si, sino su sombra como
decia Platón.
La otra forma, la del despierto se consigue viendo
la realidad en si, no hay comparación con las
memorias.
El iluminado ve un arbol diferente cada vez que
mira al mismo arbol.
Porque observa directamente, no a traves de una
comparación con sus contenidos mentales.
Y, la realidad esta cambiando continuamente.
Esta forma de percibir, filtrada por los
contenidos mentales, es esquizofrenica, y compartida por la gran
mayoria de la población en las sociedades
occidentales.
El esquizofrenico puede tener unos contenidos
mentales riquisimos, pero que no se aplican a su realidad
circundante.
Vive en una burbuja de contenidos mentales que no
tienen nada que ver con su entorno.
Cuando pasamos de una forma de percibir a la otra
tenemos la sensacion "de que unas escamas se han caido de
nuestros ojos", o de que la habitación "se ha
iluminado".
Y observamos procesos mas que objetos.
Obtenemos ademas "visión periferica" y, lo
que es mas importante, control sobre el tiempo.
Una de las caracteristicas del iluminado es que
puede controlar su tiempo.
Cuando estamos despiertos podemos ver crecer la
hierba o capturar un mosquito en vuelo.
Una de las caracteristicas del esclavo es que no
tiene tiempo para si mismo.
Lo que define al esclavo es que no es propietario
de su tiempo, de su vida.
Cuando decimos, en ton de queja, no tengo tiempo,
lo que estamos diciendo en realidad es "no tengo vida", soy un
esclavo.
De que te vale ganar el mundo, si no tienes
vida?.
Las dos formas de ver la realidad podrian tambien
ser identificadas desde otro angulo como conciencia y
percepcion.
La conciencia es el quinto agregado de los cinco
agregados de los budistas y la percepcion es el tercer
agregado.
La conciencia es simplemente un "darse cuenta de",
mientras que la percepcion es reconocer algo.
Frente al color azul, por ejemplo, la conciencia
es azul, mientras
que la percepcion es reconocer el azul y nombrar
mentalmente el color.
La conciencia no tiene objeto. Solo refleja lo que
esta ahi. No lo reconoce.
Lo que intentamos desarrollar en el ejercicio de
foco abierto es precisamente la
conciencia,(Viññanakhandha), no la percepción
forma normal, del casi despierto, comparamos la realidad con los
contenidos de la memoria.
No vemos la realidad en si, sino su sombra como
decia Platón.
La otra forma, la del despierto se consigue viendo
la realidad en si, no hay comparación con las
memorias.
El iluminado ve un arbol diferente cada vez que
mira al mismo arbol.
Porque observa directamente, no a traves de una
comparación con sus contenidos mentales.
Y, la realidad esta cambiando continuamente.
Esta forma de percibir, filtrada por los
contenidos mentales, es esquizofrenica, y compartida por la gran
mayoria de la población en las sociedades
occidentales.
El esquizofrenico puede tener unos contenidos
mentales riquisimos, pero que no se aplican a su realidad
circundante.
Vive en una burbuja de contenidos mentales que no
tienen nada que ver con su entorno.
Cuando pasamos de una forma de percibir a la otra
tenemos la sensacion "de que unas escamas se han caido de
nuestros ojos", o de que la habitación "se ha
iluminado".
Y observamos procesos mas que objetos.
Obtenemos ademas "visión periferica" y, lo
que es mas importante, control sobre el tiempo.
Una de las caracteristicas del iluminado es que
puede controlar su tiempo.
Cuando estamos despiertos podemos ver crecer la
hierba o capturar un mosquito en vuelo.
Una de las caracteristicas del esclavo es que no
tiene tiempo para si mismo.
Lo que define al esclavo es que no es propietario
de su tiempo, de su vida.
Cuando decimos, en ton de queja, no tengo tiempo,
lo que estamos diciendo en realidad es "no tengo vida", soy un
esclavo.
De que te vale ganar el mundo, si no tienes
vida?.
Las dos formas de ver la realidad podrian tambien
ser identificadas desde otro angulo como conciencia y
percepcion.
La conciencia es el quinto agregado de los cinco
agregados de los budistas y la percepcion es el tercer
agregado.
La conciencia es simplemente un "darse cuenta de",
mientras que la percepcion es reconocer algo.
Frente al color azul, por ejemplo, la conciencia
es azul, mientras
que la percepcion es reconocer el azul y nombrar
mentalmente el color.
La conciencia no tiene objeto. Solo refleja lo que
esta ahi. No lo reconoce.
Lo que intentamos desarrollar en el ejercicio de
foco abierto es precisamente la
conciencia,(Viññanakhandha), no la percepción
domingo, 10 de marzo de 2013
Comuniones y festivales
Todos los años por esta época, suelen venirme
bastantes padres a comentarme que sus hijos, estudiantes infantiles de la
escuela, van a faltar una serie de días u horas a las clases porque están asistiendo
a las clases de catequesis. En un principio esto es algo socialmente bien visto
y normal, pero para mi es algo que está haciéndome reflexionar una vez más
sobre la cada vez más profunda incoherencia de la gente.
Vaya por
delante mi más profundo respeto hacia las creencias religiosas –si se le puede
llamar así- de cada cuál, en lo que no tengo nada que objetar, por supuesto. Pero
hay situaciones que, al tratarse de alumnos de la escuela, llegan a afectarme
en la medida en que una vez más, nos sentimos infravalorados en nuestras
enseñanzas. Todo parece que está antes que las clases, antes que el aprendizaje
de unos valores que tratamos de enseñarles a los peques a través de la
disciplina marcial y la ética. En ningún momento a los niños se les inculcan
ideas o nociones budistas, pues no es ese nuestro objetivo, si bien nuestra
filosofía está basada en esta corriente de pensamiento filosófico y religioso. Pero
separemos las cosas…
Parece ser
que se les obliga a los niños –y a algunos padres- a seguir la línea de pensamiento
aparentemente mayoritaria de la comunidad, porque muchas veces, -y esto me
parece incluso inconstitucional- se ejerce una sutil presión para que los niños
asistan a las mal denominadas clases de religión. Esto me parecería correcto si
de verdad se enseñara la historia de las religiones, en plural. Y no las ideas
de una en concreto, la católica, como una imposición. ¿No somos acaso un estado
laico y aconfesional? ¿Dónde está pues esa supuesta libertad de pensamiento o
de credo?
Esto que
comento lo hago como persona, sin identificarme con ninguna etiqueta social. Y lo hago como una
reflexión en voz alta, pese que a muchos les pueda molestar. A estos les invito
a debatir y a convencerme de que tienen la verdad o la razón absoluta. Cuando hablo
del tema de los niños que se pasan casi dos años en catequesis, esperando el
ansiado día de hacer la comunión, me estoy refiriendo a toda la parafernalia
que hay detrás de esta celebración cristiana, que cada vez me lo parece menos.
Primero y
en cuanto al sentido profundo que tiene este acto en el ámbito de la iglesia
católica, creo que está planteado desde una situación de ‘indefensión y
desconocimiento’ real de lo que significa su celebración. Al igual que en el
bautismo, donde al interesado nadie le puede preguntar si elige o no ser
bautizado, la comunión cumple la premisa de adjudicar unas creencias a alguien
que no las puede comprender en absoluto. Esto es así incluso con los dos años
de adoctrinamiento que se les somete a los niños. Nadie quiere tomarse la
molestia en averiguar el porque éstos ‘actos sacramentales de fe’ se realizan a
tan corta edad, cuando en las propias escrituras católicas se expone algo
distinto. Pero esta idea fue cambiada por que, en cuanto dejaran que la gente
eligiera por propia voluntad y con conocimiento la religión que querían
profesar, perderían muchos, muchísimos fieles. Y señores, eso significa un montón
de subvención menos para el estamento de la iglesia católica. Entonces no tendría
la posibilidad de decir “tenemos tantos millones de fieles”, que es lo que a
muchos dirigentes religiosos les interesa, independientemente de la religión
que representen. Es cuestión de lucha de poder entre unas y otras…
Reconozcamos
que muchos, un porcentaje muy elevado –dicho por las mismas autoridades eclesiásticas-
hacen de la comunión un acto puramente social, donde lo religioso queda
relegado a un plano muy secundario, casi de puro trámite. Y esto es así, mal
que le pese reconocer a mucha gente; Curiosamente los que luego se gastan una
barbaridad de dinero en vestidos, convites y zarandajas, para que su niño/a sea
el centro de atención del día señalado. Les veo disfrazar a sus niñas de novias
o casi princesas y a los niños de almirante o gran capitán. Y eso que estamos
en medio de una tremenda crisis económica. Gentes que, en algunos casos que he
conocido de primera mano, se han endeudado hasta las cejas para que la fiesta
fuera por todo lo alto.
Se celebra
una fiesta, festejando algo que, en el fondo ni conocen en profundidad, ni
practican en serio. El desconocimiento o la indiferencia suele ser muy
acentuada en estos casos. Porque estas personas que se engalanan tanto y se ‘rompen
el pecho’ por celebrar esta fiesta, curiosamente casi nunca van a misa ni
participan en otros actos litúrgicos de su congregación. Desconocen incluso las
bases de sus creencias. Son cristianos porque les bautizaron y poco más. La comunión
se ha convertido en una fiesta social, en una completa incoherencia. Son muy
pocos los que entienden y realizan esta ceremonia con verdadera devoción y fe,
con humildad y sin necesidad de sumergirse una vez más en el materialismo más
absoluto.
Por todo
este planteamiento pienso que la ceremonia de la comunión deberían hacerla
cuando tuvieran mayoría de edad, con pleno conocimiento de causa y por libre
elección. Que elijan ellos ser católicos, evangelistas, testigos de Jehová,
musulmanes, hippis o budistas…
Mientras,
los niños pierden horas y días de una formación que de verdad les aporta algo
coherente en el ámbito de los valores humanos; humildad, respeto, disciplina y
paciencia, por nombrar algunos. Rompen su ritmo de aprendizaje y muchas veces
se estancan en su evolución como deportistas. Eso por no nombrar el que muchos
no puedan asistir a competiciones, cursos y exhibiciones de la escuela. Y todo
porque sus progenitores han decidido seguir una tendencia social, sin
preguntarse realmente si eso es algo que beneficia al niño o no. Solo siguen la
tradición porque si. Siguen la sombra de una ilusión… ¡Qué lástima!
sábado, 9 de marzo de 2013
Un cuento
Una noche, mientras se hallaba en
oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero,
al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se
asomó a la ventana y gritó: “¡Silencio! ¡Estoy rezando!”.
Y como el hermano Bruno era un
santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz
para crear un silencio que pudiera favorecer su oración.
Pero otro sonido vino entonces a
perturbar a Bruno: una voz interior que decía: “Quizás a Dios le agrade tanto
el croar de esa rana como el recitado de tus salmos...” “¿Qué puede haber en el
croar de una rana que resulte agradable a los oídos de Dios?”, fue la
displicente respuesta de Bruno. Pero la voz siguió hablando: “¿Por qué crees tú
que inventó Dios el sonido?”.
Bruno decidió averiguar el porqué.
Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó:
“¡Canta!” Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el
acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y cuando Bruno prestó atención al
sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de resistirse a
él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la
noche.
Y una vez descubierto esto, el
corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su
vida comprendió lo que significa orar.
viernes, 8 de marzo de 2013
Indignación
El
modelo económico mundial esta basado en premisas emocionales, que los poderosos
que sustentan el poder real, manejan a su antojo. Trasladamos nuestros
pensamientos, nuestra forma de pensar a nuestras acciones físicas y
emocionales, de las cuáles depende nuestro entorno físico de los fenómenos.
Resumiendo un poco, los poderes
fácticos (Goldman-Sachs, Bilderberg, Rockefeller, etc.) son los que manipulan
los mercados económicos mundiales, prestando dinero a altos intereses a bancos
y países, para luego crear conflictos y que esos préstamos no puedan ser devueltos.
Así se hacen con inimaginables fortunas y poder absoluto, dominando países
enteros, ya que controlan su economía.
Y estamos habituados a ver el mundo
material (Kong) como lo realmente importante, obviando que todo ello está
sustentado en realidad por todo lo no perceptible por nuestros sentidos, es
decir, por nuestra mente y corazón.
La ignorancia de este hecho nos hace
navegar por la vida en un barco dirigido por otros pocos, en una dirección que
no nos gusta, y encima tenemos que pagar nosotros el barco, que no nos
pertenece, bajo la amenaza de que si no te gusta y saltas al agua, te comerán
los tiburones.
Observo la imagen de un pobre hombre
negro en un país africano, que lleva siete años encadenado a un árbol porque
sufre cierta demencia mental… Veo al médico que lo rescata y lleva a un centro –
por llamarlo de alguna forma- para enfermos mentales, donde él es el único
facultativo que les atiende… y se derrumba y pone a llorar porque ve a sus
pacientes morir y no tiene medios para ayudarles…
Veo a los niños africanos, que
mueren de hambre, sin posibilidad ni esperanza de atisbar siquiera el horizonte
cercano del día a día.
Miro al adolescente tirado en la
acera, borracho y lleno de drogas de diseño, cuya única preocupación es como llegar
al siguiente fin de semana de fiesta y botellón…
Y observo a los cientos de niños
buscando descalzos entre montones de basura, intentando conseguir algo con lo
que comprar algo para subsistir ese día y ayudar a su familia.
Y veo al niño de apenas 12 años llorar
desconsolado porque no le han comprado el último videojuego para su Play.
Y veo a un niño negro, con más
moscas que hambre, intentando llevarse a la boca una suerte de papilla de maíz,
lo único que va a comer en unos días…
Mientras, observo a través de los
cristales de un McDonald’s cualquiera, como niños, adolescentes y adultos inconscientes
engullen alegremente comida incalificable, envasada asépticamente, y sin
escrúpulos, tirar a la basura lo que no les ha servido o sobrado.
Veo a esa familia que es arrastrada
vilmente fuera de su casa que acaban de perder por no poder pagar la hipoteca
al banco. Se quedan sin casa y encima han de seguir pagando a esos miserables
cuervos carroñeros sin corazón, que son los creadores de la crisis y son los
dueños del sistema y de nuestras vidas.
Y veo a otra familia –cuyo cabeza
visible es banquero- presumir de su piscina, de sus muebles “Art-deco”, de sus
viajes millonarios, sus yates y sus bolsos “Luis Vuitton” de cinco mil euros… O
como una señora con pintas de mujer fácil y superficial donde las haya, se
permite comprarse un coche de trescientos y pico mil euros, solo porque le
gusta el color y es exclusivo…
Y los niños que, con diez años
escasos viven enfrascados en sus videoconsolas y pendientes de sus móviles, y
son incapaces de distinguir una verdura en el campo, o nunca han visto una
ternera (de verdad).
Observo con cierta preocupación y
tristeza, como en una consulta de urgencias, donde puede haber unas setenta
personas, más de la mitad de ellas están enfrascados en sus teléfonos móviles,
sin prestar atención a quienes les rodean. Están hablando por teléfono,
escribiendo mensajes o jugando con sus dispositivos…
Los pobres serán cada vez más pobres
y los ricos coda vez más ricos…
Los pobres tendrán que trabajar más
para tener cada vez menos, mientras que los ricos tendrán que trabajar cada vez
menos para ganar cada vez más.
Los pobres no tendrán derecho a una
pensión de vejez, mientras que los ricos cobrarán pensiones vitalicias
astronómicas.
Los pobres tendrán cada vez menos
derechos y prestaciones sociales, mientras que a los ricos se les facilitarán
cada vez más las cosas y obtendrán ayudas.
Los pobres estarán cada vez más
frustrados, mientras que los ricos viven la vida ajenos al sufrimiento de los
demás.
Si a un pobre se le olvida ingresar
sus impuestos a tiempo, hacienda le puede embargar la casa o lo poco que tenga,
e incluso puede ir a la cárcel. El rico, roba, estafa y evade miles de millones
y tiene decenas de abogados para defenderle y seguro que ni pisa una celda. Y
seguramente cuando le descubran, le perdonarán la deuda y no tendrá que
devolver ni un euro.
Y la justicia, mal que me pese, creo
que es poco justa. Ni de lejos se trata por igual a un pobre que a un poderoso.
Aquí, el que tiene dinero, es el que puede librarse de ser juzgado, incluso de
poder acudir a la justicia, mientras que un pobre no tendrá ni esa opción.
Y a pesar de todo esto, los pobres y
las clases obreras se han olvidado de luchar. Se han rendido a la comodidad de un
mundo ilusorio del bienestar social que muy sutil e inteligentemente nos han
ido metiendo en nuestras mentes obtusas y alineadas ideas de masas.
Todo esto me genera una enorme y
profunda frustración… Es hora de dar un puñetazo sobre la mesa y decir ¡¡¡Basta
ya!!! Ya no valen los discursos filosófico-económicos de tertulias de radio. No
vale echar siempre la culpa a los demás y que ‘papa-estado’ nos arregle siempre
las cosas. Hay que apoyar los movimientos sociales y las corrientes de
pensamiento que promuevan una nueva revolución. No podemos seguir siendo
impasibles ante esta destrucción de la dignidad del ser humano. No se puede
seguir permitiendo que estos cada vez más ricos, sigan viviendo como si el
resto del mundo no les importara salvo para generarles más beneficios.
Porque, cada rico de éstos es
responsable de la pobreza de miles de seres humanos.
Porque yo también debo asumir mi
parte de responsabilidad en todo este fracaso del sistema.
Veo como los grandes grupos
financieros hacen juegos de ajedrez de la economía de países enteros, solo con
el propósito de llenar sus bolsillos a costa de los pobres. Porque hay gente
que sin escrúpulo alguno saca enormes beneficios de las supuestas crisis de los
países.
Porque esto no es una crisis, sino
la mayor estafa que ha ocurrido a nivel mundial.
¿Cómo esta gente, que ha creado esta
crisis, cuando su jugada no les sale a su gusto y beneficio, encima reciben ayudas
de los gobiernos y bancos? Hemos de pagarles por sus errores…
Porque, ¿Cómo se entiende que si los
bancos que están en crisis o quiebran, reciban subvenciones o ayudas estatales
para recuperarse, mientras que una familia que se ve en la calle, perdiendo la
casa, no es ayudada en nada? Igual que se han ayudado a los bancos y grandes
grupos financieros a, supuestamente, sanear su situación económica, se podría
hacer lo mismo con las familias necesitadas.
Si una familia recibe subvención
estatal (en vez de dársela a los bancos) para que pueda hacer frente a la
hipoteca o a la crisis, tendrá liquidez, pagará sus deudas y activará la
economía a través del consumo. Y si los negocios funcionan, las empresas que
les suministran también y eso genera necesidad de puestos de trabajo. Así se
reduce el paro y empieza a funcionar el sistema de nuevo. Al menos mientras se
pueda encontrar otro modelo de funcionamiento.
Mientras no cambiemos el modelo de
economía que nos asfixia a las capas más pobres, no habrá atisbos de solución
de esta crisis, que se ha convertido en el caldo de cultivo de problemas sociales
de todo tipo y en el abono perfecto para los fines que quieren conseguir los
poderosos. Al fin y al cabo, la violencia de cualquier tipo genera beneficios
económicos, mientras que una sociedad pacífica y en paz no lo hace.
Mientras no entendamos que el dinero
y la posesión de todo lo material no es la solución a nuestra búsqueda de la
felicidad, no habrá cambio posible. Porque es el modelo de pensamiento lo que
hay que cambiar.
Toda esta crisis debería hacernos
comprender que lo único valioso que realmente tenemos, es todo aquello que no
se puede comprar con dinero…
Deberíamos empezar a comprender –si
no es demasiado tarde ya- que lo único valioso que realmente podemos tener es
nuestro interior, es decir, nuestra ética, moralidad y forma de ser, sin caer
en el habitual enaltecimiento del Yo, por supuesto. Y si acaso hay una acción
física externa en el mundo de los fenómenos que representa ese valor interior
es el disponer de tiempo. Ese sería
el concepto más valioso que realmente podemos tener.
Cuando
oigo a gente decir que…”no tengo tiempo para esto…” y cosas similares, me
parecen personas realmente pobres. Cuando no se tiene tiempo para abrazar a un
amigo, para sentarse a contemplar una puesta de sol, para disfrutar de la
compañía de tu perro, o para ponerse a cultivar plantas u otras cosas en un
huerto, entonces uno realmente es pobre. No tiene nada.
Porque, ¿Qué puede haber más hermoso
y valioso que compartir tu tiempo con alguien?
Y en alguna ocasión he dicho con
énfasis que “no me gusta que nadie me haga perder mi tiempo”… Es solo mío e intransferible, o quizás yo le pertenezca
si tuviera una identidad ilusoria como nosotros, de ahí su valor, y de ahí que
sea un acto de generosidad sublime el compartirlo con alguien.
Me entristece mucho observar a
personas que pierden el tiempo con cosas absurdas, inútiles que no les aportan
nada, salvo una satisfacción momentánea y pasajera. Viendo la tele-basura,
jugando horas y horas con los videojuegos, chateando, etc. Y lo mismo sucede
con la gente que va corriendo siempre de un lado para otro, y pocas veces son
siquiera conscientes del precioso valor del ahora, del presente, del único
espacio temporal real en el que se puede vivir…
Ya estamos llegando a la situación
de personas que venden o alquilan su tiempo, en vez de compartirlo. A este
paso, los listos que ahora manejan la economía del mundo, acabarán incluso
acaparando nuestro tiempo haciéndonos esclavos de ellos. Así, los más ricos
tendrán siempre tiempo para hacer lo que quieran, mientras que los pobres
tendrán cada vez menos, tratando de trabajar para sobrevivir.
Pero al final, muchos no llegan a
comprender que el tiempo en realidad es el mismo para todos, porque no se puede
alargar la vida artificialmente, por mucho poder o dinero que se tenga. Cuando
te llega tu hora, no hay salida.
Me consuela saber que el tiempo es
solo un concepto abstracto que nadie puede acumular al no ser un fenómeno
físico… Si no fuera así, me preocuparía mucho.
Todos, algunos más y otros menos,
vamos caminando por la vida interpretando un papel, con una bonita máscara que
oculta nuestra verdadera personalidad, aquella que aún ocultándola, pensamos
que es la nuestra.
Pero todos también, en mayor o menor
medida tenemos ese pequeño espacio en cualquier momento de nuestros días en el
que un halo de tristeza o amargura se cuela al exterior y nos hace
momentáneamente pararnos a reflexionar sobre el porqué de muchas cosas.
En
nuestra vida nos encontramos muchas veces en circunstancias en las que nuestros
estados emocionales nos superan. Nos hacen salir poco airosos de las
situaciones. Quedamos mal, padecemos terriblemente y les hacemos la vida
imposible a los que nos rodean. ¿Quién no ha pasado alguna vez por un infierno
de celos, de odio o de resentimiento? ¿Quién no conoce la incomodidad, por
decir algo, del deseo exagerado, del orgullo herido o de un carácter agresivo?
Existe una gran variedad de
estas emociones, siendo las más importantes: ira-odio-resentimiento, deseo, estupidez-limitación-ignorancia,
orgullo, envidia-celos, codicia-avaricia.
Todas las demás emociones conflictivas son
una combinación de estas seis.
El Buda dijo que estos estados
emocionales son como venenos mentales, velos que cubren nuestra verdadera
naturaleza y que no nos dejan ver claramente la realidad. Y aunque no se hagan
manifiestos todo el tiempo, su semilla está enraizada en nosotros de tal manera
que, cuando surge el detonante adecuado, se manifiestan con presteza.
Todas
las prácticas de meditación budistas tienen como objetivo, directa o
indirectamente, trabajar con estos velos, para hacerlos cada vez más sutiles y,
finalmente, transformarlos en lo que realmente son: sabiduría primordial. En
general, el objetivo de la meditación es desarrollar un estado mental tranquilo
y claro, sereno y lúcido, y mantenerlo durante todo el día. De esta forma el
meditador consigue ser consciente de lo que pasa por él, y en cuanto empieza a
surgir el aguijón de un estado mental negativo, lo ve y puede decidir lo que
quiere hacer con él: alimentarlo con diversos pensamientos hasta que se
desborde y se exprese al exterior; o bien reprimirlo y guardarlo. Pero el
meditador sabe que ninguna de estas dos cosas es la solución. Ambas hacen daño
y perpetúan la tendencia a seguir reaccionando de la misma manera. El meditador
se convierte en el observador de su estado mental, dejando que la tempestad se
apacigüe por sí misma al no alimentarla con nuevos pensamientos.
Pero
hay que analizar profundamente los engaños de la propia mente, creados por el
ego…
A causa de la ignorancia en nuestra
mente, no vemos las cosas como son, sino que las vemos a través de un
condicionamiento subjetivo y contaminado, buscando en el mundo exterior apoyos,
objetos o personas que nos den la seguridad que nos falta en nuestro interior.
Debido a la tendencia ignorante de
exagerar y solidificar todas nuestras percepciones, tendemos a aferrarnos a
todas las personas y objetos agradables que nos encontramos, como si fueran
verdaderas fuentes de seguridad y felicidad: nuestros padres, amigos, parejas,
hijos, el dinero, la reputación, las posesiones, etc.
Creamos así un síndrome de
dependencia en estas personas y objetos sin los cuales no somos capaces de
estar felices o seguros. Exigimos a estas personas y objetos continuo apoyo.
Por ejemplo, exigimos a nuestros padres que sean perfectos, aunque es imposible
que lo sean. Cuando a lo largo del tiempo, las imperfecciones de estos objetos
salen a la vista, o estamos forzados a separarnos de ellos, empezamos a
sentirnos engañados y otra vez solos e inseguros. A este aferramiento ansioso a
los objetos y personas agradables, con una excesiva dependencia en ellos, Buda
le llamó apego. Éste es el segundo de los tres venenos que contaminan nuestra
mente.
Como resultado de una desatinada
búsqueda de felicidad en el exterior, nuestro planeta está siendo destruido, y
nuestras vidas se están convirtiendo en más complicadas e insatisfactorias.
Nuestros miedos e inseguridades han hecho que lleguemos incluso a crear armas
de destrucción masiva que ponen en peligro la vida de millones de seres. ¿No
existe algo más absurdo que esta enorme incoherencia humana?
En vez de culpar a los demás por
nuestros problemas, si nos adiestramos en la meditación, no hay duda de que
podremos poco a poco reducir y finalmente lograr eliminar estos tres venenos de
nuestra mente y lograr la verdadera paz del Nirvana.
Con esta paz que surge de pura
energía de sabiduría, aunque tengamos que vivir en este mundo rodeado de
personas confusas y estresadas y aunque todavía tenemos que envejecer y morir,
estas circunstancias externas no pueden perturbar nuestra paz interior y con
amor podemos dedicarnos a beneficiar a los demás y ayudarles a purificar su
mente y lograr el mismo estado puro de la iluminación, el estado de un Buda.
Buscamos con vehemencia soluciones a
nuestros problemas y sufrimientos en lo externo, en todo lo material, sin
darnos cuenta de que es solo en el centro de nosotros donde podemos encontrar
la única solución posible.
Cuando te acercas demasiado a una
figura de un Buda,
verás que es solo una estatua de
piedra o madera;
Cuando te acercas demasiado a un
maestro, verás que es solo un hombre.
Idealizamos siempre las
representaciones de las personas, confiriéndoles identidades que muchas veces
no poseen, en vez de dedicarnos a estudiar lo que nos transmiten.
Pero cuando descubrimos esa realidad
como persona, como ser humano que es, ya parece que no nos sirve; que no nos
puede enseñar nada porque le equiparamos a nuestra propia identidad. Perdemos
así la perspectiva correcta de relacionarnos con el maestro y eliminamos la
posibilidad de poder seguir aprendiendo. Pasamos de una veneración a veces
irracional, al compadreo más banal. Relacionándonos de tu a tu con un maestro,
perdemos la perspectiva real y la distancia necesaria para ver con claridad sus
enseñanzas.
Pero que tú no seas capaz de ver a
un maestro como tal, no significa que ya no lo sea o que no lo haya sido
anteriormente. Lo único que cambia es tu perspectiva; el lado desde el que
miras la montaña. Si pierdes esa perspectiva y forma de comprender lo que es un
maestro, te conviertes en un ser insignificante a los pies de una montaña. La
grandeza de quien observa, es darse cuenta de la magnitud y belleza de la
montaña, y no de la piedra que tiene delante.
Y podrás manipular la piedra que
tienes a tus pies, romperla, desplazarla o tratar de tirarla lejos; Pero
siempre seguirá formando parte de la montaña, por muy lejos que logres
arrojarla. A un maestro, tus críticas no le afectarán en gran cosa, forman parte
de su propio aprendizaje y lo usará para crecer.
Toda esta reflexión surge del koan
sobre la montaña, que tantas veces repito en mis charlas y que dice más o menos
así:
Primero, una montaña es una montaña.
Luego, cuando la miramos bien, ya no
es una montaña.
Es cualquier otra cosa, menos una
montaña.
Y cuando la miramos con claridad,
vuelve a ser una montaña.
Al final la montaña es una montaña,
pero ya nada es igual.
lunes, 4 de marzo de 2013
Los ciclos de la vida
Cuando aceptamos los ciclos naturales de la vida, acabamos descubriendo que cada etapa lleva en ella una dimensión espiritual.
Que cada etapa aporta su parte de experiencia y de sabiduría.
El adolescente, con sus sentido de la rebelión y la independencia, tiene la determinación de encontrar la verdad por sí mismo, sin dejar que prevalezca la palabra o el consejo de nadie, sobre su propia experiencia.
La vida adulta aporta naturalmente su parte de apertura y de tareas espirituales. Un descubrimiento de "todo lo que hay detrás de las cosas". Nos volvemos más responsables y más solícitos con nuestra familia, nuestra colectividad y el mundo en que vivimos.
Con la madurez, nos volvemos espontáneamente más contemplativos. Nos sentimos interiormente impulsados a buscar períodos de reflexión, a tener perspectiva, a permanecer en armonía con nuestro corazón.
Siempre es necesario saber reconocer cuando se acaba una etapa de la vida. Si insistes en aferrarte y permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto de las cosas.
Cerrando ciclos, cerrando puertas o cerrando capítulos, como quieras denominarlo, lo importante es poder cerrarlos, dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.
No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos el porqué. Lo que sucedió, sucedió y hay que soltar, hay que desprenderse. No puedes vivir en el pasado ni sufrir por lo que ocurrió en él.
No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros.
Los hechos pasan y hay que dejarlos ir. por eso a veces es tan importante destruir recuerdos que nos atan al pasado, regalar presentes, cambiar de casa, documentos por tirar, libros por regalar o vender. Los cambios externos suelen simbolizar procesos internos de superación.
Déjalos ir, despréndete de ellos, de todo, suéltate...
Piensa, reflexiona en lo que estás haciendo ahora mismo aquí, leyendo esto, en este preciso instante y lugar... en la intimidad contigo mismo...
Es el único lugar que existe, el único momento en que puedes respirar... en el aquí y ahora.
La mente dual
¿Porqué
el ser humano es sustancialmente incapaz de asimilar su incomprensión de cómo
funciona la mente? ¿Por qué una y otra vez cae en el mismo error, en la misma
conducta destructiva para él mismo y para los demás?
¿Por que llevamos miles de años
insistiendo en cómo deben ser las cosas para que seamos más felices – meta de
casi todos los seres vivos conscientes - , pero seguimos repitiendo la misma
conducta destructiva y nociva, haciendo siempre lo mismo?
Sin duda porque buscamos en el lugar
erróneo. Buscamos en la satisfacción constante de nuestros deseos, lo que en
realidad no tiene fin. Y buscamos en lo superficial, en lo material, como si el
hecho de poseer las cosas nos proporcionara la llave de la felicidad. Y no es
eso en absoluto.
Creo, en último término que ni
siquiera hay que busca la felicidad y que ésta aparecerá cuando nos sentemos y
dejemos de buscarla. Porque siempre la hemos llevado dentro…
¿Qué podemos hacer cuando personas
ajenas a uno mismo, manipulan a su antojo la realidad de las circunstancias en
las que uno se desenvuelve? Porque tú puedes adaptarte a la realidad que has
creado en el mundo de los fenómenos, pero cuando te modifican esas
circunstancias y te obligan a vivir en ellas, te sientes impotente, despojado
de toda capacidad de crear amor e ilusión.
Un prisionero en una celda es capaz
de crear un espacio de libertad en su mente, si, por supuesto, pero su cuerpo
seguirá prisionero del mundo físico donde le han colocado contra su voluntad. Y
en esencia somos un ser completo, es decir, que el cuerpo y la mente son indivisibles
e inter-dependientes. Entonces esa libertad, no es del todo real, sino ilusoria.
Una persona enferma puede crear en
su mente una sensación libre de su enfermedad, pero seguirá unido a su cuerpo
físico, al contenedor de su mente. Y tarde o temprano tendrá que tomar contacto
con su estado físico, con su dolor y sufrimiento. No puedes estar toda la vida
manteniendo alejada tu mente de tu cuerpo físico y de sus percepciones.
Un pobre padre de familia es capaz
de crear ilusión en sus hijos, con sonrisas y mucho amor, pero no podrá llenar con
ello sus estómagos vacíos si no tienen para comer. La acción física es
necesaria para alimentar y sostener el aspecto interno y espiritual. Todo es
interdependiente en este sentido de las cosas.
El contenido de un cuenco, puede
existir en él precisamente por ser lo que es; un vacío capaz de contener algo.
Cuando una persona percibe una
circunstancia o un fenómeno del mundo material, lo hace siempre a través de sus
seis sentidos (aunque básicamente perciba como reales solo cinco). Esto produce
una reacción, también en el mundo fenoménico que conduce a nuestras
interrelaciones, a nuestras comunicaciones. Es el mundo en el que nos
desenvolvemos. Y esa reacción es también la que nos conecta con nuestro mundo
interior, de donde surgirán siempre nuevas reacciones a esas percepciones.
Cuando esos fenómenos –sobretodo los
negativos- se repiten en forma similar en el tiempo y espacio, los percibimos
no ya a través de nuestros sentidos físicos, a lo que estamos habituados, sino
que esa percepción surge de nuestros recuerdos.
Y en ese ámbito de los recuerdos no
hay experimentación directa de los fenómenos, es decir, la herramienta que
usábamos para interpretarlos no está en el presente, sino que echamos mano de
los recuerdos que tenemos de ellos. Así, el recuerdo de un dolor sufrido, no es
realmente doloroso a los sentidos físicos, y por lo tanto no influye o no puede
influir de manera real y efectiva en nuestras reacciones.
Recordar un dolor físico no es
fisiológicamente posible, aunque sí podemos recordar la sensación que nos
produjo en su momento; Sensación sobre la que nos basamos para creer
ilusoriamente que revivimos realmente ese dolor, que lo volvemos a experimentar
de nuevo. Pero eso es solo un recuerdo, una proyección de nuestra mente. Habría entonces que matizar la diferencia entre el dolor físico
–percibido a través de los sentidos- y el dolor emocional, surgido desde la
mente y que puede tener causas externas o internas.
Así repetimos una y otra vez las
emociones y conductas destructivas, sin percibir que realmente reaccionamos
sobre una proyección irreal en el tiempo y espacio del mundo de los fenómenos.
De esta manera no estamos casi nunca en el aquí y ahora, en el momento
presente, ni percibimos las cosas como realmente son.
Esto ya fue expuesto por el
psicólogo alemán Edmund Husserl, con su ‘reducción fenomenológica’, una manera
de ver y percibir las cosas sin una creencia previa sobre los fenómenos y
verlos tal y como se presentan. En un principio es una filosofía interesante,
pero puesta a prueba bajo la lupa de la práctica del pragmatismo humano, vemos
importantes carencias que la hacen bastante inviable.
Y esta supuesta inviabilidad es la
que en ocasiones nos llena de desesperanza, un veneno que va invadiendo muchos
aspectos de nuestra vida y nos convierte en seres llenos de miedo, de oscuridad
y de desamor.
El resentimiento es un claro ejemplo
de esto que estoy exponiendo. Resentimiento no significa otra cosa que “volver
a sentir” una experiencia dolorosa cuando los mecanismos de percepción no son
ya reales, sino recreados en nuestra mente. Así alimentamos una experiencia
lejana en el tiempo con emociones actuales, creando y manteniendo una continua
sensación de realidad que no existe salvo en nuestra mente. Queremos así
mantener ‘viva’ la sensación que en su momento nos produjo esa circunstancia o
experiencia para justificar nuestro supuesto papel de victima. Y eso nos va
envenenando poco a poco.
Una flor no es nunca ni bella ni
fea, es una flor. Una persona no es alta, gorda o mentirosa; es simplemente una
persona. No ver a un perro como perro, sin adjudicarle adjetivos, es no verlo
en absoluto. Así esta forma de percibir los fenómenos nos separa de su
verdadera esencia y fortalece nuestro ego, nuestro sentido del Yo, porque eso
nos confiere supuestamente poder sobre esos fenómenos. Los adjetivos que le
atribuimos como identidad propia, son ilusorios y en cualquier caso subjetivos.
Nadie es mala o buena persona, ni
nada es bueno o malo en si, como forma de identificarlo. Esta manera de
clasificar las personas o los fenómenos conduce a una visión dualista, que nos
separa de la realidad y nos aleja de la idea de que todo somos parte de la
misma cosa.
Pero esto no significa que tengamos
que abstenernos de admirar la belleza de una flor o disfrutar de nuestro perro.
Porque, aunque le hayamos adjudicado esa cualidad, no le damos importancia ni
nos relacionamos exclusivamente a través de la misma. Es decir, deja de ser un
condicionante que nos impide relacionarnos con las cosas y sus circunstancias.
Cuando por ejemplo, tachamos alguien
de mentiroso, no solo estamos percibiendo y proyectando una realidad falsa,
sino que ponemos en marcha una reacción en cadena, pues posiblemente esa persona dejará de
tener interés en comunicarse con nosotros. Este hecho se repite millones de
veces al cabo de cada momento en las comunicaciones de los humanos, lo que crea
un océano de conflictos, todos inter-relacionados, como una inmensa e infinita
tela de araña.
Creamos así un mundo falso,
desprovisto de humanidad y basado en lo material… (¿No os recuerda esto a la película "Matrix"?)
“Somos capaces de pintar el más
hermoso de los árboles,
pero no lograremos jamás que ningún
pájaro se pose en sus ramas…”
Nuestra identidad en el mundo de los
fenómenos en el que nos relacionamos, esta determinada por dos factores: uno
por nuestra propia percepción de lo que somos y el otro por la relación que los
demás establecen con nosotros.
Podemos, sin ser conscientes de
ello, considerar que nuestra identidad –a la que adjudicamos una elevada
credibilidad – está constituida por muchas cosas, como la raza, nuestro cuerpo,
nuestras creencias o nuestros pensamientos.
De alguna manera existimos en el
mundo fenoménico a través de la percepción de los demás. A esto nos hemos
acostumbrado desde muy temprana edad, de modo que constituye ya nuestra manera
de pensar. Es el origen de la existencia del Yo.
Nos sentimos reconocidos por
nosotros mismos a través de la respuesta a los fenómenos y a la relación con
los semejantes. Cuando alguien nos aprecia, nos ama o le caemos bien, nos
sentimos reconfortados. Cuando se nos odia, detesta o le caemos mal, nos
sentimos mal, nos incomoda. En cualquiera de los casos, se ponen en marcha los mecanismos
de las emociones que nos hacen sentir. La indiferencia no nos proporciona nada
en lo que reflejarnos. La indiferencia es en realidad una vía de escape de
nuestro miedo.
Esto me lleva a pensar en que,
cuando alguien, con quien hemos tenido una estrecha relación sentimental, nos
abandona, o nos echa de su lado, nos sentimos como que nos falta algo. Y es
precisamente ese algo, esa idea de identidad de uno mismo, proporcionada por
los demás la que nos falta.
De esta manera, estar demasiado
apegado a una persona o situación emocional, cuando ésta nos falta, puede
hacernos sentirnos muy vacíos. Podemos sentir que hemos perdido el sentido de
la vida, pues vivíamos la misma a través de nuestra interrelación con los demás
y los fenómenos.
Cuando esto nos falta, ¿Cómo o, a
través de qué vivimos la vida?
sábado, 2 de marzo de 2013
Disciplina...
Hablar hoy en día de disciplina, es casi como
hablar de algo anacrónico, algo perteneciente a otras épocas u otros países de órbita
denominada comunista…
Esta acepción,
la palabra disciplina, tiene grandes connotaciones psicológicas y sociales y
por desgracia se viene asociando últimamente a emociones o actitudes negativas.
Podemos hablar
de varias maneras de entender o interpretar el sentido de esta palabra, pero en
el fondo, todo es lo mismo; Se reduce a la capacidad que tiene –o debería
tener- el ser humano para adquirir unas normas y pautas ordenadas que le
permitan evolucionar a través de la vida.
Disciplina
se requiere en el trabajo, pues va asociada al concepto de constancia, método,
esfuerzo y control. Nuestra sociedad en cambio nos machaca insistentemente en tratar
de conseguir cosas sin esfuerzo – aprenda inglés en 3 días sin esfuerzo…
reduzca 12 kg
de peso en dos días sin esfuerzo… aprenda a nadar sin esfuerzo… etc. Toda parece
que haya que obtenerse sin hacer grandes esfuerzos. Ya ni con el mínimo esfuerzo…
En las
clases y entrenamientos de Kung-fu de nuestra escuela, los actuales
practicantes tienen el sentido de la disciplina algo 'relajado'. Son débiles de
mente y cualquier esfuerzo físico les supone un escollo duro de superar, por lo
que muchos desisten y dejan la práctica. Quieren conseguir resultados, pero sin
esforzarse mucho… Y si les fuerzas un poco, se sienten casi humillados, golpeados en su orgullo (ego), pero muy lejos de reconocer que están fracasando en sus propios proyectos, y no precisamente por causas ajenas.
Pero toda
cosa que consigamos sin esfuerzo, no nos aportará absolutamente nada de
enseñanza, estará vacío de valor intrínseco, es decir, no aprenderemos a
valorarlo en su justa medida. Por lo tanto, no nos aporta nada. De esta manera
le adjudicamos un valor exagerado a todo lo material, a todo lo que se puede comprar con dinero, un valor que no se
sostiene durante mucho tiempo. El justo hasta que encontremos otro objeto con
el que sustituir al anterior (que ya no tiene valor, porque en realidad no lo
tuvo nunca porque no aprendimos a valorarlo)...
Disciplina
significa adquirir con el trabajo continuado y el control de nuestras
emociones, valores en la vida. Significa conseguir cierto equilibrio entre lo
que deseamos y lo que conseguimos.
Un niño
indisciplinado, al que se le consienten todos los caprichos y hace lo que le
viene en gana, se convierte de adulto en una persona débil, vulnerable a los
vaivenes de la vida. Dejarle hacer lo que quiera, para no traumatizarle, es
desposeerle de los mecanismos de aceptación de cierto grado de frustración. Lo contrario es la poca o nula tolerancia a la frustración. La sobre protección
en la que en nuestro país hemos encumbrado -hundido- a los menores, no les ha hecho ningún
favor en realidad. Ha ido creando pequeños monstruos y tiranos que ahora no
sabemos controlar. Ahora queremos poner parches y achacar a otros factores las
causas de este fracaso social. La ley actual sanciona gravemente a los padres
que aplican castigos a sus hijos, incluso llevándoles a prisión en casos
determinados. Se les ha quitado la potestad real de educar a sus hijos, porque
esa educación implica una disciplina.
Para educar,
es necesaria la disciplina, sin duda alguna. Sin orden ni alguien que ejerza de
guía, el caos se instala en cualquier ámbito de la enseñanza y de la familia y
no hay progreso, solo fracaso. Sobretodo en el ámbito familiar las cosas se han
desdibujado notablemente. Se ha dejado la obligación de educar en un segundo término,
convirtiendo conductas emocionales, en el fondo negativas, en algo post-moderno y de
vanguardia (como que los padres son amigos o colegas de los hijos, de que una ‘colleja’
es maltrato infantil y tonterías similares), muchas veces por miedo a las hipotéticas
consecuencias legales, o por simple dejadez de su función de padres. Unas funciones
que pretendemos delegar en los maestros, en la escuela o en la misma sociedad. ¿Qué
clase de sociedad pretendemos construir con ideas y actitudes así?
Disciplina
en el trabajo, con los compañeros, en los estudios de la escuela, en las
relaciones laborales, en las relaciones familiares y sobretodo, la más
importante: la disciplina con uno mismo. Y esto hay que aprenderlo ya desde
pequeño*, porque de lo contrario –y los hechos cotidianos así lo señalan-
tendremos una sociedad cada vez más insolidaria, caótica, dependiente de los
demás y débil, incapaz de afrontar y superar los problemas con cierto grado de éxito
y satisfacción.
*(porque, como decía mi amigo y Maestro de Kung-fu Gonzálo Pintor: "El pincho, desde chico pincha"...)
Y quizás
no venga al caso –que creo que si- pero toda esta dejadez de funciones, de
falta de disciplina en todos los ámbitos, de mirar hacia otro lado y de
adormecernos en la perdida de valores, ha propiciado el que tengamos esta grave lacra
de corrupción en nuestro país. Ha conseguido que se instale en nuestro sistema
social un cáncer que ha corroído muchos aspectos de la vida política y social,
donde unos pocos lobos carroñeros –demasiados para mi gusto- se han forrado descaradamente
a costa de los muchos otros ‘borreguitos’ de la clase media que, cómodamente
asentados sobre sus ficticios valores lo han permitido.
¡A ver
si despertamos ya de una puñetera vez!... (y perdón por la expresión).
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