domingo, 24 de marzo de 2013

sábado, 23 de marzo de 2013

Estados de ánimo


         Los estados de ánimo aparecen siempre ligados a experiencias emocionales muy intensas. Por ejemplo: si experimentamos numerosos episodios de regocijo en un corto período de tiempo, seguramente entraremos en un estado de ánimo muy eufórico. Y si, por el contrario, nos enfurecemos muchas veces en un corto período de tiempo, no es de extrañar que terminemos asentándonos en un estado de ánimo irritable.

            Pero no hemos de confundir los estados de ánimo con las emociones, porque no son la misma cosa. Cuando experimentamos una emoción, podemos decir lo qué la produjo o el hecho que la desencadenó y la puso en marcha. Pero esto no ocurre con los estados de ánimo, que casi nunca podemos precisar de dónde surgen o que los ha provocado. Muchas veces nos levantamos por la mañana irritados, felices o tristes y no sabemos muy bien porqué. Esto es porque los estados de ánimo son producidos por cambios internos que no guardan apenas relación con lo que ocurre en el exterior.

            Las emociones perturbadoras se ven desencadenadas por pensamientos sutiles que ocurren en el trasfondo de la mente, de los que no nos damos cuenta y pueden provocar determinados estados de ánimo.
            También podría afirmar que los estados de ánimo pueden depender de las propias condiciones fisiológicas y del entorno. Si, por ejemplo, uno se encuentra enfermo de una dolencia crónica y dolorosa, y entra en estados continuos de irritabilidad, esa misma circunstancia de la enfermedad será un agravante serio. Así, nuestro carácter se va agriando poco a poco. Así, esta circunstancia se convierte en una de las fuentes de la formación de nuestro carácter.

            Cuando nos encontramos en un estado de ánimo irritable, por ejemplo, nos enfadamos con más frecuencia y facilidad, y nuestro enfado dura más tiempo y resulta bastante más difícil de controlar. Cualquier circunstancia externa o interna, que en otro momento no revestiría importancia alguna, se convierte en un disparador de nuestra rabia o irritabilidad, potenciando mucho ese estado de ánimo perturbador.

            Cuando afirmamos que… “no sé porqué estoy tan irritable”, no es que no exista un motivo de fondo, sino que simplemente no sabemos identificarlo.

            En muchas ocasiones, los estados de ánimo negativos suelen desencadenarse al encontrarse con ‘disparadores emocionales’, una forma de denominar a situaciones que en su momento originaron ese estado transitorio, pero que no obstante queda almacenado en nuestra memoria sensorial emotiva. Basta con encontrarnos con ese detalle, a veces insignificante, para que se desencadene otra vez el proceso emocional que conduce al estado de ánimo mencionado. Esto conduce en muchas situaciones al resentimiento, al dolor repetido sin sentido real y basado en una emoción que no surge de nuestros sentidos sensoriales.
            Seguramente cualquiera de ustedes en alguna ocasión, al escuchar una determinada melodía o canción, le ha desencadenado una fuerte emoción de tristeza, de melancolía, solo porque esa canción tenía un significado importante para nosotros y nos recuerda una situación triste, que desde ese mismo instante, nuestra mente trata de evocar de nuevo. Si esas emociones persisten en el tiempo, nos asentamos peligrosamente en un estado melancólico, fuera de cualquier contexto de tiempo real, ya que éste es solo posible en el presente.

            En ocasiones, esos estados de ánimo, nos hacen reflexionar y pensar sobre el contexto del paradigma de nuestras vidas. Nos hacen cuestionar si lo que estamos haciendo en nuestra vida o con nuestra vida es lo que realmente teníamos en mente o es lo que nos gustaría. Seguramente, muchos se darán cuenta de que su vida cotidiana poco tiene que ver con las expectativas que tenía sobre lo que debería ser en realidad. Es decir, vivimos continuamente interpretando un papel (nuestra manera de ser) en una obra (la vida) que no nos acaba de agradar en absoluto, pero que seguimos realizando porque buscamos el aplauso de los demás. Y esa es la infelicidad más directa y sutil.
            Pero no es esto lo grave; lo preocupante es que, a pesar de darnos cuenta de ello, en vez de aprender y cambiar algo, persistimos en nuestra manera de entenderlo, convirtiéndolo en un agravante más de nuestra infelicidad. Nos resignamos a seguir viviendo en esa circunstancia en vez de tomar alguna decisión y caminar por otro camino diferente.

miércoles, 13 de marzo de 2013

La realidad...


Hay dos formas de percibir la realidad. En la
forma normal, del casi despierto, comparamos la realidad con los
contenidos de la memoria.

No vemos la realidad en si, sino su sombra como
decia Platón.

La otra forma, la del despierto se consigue viendo
la realidad en si, no hay comparación con las
memorias.

El iluminado ve un arbol diferente cada vez que
mira al mismo arbol.

Porque observa directamente, no a traves de una
comparación con sus contenidos mentales.

Y, la realidad esta cambiando continuamente.

Esta forma de percibir, filtrada por los
contenidos mentales, es esquizofrenica, y compartida por la gran
mayoria de la población en las sociedades
occidentales.

El esquizofrenico puede tener unos contenidos
mentales riquisimos, pero que no se aplican a su realidad
circundante.

Vive en una burbuja de contenidos mentales que no
tienen nada que ver con su entorno.

Cuando pasamos de una forma de percibir a la otra
tenemos la sensacion "de que unas escamas se han caido de
nuestros ojos", o de que la habitación "se ha
iluminado".

Y observamos procesos mas que objetos.

Obtenemos ademas "visión periferica" y, lo
que es mas importante, control sobre el tiempo.

Una de las caracteristicas del iluminado es que
puede controlar su tiempo.

Cuando estamos despiertos podemos ver crecer la
hierba o capturar un mosquito en vuelo.

Una de las caracteristicas del esclavo es que no
tiene tiempo para si mismo.

Lo que define al esclavo es que no es propietario
de su tiempo, de su vida.

Cuando decimos, en ton de queja, no tengo tiempo,
lo que estamos diciendo en realidad es "no tengo vida", soy un
esclavo.

De que te vale ganar el mundo, si no tienes
vida?.

Las dos formas de ver la realidad podrian tambien
ser identificadas desde otro angulo como conciencia y
percepcion.

La conciencia es el quinto agregado de los cinco
agregados de los budistas y la percepcion es el tercer
agregado.

La conciencia es simplemente un "darse cuenta de",
mientras que la percepcion es reconocer algo.

Frente al color azul, por ejemplo, la conciencia
es azul, mientras

que la percepcion es reconocer el azul y nombrar
mentalmente el color.

La conciencia no tiene objeto. Solo refleja lo que
esta ahi. No lo reconoce.

Lo que intentamos desarrollar en el ejercicio de
foco abierto es precisamente la
conciencia,(Viññanakhandha), no la percepción

domingo, 10 de marzo de 2013

Comuniones y festivales


Todos los años por esta época, suelen venirme bastantes padres a comentarme que sus hijos, estudiantes infantiles de la escuela, van a faltar una serie de días u horas a las clases porque están asistiendo a las clases de catequesis. En un principio esto es algo socialmente bien visto y normal, pero para mi es algo que está haciéndome reflexionar una vez más sobre la cada vez más profunda incoherencia de la gente.

      Vaya por delante mi más profundo respeto hacia las creencias religiosas –si se le puede llamar así- de cada cuál, en lo que no tengo nada que objetar, por supuesto. Pero hay situaciones que, al tratarse de alumnos de la escuela, llegan a afectarme en la medida en que una vez más, nos sentimos infravalorados en nuestras enseñanzas. Todo parece que está antes que las clases, antes que el aprendizaje de unos valores que tratamos de enseñarles a los peques a través de la disciplina marcial y la ética. En ningún momento a los niños se les inculcan ideas o nociones budistas, pues no es ese nuestro objetivo, si bien nuestra filosofía está basada en esta corriente de pensamiento filosófico y religioso. Pero separemos las cosas…

      Parece ser que se les obliga a los niños –y a algunos padres- a seguir la línea de pensamiento aparentemente mayoritaria de la comunidad, porque muchas veces, -y esto me parece incluso inconstitucional- se ejerce una sutil presión para que los niños asistan a las mal denominadas clases de religión. Esto me parecería correcto si de verdad se enseñara la historia de las religiones, en plural. Y no las ideas de una en concreto, la católica, como una imposición. ¿No somos acaso un estado laico y aconfesional? ¿Dónde está pues esa supuesta libertad de pensamiento o de credo?

      Esto que comento lo hago como persona, sin identificarme con  ninguna etiqueta social. Y lo hago como una reflexión en voz alta, pese que a muchos les pueda molestar. A estos les invito a debatir y a convencerme de que tienen la verdad o la razón absoluta. Cuando hablo del tema de los niños que se pasan casi dos años en catequesis, esperando el ansiado día de hacer la comunión, me estoy refiriendo a toda la parafernalia que hay detrás de esta celebración cristiana, que cada vez me lo parece menos.

      Primero y en cuanto al sentido profundo que tiene este acto en el ámbito de la iglesia católica, creo que está planteado desde una situación de ‘indefensión y desconocimiento’ real de lo que significa su celebración. Al igual que en el bautismo, donde al interesado nadie le puede preguntar si elige o no ser bautizado, la comunión cumple la premisa de adjudicar unas creencias a alguien que no las puede comprender en absoluto. Esto es así incluso con los dos años de adoctrinamiento que se les somete a los niños. Nadie quiere tomarse la molestia en averiguar el porque éstos ‘actos sacramentales de fe’ se realizan a tan corta edad, cuando en las propias escrituras católicas se expone algo distinto. Pero esta idea fue cambiada por que, en cuanto dejaran que la gente eligiera por propia voluntad y con conocimiento la religión que querían profesar, perderían muchos, muchísimos fieles. Y señores, eso significa un montón de subvención menos para el estamento de la iglesia católica. Entonces no tendría la posibilidad de decir “tenemos tantos millones de fieles”, que es lo que a muchos dirigentes religiosos les interesa, independientemente de la religión que representen. Es cuestión de lucha de poder entre unas y otras…

      Reconozcamos que muchos, un porcentaje muy elevado –dicho por las mismas autoridades eclesiásticas- hacen de la comunión un acto puramente social, donde lo religioso queda relegado a un plano muy secundario, casi de puro trámite. Y esto es así, mal que le pese reconocer a mucha gente; Curiosamente los que luego se gastan una barbaridad de dinero en vestidos, convites y zarandajas, para que su niño/a sea el centro de atención del día señalado. Les veo disfrazar a sus niñas de novias o casi princesas y a los niños de almirante o gran capitán. Y eso que estamos en medio de una tremenda crisis económica. Gentes que, en algunos casos que he conocido de primera mano, se han endeudado hasta las cejas para que la fiesta fuera por todo lo alto.

      Se celebra una fiesta, festejando algo que, en el fondo ni conocen en profundidad, ni practican en serio. El desconocimiento o la indiferencia suele ser muy acentuada en estos casos. Porque estas personas que se engalanan tanto y se ‘rompen el pecho’ por celebrar esta fiesta, curiosamente casi nunca van a misa ni participan en otros actos litúrgicos de su congregación. Desconocen incluso las bases de sus creencias. Son cristianos porque les bautizaron y poco más. La comunión se ha convertido en una fiesta social, en una completa incoherencia. Son muy pocos los que entienden y realizan esta ceremonia con verdadera devoción y fe, con humildad y sin necesidad de sumergirse una vez más en el materialismo más absoluto.

      Por todo este planteamiento pienso que la ceremonia de la comunión deberían hacerla cuando tuvieran mayoría de edad, con pleno conocimiento de causa y por libre elección. Que elijan ellos ser católicos, evangelistas, testigos de Jehová, musulmanes, hippis o budistas…

      Mientras, los niños pierden horas y días de una formación que de verdad les aporta algo coherente en el ámbito de los valores humanos; humildad, respeto, disciplina y paciencia, por nombrar algunos. Rompen su ritmo de aprendizaje y muchas veces se estancan en su evolución como deportistas. Eso por no nombrar el que muchos no puedan asistir a competiciones, cursos y exhibiciones de la escuela. Y todo porque sus progenitores han decidido seguir una tendencia social, sin preguntarse realmente si eso es algo que beneficia al niño o no. Solo siguen la tradición porque si. Siguen la sombra de una ilusión… ¡Qué lástima!

sábado, 9 de marzo de 2013

Un cuento




    Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero, al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la ventana y gritó: “¡Silencio! ¡Estoy rezando!”. 
            Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración. 
            Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz interior que decía: “Quizás a Dios le agrade tanto el croar de esa rana como el recitado de tus salmos...” “¿Qué puede haber en el croar de una rana que resulte agradable a los oídos de Dios?”, fue la displicente respuesta de Bruno. Pero la voz siguió hablando: “¿Por qué crees tú que inventó Dios el sonido?”. 
            Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de  nuevo a la ventana y ordenó: “¡Canta!” Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y cuando Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche. 
            Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significa orar.

viernes, 8 de marzo de 2013

Indignación


El modelo económico mundial esta basado en premisas emocionales, que los poderosos que sustentan el poder real, manejan a su antojo. Trasladamos nuestros pensamientos, nuestra forma de pensar a nuestras acciones físicas y emocionales, de las cuáles depende nuestro entorno físico de los fenómenos.

            Resumiendo un poco, los poderes fácticos (Goldman-Sachs, Bilderberg, Rockefeller, etc.) son los que manipulan los mercados económicos mundiales, prestando dinero a altos intereses a bancos y países, para luego crear conflictos y que esos préstamos no puedan ser devueltos. Así se hacen con inimaginables fortunas y poder absoluto, dominando países enteros, ya que controlan su economía.
            Y estamos habituados a ver el mundo material (Kong) como lo realmente importante, obviando que todo ello está sustentado en realidad por todo lo no perceptible por nuestros sentidos, es decir, por nuestra mente y corazón.
            La ignorancia de este hecho nos hace navegar por la vida en un barco dirigido por otros pocos, en una dirección que no nos gusta, y encima tenemos que pagar nosotros el barco, que no nos pertenece, bajo la amenaza de que si no te gusta y saltas al agua, te comerán los tiburones.

            Observo la imagen de un pobre hombre negro en un país africano, que lleva siete años encadenado a un árbol porque sufre cierta demencia mental… Veo al médico que lo rescata y lleva a un centro – por llamarlo de alguna forma- para enfermos mentales, donde él es el único facultativo que les atiende… y se derrumba y pone a llorar porque ve a sus pacientes morir y no tiene medios para ayudarles…
            Veo a los niños africanos, que mueren de hambre, sin posibilidad ni esperanza de atisbar siquiera el horizonte cercano del día a día.
            Miro al adolescente tirado en la acera, borracho y lleno de drogas de diseño, cuya única preocupación es como llegar al siguiente fin de semana de fiesta y botellón…
            Y observo a los cientos de niños buscando descalzos entre montones de basura, intentando conseguir algo con lo que comprar algo para subsistir ese día y ayudar a su familia.
            Y veo al niño de apenas 12 años llorar desconsolado porque no le han comprado el último videojuego para su Play.
            Y veo a un niño negro, con más moscas que hambre, intentando llevarse a la boca una suerte de papilla de maíz, lo único que va a comer en unos días…
            Mientras, observo a través de los cristales de un McDonald’s cualquiera, como niños, adolescentes y adultos inconscientes engullen alegremente comida incalificable, envasada asépticamente, y sin escrúpulos, tirar a la basura lo que no les ha servido o sobrado.
            Veo a esa familia que es arrastrada vilmente fuera de su casa que acaban de perder por no poder pagar la hipoteca al banco. Se quedan sin casa y encima han de seguir pagando a esos miserables cuervos carroñeros sin corazón, que son los creadores de la crisis y son los dueños del sistema y de nuestras vidas.
            Y veo a otra familia –cuyo cabeza visible es banquero- presumir de su piscina, de sus muebles “Art-deco”, de sus viajes millonarios, sus yates y sus bolsos “Luis Vuitton” de cinco mil euros… O como una señora con pintas de mujer fácil y superficial donde las haya, se permite comprarse un coche de trescientos y pico mil euros, solo porque le gusta el color y es exclusivo…
            Y los niños que, con diez años escasos viven enfrascados en sus videoconsolas y pendientes de sus móviles, y son incapaces de distinguir una verdura en el campo, o nunca han visto una ternera (de verdad).

            Observo con cierta preocupación y tristeza, como en una consulta de urgencias, donde puede haber unas setenta personas, más de la mitad de ellas están enfrascados en sus teléfonos móviles, sin prestar atención a quienes les rodean. Están hablando por teléfono, escribiendo mensajes o jugando con sus dispositivos…

            Los pobres serán cada vez más pobres y los ricos coda vez más ricos…
            Los pobres tendrán que trabajar más para tener cada vez menos, mientras que los ricos tendrán que trabajar cada vez menos para ganar cada vez más.
            Los pobres no tendrán derecho a una pensión de vejez, mientras que los ricos cobrarán pensiones vitalicias astronómicas.
            Los pobres tendrán cada vez menos derechos y prestaciones sociales, mientras que a los ricos se les facilitarán cada vez más las cosas y obtendrán ayudas.
            Los pobres estarán cada vez más frustrados, mientras que los ricos viven la vida ajenos al sufrimiento de los demás.
            Si a un pobre se le olvida ingresar sus impuestos a tiempo, hacienda le puede embargar la casa o lo poco que tenga, e incluso puede ir a la cárcel. El rico, roba, estafa y evade miles de millones y tiene decenas de abogados para defenderle y seguro que ni pisa una celda. Y seguramente cuando le descubran, le perdonarán la deuda y no tendrá que devolver ni un euro.

            Y la justicia, mal que me pese, creo que es poco justa. Ni de lejos se trata por igual a un pobre que a un poderoso. Aquí, el que tiene dinero, es el que puede librarse de ser juzgado, incluso de poder acudir a la justicia, mientras que un pobre no tendrá ni esa opción.

            Y a pesar de todo esto, los pobres y las clases obreras se han olvidado de luchar. Se han rendido a la comodidad de un mundo ilusorio del bienestar social que muy sutil e inteligentemente nos han ido metiendo en nuestras mentes obtusas y alineadas ideas de masas.
            Todo esto me genera una enorme y profunda frustración… Es hora de dar un puñetazo sobre la mesa y decir ¡¡¡Basta ya!!! Ya no valen los discursos filosófico-económicos de tertulias de radio. No vale echar siempre la culpa a los demás y que ‘papa-estado’ nos arregle siempre las cosas. Hay que apoyar los movimientos sociales y las corrientes de pensamiento que promuevan una nueva revolución. No podemos seguir siendo impasibles ante esta destrucción de la dignidad del ser humano. No se puede seguir permitiendo que estos cada vez más ricos, sigan viviendo como si el resto del mundo no les importara salvo para generarles más beneficios.
            Porque, cada rico de éstos es responsable de la pobreza de miles de seres humanos.
            Porque yo también debo asumir mi parte de responsabilidad en todo este fracaso del sistema.

            Veo como los grandes grupos financieros hacen juegos de ajedrez de la economía de países enteros, solo con el propósito de llenar sus bolsillos a costa de los pobres. Porque hay gente que sin escrúpulo alguno saca enormes beneficios de las supuestas crisis de los países.

            Porque esto no es una crisis, sino la mayor estafa que ha ocurrido a nivel mundial.
            ¿Cómo esta gente, que ha creado esta crisis, cuando su jugada no les sale a su gusto y beneficio, encima reciben ayudas de los gobiernos y bancos? Hemos de pagarles por sus errores…

            Porque, ¿Cómo se entiende que si los bancos que están en crisis o quiebran, reciban subvenciones o ayudas estatales para recuperarse, mientras que una familia que se ve en la calle, perdiendo la casa, no es ayudada en nada? Igual que se han ayudado a los bancos y grandes grupos financieros a, supuestamente, sanear su situación económica, se podría hacer lo mismo con las familias necesitadas.
            Si una familia recibe subvención estatal (en vez de dársela a los bancos) para que pueda hacer frente a la hipoteca o a la crisis, tendrá liquidez, pagará sus deudas y activará la economía a través del consumo. Y si los negocios funcionan, las empresas que les suministran también y eso genera necesidad de puestos de trabajo. Así se reduce el paro y empieza a funcionar el sistema de nuevo. Al menos mientras se pueda encontrar otro modelo de funcionamiento.

            Mientras no cambiemos el modelo de economía que nos asfixia a las capas más pobres, no habrá atisbos de solución de esta crisis, que se ha convertido en el caldo de cultivo de problemas sociales de todo tipo y en el abono perfecto para los fines que quieren conseguir los poderosos. Al fin y al cabo, la violencia de cualquier tipo genera beneficios económicos, mientras que una sociedad pacífica y en paz no lo hace.
            Mientras no entendamos que el dinero y la posesión de todo lo material no es la solución a nuestra búsqueda de la felicidad, no habrá cambio posible. Porque es el modelo de pensamiento lo que hay que cambiar.

            Toda esta crisis debería hacernos comprender que lo único valioso que realmente tenemos, es todo aquello que no se puede comprar con dinero…

            Deberíamos empezar a comprender –si no es demasiado tarde ya- que lo único valioso que realmente podemos tener es nuestro interior, es decir, nuestra ética, moralidad y forma de ser, sin caer en el habitual enaltecimiento del Yo, por supuesto. Y si acaso hay una acción física externa en el mundo de los fenómenos que representa ese valor interior es el disponer de tiempo. Ese sería el concepto más valioso que realmente podemos tener.

Cuando oigo a gente decir que…”no tengo tiempo para esto…” y cosas similares, me parecen personas realmente pobres. Cuando no se tiene tiempo para abrazar a un amigo, para sentarse a contemplar una puesta de sol, para disfrutar de la compañía de tu perro, o para ponerse a cultivar plantas u otras cosas en un huerto, entonces uno realmente es pobre. No tiene nada.
            Porque, ¿Qué puede haber más hermoso y valioso que compartir tu tiempo con alguien?
            Y en alguna ocasión he dicho con énfasis que “no me gusta que nadie me haga perder mi tiempo”… Es solo mío e intransferible, o quizás yo le pertenezca si tuviera una identidad ilusoria como nosotros, de ahí su valor, y de ahí que sea un acto de generosidad sublime el compartirlo con alguien.
           
            Me entristece mucho observar a personas que pierden el tiempo con cosas absurdas, inútiles que no les aportan nada, salvo una satisfacción momentánea y pasajera. Viendo la tele-basura, jugando horas y horas con los videojuegos, chateando, etc. Y lo mismo sucede con la gente que va corriendo siempre de un lado para otro, y pocas veces son siquiera conscientes del precioso valor del ahora, del presente, del único espacio temporal real en el que se puede vivir…

            Ya estamos llegando a la situación de personas que venden o alquilan su tiempo, en vez de compartirlo. A este paso, los listos que ahora manejan la economía del mundo, acabarán incluso acaparando nuestro tiempo haciéndonos esclavos de ellos. Así, los más ricos tendrán siempre tiempo para hacer lo que quieran, mientras que los pobres tendrán cada vez menos, tratando de trabajar para sobrevivir.
            Pero al final, muchos no llegan a comprender que el tiempo en realidad es el mismo para todos, porque no se puede alargar la vida artificialmente, por mucho poder o dinero que se tenga. Cuando te llega tu hora, no hay salida.
            Me consuela saber que el tiempo es solo un concepto abstracto que nadie puede acumular al no ser un fenómeno físico… Si no fuera así, me preocuparía mucho.

            Todos, algunos más y otros menos, vamos caminando por la vida interpretando un papel, con una bonita máscara que oculta nuestra verdadera personalidad, aquella que aún ocultándola, pensamos que es la nuestra.

            Pero todos también, en mayor o menor medida tenemos ese pequeño espacio en cualquier momento de nuestros días en el que un halo de tristeza o amargura se cuela al exterior y nos hace momentáneamente pararnos a reflexionar sobre el porqué de muchas cosas.

            En nuestra vida nos encontramos muchas veces en circunstancias en las que nuestros estados emocionales nos superan. Nos hacen salir poco airosos de las situaciones. Quedamos mal, padecemos terriblemente y les hacemos la vida imposible a los que nos rodean. ¿Quién no ha pasado alguna vez por un infierno de celos, de odio o de resentimiento? ¿Quién no conoce la incomodidad, por decir algo, del deseo exagerado, del orgullo herido o de un carácter agresivo?


            Existe una gran variedad de estas emociones, siendo las más importantes: ira-odio-resentimiento, deseo, estupidez-limitación-ignorancia, orgullo, envidia-celos, codicia-avaricia.


            Todas las demás emociones conflictivas son una combinación de estas seis.

            El Buda dijo que estos estados emocionales son como venenos mentales, velos que cubren nuestra verdadera naturaleza y que no nos dejan ver claramente la realidad. Y aunque no se hagan manifiestos todo el tiempo, su semilla está enraizada en nosotros de tal manera que, cuando surge el detonante adecuado, se manifiestan con presteza.
            Todas las prácticas de meditación budistas tienen como objetivo, directa o indirectamente, trabajar con estos velos, para hacerlos cada vez más sutiles y, finalmente, transformarlos en lo que realmente son: sabiduría primordial. En general, el objetivo de la meditación es desarrollar un estado mental tranquilo y claro, sereno y lúcido, y mantenerlo durante todo el día. De esta forma el meditador consigue ser consciente de lo que pasa por él, y en cuanto empieza a surgir el aguijón de un estado mental negativo, lo ve y puede decidir lo que quiere hacer con él: alimentarlo con diversos pensamientos hasta que se desborde y se exprese al exterior; o bien reprimirlo y guardarlo. Pero el meditador sabe que ninguna de estas dos cosas es la solución. Ambas hacen daño y perpetúan la tendencia a seguir reaccionando de la misma manera. El meditador se convierte en el observador de su estado mental, dejando que la tempestad se apacigüe por sí misma al no alimentarla con nuevos pensamientos.
            Pero hay que analizar profundamente los engaños de la propia mente, creados por el ego…

            A causa de la ignorancia en nuestra mente, no vemos las cosas como son, sino que las vemos a través de un condicionamiento subjetivo y contaminado, buscando en el mundo exterior apoyos, objetos o personas que nos den la seguridad que nos falta en nuestro interior.


            Debido a la tendencia ignorante de exagerar y solidificar todas nuestras percepciones, tendemos a aferrarnos a todas las personas y objetos agradables que nos encontramos, como si fueran verdaderas fuentes de seguridad y felicidad: nuestros padres, amigos, parejas, hijos, el dinero, la reputación, las posesiones, etc.

            Creamos así un síndrome de dependencia en estas personas y objetos sin los cuales no somos capaces de estar felices o seguros. Exigimos a estas personas y objetos continuo apoyo. Por ejemplo, exigimos a nuestros padres que sean perfectos, aunque es imposible que lo sean. Cuando a lo largo del tiempo, las imperfecciones de estos objetos salen a la vista, o estamos forzados a separarnos de ellos, empezamos a sentirnos engañados y otra vez solos e inseguros. A este aferramiento ansioso a los objetos y personas agradables, con una excesiva dependencia en ellos, Buda le llamó apego. Éste es el segundo de los tres venenos que contaminan nuestra mente.

            Como resultado de una desatinada búsqueda de felicidad en el exterior, nuestro planeta está siendo destruido, y nuestras vidas se están convirtiendo en más complicadas e insatisfactorias. Nuestros miedos e inseguridades han hecho que lleguemos incluso a crear armas de destrucción masiva que ponen en peligro la vida de millones de seres. ¿No existe algo más absurdo que esta enorme incoherencia humana?


            En vez de culpar a los demás por nuestros problemas, si nos adiestramos en la meditación, no hay duda de que podremos poco a poco reducir y finalmente lograr eliminar estos tres venenos de nuestra mente y lograr la verdadera paz del Nirvana.

            Con esta paz que surge de pura energía de sabiduría, aunque tengamos que vivir en este mundo rodeado de personas confusas y estresadas y aunque todavía tenemos que envejecer y morir, estas circunstancias externas no pueden perturbar nuestra paz interior y con amor podemos dedicarnos a beneficiar a los demás y ayudarles a purificar su mente y lograr el mismo estado puro de la iluminación, el estado de un Buda.

            Buscamos con vehemencia soluciones a nuestros problemas y sufrimientos en lo externo, en todo lo material, sin darnos cuenta de que es solo en el centro de nosotros donde podemos encontrar la única solución posible.


Cuando te acercas demasiado a una figura de un Buda,
verás que es solo una estatua de piedra o madera;
Cuando te acercas demasiado a un maestro, verás que es solo un hombre.

            Idealizamos siempre las representaciones de las personas, confiriéndoles identidades que muchas veces no poseen, en vez de dedicarnos a estudiar lo que nos transmiten.
            Pero cuando descubrimos esa realidad como persona, como ser humano que es, ya parece que no nos sirve; que no nos puede enseñar nada porque le equiparamos a nuestra propia identidad. Perdemos así la perspectiva correcta de relacionarnos con el maestro y eliminamos la posibilidad de poder seguir aprendiendo. Pasamos de una veneración a veces irracional, al compadreo más banal. Relacionándonos de tu a tu con un maestro, perdemos la perspectiva real y la distancia necesaria para ver con claridad sus enseñanzas.
            Pero que tú no seas capaz de ver a un maestro como tal, no significa que ya no lo sea o que no lo haya sido anteriormente. Lo único que cambia es tu perspectiva; el lado desde el que miras la montaña. Si pierdes esa perspectiva y forma de comprender lo que es un maestro, te conviertes en un ser insignificante a los pies de una montaña. La grandeza de quien observa, es darse cuenta de la magnitud y belleza de la montaña, y no de la piedra que tiene delante.
            Y podrás manipular la piedra que tienes a tus pies, romperla, desplazarla o tratar de tirarla lejos; Pero siempre seguirá formando parte de la montaña, por muy lejos que logres arrojarla. A un maestro, tus críticas no le afectarán en gran cosa, forman parte de su propio aprendizaje y lo usará para crecer.
            Toda esta reflexión surge del koan sobre la montaña, que tantas veces repito en mis charlas y que dice más o menos así:

Primero, una montaña es una montaña.
Luego, cuando la miramos bien, ya no es una montaña.
Es cualquier otra cosa, menos una montaña.
Y cuando la miramos con claridad, vuelve a ser una montaña.
Al final la montaña es una montaña, pero ya nada es igual.


lunes, 4 de marzo de 2013

Los ciclos de la vida

Cuando aceptamos los ciclos naturales de la vida, acabamos descubriendo que cada etapa lleva en ella una dimensión espiritual.
Que cada etapa aporta su parte de experiencia y de sabiduría.

El adolescente, con sus sentido de la rebelión y la independencia, tiene la determinación de encontrar la verdad por sí mismo, sin dejar que prevalezca la palabra o el consejo de nadie, sobre su propia experiencia.

La vida adulta aporta naturalmente su parte de apertura y de tareas espirituales. Un descubrimiento de "todo lo que hay detrás de las cosas". Nos volvemos más responsables y más solícitos con nuestra familia, nuestra colectividad y el mundo en que vivimos.

Con la madurez, nos volvemos espontáneamente más contemplativos. Nos sentimos interiormente impulsados a buscar períodos  de reflexión, a tener perspectiva, a permanecer en armonía con nuestro corazón.

Siempre es necesario saber reconocer cuando se acaba una etapa de la vida. Si insistes en aferrarte y permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto de las cosas.

Cerrando ciclos, cerrando puertas o cerrando capítulos, como quieras denominarlo, lo importante es poder cerrarlos, dejar ir momentos de la vida que se van clausurando.

No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos el porqué. Lo que sucedió, sucedió y hay que soltar, hay que desprenderse. No puedes vivir en el pasado ni sufrir por lo que ocurrió en él.

No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros.

Los hechos pasan y hay que dejarlos ir. por eso a veces es tan importante destruir recuerdos que nos atan al pasado, regalar presentes, cambiar de casa, documentos por tirar, libros por regalar o vender. Los cambios externos suelen simbolizar procesos internos de superación.

Déjalos ir, despréndete de ellos, de todo, suéltate...

Piensa, reflexiona en lo que estás haciendo ahora mismo aquí, leyendo esto, en este preciso instante y lugar... en la intimidad contigo mismo...

Es el único lugar que existe, el único momento en que puedes respirar... en el aquí y ahora.

La mente dual


¿Porqué el ser humano es sustancialmente incapaz de asimilar su incomprensión de cómo funciona la mente? ¿Por qué una y otra vez cae en el mismo error, en la misma conducta destructiva para él mismo y para los demás?
            ¿Por que llevamos miles de años insistiendo en cómo deben ser las cosas para que seamos más felices – meta de casi todos los seres vivos conscientes - , pero seguimos repitiendo la misma conducta destructiva y nociva, haciendo siempre lo mismo?
            Sin duda porque buscamos en el lugar erróneo. Buscamos en la satisfacción constante de nuestros deseos, lo que en realidad no tiene fin. Y buscamos en lo superficial, en lo material, como si el hecho de poseer las cosas nos proporcionara la llave de la felicidad. Y no es eso en absoluto.
            Creo, en último término que ni siquiera hay que busca la felicidad y que ésta aparecerá cuando nos sentemos y dejemos de buscarla. Porque siempre la hemos llevado dentro…

            ¿Qué podemos hacer cuando personas ajenas a uno mismo, manipulan a su antojo la realidad de las circunstancias en las que uno se desenvuelve? Porque tú puedes adaptarte a la realidad que has creado en el mundo de los fenómenos, pero cuando te modifican esas circunstancias y te obligan a vivir en ellas, te sientes impotente, despojado de toda capacidad de crear amor e ilusión.

            Un prisionero en una celda es capaz de crear un espacio de libertad en su mente, si, por supuesto, pero su cuerpo seguirá prisionero del mundo físico donde le han colocado contra su voluntad. Y en esencia somos un ser completo, es decir, que el cuerpo y la mente son indivisibles e inter-dependientes. Entonces esa libertad, no es del todo real, sino ilusoria.

            Una persona enferma puede crear en su mente una sensación libre de su enfermedad, pero seguirá unido a su cuerpo físico, al contenedor de su mente. Y tarde o temprano tendrá que tomar contacto con su estado físico, con su dolor y sufrimiento. No puedes estar toda la vida manteniendo alejada tu mente de tu cuerpo físico y de sus percepciones.

            Un pobre padre de familia es capaz de crear ilusión en sus hijos, con sonrisas y mucho amor, pero no podrá llenar con ello sus estómagos vacíos si no tienen para comer. La acción física es necesaria para alimentar y sostener el aspecto interno y espiritual. Todo es interdependiente en este sentido de las cosas.

            El contenido de un cuenco, puede existir en él precisamente por ser lo que es; un vacío capaz de contener algo.

            Cuando una persona percibe una circunstancia o un fenómeno del mundo material, lo hace siempre a través de sus seis sentidos (aunque básicamente perciba como reales solo cinco). Esto produce una reacción, también en el mundo fenoménico que conduce a nuestras interrelaciones, a nuestras comunicaciones. Es el mundo en el que nos desenvolvemos. Y esa reacción es también la que nos conecta con nuestro mundo interior, de donde surgirán siempre nuevas reacciones a esas percepciones.

            Cuando esos fenómenos –sobretodo los negativos- se repiten en forma similar en el tiempo y espacio, los percibimos no ya a través de nuestros sentidos físicos, a lo que estamos habituados, sino que esa percepción surge de nuestros recuerdos.
            Y en ese ámbito de los recuerdos no hay experimentación directa de los fenómenos, es decir, la herramienta que usábamos para interpretarlos no está en el presente, sino que echamos mano de los recuerdos que tenemos de ellos. Así, el recuerdo de un dolor sufrido, no es realmente doloroso a los sentidos físicos, y por lo tanto no influye o no puede influir de manera real y efectiva en nuestras reacciones.
            Recordar un dolor físico no es fisiológicamente posible, aunque sí podemos recordar la sensación que nos produjo en su momento; Sensación sobre la que nos basamos para creer ilusoriamente que revivimos realmente ese dolor, que lo volvemos a experimentar de nuevo. Pero eso es solo un recuerdo, una proyección de nuestra mente. Habría entonces que matizar la diferencia entre el dolor físico –percibido a través de los sentidos- y el dolor emocional, surgido desde la mente y que puede tener causas externas o internas.

            Así repetimos una y otra vez las emociones y conductas destructivas, sin percibir que realmente reaccionamos sobre una proyección irreal en el tiempo y espacio del mundo de los fenómenos. De esta manera no estamos casi nunca en el aquí y ahora, en el momento presente, ni percibimos las cosas como realmente son.

            Esto ya fue expuesto por el psicólogo alemán Edmund Husserl, con su ‘reducción fenomenológica’, una manera de ver y percibir las cosas sin una creencia previa sobre los fenómenos y verlos tal y como se presentan. En un principio es una filosofía interesante, pero puesta a prueba bajo la lupa de la práctica del pragmatismo humano, vemos importantes carencias que la hacen bastante inviable.
            Y esta supuesta inviabilidad es la que en ocasiones nos llena de desesperanza, un veneno que va invadiendo muchos aspectos de nuestra vida y nos convierte en seres llenos de miedo, de oscuridad y de desamor.

            El resentimiento es un claro ejemplo de esto que estoy exponiendo. Resentimiento no significa otra cosa que “volver a sentir” una experiencia dolorosa cuando los mecanismos de percepción no son ya reales, sino recreados en nuestra mente. Así alimentamos una experiencia lejana en el tiempo con emociones actuales, creando y manteniendo una continua sensación de realidad que no existe salvo en nuestra mente. Queremos así mantener ‘viva’ la sensación que en su momento nos produjo esa circunstancia o experiencia para justificar nuestro supuesto papel de victima. Y eso nos va envenenando poco a poco.

            Una flor no es nunca ni bella ni fea, es una flor. Una persona no es alta, gorda o mentirosa; es simplemente una persona. No ver a un perro como perro, sin adjudicarle adjetivos, es no verlo en absoluto. Así esta forma de percibir los fenómenos nos separa de su verdadera esencia y fortalece nuestro ego, nuestro sentido del Yo, porque eso nos confiere supuestamente poder sobre esos fenómenos. Los adjetivos que le atribuimos como identidad propia, son ilusorios y en cualquier caso subjetivos.

            Nadie es mala o buena persona, ni nada es bueno o malo en si, como forma de identificarlo. Esta manera de clasificar las personas o los fenómenos conduce a una visión dualista, que nos separa de la realidad y nos aleja de la idea de que todo somos parte de la misma cosa.
            Pero esto no significa que tengamos que abstenernos de admirar la belleza de una flor o disfrutar de nuestro perro. Porque, aunque le hayamos adjudicado esa cualidad, no le damos importancia ni nos relacionamos exclusivamente a través de la misma. Es decir, deja de ser un condicionante que nos impide relacionarnos con las cosas y sus circunstancias.

            Cuando por ejemplo, tachamos alguien de mentiroso, no solo estamos percibiendo y proyectando una realidad falsa, sino que ponemos en marcha una reacción en cadena, pues posiblemente esa persona dejará de tener interés en comunicarse con nosotros. Este hecho se repite millones de veces al cabo de cada momento en las comunicaciones de los humanos, lo que crea un océano de conflictos, todos inter-relacionados, como una inmensa e infinita tela de araña.

            Creamos así un mundo falso, desprovisto de humanidad y basado en lo material… (¿No os recuerda esto a la película "Matrix"?)

“Somos capaces de pintar el más hermoso de los árboles,
pero no lograremos jamás que ningún pájaro se pose en sus ramas…”


           
            Nuestra identidad en el mundo de los fenómenos en el que nos relacionamos, esta determinada por dos factores: uno por nuestra propia percepción de lo que somos y el otro por la relación que los demás establecen con nosotros.
            Podemos, sin ser conscientes de ello, considerar que nuestra identidad –a la que adjudicamos una elevada credibilidad – está constituida por muchas cosas, como la raza, nuestro cuerpo, nuestras creencias o nuestros pensamientos.

            De alguna manera existimos en el mundo fenoménico a través de la percepción de los demás. A esto nos hemos acostumbrado desde muy temprana edad, de modo que constituye ya nuestra manera de pensar. Es el origen de la existencia del Yo.

            Nos sentimos reconocidos por nosotros mismos a través de la respuesta a los fenómenos y a la relación con los semejantes. Cuando alguien nos aprecia, nos ama o le caemos bien, nos sentimos reconfortados. Cuando se nos odia, detesta o le caemos mal, nos sentimos mal, nos incomoda. En cualquiera de los casos, se ponen en marcha los mecanismos de las emociones que nos hacen sentir. La indiferencia no nos proporciona nada en lo que reflejarnos. La indiferencia es en realidad una vía de escape de nuestro miedo.

            Esto me lleva a pensar en que, cuando alguien, con quien hemos tenido una estrecha relación sentimental, nos abandona, o nos echa de su lado, nos sentimos como que nos falta algo. Y es precisamente ese algo, esa idea de identidad de uno mismo, proporcionada por los demás la que nos falta.

            De esta manera, estar demasiado apegado a una persona o situación emocional, cuando ésta nos falta, puede hacernos sentirnos muy vacíos. Podemos sentir que hemos perdido el sentido de la vida, pues vivíamos la misma a través de nuestra interrelación con los demás y los fenómenos.

            Cuando esto nos falta, ¿Cómo o, a través de qué vivimos la vida?

sábado, 2 de marzo de 2013

Disciplina...


Hablar hoy en día de disciplina, es casi como hablar de algo anacrónico, algo perteneciente a otras épocas u otros países de órbita denominada comunista…
      Esta acepción, la palabra disciplina, tiene grandes connotaciones psicológicas y sociales y por desgracia se viene asociando últimamente a emociones o actitudes negativas.

      Podemos hablar de varias maneras de entender o interpretar el sentido de esta palabra, pero en el fondo, todo es lo mismo; Se reduce a la capacidad que tiene –o debería tener- el ser humano para adquirir unas normas y pautas ordenadas que le permitan evolucionar a través de la vida.


      Disciplina se requiere en el trabajo, pues va asociada al concepto de constancia, método, esfuerzo y control. Nuestra sociedad en cambio nos machaca insistentemente en tratar de conseguir cosas sin esfuerzo – aprenda inglés en 3 días sin esfuerzo… reduzca 12 kg de peso en dos días sin esfuerzo… aprenda a nadar sin esfuerzo… etc. Toda parece que haya que obtenerse sin hacer grandes esfuerzos. Ya ni con el mínimo esfuerzo…

      En las clases y entrenamientos de Kung-fu de nuestra escuela, los actuales practicantes tienen el sentido de la disciplina algo 'relajado'. Son débiles de mente y cualquier esfuerzo físico les supone un escollo duro de superar, por lo que muchos desisten y dejan la práctica. Quieren conseguir resultados, pero sin esforzarse mucho… Y si les fuerzas un poco, se sienten casi humillados, golpeados en su orgullo (ego), pero muy lejos de reconocer que están fracasando en sus propios proyectos, y no precisamente por causas ajenas.

      Pero toda cosa que consigamos sin esfuerzo, no nos aportará absolutamente nada de enseñanza, estará vacío de valor intrínseco, es decir, no aprenderemos a valorarlo en su justa medida. Por lo tanto, no nos aporta nada. De esta manera le adjudicamos un valor exagerado a todo lo material, a todo lo que se puede comprar con dinero, un valor que no se sostiene durante mucho tiempo. El justo hasta que encontremos otro objeto con el que sustituir al anterior (que ya no tiene valor, porque en realidad no lo tuvo nunca porque no aprendimos a valorarlo)...

      Disciplina significa adquirir con el trabajo continuado y el control de nuestras emociones, valores en la vida. Significa conseguir cierto equilibrio entre lo que deseamos y lo que conseguimos.

      Un niño indisciplinado, al que se le consienten todos los caprichos y hace lo que le viene en gana, se convierte de adulto en una persona débil, vulnerable a los vaivenes de la vida. Dejarle hacer lo que quiera, para no traumatizarle, es desposeerle de los mecanismos de aceptación de cierto grado de frustración. Lo contrario es la poca o nula tolerancia a la frustración. La sobre protección en la que en nuestro país hemos encumbrado -hundido- a los menores, no les ha hecho ningún favor en realidad. Ha ido creando pequeños monstruos y tiranos que ahora no sabemos controlar. Ahora queremos poner parches y achacar a otros factores las causas de este fracaso social. La ley actual sanciona gravemente a los padres que aplican castigos a sus hijos, incluso llevándoles a prisión en casos determinados. Se les ha quitado la potestad real de educar a sus hijos, porque esa educación implica una disciplina.

      Para educar, es necesaria la disciplina, sin duda alguna. Sin orden ni alguien que ejerza de guía, el caos se instala en cualquier ámbito de la enseñanza y de la familia y no hay progreso, solo fracaso. Sobretodo en el ámbito familiar las cosas se han desdibujado notablemente. Se ha dejado la obligación de educar en un segundo término, convirtiendo conductas emocionales, en el fondo negativas, en algo post-moderno y de vanguardia (como que los padres son amigos o colegas de los hijos, de que una ‘colleja’ es maltrato infantil y tonterías similares), muchas veces por miedo a las hipotéticas consecuencias legales, o por simple dejadez de su función de padres. Unas funciones que pretendemos delegar en los maestros, en la escuela o en la misma sociedad. ¿Qué clase de sociedad pretendemos construir con ideas y actitudes así?

      Disciplina en el trabajo, con los compañeros, en los estudios de la escuela, en las relaciones laborales, en las relaciones familiares y sobretodo, la más importante: la disciplina con uno mismo. Y esto hay que aprenderlo ya desde pequeño*, porque de lo contrario –y los hechos cotidianos así lo señalan- tendremos una sociedad cada vez más insolidaria, caótica, dependiente de los demás y débil, incapaz de afrontar y superar los problemas con cierto grado de éxito y satisfacción. 
        *(porque, como decía mi amigo y Maestro de Kung-fu Gonzálo Pintor: "El pincho, desde chico pincha"...)


      Y quizás no venga al caso –que creo que si- pero toda esta dejadez de funciones, de falta de disciplina en todos los ámbitos, de mirar hacia otro lado y de adormecernos en la perdida de valores, ha propiciado el que tengamos esta grave lacra de corrupción en nuestro país. Ha conseguido que se instale en nuestro sistema social un cáncer que ha corroído muchos aspectos de la vida política y social, donde unos pocos lobos carroñeros –demasiados para mi gusto- se han forrado descaradamente a costa de los muchos otros ‘borreguitos’ de la clase media que, cómodamente asentados sobre sus ficticios valores lo han permitido.

      ¡A ver si despertamos ya de una puñetera vez!... (y perdón por la expresión).