China
– 2005
Reflexiones recogidas durante uno de mis viajes a la montaña de Songshan, para estudiar con los monjes ermitaños...
Interpretamos constantemente un papel, un rol
de algo o de alguien. No somos íntegros en nuestras acciones, emociones y
sentimientos. Mostramos solo una parte fragmentada de nosotros mismos, y raramente abandonamos nuestros papeles.
Esa fragmentación de nuestro ser conduce
hacia estados de infelicidad, porque no podemos percibirnos con claridad. Aun
así, seguimos pensando que somos una identidad concreta.
Pero mientras no consigamos unir en armonía
todas nuestras partes y cualidades, no podremos considerarnos un ser completo,
en paz y lleno de compasión y felicidad.
De esta manera, nunca estamos presentes en el
ahora, dejando nuestro espacio interior vacío, vulnerable, para que las
energías y emociones ajenas nos invadan.
En nuestra inconsciencia, nos alegramos del
sufrimiento y las desgracias ajenas. Parece que así, ilusoriamente, mitigamos
en parte nuestro propio sufrimiento.
Así casi vivimos más las vidas ajenas, que la
nuestra propia. Sufrimos lo ajeno y hacemos nuestra la infelicidad que nos
viene. Vivimos casi de prestado, alejándonos cada vez más de nuestra esencia,
de la fuente de nuestro sufrimiento, y por lo tanto, de la posibilidad de hacer
algo para cambiar.
Nunca logramos ser de verdad quien somos
realmente, e interpretamos situaciones, gestos y emociones que ni siquiera son
nuestras, pues pertenecen a la irrealidad.
Muy pocas veces somos conscientes de lo que
pensamos o decimos realmente. Estos pensamientos suelen surgir de nuestra mente
racional, sin conexión alguna con el corazón.
Solemos decir que somos o nos comportamos
como ‘seres irracionales’, cuando en realidad lo que decimos es que somos seres
inconexos en nuestra propia identidad. Un animal no es racional, pero usa de
manera adecuada sus instintos naturales y sus emociones. Nosotros tenemos esa
misma cualidad, además del intelecto, que nos sirve para comprender lo que
hacemos, y la conciencia, para saber porqué
lo hacemos, pero no actuamos desde la unidad de todo nuestro ser.
Así, en muchos casos, nuestras vidas se van
asentando sobre moldes previsibles, mientras que no hacemos otra cosa que
contemplar con tristeza nuestros sueños rotos o vacíos.
Porque, en último término, la vida es todo
aquello que nos va sucediendo, mientras nos empeñamos en hacer planes de otras
cosas....
Pretendemos estructurar todas las parcelas de
la vida, sin darnos cuenta que nada sale luego como lo hemos planeado, pues
intervienen tantos factores externos – e internos propios – que lo hacen
imprevisible.
Cuando planeamos algo así, interviene el
intelecto, pero luego vivimos con las emociones y este intelecto que lo planea
todo, solo nos servirá para comprender lo que está sucediendo.
Es como querer encauzar un río; todo estará
más o menos controlado, hasta que surjan lluvias torrenciales y
desbordamientos, que harán que el río tome su propio rumbo y dirección, lo cual
será poco previsible. No podremos controlar por donde fluye el agua ni el nuevo
cauce.
En la vida sucede lo mismo...
Quizás en algún momento comprendamos que
somos nosotros los creadores de nuestra realidad, de la realidad que nos rodea.
Pero debemos también comprender que debemos asumir las consecuencias de
nuestras acciones y pensamientos, pues los hemos creado nosotros mismos.
A nivel molecular o celular, es importante la
información que percibamos del exterior, de cómo la interpretemos, para crear
un estado de salud –incluso mental- sano. Nuestras creencias, muchas veces
inducidas subliminalmente en nuestras mentes, son como filtros que clasifican
esa información del exterior y eso es el condicionante de cómo reaccionamos en
nuestra comprensión de la vida.
Si nuestro organismo –hablo siempre a nivel
molecular- recibe continuamente estímulos o experiencias externas negativas, o
al menos así queremos procesar esa información, ese organismo acabará
enfermando. Si, en cambio procuramos transformar toda esa información en algo
positivo, la interpretación que hará el organismo será algo también positivo.
Es por ello que los maestros me insisten en
que debo poner más alegría en mi vida. Es por ello que el budismo reconoce que
la atención plena y una actitud meditativa, conducen a un estado del ser más
equilibrado, más en sintonía con la naturaleza y con el presente.
Deberíamos cambiar mucho nuestros paradigmas
vitales, que creo erróneos en muchos sentidos y replantearnos las respuestas a
las eternas preguntas que todos nos hemos hecho tantas veces. ¿De dónde
venimos?... ¿A dónde vamos?... ¿Y que hacemos aquí?...
Desde mucho tiempo atrás se nos han ido
inculcando unas respuestas erróneas desde muchas corrientes de pensamiento,
instituciones religiosas e incluso desde estamentos científicos, que no conducen a comprender al ser humano
como algo holístico, sino que pretende dividirnos.
Y eso es lo que tenemos en nuestra sociedad
actual, un modelo de pensamiento alineante y materialista que nos llevará en
poco al fracaso más absoluto como seres humanos.