miércoles, 16 de abril de 2014

El camino

30 años de camino…
            Cierto lejano día, de cuya fecha no logro acordarme, tomé la decisión de emprender un camino de vida, sin fijarme meta ni trazar sendero alguno, desde la pequeña aldea de mi corazón, al vasto e incierto mundo…
            Cargué con una pequeña mochila como equipaje, llena de sanas intenciones, con trozos de ilusión como alimento para el camino y los ojos muy abiertos en todas las direcciones. Llevaba frescos brotes de conocimiento y viejas ramas secas de consejos y enseñanzas de mis maestros. Para calmar la sed de mi curiosidad, confiaba en encontrar las experiencias necesarias por el camino. Mi vaso lo llevaba vacío…
            Atravesé hermosos paisajes y extensos países, llenos de oscuros valles, frondosos bosques, áridos desiertos y altas montañas. Ciudades y aldeas llenas de gente de todo tipo y condición que me iban enseñando cosas de la vida; Que me regalaban experiencias para el camino. Aprendí muchos idiomas para poder comunicarme con todos y comprender las cosas que me decían. El lenguaje silencioso del corazón lo captaba todo…
            Un camino, a veces tortuoso y lleno de obstáculos, de peligros para el corazón y el alma, y de dispersión para la mente ignorante. Otras veces, las experiencias eran de placer, felicidad y gozo para el alma, lleno de alegrías, sonrisas y caricias, pero también lleno de tristezas, llantos y dolor. Todas las cosas eran como pétalos que conformaban una flor que estaba madurando y abriéndose a la vida. Era la vida misma.
            La filosofía de las enseñanzas de mis maestros me abrió puertas al conocimiento, a la diversidad del ser humano, y las ramas secas que portaba me sirvieron para alimentar un pequeño fuego donde calentarme en momentos sombríos y fríos del camino. Un pequeño fuego que me aportó la luz para no abandonarlo y seguir con los ojos abiertos, buscando…
            Encontré mucha gente maravillosa, que me indicó el camino a seguir, que me alimentó el alma y cuerpo y me protegió de los peligros de los engaños del camino. Me sumergí en tormentas emocionales, donde fui zarandeado y vapuleado por la sinrazón e ignorancia del ser humano. Pero nunca perdí del todo el control del timón de mi pequeño barquito en esas terribles tormentas ocasionales provocadas por las circunstancias de la vida.
            Mi ego trató muchas veces de confundirme, de dispersar mi mente, de no dejarme ir soltando lastres inútiles que me impedían progresar, pero la medicina de la humildad, la paciencia y la tesón, regalo de mis maestros, hizo su efecto y me mantuvo en el camino adecuado.
            Nunca seguí los pasos de nadie ni caminé tras las huellas de ningún ídolo; Quería trazar mi propio camino, quizás con los zapatos de mis maestros, pero con mi propia determinación, mi propia identidad.
            Esos pasos me llevaron, casi por casualidad o causalidad, hacia tierras del lejano oriente, hacia el país del gran dragón durmiente, China, buscando las raíces de mi arte, el kung-fu de Shaolin. Quizás buscando mis propios orígenes. Quizás buscando el profundo porqué de todo mí ser. Sin duda buscando respuestas para comprender muchas cosas. Y encontré lo que creí era la meta final, el monasterio Shaolin, pero que resultó ser la verdadera estación de partida de otro viaje, mucho más importante, largo y complejo, que todo lo caminado hasta ahora…Un viaje hacia mi interior; Hacia el centro de mi ser, a descubrirme como persona y comprender el sentido de mi vida.
            El mismo instante de pisar las escaleras de la entrada a ese mítico lugar, se me reveló el propósito real de tan largo viaje, que no era otra cosa que encontrarme a mí mismo. Así, allí rodeado de imponentes y mágicas montañas y envuelto en jirones de nubes siempre blancas, aprendí mucho acerca de mi ser y mi relación con todos los demás. El largo camino recorrido era solo una preparación para poder adquirir las herramientas necesarias para comprenderlo.
            Un viaje de casi 40 años, para llegar al centro de mi alma, al núcleo de mí ser. Algo que siempre llevé conmigo y que intuía, pero que nunca logre ver antes. Tenía los ojos velados por los miedos y la ignorancia de la mente egótica.
            Los maestros y monjes me ayudaron a través de las enseñanzas del Chan, a despojarme de esos velos que nublaban mi mente y pude retomar el camino de regreso a mi pequeña aldea, con las ideas claras y el corazón lleno de compasión por todos los seres.
            Mi kung-fu, aun siendo el mismo, había cambiado y eso traté de transmitirlo a los alumnos que seguían mis pasos. Traté de inculcarles la pasión por lo que hacían; por todo lo que hacían en realidad. Traté de mostrarles un camino y una manera de caminar, de transitar por la vida, con respeto, amor y trabajo y les entregué a algunos, parte de lo que yo mismo en su momento, años atrás llevaba en mi propio equipaje.
            Así, ahora en este preciso momento del presente, no miro atrás con nostalgia por cosas vividas o perdidas, sino con la mirada profunda de reconocimiento hacia todo aquello que me sirvió para ser lo que ahora soy. De reconocimiento y agradecimiento a todos aquellos que se cruzaron en mi camino, para bien o para mal, porque ahora todos forman parte de mí ser, de mi experiencia y mi esencia. Y yo formo parte de todos ellos también. Así es la vida. Así, todos somos en verdad, una sola cosa. Y ante eso solo cabe el silencio, el respeto profundo y el amor incondicional hacia todos y todo.
            Gracias por leerme…
            Nanmo Amituofo

            Shi Yan Jia – Abril 2014