La experiencia de los años, el
estudio del budismo y las circunstancias personales en las que me he movido, me
han enseñado y mostrado como nuestro pensamiento y nuestras acciones crean la
realidad en la que nos desenvolvemos todos. Seamos conscientes o no. Es un hecho
fácilmente constatable por poco que ahondemos en la reflexión y observación de
todos los fenómenos que nos rodean.
Un pensamiento repetitivo negativo conduce a una actitud también
negativa y eso forma poco a poco el carácter de la persona, que se vuelve
miedosa, aprehensiva, apática, desagradable, desconfiada, rencorosa, orgullosa,
egoísta, introvertida y poco comunicativa social y afectivamente. Es decir,
potenciamos todos los valores o defectos negativos del ser humano, lo que
conduce indefectiblemente a la infelicidad más absoluta. Cuanto más nos
habituemos a ésta actitud negativa, más acciones derivadas de ella surgirán en
nuestro día a día. Nos habituamos a verlo todo negro, o como mucho gris y
nuestras respuestas a cualquier estímulo externo, serán siempre defensivas, con
cierto miedo incluso a estar contento, a disfrutar y a crear ilusión por
cualquier cosa. Toda esa actitud tiene una “respuesta espejo”, es decir, que en
realidad lo que percibimos es solo una mera interpretación de nuestra mente y
los sentidos físicos (influenciados por el pensamiento) de los fenómenos
externos. Así interpretamos continuamente como negativo cualquier hecho que
ocurra en nuestro entorno, con independencia de su verdadera realidad no
condicionada. Y lógicamente respondemos hacia lo que hemos interpretado desde
nuestra percepción condicionada por nuestros pensamientos., lo que genera, casi
siempre una respuesta también negativa.
Todo ello nos va alejando paulatinamente de la posibilidad
de ver las cosas hermosas de la vida, de relacionarnos con ilusión y entrega
con los demás. Y entonces comienza la segunda fase del problema –un problema
que por supuesto no asumimos que pueda existir, porque todo es siempre “culpa”
de los demás-, nuestra respuesta hacia el entorno, hacia todo lo que nos rodea.
Esa sensación y convencimiento de que todo es siempre culpa de los demás y de
que nosotros somos solo las víctimas de las circunstancias, nos conduce a
pensar que nosotros estamos en lo correcto y de que no tenemos que cambiar
nada. Es el mundo el que tiene que cambiar porque va mal. Se produce entonces
una profunda quiebra entre la realidad que percibimos e interpretamos y
nosotros, como si fuéramos entidades separadas. Y esto es un gran error, porque
si nos instalamos en esa idea, es complicado encontrar luego una solución a ese
conflicto interno que, tarde o temprano acabará por surgir a la superficie.
En esta segunda fase, será el propio entorno el que acabará
percibiendo nuestra negatividad y eso conduce sin duda a cierto rechazo hacia
nosotros. A percibirnos a su vez como algo o alguien desagradable, poco amable
y sin mucho interés de relacionarnos con nosotros. A su vez percibiremos esa
apatía hacia nosotros y la usaremos para justificar lo que pensábamos, que eran
los demás y no tú el que propiciaba esa situación. Con ello estaremos además,
alimentando nuestro ego y orgullo que se hará más fuerte en nuestro carácter. Y
ese orgullo insano solo nos hará más fuertes en nuestro convencimiento de que
somos nosotros los que tenemos siempre razón. Ese orgullo es el arquitecto de
la muralla que luego construimos a nuestro alrededor con nuestras acciones. Y somos
incapaces de abrir las puertas de esa muralla (el corazón) para dejar entrar la
razón. Pensaremos desde ahí, que son los demás los que nos excluyen, los que no
nos quieren o a los que no interesamos. De esta manera vamos perpetuando
nuestro carácter agrio y amargado. Pero luego nos quejamos precisamente de cómo
nos perciben los demás…
Y nos relacionamos así con la familia, con nuestros amigos,
con nuestra pareja, con nuestros compañeros de trabajo o los jefes, con el que
se cruza con el coche, con el vecino, con el que aparca mal, etc.… ¿De verdad
todo está tan mal?... ¿Nos hemos preguntado que parte de responsabilidad
tenemos nosotros en esas situaciones?... ¿O si de verdad son tan negativas como
las percibimos?... seguramente que no…
Cuando comenzamos a darnos cuenta de esta realidad, la de
que nuestra realidad la creamos nosotros mismos a través del pensamiento y sus
consecuentes reacciones, algo empieza a cuestionarse en nuestra mente. ¿Hay
posibilidad de cambiar eso?... Pues sí, sin duda podemos cambiar esa tendencia
negativa y empezar a ver las cosas de otra manera. Podemos ser más positivos y
crear un entorno también más positivo y amable. Igual que los pensamientos
negativos crean malas vibraciones, el pensamiento en positivo las crea en
positivo. Basta con que seamos capaces de aprender a ver las cosas tal y como
son, para empezar a ver un profundo cambio en nuestro estado del ser, en
nuestro nivel de felicidad.
Hoy elijo ser responsable de
todo lo que me sucede. De lo bueno y de lo malo. Nadie tiene la culpa de mis
desgracias, nadie se lleva el mérito de mis aciertos. Hago lo mejor que sé en
cada momento, y sé que cuanto vivo hoy es el resultado de lo que pensaba antes.
Me alegra saber que lo que elija pensar hoy, se manifestará mañana. Tengo el
futuro en mis manos.
Si hay luz en el alma, habrá
belleza en la persona; si hay belleza en la persona, habrá armonía en el hogar;
si hay armonía en el hogar, habrá orden en la nación; si hay orden en la
nación, habrá paz en el mundo.
Proverbio
chino