Leer…
Recuerdo cuando,
hace ya algunos años en mi programa semanal de radio, tuvimos un especial
dedicado a los libros y a la lectura en general. Fue un programa intenso y
sorprendente en el que expuse la profunda importancia del hábito de la lectura.
De esto hace ya unos 5 años…
Y hoy en día
puedo constatar con cierta tristeza, cómo el habito de leer se ha ido perdiendo
poco a poco, desplazado en parte por las nuevas tendencias tecnológicas. Cada día
cuesta más encontrar a personas que de verdad aún leen libros. Y no me refiero a
los que dicen leerlos, sino a los que no pasa un día en que no se sumerjan con
pasión y entusiasmo en las páginas de algún libro, sea del género que sea.
Las librerías
y las bibliotecas han cambiado su estrategia de ventas unas, y su real utilidad
las otras. No se puede contra el avance voraz de las nuevas tendencias. Hay que
innovarse o sucumbir ante este verdadero tsunami electrónico, que empuja a la
gente a consumir productos sin tener que pensar demasiado. Ese es el problema
de fondo… pensar…
Me hablaba
hace unos días un alumno, -de los que piensan- de las excelencias de los libros
electrónicos, cosa que me parece muy bien. Es algo que creo muy interesante y
útil para los que, como yo, tiene ciertos problemas de visión, o los que suelen
viajar con frecuencia.
Pero que
quieren que les diga; Yo prefiero el tacto del papel, sentir el peso del libro,
su peculiar olor –que creo dice mucho del libro- y la idea de tener que ser
cuidadoso con su manejo. Puedo presumir de tener libros que llevan ya más de 40 años en mi poder… ¡y están nuevos! Tener un libro en las manos, no es lo mismo
que leerlo en una tablet o un e-book de esos. Es como el sexo, que prefiero que
sea real y no a través de una pantalla, o lo que llaman ahora cibersexo. Qué cosa
más absurda, para mis cortas entendederas en ese campo…
Leer despierta
sin duda alguna cierta curiosidad por conocer conceptos e ideas nuevas, por
descubrir mundos paralelos, que están escondidos en nuestras mentes y de los
que surgen los sueños. Leer despierta la imaginación, la creatividad y la
capacidad de asociar ideas, así como desarrolla el sentido crítico. Leer es
como disponer de una linterna que nos alumbra cierta oscuridad de conocimiento
y nos ayuda sin duda a transitar por la vida con las ideas más claras y por el
camino de un aspecto que creo también relevante, la sabiduría. La lectura
tranquila, consciente y pausada conduce a un estado armónico del que lee. Son momentos
de tranquilidad, de espacios llenos de cosas no-fisicas.
Alguien que no
lee nunca nada –y no valen los diarios deportivos o la prensa rosa-, tiene
mucha limitación en el desarrollo de su cognición sobre las cosas. Su vocabulario
será pobre y limitado, contaminado además por los modismos del momento. Muchos se
excusarán diciendo que ya leen mucho en el ordenador, sumergiéndose en
internet, pero eso no es realmente leer, porque no se establecen los vínculos
que he citado anteriormente; No hay una interacción entre el libro y el que lo
lee. Porque el cuidar de esa especie de relación forma parte de la atención del
ser humano. Forma parte del peculiar ritual de tener un libro entre las manos y
pasar sus hojas.
Así, en
ocasiones veo a niños que teniendo un libro entre sus manos, pasan las hojas
sin cuidado, dejan caer el libro de cualquier manera y casi no son capaces de
adentrarse en lo que están leyendo.
No creo que
lleguemos jamás a lo que representa la película “Fahrenheit 451”, -del año 1966
creo recordar-, en la que se quemaban los libros, pero por desgracia, en el
fondo sí que hay algo de eso cuando despreciamos sistemáticamente el hábito de
leer, y sobre todo cuando no se fomenta en los más jóvenes. Sobre todo cuando
creemos –y tratamos de convencer a los demás- de que los libros electrónicos
son lo mismo o que estudiar y leer en la escuela en un ordenador es lo más
progre…
Cuando veo
esto y estas actitudes, recuerdo cuando, teniendo apenas 14 años, descubrí la
pasión de leer con la novela de “Papillón”, de Henry Charriere…. A partir de
ese libro, descubrí la maravillosa experiencia de vivir y recorrer mundos
lejanos, sin salir de mi casa. Y desde entonces, no he dejado de leer ni un
solo día de mi vida, cosa que despertó a su vez la necesidad de escribir, que
no es otra cosa que la otra cara de la lectura.
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