martes, 4 de noviembre de 2014

Silencio

Cierta vez, un discípulo acompañó al Maestro a presenciar la puesta de sol desde lo más alto de la montaña. El discípulo iba todo el rato comentando entusiasmado, las maravillas que les rodeaban. Al llegar a la cima, justo cuando el astro rey comenzó a acariciar el horizonte, llegaron a la cima. Se sentaron en la posición de loto, disponiéndose a disfrutar del espectáculo de la naturaleza. El discípulo no paraba de hablar, mientras que el Maestro permanecía en absoluto silencio. –“Que paz tan maravillosa se puede percibir. ¡Mira, Maestro, que pájaro más hermoso! Y qué silencio tan sobrecogedor. Esta es una experiencia sublime, y me siento extasiado de paz y felicidad.” – comentaba sin cesar el discípulo.
Finalmente, el Maestro, sin perder su amable sonrisa, se giró hacia su discípulo y le dijo: - “Mientras estés hablando sobre el silencio, este no se producirá. Mientras hables sobre la paz y tranquilidad, esta huirá de ti. ¿Cómo puede un pájaro posarse en su nido, si este está ya ocupado por intrusos? Vacía tu mente y permanece en silencio y solo entonces comprenderás todo lo que estás preguntando.”

Muchas veces, en mis clases de meditación, propongo a mis alumnos que simplemente permanezcan en silencio, sin decir nada, sin preguntar nada... Sólo prestando atención a su propio diálogo interior. Y esto produce dos sorprendentes efectos; Uno, que el alumno se concentra más fácilmente, al estar pendiente de algo, que para más complejidad, además está dentro de nosotros y no puede ser percibido desde fuera... Y dos, que de pronto se sorprenden, al observarse detenidamente y escuchar ese diálogo incesante que hay ahí arriba, en la azotea de nuestro edificio corporal. Y se dan cuenta, además, de que parece que hay varios,... Que digo varios, hay muchos individuos habitando ahí, en ese espacio y todos quieren hablar a la vez y gobernarnos...
De esta forma, percibimos claramente cómo está determinada nuestra personalidad, y como, en ocasiones, reaccionemos de una manera absurda, casi sin control ante un estímulo exterior. Y eso constituye nuestra vida... Y la manera de relacionarnos con los demás...

Cuando más ahondemos en la práctica de escucharnos interiormente, de sentarnos en silencio sin decir nada ni hacer nada, más nos acercaremos a la realidad con la que vemos el mundo en el que respiramos...

Así pues, de alguna manera, la práctica del silencio, tiene unos efectos realmente positivos para nuestro ser, que quizás camina por el sendero de la auto-realización.

Hemos perdido casi por completo la sana costumbre de pasear tranquilamente, sin prisas, disfrutando de las cosas tal y como son, sin añadirle ni restarle nada. Simplemente dejando que las cosas sean, lo que en su esencia son,... Y no lo que nuestra mente decide que sean, en función de nuestros conocimientos y percepciones sensoriales.


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