domingo, 20 de diciembre de 2015

"Aqui no hay quien viva"...

Las personas nos preocupamos mucho –quizás demasiado– de nuestro aspecto y limpieza exterior. De cómo vestimos, de cómo olemos y de cómo nos maquillamos. Es una tendencia –que aunque no nueva– si está en constante auge en la sociedad moderna de hoy. Es decir, cada vez se otorga mayor importancia al aspecto externo, a lo que parecemos... Así pues, vivimos en una sociedad de las apariencias. Pensamos que ese aspecto externo, es el que nos permite mostrar una imagen de nosotros mismos –que quizás puede ser la que realmente queramos transmitir– pero que en muy pocos casos es fiel reflejo de quiénes somos realmente...
Y eso cuando realmente deseamos mostrarnos tal y como somos...
Acudimos a los gimnasios para mantener el cuerpo en forma, a los centros de estética y belleza para sentirnos más atractivos—y tratar de huir ilusoriamente del paso del tiempo– e incluso acudimos a la cirugía estética para mejorar nuestro aspecto, cuando no para cambiarlo... En definitiva, nos ocupamos de lo externo, de lo visible, de las apariencias. Diría que nos ocupamos mucho de la fachada de nuestro ‘edificio corporal’, de nuestra particular e intransferible casa de caracol...
Pero, ...¿qué hay de nuestro interior?... ¿qué hay de la decoración interior de nuestro edificio—aprovechando el símil que hice antes– en el que debemos –lo queramos o no– vivir durante toda nuestra vida?... ¿qué hay de los ‘inquilinos’ de ese mismo edificio?... ¿Los conocemos siquiera?... Algunos ni siquiera son conscientes de que, en su interior hay múltiples ‘Yo’... Y cada uno de esos múltiples yo está pugnando constantemente por tener la supremacía, por ser el que manda en cada momento. Todos quieren ser el presidente... Y así, obviamente, ... aquí no hay quien viva!
Pues mucha gente tiene ese interior de sus casas –sus mentes y corazones– sucios, sin cuidar, incluso algo abandonados, y diría que hasta con cierto caos... Parece quizás menos importante –posiblemente pensemos equivocadamente, que es porque no se ve externamente– y de ahí que no cuidemos mucho de estos aspectos. Pero esto, queridas amigas, todos sabemos más o menos que no es así...
Esa suciedad interior equivale a tener malos pensamientos y sentimientos, a sentir odio, guardar rencor, manifestar maldad e ira, actuar deshonestamente, con malicia, etc.
Porque,... en definitiva, uno,... querido amigo, no puede desligarse del estado mental en el que se originan los hechos y acciones que realizamos cotidianamente.
Tus acciones no pueden separarse del estado mental en que se originan... Todo lo que haces tiene obviamente que ver con lo que piensas, incluso inconscientemente...


          El cuerpo, nuestro cuerpo -ese receptáculo que contiene nuestra esencia– y que yo comparo ocasionalmente con un precioso jarrón de cristal, ha ido formándose desde la infancia. Conforme vamos creciendo, lo vamos adornando de mil formas y maneras, con el objetivo de esconder cada vez más lo que hay dentro.
Cuanto más grande es el jarrón, más cosas tendrán cabida en él. Pero en ese espacio interior pueden entrar tanto cosas buenas como malas –hablamos metafóricamente de experiencias y conocimientos– que van llenando ese espacio, en ocasiones tan inútilmente, que cuando nos damos cuenta, estamos llenos de cosas inútiles y superfluas,... y no sabemos como vaciarlo, o no sabemos qué hacer con todo eso.
Por eso, queridos amigos, debemos aprender a vaciar, a limpiar ese espacio interior, sobretodo si pretendemos enseñar algo a los demás o servirles de guías. El aspecto externo será lo de menos. La esencia está en su interior. ¿Acaso tu compras una bebida solo por su envase?...
Un jarrón es solo un jarrón, y lo que cuenta es su utilidad real, que no es otra que su capacidad para contener cosas. El que sea de oro, barro o cristal,... ¿qué más da?...
Un hombre es solo un hombre, y no importa que sea médico, arquitecto, albañil, ladrón, peluquero o presidente... Eso son solo nombres, etiquetas que les hemos puesto para identificar alguien o sentirnos alguien... Pero nada más.
Pero por desgracia usamos los jarrones también para adornar, es decir, como objetos de decoración y le conferimos esa utilidad ilusoria.
Te recuerdo que el jarrón es una analogía de nuestro cuerpo, nuestro ser, así que no estamos hablando de cerámica ni bricolage. Hablamos de tu ser, de tu esencia como ser humano. Pero el símil del jarrón viene muy bien para comunicar los conceptos de los que estoy hablando...
El interior de ese jarrón es como la tierra; si la cuidamos dará unos frutos y flores preciosas. Hay por lo tanto, que limpiarla periódicamente y mantenerla fresca y sana. Pero si la dejamos sucia, solo crecerán malas hierbas y pensamientos. Y todo ello dará sus frutos en el futuro ...

Pensad que lo que crecerá de esa tierra, serán nuestros pensamientos y acciones. Pensad, que en el futuro tendremos que alimentar nuestra alma y corazón de los frutos que dé esa tierra. De ti depende la calidad del fruto y alimento que das a tu tierra. Si son malos, los frutos que comerás más adelante serán venenosos y te llevarán posiblemente hacia una muerte prematura. Y desde luego, te apartará del camino espiritual y de la felicidad.

Sucede entonces, que comenzamos a percatarnos de que algo hemos hecho mal, pero no buscamos dentro de nosotros las causas, sino que pretenderemos cargar las culpas sobre otros.

Entiendo que miramos la vida que nos rodea, como a través de un cristal, o una ventana en la que hemos ido fijando, a modo de etiquetas, todos nuestros prejuicios, recuerdos y pretendidas virtudes. Y a través de todo esto interpretamos la realidad que nos rodea, englobándolo todo como en un extraño ramillete de medias verdades, hipocresías y cinísmos, por mencionar algunas cosas. Y esta es nuestra verdad; Es la verdad de muchas personas. Es la verdad que mueve al mundo y creo continuos conflictos. Es la verdad que crea otros mundos ficticios e ilusorios y pretende vivir en ellos.

Cuando yo les observo, muchas veces puedo ver esas etiquetas tan claramente, que me sorprende de que esas personas sean capaces de ver verdad alguna, salvo la que ellos mismos perciben como única y correcta a través de su cristal sucio y lleno de cosas. Y sólo de vez en cuando, cuando ocasionalmente miran a través de algún hueco limpio del cristal, verán un destello de la realidad, de una realidad diferente, que aunque no es la más nítida, si se le acerca bastante.

Pero no pretendo corregir a nadie, ni siquiera mostrarles sus suciedades, etiquetas y pegatinas en su cristal, en su jarrón, en su alma.... Es difícil que te puedan comprender, porque muchas veces ni te oyen, y ocasionalmente, si lo hacen, te sonrien. Y esa sonrisa es falsa, irónica, porque no es más que otra pegatina en su cristal.

De cada 100 personas, quizás me pueda encontrar a 5 con las que poder hablar de estas cosas, y de esas 5, solo una o dos te entenderán.

Para librarse de esta visión tan borrosa de la realidad, lo primero que han de hacer, es darse cuenta de que están mirándolo todo a través de ese cristal, que ni siquiera sabían que estaba ahí. Algunos entonces, en un alarde de valentía comienza poco a poco a quitar cosas del cristal y a desecharlas. De pronto son conscientes y observan la fachada de su edificio...Comienza a eliminar etiquetas de recuerdos, prejuicios e ideas, que ve que le impedían observar con claridad mediana lo que en realidad le rodeaba. Pero esto es más difícil que ocurra. Y no digamos ya el siguiente paso a dar .... Que es atreverse a entrar en ‘nuestro’ edificio...
En ese estado de claridad de ideas, quizás se percaten de que en realidad, lo que han estado observando siempre, es tan solo el cristal, y no directamente lo que hay detrás. Ahí se produce entonces un estancamiento del alma evolutiva del ser humano que busca algo más en su camino y existencia terrenal. No sabe que hacer, aunque intuye, cuál es la respuesta.

Esa respuesta es muy simple, aunque muy difícil de realizar, dada nuestra condición de seres que acumulamos cosa materiales. Si son capaces de dar el paso de romper ese cristal en millares de trozos, podrán de pronto descubrir todo lo que la realidad objetiva les depara. Descubrirán las verdaderas maravillas que tenían delante de sus propias narices. Algo que siempre habían intuido que existía, pero que creían inalcanzable, o que sólo habían alcanzado a vislumbrar fugazmente. Entonces, y sólo entonces serán libres de su propia prisión interior.

jueves, 22 de octubre de 2015

“Matrix” – El caos de la mente
            Esta cinta cinematográfica tiene un extraño trasfondo, que a muchos pensadores les ha dado pie a identificar aspectos casi ocultos en su guión e imágenes. Ciertamente cuando observamos todo el contenido que tiene la película, podemos ver claramente alusiones a aspectos filosóficos escondidos tras las imágenes de acción.
            Yo, que la he visto ya en tres o cuatro ocasiones, puedo ver claramente las alusiones a la filosofía budista que el director y guionista dejaron en su obra. Toda la trama de la película no es otra cosa que una interpretación de la mente humana y sus estados de conciencia.
            Y es que vivimos en nuestra sociedad, una especie de matrix, donde la realidad de las cosas se ha trastocado tanto, que ya no acertamos a distinguir la ficción de la realidad. Hemos creado un caos de situaciones a todos los niveles imaginables. Vivimos inmersos en un profundo océano de las relaciones humanas, en el que nuestra mente se ha perdido hace tiempo, ayudada en ello por las nuevas tecnologías. Esa mente confusa y caótica, que ya no es capaz de encontrar espacios de paz y equilibrio, donde reflexionar sobre sí misma y su percepción de la realidad que la rodea. Una mente que se deja engañar, incluso voluntariamente, por sus percepciones, por su entorno interesado en controlarla.
            Hemos creado un mundo irreal, ilusorio en su forma independiente, en el que desarrollamos demasiadas relaciones con los demás y con nuestro entorno. Hemos llegado al paroxismo de pensar que eso es necesario para la vida, para estar ‘conectado’ con los demás. Incluso ya vendemos y compramos parcelas de ilusión y felicidad en ese lugar ilusorio denominado ciberespacio. Hemos creado dependencias sutiles que nos atan a emociones descontroladas y fuera de lugar y tiempo. Hemos perdido la capacidad de empatía, es decir, la capacidad de ponernos en la situación del otro. Hemos perdido la capacidad de relacionarnos en el cara a cara, donde las emociones son reales, pero que nuestros sentidos ya no están acostumbrados a interpretar correctamente. Se crean las falsas percepciones y en base a ellas nos movemos y reaccionamos, hablamos y amamos, odiamos y lloramos. Todo en un mundo irreal. Gobernado en cierta manera por la aplastante masificación y uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, tales como ordenadores, iphone, teléfonos móviles, tablets, videoconsolas y demás aparatos electrónicos. A todos ellos les hemos cedido el control de nuestras vidas, la organización de nuestro tiempo. Y cuando hablo de ellos, lo hago solo como referencia al medio utilizado, porque en realidad somos nosotros mismos.
            Pero hemos perdido el control, muy a pesar de los que las defienden a ultranza afirmando que representan el progreso. También ellos están inmersos en esa dependencia nefasta. Viven en un sueño, alejados de la realidad de la vida. Viven inmersos en matrix.
Porque, aunque no podemos negar la utilidad de las nuevas tecnologías, no nos damos cuenta de que esa pretendida evolución solo ha sido externa, olvidándonos por completo de nuestra evolución interior, que no ha ido precisamente a la par. No hemos evolucionado emocionalmente lo suficiente como para controlar adecuadamente toda esta nueva tecnología electrónica.
            Y eso está destruyendo las capacidades humanas de sentir compasión, de ser consecuentes y en definitiva, de tener la capacidad de cognición introspectiva, desde donde en realidad debe surgir todo, incluida la realidad incondicionada. Porque solo desde una mente consciente y no dispersa, se tiene la capacidad de ver maxtrix como una ficción, en vez de estar inmersos inconscientemente en él.
            Tanta dependencia de estas nuevas tecnologías está restando espacios de libertad a los individuos –las dependencias son, en definitiva, una carencia de libertad- y les convierte en una suerte de borregos sociales.
            La capacidad de discernir el bien del mal, se ve seriamente trastocado, perdiendo de vista la delgada línea que separa estos dos conceptos. Y no solo eso, sino que se nos adiestra para que pensemos que lo que hacemos –o nos inducen sutilmente a hacer- es lo correcto y normal. Que todos los que no están en el sistema (Matrix) están equivocados y hasta se les margina o persigue directa o indirectamente. Vivir con estas dependencias es perder el tiempo en cosas inútiles para el crecimiento como ser humano. Es poner capas y mas capas opacas sobre nuestra luz interior, para que dejemos de brillar y veamos claramente nuestro camino. En vez de eso, aceptamos que nos vendan modernas linternas.
            Y es curiosamente en la más tierna infancia, cuando los cerebros de los niños se están desarrollando y están en la fase de aprendizaje más fértil, cuando se incide en que usen las nuevas tecnologías. Incluso desde estamentos oficiales de la educación se afirma que estudiar con ordenadores en los colegios es lo más progresista. Solo cinco años después se demuestra el estrepitoso fracaso de esa política y se abandona el proyecto, para sustituirlo por otro, más absurdo si  cabe. Ellos no pierden nada, por supuesto. Incluso han ganado… cambian la opinión pública, crenado una tendencia de opinión que está a favor de esta modernidad; Y de paso algunos se llenan los bolsillos.
            Y los niños los más desprotegidos, porque no tienen capacidad de decisión ni un conocimiento lógico acerca de estas cosas. Se les está privando en realidad de su capacidad de relacionarse adecuadamente con su entorno, y eso incluye obviamente las relaciones sociales. A esto se le llama educación emocional. Curiosamente hace unos años se escribía un libro, que fue best-seller mundial (Daniel Coleman) y del que todos hablaban, pero que de bien poco ha servido. Los niños siguen siendo dependientes cuando alcanzan cierta edad, sobretodo en la adolescencia, donde se agudiza el problema.
            Los niños –y todos en general- dejan de tener verdadera pasión por todo lo que hacen, pues su tiempo lo ocupan inmersos en sus dispositivos electrónicos. Desarrollan incapacidad empática, fomentan el egoísmo, el egocentrismo, la insolidaridad, la inconstancia, y un largo etc., que cualquier psicólogo podría corroborar con estudios clínicos y estadísticas.
            Todo lo que tenga atisbos de contener cierta disciplina, esfuerzo, paciencia y demás aspectos inherentes al desarrollo cognitivo del ser humano, es visto como un ataque o agravio hacia las libertades de cada individuo.
Esto lo veo en mi escuela, donde llevo más de treinta años enseñando algo esencial, que es la capacidad de desenvolverse por sí mismo del ser humano, utilizando como herramienta las artes marciales. Es decir; Mi trabajo no consiste solo en enseñar a dar patadas o a aprender a defenderse. Mi trabajo consiste en enseñar a aprender, a observar y a crecer. Y hoy en día se ven el efecto causado por estas dependencias de las que hablaba más arriba; La desidia por perseverar en lo que un día les gustaba. La pérdida de valores en las relaciones humanas, y el crecimiento de hábitos nocivos para la salud mental.

Todo ello mientras seguimos enchufados a una máquina a través de un cable (¿Les suena esto?) y miramos compulsivamente una pantalla, mientras soñamos que estamos despiertos y viviendo en un mundo de colores, mientras la vida real va pasando por nuestro lado… PURO MATRIX.

viernes, 16 de octubre de 2015

Hace unas semanas que vengo buscando algo que quisiera comprar  para hacer un regalo a una buena amiga, que se le estaba acabando. Lo busqué en todo tipo de establecimientos, grandes almacenes y pequeñas tiendas de barrio. En casi todos los sitios me decían que no tenían, o que, en el mejor de los casos, se les había acabado.
Probé en Internet, pero lo único que encontré, fue a mucha gente que trataba de venderlo, de alquilarlo, pero en realidad, eran un fraude. Estaban tan ocupados en venderlo que se les había escapado de las manos. Otros muchos lo perdían sin apenas darse cuenta en hacer cosas inútiles, sin sentidos. Hablé con psicólogos, tratando de comprender el porqué ocurría esto. Pero también ellos vendían y cobraban algo que no tenían para sí mismos. A los niños se lo robaban sin escrúpulos los mayores. Los filósofos lo perdían explicando lo que era; las prostitutas le ponían precio y los sacerdotes y clérigos te prometían todo lo que quisieras, siempre y cuando, eso si, que creyeras en ello y, que dejaras esta vida…
Algunos ni lo tenían para escucharme, otros decían tenerlo todo ocupado, por lo que tampoco lo tenían en realidad.
Puse un anuncio buscando horas de 90 minutos, días de 28 horas, y semanas de 12 días… alguien me llamó para regalarme una camisa blanca, de extrañas mangas muy largas…
Finalmente me di cuenta de que en realidad ni podía comprarlo, ni alquilarlo ni cederlo. Solo podía compartirlo. Eso haría con mi amiga, compartir mi tiempo con ella. Y me dí cuenta de que en el fondo, yo sí que tenía tiempo, y mucho. En realidad era muy rico, inmensamente millonario. Y es que, queridos amigos, tener tiempo para hacer cosas, compartir con los amigos o simplemente no hacer nada, es lo único que podemos tener. Es lo único que podemos decidir cómo gastarlo, aunque también podemos perderlo absurdamente en cosas sin sentido. Tener tiempo, nos hace verdaderamente ricos…
El tiempo, queridos amigos, es un espacio indefinible al que le hemos puesto vallas y puertas por las que entramos y salimos en nuestras vidas y sus circunstancias. Y eso sucede también en este espacio que, a pesar de durar solo una hora, a muchos les parecerá poco y a otros, quizá demasiado largo. ¿Cuál es, entonces la duración real de una hora de programa?... curioso, ¿verdad?


lunes, 5 de octubre de 2015

"Maestro, si todos los fenómenos, cosas y personas carecen de identidad y están vacíos, ¿Quiere decir que no existe nada?
- No, los fenómenos y las personas existen. Observa que yo estoy aquí y tu también estás aquí, escuchando. Por lo tanto se puede decir que existimos. La vacuidad no es lo mismo que el nihilismo. Las personas y los fenómenos están vacíos de nuestras proyecciones imaginarias sobre ellos. Carecen en realidad de lo que nuestras concepciones equivocadas les atribuyen. No existen como nos parece a nosotros ahora, pero sí existen. Es decir, no existen de forma independiente, pero sí de forma dependiente. Por ejemplo, alguien que lleva gafas de sol verá los árboles muy oscuros. Pero no existen árboles oscuros independientes, pero no podemos decir que no existen los árboles. Los árboles existen, solo que no existen como le parece a la persona que lleva las gafas. Esa es una realidad condicionada.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La sombra en el espejo

“Al final del camino, siempre hay otro camino”…

   Cuando hoy, un año y poco más después, me detengo a reflexionar sobre esta maravillosa experiencia que supuso vivir en esta montaña de China, me pregunto que, de tratar de querer escribir este relato de una manera coherente, ¿Cómo afrontaría la complicada –por no decir imposible- tarea de describir todo lo que esta etapa supuso en mi evolución como persona? Entiendo que, desde mi perspectiva emocional e intelectual, tengo meridianamente claro que las experiencias no se pueden transmitir. Sólo pueden ser vividas en primera persona. Entonces, ¿Qué sentido tiene escribir esto?... y quizás la única respuesta que encuentro es mi necesidad de compartir incondicionalmente con los demás.
Así pues, cuando me propuse firmemente el comenzar este libro, tenía que meditar la manera de plasmarlo, de situarlo en un contexto específico y así darle cierta estructura, aunque sin perder la flexibilidad narrativa que, por otro lado, forma parte de mi personalidad. Se trataba pues, de situar todos los apuntes y reflexiones que recogí en varios cuadernillos durante mi estancia en China, en un entorno intelectual comprensible. Era colocar los pensamientos originales lo más cerca posible de la fuente emocional de la que surgieron. Pretendo, -no se si lo conseguiré o no – situar todo esto en un contexto atemporal, donde todos los pensamientos giran alrededor de las circunstancias que pude experimentar por mi mismo. La cronología quizás no revierta tanta importancia en este caso, aunque ha de existir en un segundo plano, porque escribir para uno mismo, no es igual que hacerlo de cara a la galería.
Comienzo a escribir esto, sin una idea concreta de lo que va a ser, porque estoy seguro de que, al igual que cualquier camino que recorres siempre te depara sorpresas, cuando tratas de plasmarlo sobre papel o sobre la pantalla del ordenador, van surgiendo también otros caminos, otros recovecos y recuerdos que te conducen a otras situaciones y experiencias, enlazando así todo en este entramado del tejido de la vida misma. Recuerdo un dicho del célebre Lao Tse que reza:

“las experiencias externas sirven para conocer el mundo.
Las experiencias internas, para comprenderlo.”

Dejo estas reflexiones y palabras aquí, como una semilla en una fértil tierra, para que germine y otros, cuando sea el momento oportuno, puedan saborear sus frutos. Y esto va conformando la historia, revestida de ciertos tintes autobiográficos, como no podía ser de otra manera, y que fluye por mi mente, como el curso de un pequeño río, que según las circunstancias se desliza suavemente por un remanso o ruge en un turbulento rápido. Así es la vida…
Aún así, esta narración está claramente dividida en varias partes; una describe las circunstancias que rodearon toda la experiencia y la segunda, lo que surgió como experiencia propia y profunda, fruto de largas meditaciones y conversaciones con los Maestros. Otra sección, que trata de exponer una visión clara, o cuando menos, diferente de la realidad, de mí realidad. Una parte impregnada de profundos matices filosóficos  y conceptos budistas. Es pues cada palabra, cada frase, una ventana abierta a otra realidad, donde se cuentan historias, cuentos, alguna que otra poesía y mucho amor. Un espacio detrás de cada palabra, a pesar de la limitación de las mismas, donde se esconden realidades, sentimientos, emociones e ideas que trascienden la pura lógica intelectual. Es la esencia del pensamiento. Y ocasionalmente, algún que otro cuento o aforismo tratan de explicar lo que no se puede transmitir con esas palabras. Cuentos y frases mías en su mayoría, aunque siempre basadas algunas en historias y cuentos tradicionales que alguna vez oí en boca de algún Maestro o en las páginas de algún libro. Es pues el mérito suyo, no mío.
Para mí, todas estas partes están estrechamente unidas, de hecho considero que es una sola cosa, pero entiendo que será más fácil asimilar lo expuesto si se narra con cierto orden y estructura gramatical y literaria… (Esta expresión casi me asusta, pues ni de una cosa ni de la otra tengo profundos conocimientos!). Pero en cualquier caso, lo expuesto obedece ciertamente – y no puede ser de otra forma- al único modo en que podemos pensar, al modo en que podemos percibir las cosas. A la manera de comunicarnos. Aparte del hecho de que no soy ni me considero escritor – esto casi me provoca la risa, pues sería una identidad ilusoria más -, aunque ame las palabras y me guste escribir, este proyecto de libro que me planteo supone un ligero escollo a superar. Quizás es un reto personal mío; No lo sé… Pero no es un obstáculo que me vaya impedir avanzar, no sé muy bien en qué dirección, no. Los obstáculos y los problemas son en realidad oportunidades. Al contrario, será un motivo más, una eventualidad más para tratar de mejorar en algún sentido. Este reto que me bosquejo, lo utilizo, si cabe la expresión, para subir un peldaño más en mi evolución. Me permite verme reflejado con nitidez en estas palabras y frases y así, a la vez, convertirme en observado y observador. Me acerca al concepto del “pensador de mis pensamientos”. Me permite aprender de mí mismo, de mis errores y aciertos, que alguno se habrá dado. Al final, casi sin proponérmelo, se convierte también en un proceso más de mi aprendizaje de la vida.
Y si ya, de paso, hay personas afines o no a mis ideas, que lean esto y les pueda aportar quizás otra opción, otra visión de la realidad, de su propia comprensión y relación con la misma, pues entonces me sentiré doblemente contento y feliz. No importa en absoluto que no compartan mi filosofía o religión…
Y si no es así, porque de ninguna manera puedo saber las reacciones emocionales que estos textos puedan provocar en los demás, pues tampoco me preocupa lo más mínimo, pues soy feliz de igual manera, simplemente escribiendo. Yo sólo te muestro aquí un camino; Si decides adentrarte en él, bienvenido. En este sentido, os dejo sin más dilación con un antiguo cuento asirio, que refleja mi postura emocional respecto a los posibles elogios o críticas…
Cierto día un viejo Maestro llamó a su discípulo y le dijo:
Ve al cementerio y allí, entre las tumbas, grita todo lo que puedas a los muertos. Escúpeles, tírales piedras. Insúltales con las palabras más feas que conozcas. Espera un rato y luego regresa aquí”…
El discípulo se encaminó pensativo hacia el lugar señalado por su Maestro y una vez allí, con cierta timidez al principio, comenzó a lanzar toda clase de improperios e insultos en voz alta. Lanzó piedras sobre las lápidas y les escupió, tal y como se lo había pedido su Maestro… Se sentó durante un rato expectante, a ver que sucedía, si es que tenía que suceder algo… pero nada, solo obtuvo un profundo silencio como respuesta…
Luego regresó junto a su Maestro, esperando alguna explicación…
El Maestro le preguntó:
¿Has hecho todo lo que te dije?”. – “Si Maestro, todo”, fue la respuesta del discípulo.
“¿Y qué ha pasado después?”, le inquirió el anciano… “¿Hubo alguna respuesta?”
No, ninguna Maestro. Solo silencio”
“Pues entonces regresa allí y pide disculpas por tu comportamiento, por tus gritos y tus insultos. Pide perdón sinceramente y dedícales palabras amables, llenas de amor y compasión”
El discípulo, sin comprender nada, se dirigió nuevamente al cementerio…
Permaneció allí un buen rato, dedicando sus palabras amables a los que allí yacían enterrados. Incluso les dedicó elogios por sus vidas y bendijo su descanso. Luego regresó a donde estaba el Maestro.
Éste  le preguntó nada más llegar:
“¿Hiciste todo lo que te dije?... ¿Y que sucedió después?”
“Absolutamente nada Maestro. Igual que la otra vez, sólo obtuve un profundo silencio como respuesta”…
“Pues así hay que ser ante los insultos y los halagos, como los muertos!”

Pues así siento que tengo que ser yo, ¡como un muerto…!


Dengfeng, China, Junio 2006

Shi Yan Jia (Pedro Estévez Gil)


Introducción al libro "La sombra en el espejo"

lunes, 3 de agosto de 2015

La llamada del interior..
Esta noche, en la clase de los adultos, para finalizar he puesto un Cd con la música del “canto del lama”, un cd que hacía mucho tiempo que personalmente no escuchaba, pero que forma parte de mi archivo musical preferido. Todos se sumieron en una meditación en apariencia profunda, con sus sentidos puestos en escuchar esta maravillosa música, que creo, tiene el poder de despertar emociones muy arraigadas, profundas y tal vez ocultas.
Cerré los ojos y, como hago tantas otras veces, me dejé llevar por la dulce y extraña melodía, hacia parajes insondables de mi mente y mi corazón. Sin ninguna pretensión previa, ni objetivos concretos. Solo viajar a lomos de estas ondas por los confines de mi propio interior… y en un momento indeterminado, que no sabría precisar, mi mente se evaporó por completo, alcanzando un estado de gozo y plenitud tan intensa, que parecía que faltaba espacio en mi interior, que se quedaba pequeño todo. Y de alguna manera, sentí que había alcanzado mi corazón, ese espacio que tantas veces permanece en penumbras y del que hemos perdido la capacidad de conectarlo con la mente.
Una sensación de tristeza, de alegría, de gozo y de serenidad infinita me inundó cada célula de mi ser, despertando sentimientos y emociones muy sutiles, quizás guardadas en los pliegues de mi corazón y que mi mente ya no quería ver o reconocer.
Porque mente y corazón son en realidad una sola cosa, o eso debería ser, aunque en nuestra ajetreada sociedad de consumo, hemos compartimentado cada aspecto de nuestro interior, perdiendo incluso en algunos casos su sentido profundo. Nuestro corazón corre detrás de las emociones mundanas y pasajeras, surgidas desde los sentidos y nuestra mente se pierde en un laberinto de información absurda e inútil en muchos casos. Así es muy complicado, por no decir imposible, que alcancemos a percibir cualquier atisbo de felicidad. Una felicidad que todos llevamos dentro, pero que buscamos siempre fuera, muchas veces en lo material.

En definitiva, una experiencia más de samadhi, de despertar, que esta maravillosa música ha despertado en mi, a poco que he dejado que entrara en mi ser…

sábado, 18 de julio de 2015

Dispersión de la mente (1)
Cada día veo a decenas de personas que, en los diferentes ámbitos de sus vidas, inician alguna actividad nueva; empiezan un curso, quieren dejar de fumar, se hacen vegetarianos, dejan de consumir determinada sustancia, desean alimentarse mejor, se proponen estudiar algún idioma, coleccionar alguna cosa, quieren cambiar un hábito, etc. Así, cientos de deseos de buenas intenciones que cada uno se propone realizar a partir de un determinado momento.
Pero todos éstos pájaro-deseo vuelan errantes por nuestra mente, sin posarse casi nunca en una rama sólida e, igual que unas efímeras pompas de jabón, acaban desapareciendo en el horizonte –en este caso casi inmediato- del olvido. Nuestra mente errática vuela de un deseo a otro, como una abeja de flor en flor, pero sin obtener beneficio alguno, salvo el de alimentar nuestro ego con la idea de que se han hecho muchas cosas y de todas ellas sabemos. Esa desatención continua crea en nuestro subconsciente una profunda frustración, que nos hace pensar en la inutilidad de lo que estamos realizando, pues en el fondo intuimos que lo hacemos porque tenemos carencias de todo tipo, que tratamos de suplir con la búsqueda y práctica de diversas actividades psico-físicas.
Y nuestra mente desentrenada y errática no puede asumir esa montaña de información nueva que constantemente nos está llegando y así cae fácilmente en la desatención, verdadera fuente de donde surgen muchas emociones y frustraciones. Las facultades de la voluntad, la persistencia, la continuidad, la humildad, la paciencia, etc., tienen muy poca consistencia en nuestra mente y nuestras acciones derivadas de ella. Lo que hoy nos entusiasma, mañana nos parece monótono y aburrido, o ha dejado de tener interés, el quizás desmesurado o sobrevalorado interés inicial.
Las nuevas tecnologías, lejos de facilitarnos la vida, en realidad nos la complican de una forma muy sutil, pues nos inculcan la superficialidad de todo, el afán de acumular información –muchas veces inútil- y la voracidad del consumo, que incita sin escrúpulos a consumir compulsivamente todo lo que nos ponen a nuestro alcance. En ésta sociedad consumista y materialista a ultranza, poca cabida tienen los valores éticos o morales –y no me refiero a valores morales derivados de la religión-, que casi siempre son relegados a un rincón oscuro y casi olvidado de nuestra pobre conciencia. O quizás debería decir ‘conciencia pobre’…
Así pues, cuando decidimos comprarnos un móvil nuevo de última tecnología, ¿En realidad sabemos conscientemente el porqué lo hacemos? ¿Sabemos por qué cambiamos nuestro televisor, que funcionaba perfectamente, por otro nuevo, más grande y plano? Seguramente no lo tendremos muy claro, pero en cualquier caso, buscaremos cualquier pretexto que justifique ese cambio. Pocos querrán comprender y mucho menos admitir que es el ego el que nos impulsa a comprar compulsivamente.
De alguna manera –metafóricamente hablando- todo funciona como cuando miramos compulsivamente el teléfono móvil, aun sabiendo que nadie nos ha llamado o enviado un mensaje. Aun así lo miramos. Miramos obsesivamente la página del Facebook, por si alguien ha puesto algo, lo que es una obviedad. Nuestra mente pasa de una noticia a otra, de una imagen a otra, de un sentimiento o emoción a otra, sin más; Sin detenerse jamás por mucho tiempo a reflexionar sobre lo que hemos percibido. Es el campo perfecto de entrenamiento para dispersar aun más nuestra mente. Para ser aún más inconscientes de lo que ya somos.
Cada vez que iniciamos una actividad nueva, pongamos por ejemplo el ir al gimnasio, deberíamos preguntarnos real y seriamente el porqué lo deseamos. Preguntarnos si realmente es algo que necesitamos y si estamos mentalmente preparados para afrontar ese reto que supone cambiar hábitos sociales y familiares, además de superar la fase de acondicionamiento físico. Si no lo estamos, nuestra mente buscará muy pronto otras metas, otros objetivos; Todo con tal de no admitir nuestro posible fracaso en el intento de cambiar algo en nuestra vida. La atención se dispersara y la actividad nueva ya no nos resultará atractiva.
Cada vez que nos fijamos en otra persona e iniciamos una relación –incluso si ya estamos comprometidos en otra- deberíamos preguntarnos si realmente lo necesitas y si la respuesta ilusoriamente es afirmativa, el porqué creemos que lo necesitamos. No nos damos cuenta de que por dispersar la mente y nuestras emociones, entramos a saco en relaciones tóxicas, de dependencia incluso, de las que luego es difícil desprenderse.
Cambiar hábitos es una ardua labor que requiere tiempo y conciencia plena, ambas cosas que creo, escasean cada vez más entre la gente corriente. Se ha estudiado que, para cambiar un hábito –generalmente por otro- se necesitan 21 días, que es el tiempo que nuestra mente necesita para producir y afianzar los cambios necesarios. Además, es muy poco factible tratar de eliminar un hábito nocivo, sin sustituirlo por otro positivo. Teniendo en cuenta además que un hábito negativo o nocivo se adquiere muy rápido, pues tiene que ver con nuestros sentidos, mientras que un hábito positivo tiene que ver más, mucho más con nuestra mente. Es muy fácil dejarnos llevar por los sentidos del placer que ahondar en el laberinto de nuestra mente, donde seguramente encontraremos cosas que no nos gustan.

"Se iniciaba en todo y en nada duraba; en el curso de una fase de luna era químico, violinista, político y bufón". Debido a que no hay una continuidad en nuestro propósito, dado que no nos entregamos a una sola cosa todo el tiempo, no existe una verdadera individualidad. Somos una sucesión de personas diferentes, todas ellas más bien frustradas, por no decir rudimentarias. No hay un crecimiento regular; no hay un desarrollo auténtico ni una evolución verdadera. Algunas de las principales características de la desatención están seguramente más claras ahora. La desatención es un estado de falta de memoria, de distracción, de concentración pobre, de ausencia de individualidad verdadera. La atención consciente, por supuesto, tiene características opuestas. Es un estado de memoria, de no distracción, de concentración, de continuidad y constancia en los propósitos y de individualidad en el continuo desarrollo. Todas estas características están implicadas en el término "atención consciente". No es que estas características definan totalmente la "Atención Consciente Perfecta", pero sí la define lo suficiente para que podamos seguir adelante. Servirán para darnos una idea general de lo que son la atención o la atención consciente y la "Atención Perfecta".

viernes, 19 de junio de 2015

Venenos mentales

Todos buscamos la paz y la armonía, porque carecemos de ellas. De vez en cuando todos experimentamos agitación, irritación, falta de armonía, sufrimiento; y cuando padecemos la agitación, no guardamos esta miseria limitada en nosotros, sino que continuamente la distribuimos a los demás. Una persona desdichada impregna el ambiente que le rodea de agitación, y quienes estén cerca de ella también se alteran, se irritan. Ciertamente, ésta no es la manera adecuada de vivir.
Tenemos que vivir en paz con nosotros mismos y en paz con los demás porque, en definitiva, los seres humanos somos seres sociales que vivimos dentro de una sociedad interrelacionada. ¿Pero cómo vivir en la paz y armonía internas, y mantenerlas para que los demás puedan también vivir en paz y armonía?
Para poder librarnos de nuestra agitación, tenemos que conocer la razón básica de la misma, la causa del sufrimiento. Al investigar este problema, nos damos cuenta que nos sentimos agitados en cuanto generamos negatividades o contaminaciones en la mente. La negatividad, la contaminación o la impureza mental, no pueden coexistir con la paz y la armonía. Es la fuente continua de conflictos.
¿Cómo empezamos a generar negatividades? También ahora nos damos cuenta, al investigar, de que nos sentimos desdichados cuando estamos con alguien que se comporta de una manera que no nos gusta o cuando sucede algo que nos desagrada. Cuando ocurre algo que no deseamos, surge tensión en nuestro interior y también surge cuando no ocurre o existen obstáculos para que se cumpla algo que deseamos, y con todo ello empezamos a atar nudos en nuestro interior. Y como durante toda la vida van a suceder cosas que no queremos y las queridas puede que sucedan o puede que no sucedan, no cesamos en este proceso de reacción de atar nudos - nudos gordianos - que hacen que toda la estructura física y mental esté en tensión, llena de negatividades, convirtiendo nuestra vida en continua desdicha.
Una manera de resolver este problema sería arreglárnoslas para que en nuestra vida no ocurra nada no deseado, para que todo sea tal como deseamos. Para lograrlo deberíamos desarrollar en nosotros mismos el poder o bien conseguir que venga en nuestra ayuda alguien que lo tenga, para que las cosas no deseadas no sucedan y solo sucedan las cosas deseadas. Pero eso es imposible. No existe nadie en el mundo que pueda satisfacer todos sus deseos, en cuya vida todo transcurra como quiere, sin que pase algo no deseado. Constantemente ocurren cosas que van en contra de nuestros deseos y querencias, de ahí la pregunta oportuna: ¿Cómo podemos dejar de reaccionar ciegamente cuando debamos enfrentarnos a situaciones que no nos gustan? ¿Cómo podemos dejar de generar tensión y permanecer llenos de paz y de armonía?
Tanto en la India como en otros países hubo personas santas y sabias que estudiaron este problema - el problema del sufrimiento humano -, y encontraron una solución: cuando ocurre algo no deseado y empezamos a reaccionar con ira, miedo o cualquier negatividad, hay que dirigir lo antes posible la atención a cualquier otra cosa, por ejemplo te levantas, coges un vaso de agua y empiezas a beber; de esta manera la ira no solo no se multiplicará sino que empezara a disminuir: O empiezas a contar: uno, dos, tres, cuatro... O repites una palabra, o una frase, o un mantra, o quizá el nombre de una persona santa hacia la que sientas devoción. Así desviamos la mente y hasta cierto punto nos liberamos de la negatividad, de la ira.
Esta solución era útil, funcionaba y aun funciona; practicándola, la mente se siente libre de agitación. No obstante solo funciona en el nivel de la mente consciente porque lo que de hecho hacemos al desviar la atención es empujar la negatividad a lo más profundo del inconsciente donde sigues generándola y multiplicándola. Hay paz y armonía en la superficie, pero en las profundidades de la mente hay un volcán dormido de negatividad reprimida que antes o después entrará en erupción con una gran explosión.
Hubo otros exploradores de la verdad interna que llegaron algo más allá en su búsqueda, y que tras experimentar en su interior la realidad de la mente y de la materia se dieron cuenta de que desviar la atención es solo huir del problema. Escapar no es una solución, hay que enfrentarse al problema; cuando surja una negatividad en la mente, obsérvala, hazle frente y tan pronto como empieces a observar la contaminación mental, empezará a perder fuerza y poco a poco se irá marchitando y podrá ser arrancada de raíz.
Es una buena solución que evita los dos extremos: represión y dar rienda suelta. Enterrar la negatividad en el inconsciente no la erradicará y permitirle manifestarse con un acto físico o verbal dañino solo creará más problemas. Pero si te limitas a observarla, la contaminación desaparece y habrás erradicado esa negatividad, estarás libre de esa contaminación.
Esto suena muy bien, pero ¿es practicable en la realidad? ¿Resulta fácil para una persona corriente enfrentarse a las contaminaciones? Cuando surge la ira, nos coge tan de sorpresa que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Arrastrados por la ira cometemos actos físicos o mentales que nos dañan a nosotros y a los demás. Poco después, al desaparecer la ira, empezamos a llorar y a arrepentirnos, pidiendo perdón a los demás o pidiendo perdón a Dios: "Oh, he hecho un error, perdóname". Pero la próxima vez que nos encontremos en una situación semejante volveremos a reaccionar igual. Este arrepentimiento no nos habrá servido para nada.

La dificultad estriba en que no somos conscientes del momento en el que comienza esta contaminación. Empieza en las profundidades de la mente inconsciente y cuando llega al consciente ha tomado tal fuerza que nos arrastra y no podemos observarla.

sábado, 13 de junio de 2015

Conversaciones con el Maestro

El cultivo de la compasión…

            Una de las cosas que más apreciaba era sin duda las largas charlas con los maestros del monasterio, que en ocasiones se extendían por horas enteras y siempre en un tono amable y con cierto misterio. Se semejaba muchas veces a los cuentos que tantas veces he leído o había contado en mis programas de radio en España. El no conocer por mi parte el idioma chino, más que en sus expresiones más simples y cotidianas, en ocasiones dificultaba esa comunicación verbal, pero por otro lado acentuaba el interés y la agudeza mental, de modo que creo alcanzábamos entendimientos mucho más allá de las meras palabras.

            Conversar con estos maestros era ciertamente enriquecedor en todos los sentidos.


Emociones perturbadoras…

            Durante una de mis muchas estancias allí, en el monasterio Shaolin, tuve una tarde una profunda conversación con mi maestro. Ese día, sin saber muy bien porqué, me sentía algo extraño y eso produjo emociones y sentimientos que se vieron reflejados en mi entrenamiento, cosa que el maestro enseguida observó, aunque no me dijo nada hasta esa tarde.

            Sentados sobre unos taburetes de granito, a la puerta de la entrada al recinto donde vivía, junto a un sendero que discurría entre campos camino de un llano donde solíamos entrenar, nos encontrábamos tomando una taza de té. La tarde era hermosa, tranquila, aunque en la lejanía de los picos de la montaña Shaoshi, se empezaban a acumular oscuros nubarrones.

            Viéndome tan pensativo, el maestro me preguntó porque me sentía hoy así.

            Mi respuesta, tras unos breves momentos, fue una pregunta, que traté de sintetizar lo más posible dentro de mis conocimientos del idioma chino:

 -“Maestro, ¿Por qué me pregunto hoy incesantemente sobre el sentido de mi estancia aquí?”…

      El maestro, tras mirarme fijamente un buen rato, comenzó a decir, muy pausadamente: -

“¿Te has preguntado de donde surgen esos pensamientos?... ¿Cuál es el origen de los mismos?” –

Su mirada era tranquila, profunda, y expresaba una extraña quietud y armonía. Por un momento llegué a pensar que sus palabras surgían de sus ojos y no de su voz.

“No lo sé con exactitud, maestro. Es una extraña emoción que me surge de no sé muy bien donde. Medité ayer noche sobre ello, pero es como si esas emociones hubieran hecho un nido en mi mente y se hubieran quedado ahí…”

“Entiendo lo que me dices… Pero tú sabes muy bien que solo tú las mantienes ahí. No es nada externo. Déjalas ir… “

Es importante ser muy claro acerca de lo que queremos significar con la palabra emoción“ –continuó diciendo, -“Nosotros utilizamos la palabra diariamente para describir algo que puede ser identificado inmediatamente, una definitiva sensación en la mente que es tanto una reacción como una fuerza impulsora. En Budismo sin embargo, como hablamos el otro día, la emoción es mucho más que esto. Es un estado mental que empieza en el instante en que la mente funciona de un modo dualista, mucho antes de que la persona normal sea consciente de ello. Tú has despertado en algún sentido o ámbito esa dualidad, que divide tu mente…”

“La emoción es el aferramiento habitual que nos hace catalogar automáticamente nuestras experiencias de acuerdo a si nuestro ego las encuentra atractivas (deseo), no atractivas (enfado), o neutrales (ignorancia). Cuanto más aferramiento haya, mas fuerte será nuestra reacción, hasta que alcancemos un punto donde finalmente se rompa dentro de nuestra mente consciente y se manifieste como las sensaciones obvias que normalmente llamamos emociones. Las reacciones anteriormente citadas son calificadas como los tres venenos, a los cuales se añaden aquellos de considerar nuestra propia experiencia como predominante (orgullo) y juzgar nuestra propia posición en relación al objeto percibido (celos), para dar en total los cinco venenos. La palabra veneno es utilizada porque estas reacciones envenenan nuestra mente e impiden la aparición de su sabiduría intrínseca”.

“Averigua qué pensamientos has estado desarrollando para despertar esta emoción que sientes ahora, y encontrarás la salida. Incluso puede que te des cuenta de que en realidad no estás dentro de nada ni tienes que abandonar nada. Solo darte cuenta de las cosas, de cómo son en realidad, sin caer en la dualidad en que se suelen dividir”. … “No luches contra ello”.
“Permanece aquí, mientras estés aquí; Despierto, atento, disfrutando”… “No dejes que tu mente vuele a otros lugares ilusorios. Permanece…”, repitió con su suave tono de voz y su peculiar acento.

Terminado de decir esto, esbozó una amplia sonrisa, que le confería esa expresión de bonachón que tanto le caracterizaba.

Escuché muy atentamente su explicación, tratando de captar todo el sentido de lo que me decía; Tratando de que nada se me quedara en el espacio sombrío de la incomprensión, de donde nacía la ignorancia. Como tantas veces, había palabras que no comprendía de forma aislada, pero que en su contexto de la frase o explicación, sí tenían sentido. Como otras veces, mi amigo Chen, que esa tarde estaba allí, me ayudó en la traducción…

-“Muchas gracias Shifu, por tan valiosas enseñanzas. Meditaré sobre ello”.

El maestro soltó una sonora carcajada, mientras hacía gestos de negación con las manos…

-“No hay de qué; Tu sabes que yo no te enseño nada. Quizás solo te señalo algo que está perdido en tu mente, que siempre ha estado ahí y no has sabido comprender aún.”
“Tienes la sabiduría de saber convertirte en un estudiante, en un discípulo, en alguien que, a pesar de sus conocimientos, sigue buscando, sigue caminando en busca de la realidad. Eso te honra y seguramente te hace feliz. Cosa que muchos maestros extranjeros que vienen aquí, han perdido…Creen que ya lo saben todo y que tienen que entrenar o aprender poco.”

Esta situación siempre me fascinaba; Quería comprender el porqué, sin conocer el idioma en cuestión de forma fluida, era capaz de entender lo que se me quería trasmitir. Era realmente revelador y maravilloso constatar lo que los ancianos maestros siempre me habían contado sobre la comunicación entre mentes despiertas. Las palabras eran solo portadoras de emociones y sonidos, las que le daban cierta forma al pensamiento, pero que éste y la comunicación, se producían a otros niveles mucho más sutiles. En ocasiones, son los espacios vacíos entre las palabras los que contienen cierta enseñanza. Es ahí donde reside la verdadera comunicación… (de ahí que en mis textos utilice muchas veces espacios con puntos suspensivos).

Y esto lo podemos comprobar cuando alguien nos dice algo y esas palabras nos afectan de una forma u otra. Esas palabras van cargadas de energía, de intención, y eso es lo que nos llega en realidad. La forma de las palabras, su sentido semántico a veces puede confundir, porque se presta a la interpretación, mientras que lo que se transmite, es lo que es y así lo percibimos.

Si alguien nos insulta, esa palabra va cargada de intención, de una fuerte emoción, que es en realidad la que nos afecta (si nos dejamos afectar, claro) y nos duele. Y no importa en qué idioma nos insulten, que seguramente por el tono enseguida nos daremos cuenta de que no son palabras amables.

Esta conversación con el maestro me impulsó a tratar de ponerlo todo sobre papel en cuanto llegué a mi habitación. Aparte del gran agradecimiento que sentía por tan valiosas enseñanzas, creía que debía plasmarlo sobre papel y compartirlo luego con quienes sintieran también estas inquietudes espirituales.

Llegando a la aldea Wenzhigou, unos oscuros nubarrones presagiaban una tormenta, que, efectivamente, minutos más tarde comenzó a descargar una ingente cantidad de agua. La lluvia torrencial oscureció en apenas unos minutos todo el panorama que siempre podía ver desde mi ventana. El cercano arroyo de montaña aumentó su caudal hasta convertirse en un pequeño torrente. Era apenas las 5 y la tarde se había vuelto noche cerrada y la tormenta descargaba con furia agua y relámpagos. Era una de las frecuentes tormentas de verano que se presentaban de repente sobre la zona, deshaciendo las nubes de humedad que provenían de las llanuras del río Huang He (Río Amarillo).

Se fue la luz en la aldea y todo se sumió en la oscuridad. Pude encender el candil que tenía a mano y con esa tenue y cálida luz me puse a escribir en mi libreta de notas (en realidad esto mismo). Ocasionalmente me asomaba a la ventana y miraba por el cristal. Pero no era solo una ventana abierta al paisaje de la montaña de Shaolin, sino una ventana a mis pensamientos y emociones. Me sentía pequeño, insignificante en un mundo inmenso…

Me dejaba llevar por las sensaciones que todo eso me proporcionaba; La lluvia golpeando en el cristal, era la banda sonora de mis pensamientos. Por momentos los identificaba con melancolía, nostalgia y cierta vaga tristeza, que no sé muy bien de donde surgía ni porqué, y poco después el diálogo interior se convertía en discusión del porqué de todo aquello. Hubo momentos en que me sentí solo, tremendamente solo, tan alejado de todo y todos, inclusive de mí mismo, de mi vida cotidiana y mis circunstancias habituales. Aquí todo era distinto.

Había una parte de mí, la conciencia, que observaba ese caos momentáneo de pensamientos y los consecuentes estados emocionales surgidos de ellos. Era una extraña sensación, como si la tormenta de fuera, la que percibía fuera de la ventana, estuviera también dentro de mi mente. Afortunadamente, esa misma conciencia me permitía mantener un atisbo de claridad, de luz en esa oscuridad interior, y sabía que todo esto era pasajero, que no duraría, igual que no duraría la tormenta. Y que, analizándolo en realidad lo que hacía era limpiar mi mente de cosas innecesarias. Había que revolverlo todo para ver lo que no servía. Igual que el agua de la tormenta limpia todo a su paso.

Descubrí que eso era la dualidad de la mente; La fuente de donde surgían los conflictos, primero con uno mismo y luego con los demás… lo que mi maestro había tratado de explicarme.

Y percibí con claridad asombrosa la necesidad de esas “tormentas interiores” que producían cambios profundos en mi estado de ser. Esos estados emocionales que resultaban caóticos y en algunos casos perturbadores y dolorosos, no eran sino un camino de auto-realización, en el que se iban eliminando obstáculos. El único peligro era quedarse aferrado a esas emociones y dejar que anidaran en nuestra mente. Entonces te estancabas y eso creaba confusión mental y pensamientos erráticos. La tristeza y la melancolía te envolvían en su aparentemente cálido manto, pero eso encerraba unas consecuencias bastante negativas si permanecías ahí.

La corriente eléctrica no volvió en toda la noche. La tormenta debió afectar algún tendido o algo así. Se hizo evidente que estábamos en una zona rural. Pero no me importó en absoluto. Alumbrado con mi candil, estuve largo rato escribiendo sobre las distintas sensaciones que había percibido; Sobre toda la maraña de pensamientos que habían surgido a raíz de esa reflexión. Era un verdadero torrente; mi mente fluía sin cesar y generaba pensamientos cada vez más claros. Y sentía esa otra parte de mí, que observaba todo ese proceso. Esa otra parte de mí, que en realidad era un todo, pero que no sabría definir de manera alguna. Esa parte que trataba de plasmarlo todo sobre el blanco papel, como una manera de ver las cosas que llevaba dentro, fuera, en el exterior.

Finalmente decidí parar de escribir y poner en calma mi mente. Me senté en el cojín de meditación en el suelo, justo delante de la ventana, y cerré los ojos. Poco a poco los pensamientos, que pasaban volando veloces por la pantalla de mi mente, dejaron de tener consistencia y finalmente desaparecieron. Todo volvió a la calma. Ya no había ruido de mis voces conversando sin cesar. Todo silencio interior… paz…tranquilidad…

La tormenta también parecía que había cesado y poco a poco la luz del sol comenzó a filtrar sus tenues rayos del atardecer a través de las nubes y montañas. No sé si vi realmente este paisaje, o era fruto de mi percepción de la mente. No recuerdo el tiempo que estuve meditando –allí nunca llevaba reloj-  pero sí recuerdo haber abierto la ventana para sentir el aire fresco en la cara y percibir ese maravilloso e intenso olor a campo mojado, a vegetación salvaje, a naturaleza viva.

Miré fuera, a la cercana montaña y vi el mundo entero, con más colores, más intenso y más vivo si cabía… había cambiado mi manera de verlo.