martes, 17 de marzo de 2015

Los “otros alumnos”, los padres…
            Que las artes marciales tienen la consideración de deporte minoritario –cosa que no es cierta- lo tengo bastante asumido. Que somos un poco los últimos a tener en consideración a la hora de practicar un deporte, o de aprender un arte marcial, también.
De esta manera inconsciente, contribuimos a que nuestra actividad de enseñanza quede siempre relegada a un plano casi invisible para las autoridades públicas y los estamentos sociales. Y así, es imposible poder crecer, salir a la luz y dar a conocer al  gran público en general lo que hacemos, con tanto sacrificio y esfuerzo. Y no es que estemos escondidos, no. Simplemente que no existimos para mucha gente, y si se nos conoce un poco, se nos sigue etiquetando de “…ahhh si, los del Karate”; Hablar de Kung-fu, de artes marciales chinas es casi como hablar de extraterrestres. La ignorancia es muy grande y de eso, en parte tienen responsabilidad los padres de los alumnos. Obviamos aquí que, hay mucha gente que está metida en este mundillo, que siente verdadera pasión por lo que hace. Pero son minoría, porque la inmensa mayoría no sabe o quiere valorar en su justa medida la labor que se realiza en una escuela de Kung-fu. Porque, no olvidemos que, en la mayoría de nuestras escuelas tratamos de enseñar algo que, paradójicamente muchos padres demandan, que son los valores. Algo que sin duda, en muy pocos deportes se hace, por no decir ninguno. Puede parecer pedante esto que afirmo, pero es la pura realidad. Suelo decir siempre lo que pienso, aunque en ocasiones eso no sea políticamente correcto y moleste…
La causa de que nuestras artes estén en el lugar que están, obedece a muchos factores, sin duda. Pero aquí quiero señalar uno que creo es muy relevante: Los padres. Pongo ejemplos; ¿Porqué resulta tan complicado que un niño tenga un traje de entrenamiento y otro para competir?... ¿Por qué cuesta horrores que el alumno pueda tener sus armas de entrenamiento, o que tenga una camiseta de la escuela, o unas zapatillas adecuadas?... Cuando luego ves que para adquirir una equipación de fútbol se gastan lo que sea. Cuando ves que se compran las botas del último modelo del futbolista de su equipo, que cuestan además un pastizal. Cuando ves que para equipos de fútbol o baloncesto, todos van uniformados, con chándal y lo que sea necesario. Cuando ves que algunos alumnos dejan a sus compañeros ‘tirados’ en una exhibición porque tenían que participar en un torneo de golf.
Esto no es serio… parecemos la hermanita pobre de la película con un guión que no hemos elegido ni nos gusta, pero que nos toca interpretar.
La falta de compromiso de muchos padres –hablo de los alumnos más jóvenes- hacen que sea muy complicado en ocasiones sacar esto adelante. Máxime cuando se nos exigen luego resultados en competiciones, exámenes, etc. Quieren que el niño destaque, que apruebe sus grados, que sea la versión nueva de Bruce Lee, pero pocos entienden que para eso es necesario el compromiso serio con la escuela. Y eso muchas veces no se da…
Compruebo como cada vez traen los alumnos más tarde a clases; Siempre se llega tarde ya como costumbre. Entiendo que en este país lo de la puntualidad no es precisamente algo que destacar, pero hay que señalar que no se puede ir formando ni educando a los niños, cuando se les pide puntualidad y luego no pasa nada si no cumplen.
También todos conocen el reglamento interno de la escuela, que no permite venir con ropa de calle a las clases, pero traen a sus niños con camisetas, con cualquier excusa o pretexto. Y si se les dice algo, se molestan.
Se pretende que los niños pasen de grado, pero sin tener en cuenta ni las habilidades del niño, ni el hecho de que a la mitad de las clases no asiste. Pocos tratan de que en su casa el niño repase o mejore determinados aspectos de alguna técnica. Pensamos que se trata solo de entrenamiento y eso queda relegado solo a la escuela, al gimnasio. Pocos asisten a cursos para su nivel, y en muchas ocasiones, siempre hay excusas u otras actividades ‘mucho más relevantes’ que hacer que acudir a entrenar. El kung-fu, siempre es lo último…
Señores papás, si de verdad queremos que los alumnos progresen en su aprendizaje –recordemos que esto no es como el fútbol, el baloncesto, el padel o el golf- es necesario el compromiso serio con la escuela. Esto trata de un método progresivo de formación, no solo de dejar el niño en clase durante una hora. Trata de una elección que deben hacer entre varias actividades, trata de potenciar la ilusión de los pequeños con la asistencia a exhibiciones, cursos o competiciones. De apoyarle con ánimos, pero también de ser inflexibles cuando por alguna causa algún día no quiera asistir a clase. A eso se llama educación y corresponde a los padres. Nosotros damos formación en valores a través de la práctica de las aamm. No confundamos los términos.
Entendamos que es muy complicado trabajar con los niños, buscando que progresen adecuadamente, con método, cuando no existe esa colaboración necesaria de los padres. No entendamos aquí, este escrito como una crítica sin más a ciertos progenitores. Es quizás, -o pretende serlo- una llamada de atención para entender algo, para cambiar actitudes no muy sanas educativamente hablando. Al fin y al cabo, los niños suelen imitar todo lo que ven. Pues démosles ejemplo con nuestra propia actitud. Después de todo, muchos padres se convierten, sin apenas saberlo, en ‘alumnos secundarios’ de una escuela de aamm.
Cambiemos de actitud para encauzar de nuevo la enseñanza de sus hijos y convertirles poco a poco en personas adultas, equilibradas y emocionalmente estables. Ese es el objetivo primario. Y si hacemos eso, estaremos poniendo en valor el trabajo de tantos profesores y maestros de nuestras escuelas que ponen su esfuerzo día a día para que esto siga funcionando. Solo así, las aamm chinas estarán en el lugar que se merecen por derecho propio.

Reflexionemos con honestidad. Es el momento de pensar en “Qué puedo hacer yo por la escuela, y no tanto en qué puede hacer la escuela por mi”

lunes, 2 de marzo de 2015

Pensamientos de las rana

Pensamos que el mundo se salvaría si tan solo fuéramos capaces de generar mayores dosis de buena voluntad y tolerancia. Pero esto es falso. Lo que puede salvar al mundo no es la buena voluntad o la tolerancia, sino la clarividencia. En otras palabras; la conciencia clara.  ¿De que sirve que seas tolerante con los demás si estás convencido de que eres tu quien tiene razón y que quienes no piensan como tu están equivocados? Eso no es tolerancia, sino condescendencia. Eso no lleva a la unión de los corazones, sino a la división, porque tú te colocas arriba y pones a los demás abajo: unas posiciones que solo pueden dar lugar a un sentido de superioridad por tu parte y a un resentimiento por parte de tus semejantes, originando con ello una mayor intolerancia.

La verdadera tolerancia brota únicamente de una viva conciencia de la profunda ignorancia que a todos nos aqueja en relación con la verdad. Porque la verdad es, esencialmente, misterio, algo casi insondable. La mente puede sentirla, pero no comprenderla, y menos aun formularla. Nuestras creencias pueden vislumbrarla, pero no expresarla con palabras. A pesar de lo cual, la gente habla con entusiasmo del valor del diálogo, el cual, en el peor de los casos, es un intento camuflado de convencer al otro de la rectitud de tu propia postura, y en la mejor de las hipótesis te impedirá parecerte a la rana en su charca, que piensa que ésta – la charca – es el único mundo que existe.

¿Qué ocurre cuando se reúnen ranas de diferentes charcas para dialogar acerca de sus convicciones y experiencias? Ocurre que sus horizontes se ensanchan, hasta el punto de admitir la existencia de otras charcas distintas a la propia. Pero aún no tienen la menor sospecha de que existe un océano de verdad que no puede ser encerrado dentro de los límites de sus charcas conceptuales. Y nuestras pobres ranas siguen divididas y hablando en términos de tuyo y mío; tus experiencias, tus convicciones, tu ideología… y las mías. El compartir fórmulas no enriquece a quienes las comparten, porque las fórmulas, al igual que los límites de las charcas, dividen; solo el océano ilimitado une. Ahora bien, para llegar a ese océano de verdad que no conoce los límites de las fórmulas, es esencial poseer el don de la clarividencia. Algo que en el budismo llamamos “visión clara”…

Pero, ¿Qué es la clarividencia y cómo se obtiene? Lo primero que debes saber es que la clarividencia no requiere de demasiados conocimientos. Es algo tan simple que está al alcance de un niño de diez meses. No requiere conocimientos, sino ignorancia; no requiere talento, sino valor. Lo comprenderás si piensas en un niño en brazos de una vieja y fea criada. El niño es demasiado joven para haber adquirido los prejuicios de sus mayores. Por eso, cuando se encuentra cálidamente instalado entre los brazos de esa mujer, no está respondiendo a ningún tipo de “clichés” mentales como ‘mujer blanca-mujer negra’, ‘fea-guapa’, ‘vieja-joven’, o ‘madre-criada’, etc., sino que está respondiendo a la realidad. Esa mujer satisface la necesidad que el niño tiene de amor y es a esta realidad a la que el niño responde, no al nombre, la apariencia, la religión o la raza de la mujer. Todas esas cosas son para él absolutamente irrelevantes. El niño carece todavía de creencias y de prejuicios. Éste es el medio en el que puede darse la clarividencia, y para obtenerla hay que olvidarse y deshacerse de todo cuanto se ha aprendido y adquirir la mente del niño, libre de esas experiencias pasadas y esa programación que tanto oscurecen nuestra forma de ver la realidad.

Mira en tu interior, estudia tus reacciones frente a las personas y las situaciones, y sentirás horror al descubrir la cantidad de prejuicios que subyacen a tus reacciones. Casi nunca respondes a la realidad concreta de la persona, cosa o situación que tienes delante. A lo que respondes es a una serie de principios, ideologías y creencias económicas, políticas, religiosas y psicológicas; a un montón de ideas preconcebidas y de prejuicios, tanto positivos como negativos. Considera, una por una, cada persona, cada cosa y cada situación, y trata de averiguar cuál es tu predisposición con respecto a cada una de ellas, separando la realidad respectiva de tus percepciones y proyecciones programadas. Este ejercicio te proporcionará una revelación tan divina como cualquiera de las que pueda proporcionarte la escritura.

Pero no son los prejuicios y las creencias los únicos enemigos de la clarividencia. Hay otra clase de enemigos que llamamos “deseo” y “miedo”. Para que el pensamiento esté incontaminado de toda emoción, y concretamente de deseo, de miedo y de egoísmo, se requiere una ascesis verdaderamente aterradora. Las personas creen equivocadamente que su pensamiento es producto de su mente; en realidad es producto de su corazón, que primero dicta una determinada conclusión y luego ordena a la mente que elabore el razonamiento con que poder apoyarla y justificarla. He aquí pues, otra fuente de revelación profunda. Examina alguna de las conclusiones a las que has llegado y comprueba cómo han sido adulteradas por tu egoísmo. Esto vale para cualquier conclusión, a no ser que la consideres provisional. Fíjate cuán estrechamente te aferras a tus conclusiones relativas a las personas, por ejemplo. ¿Acaso están todos esos juicios completamente libres de toda emoción?... Si así lo crees, es muy probable que no te hayas fijado suficientemente.

Ésta es, precisamente, la principal causa de los desacuerdos y las divisiones que se dan entre naciones y entre individuos. Tus intereses no coinciden con los míos, y por eso tu pensamiento y tus conclusiones tampoco concuerdan con los míos. ¿Cuántas personas conoces cuya manera de pensar, al menos en ocasiones, se oponga a sus intereses? ¿Cuántas veces has conseguido colocar una barrera insalvable entre los pensamientos que ocupan tu mente y los miedos y deseos que se agitan en tu corazón?...  cada vez que lo intentes, comprobarás que lo que la clarividencia requiere no son conocimientos o más informaciones. Esto se adquiere fácilmente; no así el valor para hacer frente con éxito al miedo y al deseo, porque en el momento en que desees o temas algo, tu corazón, consciente o inconscientemente, se interpondrá y servirá de obstáculo a tu pensamiento.

Ésta es una consideración para buscadores espirituales que han logrado darse cuenta de que, para encontrar la verdad, lo que necesitan no son formulaciones doctrinales, sino un corazón capaz de renunciar a su ‘programación’ y a su egoísmo, cada vez que el pensamiento se pone en marcha; un corazón que no tenga nada que proteger y nada que ambicionar y que, por consiguiente, deje a la mente vagar sin trabas, libre y sin ningún temor, en busca de la verdad; un corazón que esté siempre dispuesto a aceptar nuevos datos y a cambiar de opinión.
Un corazón así acaba convirtiéndose en una lámpara que disipa la oscuridad que envuelve el cuerpo entero de la humanidad. Un corazón como el de Jesús, Buda o el mismo Gandhi.

Si todos los humanos estuvieran dotados de un corazón semejante, ya no se verían a sí mismos como comunistas o capitalistas, como cristianos, musulmanes o budistas, sino que su propia clarividencia les haría ver que todos sus pensamientos, conceptos y creencias son lámparas apagadas, signos de su ignorancia. Y, al verlo, desaparecerían los límites de sus respectivas charcas, y se verían inundados por el océano que une a todos los seres humanos en la verdad.