viernes, 19 de junio de 2015

Venenos mentales

Todos buscamos la paz y la armonía, porque carecemos de ellas. De vez en cuando todos experimentamos agitación, irritación, falta de armonía, sufrimiento; y cuando padecemos la agitación, no guardamos esta miseria limitada en nosotros, sino que continuamente la distribuimos a los demás. Una persona desdichada impregna el ambiente que le rodea de agitación, y quienes estén cerca de ella también se alteran, se irritan. Ciertamente, ésta no es la manera adecuada de vivir.
Tenemos que vivir en paz con nosotros mismos y en paz con los demás porque, en definitiva, los seres humanos somos seres sociales que vivimos dentro de una sociedad interrelacionada. ¿Pero cómo vivir en la paz y armonía internas, y mantenerlas para que los demás puedan también vivir en paz y armonía?
Para poder librarnos de nuestra agitación, tenemos que conocer la razón básica de la misma, la causa del sufrimiento. Al investigar este problema, nos damos cuenta que nos sentimos agitados en cuanto generamos negatividades o contaminaciones en la mente. La negatividad, la contaminación o la impureza mental, no pueden coexistir con la paz y la armonía. Es la fuente continua de conflictos.
¿Cómo empezamos a generar negatividades? También ahora nos damos cuenta, al investigar, de que nos sentimos desdichados cuando estamos con alguien que se comporta de una manera que no nos gusta o cuando sucede algo que nos desagrada. Cuando ocurre algo que no deseamos, surge tensión en nuestro interior y también surge cuando no ocurre o existen obstáculos para que se cumpla algo que deseamos, y con todo ello empezamos a atar nudos en nuestro interior. Y como durante toda la vida van a suceder cosas que no queremos y las queridas puede que sucedan o puede que no sucedan, no cesamos en este proceso de reacción de atar nudos - nudos gordianos - que hacen que toda la estructura física y mental esté en tensión, llena de negatividades, convirtiendo nuestra vida en continua desdicha.
Una manera de resolver este problema sería arreglárnoslas para que en nuestra vida no ocurra nada no deseado, para que todo sea tal como deseamos. Para lograrlo deberíamos desarrollar en nosotros mismos el poder o bien conseguir que venga en nuestra ayuda alguien que lo tenga, para que las cosas no deseadas no sucedan y solo sucedan las cosas deseadas. Pero eso es imposible. No existe nadie en el mundo que pueda satisfacer todos sus deseos, en cuya vida todo transcurra como quiere, sin que pase algo no deseado. Constantemente ocurren cosas que van en contra de nuestros deseos y querencias, de ahí la pregunta oportuna: ¿Cómo podemos dejar de reaccionar ciegamente cuando debamos enfrentarnos a situaciones que no nos gustan? ¿Cómo podemos dejar de generar tensión y permanecer llenos de paz y de armonía?
Tanto en la India como en otros países hubo personas santas y sabias que estudiaron este problema - el problema del sufrimiento humano -, y encontraron una solución: cuando ocurre algo no deseado y empezamos a reaccionar con ira, miedo o cualquier negatividad, hay que dirigir lo antes posible la atención a cualquier otra cosa, por ejemplo te levantas, coges un vaso de agua y empiezas a beber; de esta manera la ira no solo no se multiplicará sino que empezara a disminuir: O empiezas a contar: uno, dos, tres, cuatro... O repites una palabra, o una frase, o un mantra, o quizá el nombre de una persona santa hacia la que sientas devoción. Así desviamos la mente y hasta cierto punto nos liberamos de la negatividad, de la ira.
Esta solución era útil, funcionaba y aun funciona; practicándola, la mente se siente libre de agitación. No obstante solo funciona en el nivel de la mente consciente porque lo que de hecho hacemos al desviar la atención es empujar la negatividad a lo más profundo del inconsciente donde sigues generándola y multiplicándola. Hay paz y armonía en la superficie, pero en las profundidades de la mente hay un volcán dormido de negatividad reprimida que antes o después entrará en erupción con una gran explosión.
Hubo otros exploradores de la verdad interna que llegaron algo más allá en su búsqueda, y que tras experimentar en su interior la realidad de la mente y de la materia se dieron cuenta de que desviar la atención es solo huir del problema. Escapar no es una solución, hay que enfrentarse al problema; cuando surja una negatividad en la mente, obsérvala, hazle frente y tan pronto como empieces a observar la contaminación mental, empezará a perder fuerza y poco a poco se irá marchitando y podrá ser arrancada de raíz.
Es una buena solución que evita los dos extremos: represión y dar rienda suelta. Enterrar la negatividad en el inconsciente no la erradicará y permitirle manifestarse con un acto físico o verbal dañino solo creará más problemas. Pero si te limitas a observarla, la contaminación desaparece y habrás erradicado esa negatividad, estarás libre de esa contaminación.
Esto suena muy bien, pero ¿es practicable en la realidad? ¿Resulta fácil para una persona corriente enfrentarse a las contaminaciones? Cuando surge la ira, nos coge tan de sorpresa que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Arrastrados por la ira cometemos actos físicos o mentales que nos dañan a nosotros y a los demás. Poco después, al desaparecer la ira, empezamos a llorar y a arrepentirnos, pidiendo perdón a los demás o pidiendo perdón a Dios: "Oh, he hecho un error, perdóname". Pero la próxima vez que nos encontremos en una situación semejante volveremos a reaccionar igual. Este arrepentimiento no nos habrá servido para nada.

La dificultad estriba en que no somos conscientes del momento en el que comienza esta contaminación. Empieza en las profundidades de la mente inconsciente y cuando llega al consciente ha tomado tal fuerza que nos arrastra y no podemos observarla.

sábado, 13 de junio de 2015

Conversaciones con el Maestro

El cultivo de la compasión…

            Una de las cosas que más apreciaba era sin duda las largas charlas con los maestros del monasterio, que en ocasiones se extendían por horas enteras y siempre en un tono amable y con cierto misterio. Se semejaba muchas veces a los cuentos que tantas veces he leído o había contado en mis programas de radio en España. El no conocer por mi parte el idioma chino, más que en sus expresiones más simples y cotidianas, en ocasiones dificultaba esa comunicación verbal, pero por otro lado acentuaba el interés y la agudeza mental, de modo que creo alcanzábamos entendimientos mucho más allá de las meras palabras.

            Conversar con estos maestros era ciertamente enriquecedor en todos los sentidos.


Emociones perturbadoras…

            Durante una de mis muchas estancias allí, en el monasterio Shaolin, tuve una tarde una profunda conversación con mi maestro. Ese día, sin saber muy bien porqué, me sentía algo extraño y eso produjo emociones y sentimientos que se vieron reflejados en mi entrenamiento, cosa que el maestro enseguida observó, aunque no me dijo nada hasta esa tarde.

            Sentados sobre unos taburetes de granito, a la puerta de la entrada al recinto donde vivía, junto a un sendero que discurría entre campos camino de un llano donde solíamos entrenar, nos encontrábamos tomando una taza de té. La tarde era hermosa, tranquila, aunque en la lejanía de los picos de la montaña Shaoshi, se empezaban a acumular oscuros nubarrones.

            Viéndome tan pensativo, el maestro me preguntó porque me sentía hoy así.

            Mi respuesta, tras unos breves momentos, fue una pregunta, que traté de sintetizar lo más posible dentro de mis conocimientos del idioma chino:

 -“Maestro, ¿Por qué me pregunto hoy incesantemente sobre el sentido de mi estancia aquí?”…

      El maestro, tras mirarme fijamente un buen rato, comenzó a decir, muy pausadamente: -

“¿Te has preguntado de donde surgen esos pensamientos?... ¿Cuál es el origen de los mismos?” –

Su mirada era tranquila, profunda, y expresaba una extraña quietud y armonía. Por un momento llegué a pensar que sus palabras surgían de sus ojos y no de su voz.

“No lo sé con exactitud, maestro. Es una extraña emoción que me surge de no sé muy bien donde. Medité ayer noche sobre ello, pero es como si esas emociones hubieran hecho un nido en mi mente y se hubieran quedado ahí…”

“Entiendo lo que me dices… Pero tú sabes muy bien que solo tú las mantienes ahí. No es nada externo. Déjalas ir… “

Es importante ser muy claro acerca de lo que queremos significar con la palabra emoción“ –continuó diciendo, -“Nosotros utilizamos la palabra diariamente para describir algo que puede ser identificado inmediatamente, una definitiva sensación en la mente que es tanto una reacción como una fuerza impulsora. En Budismo sin embargo, como hablamos el otro día, la emoción es mucho más que esto. Es un estado mental que empieza en el instante en que la mente funciona de un modo dualista, mucho antes de que la persona normal sea consciente de ello. Tú has despertado en algún sentido o ámbito esa dualidad, que divide tu mente…”

“La emoción es el aferramiento habitual que nos hace catalogar automáticamente nuestras experiencias de acuerdo a si nuestro ego las encuentra atractivas (deseo), no atractivas (enfado), o neutrales (ignorancia). Cuanto más aferramiento haya, mas fuerte será nuestra reacción, hasta que alcancemos un punto donde finalmente se rompa dentro de nuestra mente consciente y se manifieste como las sensaciones obvias que normalmente llamamos emociones. Las reacciones anteriormente citadas son calificadas como los tres venenos, a los cuales se añaden aquellos de considerar nuestra propia experiencia como predominante (orgullo) y juzgar nuestra propia posición en relación al objeto percibido (celos), para dar en total los cinco venenos. La palabra veneno es utilizada porque estas reacciones envenenan nuestra mente e impiden la aparición de su sabiduría intrínseca”.

“Averigua qué pensamientos has estado desarrollando para despertar esta emoción que sientes ahora, y encontrarás la salida. Incluso puede que te des cuenta de que en realidad no estás dentro de nada ni tienes que abandonar nada. Solo darte cuenta de las cosas, de cómo son en realidad, sin caer en la dualidad en que se suelen dividir”. … “No luches contra ello”.
“Permanece aquí, mientras estés aquí; Despierto, atento, disfrutando”… “No dejes que tu mente vuele a otros lugares ilusorios. Permanece…”, repitió con su suave tono de voz y su peculiar acento.

Terminado de decir esto, esbozó una amplia sonrisa, que le confería esa expresión de bonachón que tanto le caracterizaba.

Escuché muy atentamente su explicación, tratando de captar todo el sentido de lo que me decía; Tratando de que nada se me quedara en el espacio sombrío de la incomprensión, de donde nacía la ignorancia. Como tantas veces, había palabras que no comprendía de forma aislada, pero que en su contexto de la frase o explicación, sí tenían sentido. Como otras veces, mi amigo Chen, que esa tarde estaba allí, me ayudó en la traducción…

-“Muchas gracias Shifu, por tan valiosas enseñanzas. Meditaré sobre ello”.

El maestro soltó una sonora carcajada, mientras hacía gestos de negación con las manos…

-“No hay de qué; Tu sabes que yo no te enseño nada. Quizás solo te señalo algo que está perdido en tu mente, que siempre ha estado ahí y no has sabido comprender aún.”
“Tienes la sabiduría de saber convertirte en un estudiante, en un discípulo, en alguien que, a pesar de sus conocimientos, sigue buscando, sigue caminando en busca de la realidad. Eso te honra y seguramente te hace feliz. Cosa que muchos maestros extranjeros que vienen aquí, han perdido…Creen que ya lo saben todo y que tienen que entrenar o aprender poco.”

Esta situación siempre me fascinaba; Quería comprender el porqué, sin conocer el idioma en cuestión de forma fluida, era capaz de entender lo que se me quería trasmitir. Era realmente revelador y maravilloso constatar lo que los ancianos maestros siempre me habían contado sobre la comunicación entre mentes despiertas. Las palabras eran solo portadoras de emociones y sonidos, las que le daban cierta forma al pensamiento, pero que éste y la comunicación, se producían a otros niveles mucho más sutiles. En ocasiones, son los espacios vacíos entre las palabras los que contienen cierta enseñanza. Es ahí donde reside la verdadera comunicación… (de ahí que en mis textos utilice muchas veces espacios con puntos suspensivos).

Y esto lo podemos comprobar cuando alguien nos dice algo y esas palabras nos afectan de una forma u otra. Esas palabras van cargadas de energía, de intención, y eso es lo que nos llega en realidad. La forma de las palabras, su sentido semántico a veces puede confundir, porque se presta a la interpretación, mientras que lo que se transmite, es lo que es y así lo percibimos.

Si alguien nos insulta, esa palabra va cargada de intención, de una fuerte emoción, que es en realidad la que nos afecta (si nos dejamos afectar, claro) y nos duele. Y no importa en qué idioma nos insulten, que seguramente por el tono enseguida nos daremos cuenta de que no son palabras amables.

Esta conversación con el maestro me impulsó a tratar de ponerlo todo sobre papel en cuanto llegué a mi habitación. Aparte del gran agradecimiento que sentía por tan valiosas enseñanzas, creía que debía plasmarlo sobre papel y compartirlo luego con quienes sintieran también estas inquietudes espirituales.

Llegando a la aldea Wenzhigou, unos oscuros nubarrones presagiaban una tormenta, que, efectivamente, minutos más tarde comenzó a descargar una ingente cantidad de agua. La lluvia torrencial oscureció en apenas unos minutos todo el panorama que siempre podía ver desde mi ventana. El cercano arroyo de montaña aumentó su caudal hasta convertirse en un pequeño torrente. Era apenas las 5 y la tarde se había vuelto noche cerrada y la tormenta descargaba con furia agua y relámpagos. Era una de las frecuentes tormentas de verano que se presentaban de repente sobre la zona, deshaciendo las nubes de humedad que provenían de las llanuras del río Huang He (Río Amarillo).

Se fue la luz en la aldea y todo se sumió en la oscuridad. Pude encender el candil que tenía a mano y con esa tenue y cálida luz me puse a escribir en mi libreta de notas (en realidad esto mismo). Ocasionalmente me asomaba a la ventana y miraba por el cristal. Pero no era solo una ventana abierta al paisaje de la montaña de Shaolin, sino una ventana a mis pensamientos y emociones. Me sentía pequeño, insignificante en un mundo inmenso…

Me dejaba llevar por las sensaciones que todo eso me proporcionaba; La lluvia golpeando en el cristal, era la banda sonora de mis pensamientos. Por momentos los identificaba con melancolía, nostalgia y cierta vaga tristeza, que no sé muy bien de donde surgía ni porqué, y poco después el diálogo interior se convertía en discusión del porqué de todo aquello. Hubo momentos en que me sentí solo, tremendamente solo, tan alejado de todo y todos, inclusive de mí mismo, de mi vida cotidiana y mis circunstancias habituales. Aquí todo era distinto.

Había una parte de mí, la conciencia, que observaba ese caos momentáneo de pensamientos y los consecuentes estados emocionales surgidos de ellos. Era una extraña sensación, como si la tormenta de fuera, la que percibía fuera de la ventana, estuviera también dentro de mi mente. Afortunadamente, esa misma conciencia me permitía mantener un atisbo de claridad, de luz en esa oscuridad interior, y sabía que todo esto era pasajero, que no duraría, igual que no duraría la tormenta. Y que, analizándolo en realidad lo que hacía era limpiar mi mente de cosas innecesarias. Había que revolverlo todo para ver lo que no servía. Igual que el agua de la tormenta limpia todo a su paso.

Descubrí que eso era la dualidad de la mente; La fuente de donde surgían los conflictos, primero con uno mismo y luego con los demás… lo que mi maestro había tratado de explicarme.

Y percibí con claridad asombrosa la necesidad de esas “tormentas interiores” que producían cambios profundos en mi estado de ser. Esos estados emocionales que resultaban caóticos y en algunos casos perturbadores y dolorosos, no eran sino un camino de auto-realización, en el que se iban eliminando obstáculos. El único peligro era quedarse aferrado a esas emociones y dejar que anidaran en nuestra mente. Entonces te estancabas y eso creaba confusión mental y pensamientos erráticos. La tristeza y la melancolía te envolvían en su aparentemente cálido manto, pero eso encerraba unas consecuencias bastante negativas si permanecías ahí.

La corriente eléctrica no volvió en toda la noche. La tormenta debió afectar algún tendido o algo así. Se hizo evidente que estábamos en una zona rural. Pero no me importó en absoluto. Alumbrado con mi candil, estuve largo rato escribiendo sobre las distintas sensaciones que había percibido; Sobre toda la maraña de pensamientos que habían surgido a raíz de esa reflexión. Era un verdadero torrente; mi mente fluía sin cesar y generaba pensamientos cada vez más claros. Y sentía esa otra parte de mí, que observaba todo ese proceso. Esa otra parte de mí, que en realidad era un todo, pero que no sabría definir de manera alguna. Esa parte que trataba de plasmarlo todo sobre el blanco papel, como una manera de ver las cosas que llevaba dentro, fuera, en el exterior.

Finalmente decidí parar de escribir y poner en calma mi mente. Me senté en el cojín de meditación en el suelo, justo delante de la ventana, y cerré los ojos. Poco a poco los pensamientos, que pasaban volando veloces por la pantalla de mi mente, dejaron de tener consistencia y finalmente desaparecieron. Todo volvió a la calma. Ya no había ruido de mis voces conversando sin cesar. Todo silencio interior… paz…tranquilidad…

La tormenta también parecía que había cesado y poco a poco la luz del sol comenzó a filtrar sus tenues rayos del atardecer a través de las nubes y montañas. No sé si vi realmente este paisaje, o era fruto de mi percepción de la mente. No recuerdo el tiempo que estuve meditando –allí nunca llevaba reloj-  pero sí recuerdo haber abierto la ventana para sentir el aire fresco en la cara y percibir ese maravilloso e intenso olor a campo mojado, a vegetación salvaje, a naturaleza viva.

Miré fuera, a la cercana montaña y vi el mundo entero, con más colores, más intenso y más vivo si cabía… había cambiado mi manera de verlo.


lunes, 8 de junio de 2015

Conciencia…
Al igual que en este preciso momento estoy observando la pantalla inerte del ordenador, en muchas ocasiones me siento a observar el devenir de la vida cotidiana; en cualquier lugar… Cómo anda la gente a mi alrededor, como sonríen, hablan, se relacionan, interactúan, me miran –o no-, pasan de largo, se enfadan o simplemente miran vacíos…
A veces me parece que caminan sin saber muy bien a donde van; Sin conocer mucho el sentido de sus vidas, sin saber poco o nada acerca de sí mismos, de quienes son de verdad… cada uno en su mundo, o en la parte del mismo que le ha tocado vivir. Cada uno con sus historias vitales, sus penas y alegrías asomando por las ventanas del alma que son los ojos y el rostro.
Me siento a observar el caer de una hoja de un árbol, como un perro juega con su cola, observar cómo un pequeño gorrión recoge migajas de pan, mirar cómo se abre la hermosura de una flor, sentir la lluvia caer, a veces rápido, a veces como a cámara lenta. Dejo que las gotas me impacten el rostro, que atraviesen mis sentidos y caigan directas al alma.
Observo con todos mis sentidos alertas, sin clasificar, sin decidir si me gusta o no lo que estoy observando y sintiendo. Carece de importancia ese hecho. Simplemente disfruto de ese momento… cada uno único e irrepetible.
No es necesario que esté físicamente sentado al observar todo esto; Es una actitud ante la vida, ante todo acontecimiento que me rodea a cada momento, en cada circunstancia. Estar alerta, pero de manera relajada. Estar atento, ser consciente, estar aquí y ahora, pero de manera real.
Y en ese continuo observar, descubro cosas que no son interpretaciones empíricas o caprichosas de mi mente egótica, sino un fiel reflejo de la percepción real de lo que me rodea. Sin interferencias de ningún tipo.
Y entonces comienzo a sentir desde el corazón, desde la conciencia misma que es lúcida de su propia existencia en ese vacío extraño. Y lo que siento se traduce en pensamientos que así se convierten en parte en mis propias emociones y reacciones respecto a lo percibido. Surgen como hermosas flores de loto desde las aguas más turbias de mi existencia.
Desde esta comprensión profunda de la esencia de las cosas, comprendo situaciones, actos, reacciones y emociones de la gente que me rodea. Y veo muchas veces el grado de estupidez del ser humano, su profunda inconsciencia incluso de cuando tiene momentos de extrema lucidez.
Veo la incoherencia de las personas, de sus relaciones ilusorias y tantas veces tóxicas, basadas en conceptos y percepciones erróneas de su propia realidad, de aquella que inconscientemente han creado ellos mismos y en la que nadan erráticamente por la vida.
Y veo la sinrazón de actos absurdos, que no resisten el más mínimo análisis racional, pero que muchas veces defendemos como abogados corruptos del alma enferma. Actos que van acumulando rencores, resentimientos y odio; Que no aportan absolutamente nada para solucionar los problemas creados por nosotros mismos.
La absoluta falta de valores en nuestra sociedad occidental, cada vez más acelerada y superficial es el verdadero cáncer que está corrompiendo el alma del ser humano. Y es contagioso, al igual que la estupidez…
Y, paradójicamente defendemos nuestro estado del ser, contra viento y marea, contra toda razón y lógica, a pesar de que en el fondo sabemos lo equivocados que estamos. Y seguimos enfadados con el mundo, con nosotros… Seguimos peleando contra todos y contra todo.
Nos creemos dueños de todo, de las cosas y las personas, trastocando los valores que las sustentan en ésta, nuestra o vuestra realidad. Y nos creemos poseedores no solo de las cosas materiales, sino de las emociones, los sentimientos y del tiempo. Creemos que todo nos pertenece, a veces solo porque lo hemos adquirido –léase cambiado por otro objeto sin valor real, como el dinero- y nos pertenece.
Y entonces, muchas veces, me siento triste por la impotencia de no poder hacer gran cosa para despertar a tanto inconsciente. Por la impotencia de saber reconocer mis propios límites, la escasez de mis conocimientos y mi ardiente deseo de que las cosas cambiaran, que fueran de otra manera.
Así, quizás, no vería tanta desilusión en los jóvenes, tanta despreocupación, tanta incoherencia, falsedad e hipocresía… tanta violencia absurda, tanto dolor infringido sin sentido. De tantas guerras que comienzan en el interior de cada uno de nosotros.  Porque siento en el alma, en el corazón, en ese vacío que me crea todo esto, ese cambio catastrófico de nuestra sociedad, cada vez más alejada de la esencia del ser humano.
Y quiero seguir creyendo que esto tiene remedio. Quiero que el mundo comience a cambiar y cada uno, individualmente, despierte finalmente y podamos cambiar el rumbo que llevamos hacia el desastre.
Quiero creer que un cambio es posible y que ese cambio ha de venir de mí mismo, de cada ser humano de manera individual. No hay ningún colectivo que pueda cambiar nada, ni naciones, ni organismos, ni religiones ni nada. Solo uno mismo puede hacerlo.

La pregunta es: ¿Queremos hacerlo?