“Al final del camino, siempre hay otro camino”…
Cuando hoy, un año y poco más después, me detengo
a reflexionar sobre esta maravillosa experiencia que supuso vivir en esta
montaña de China, me pregunto que, de tratar de querer escribir este relato de
una manera coherente, ¿Cómo afrontaría la complicada –por no decir imposible-
tarea de describir todo lo que esta etapa supuso en mi evolución como persona?
Entiendo que, desde mi perspectiva emocional e intelectual, tengo
meridianamente claro que las experiencias no se pueden transmitir. Sólo pueden
ser vividas en primera persona. Entonces, ¿Qué sentido tiene escribir esto?...
y quizás la única respuesta que encuentro es mi necesidad de compartir
incondicionalmente con los demás.
Así
pues, cuando me propuse firmemente el comenzar este libro, tenía que meditar la
manera de plasmarlo, de situarlo en un contexto específico y así darle cierta
estructura, aunque sin perder la flexibilidad narrativa que, por otro lado,
forma parte de mi personalidad. Se trataba pues, de situar todos los apuntes y
reflexiones que recogí en varios cuadernillos durante mi estancia en China, en
un entorno intelectual comprensible. Era colocar los pensamientos originales lo
más cerca posible de la fuente emocional de la que surgieron. Pretendo, -no se
si lo conseguiré o no – situar todo esto en un contexto atemporal, donde todos
los pensamientos giran alrededor de las circunstancias que pude experimentar
por mi mismo. La cronología quizás no revierta tanta importancia en este caso,
aunque ha de existir en un segundo plano, porque escribir para uno mismo, no es
igual que hacerlo de cara a la galería.
Comienzo
a escribir esto, sin una idea concreta de lo que va a ser, porque estoy seguro
de que, al igual que cualquier camino que recorres siempre te depara sorpresas,
cuando tratas de plasmarlo sobre papel o sobre la pantalla del ordenador, van
surgiendo también otros caminos, otros recovecos y recuerdos que te conducen a
otras situaciones y experiencias, enlazando así todo en este entramado del
tejido de la vida misma. Recuerdo un dicho del célebre Lao Tse que reza:
“las
experiencias externas sirven para conocer el mundo.
Las
experiencias internas, para comprenderlo.”
Dejo estas reflexiones y palabras
aquí, como una semilla en una fértil tierra, para que germine y otros, cuando
sea el momento oportuno, puedan saborear sus frutos. Y esto va conformando la
historia, revestida de ciertos tintes autobiográficos, como no podía ser de
otra manera, y que fluye por mi mente, como el curso de un pequeño río, que
según las circunstancias se desliza suavemente por un remanso o ruge en un turbulento
rápido. Así es la vida…
Aún
así, esta narración está claramente dividida en varias partes; una describe las
circunstancias que rodearon toda la experiencia y la segunda, lo que surgió
como experiencia propia y profunda, fruto de largas meditaciones y conversaciones
con los Maestros. Otra sección, que trata de exponer una visión clara, o cuando
menos, diferente de la realidad, de mí realidad. Una parte impregnada de
profundos matices filosóficos y
conceptos budistas. Es pues cada palabra, cada frase, una ventana abierta a
otra realidad, donde se cuentan historias, cuentos, alguna que otra poesía y
mucho amor. Un espacio detrás de cada palabra, a pesar de la limitación de las
mismas, donde se esconden realidades, sentimientos, emociones e ideas que trascienden
la pura lógica intelectual. Es la esencia del pensamiento. Y ocasionalmente,
algún que otro cuento o aforismo tratan de explicar lo que no se puede
transmitir con esas palabras. Cuentos y frases mías en su mayoría, aunque
siempre basadas algunas en historias y cuentos tradicionales que alguna vez oí
en boca de algún Maestro o en las páginas de algún libro. Es pues el mérito
suyo, no mío.
Para
mí, todas estas partes están estrechamente unidas, de hecho considero que es
una sola cosa, pero entiendo que será más fácil asimilar lo expuesto si se
narra con cierto orden y estructura gramatical y literaria… (Esta expresión
casi me asusta, pues ni de una cosa ni de la otra tengo profundos
conocimientos!). Pero en cualquier caso, lo expuesto obedece ciertamente – y no
puede ser de otra forma- al único modo en que podemos pensar, al modo en que
podemos percibir las cosas. A la manera de comunicarnos. Aparte del hecho de
que no soy ni me considero escritor – esto casi me provoca la risa, pues sería
una identidad ilusoria más -, aunque ame las palabras y me guste escribir, este
proyecto de libro que me planteo supone un ligero escollo a superar. Quizás es
un reto personal mío; No lo sé… Pero no es un obstáculo que me vaya impedir
avanzar, no sé muy bien en qué dirección, no. Los obstáculos y los problemas
son en realidad oportunidades. Al contrario, será un motivo más, una
eventualidad más para tratar de mejorar en algún sentido. Este reto que me
bosquejo, lo utilizo, si cabe la expresión, para subir un peldaño más en mi
evolución. Me permite verme reflejado con nitidez en estas palabras y frases y
así, a la vez, convertirme en observado y observador. Me acerca al concepto del
“pensador de mis pensamientos”. Me permite aprender de mí mismo, de mis errores
y aciertos, que alguno se habrá dado. Al final, casi sin proponérmelo, se
convierte también en un proceso más de mi aprendizaje de la vida.
Y
si ya, de paso, hay personas afines o no a mis ideas, que lean esto y les pueda
aportar quizás otra opción, otra visión de la realidad, de su propia
comprensión y relación con la misma, pues entonces me sentiré doblemente
contento y feliz. No importa en absoluto que no compartan mi filosofía o
religión…
Y
si no es así, porque de ninguna manera puedo saber las reacciones emocionales
que estos textos puedan provocar en los demás, pues tampoco me preocupa lo más
mínimo, pues soy feliz de igual manera, simplemente escribiendo. Yo sólo te
muestro aquí un camino; Si decides adentrarte en él, bienvenido. En este
sentido, os dejo sin más dilación con un antiguo cuento asirio, que refleja mi
postura emocional respecto a los posibles elogios o críticas…
Cierto día un viejo Maestro llamó a su
discípulo y le dijo:
“Ve
al cementerio y allí, entre las tumbas, grita todo lo que puedas a los muertos.
Escúpeles, tírales piedras. Insúltales con las palabras más feas que conozcas.
Espera un rato y luego regresa aquí”…
El discípulo se encaminó pensativo
hacia el lugar señalado por su Maestro y una vez allí, con cierta timidez al
principio, comenzó a lanzar toda clase de improperios e insultos en voz alta.
Lanzó piedras sobre las lápidas y les escupió, tal y como se lo había pedido su
Maestro… Se sentó durante un rato expectante, a ver que sucedía, si es que
tenía que suceder algo… pero nada, solo obtuvo un profundo silencio como
respuesta…
Luego regresó junto a su Maestro,
esperando alguna explicación…
El Maestro le preguntó:
“¿Has
hecho todo lo que te dije?”. – “Si Maestro, todo”, fue la respuesta del
discípulo.
“¿Y
qué ha pasado después?”, le inquirió
el anciano… “¿Hubo alguna respuesta?”
“No,
ninguna Maestro. Solo silencio”…
“Pues
entonces regresa allí y pide disculpas por tu comportamiento, por tus gritos y
tus insultos. Pide perdón sinceramente y dedícales palabras amables, llenas de
amor y compasión”…
El discípulo, sin comprender nada, se
dirigió nuevamente al cementerio…
Permaneció allí un buen rato,
dedicando sus palabras amables a los que allí yacían enterrados. Incluso les
dedicó elogios por sus vidas y bendijo su descanso. Luego regresó a donde
estaba el Maestro.
Éste
le preguntó nada más llegar:
“¿Hiciste
todo lo que te dije?... ¿Y que sucedió después?”
“Absolutamente
nada Maestro. Igual que la otra vez, sólo obtuve un profundo silencio como
respuesta”…
“Pues
así hay que ser ante los insultos y los halagos, como los muertos!”
Pues así siento que tengo que ser yo, ¡como un
muerto…!
Dengfeng, China, Junio 2006
Shi
Yan Jia
(Pedro Estévez Gil)
Introducción al libro "La sombra en el espejo"