lunes, 28 de septiembre de 2015

La sombra en el espejo

“Al final del camino, siempre hay otro camino”…

   Cuando hoy, un año y poco más después, me detengo a reflexionar sobre esta maravillosa experiencia que supuso vivir en esta montaña de China, me pregunto que, de tratar de querer escribir este relato de una manera coherente, ¿Cómo afrontaría la complicada –por no decir imposible- tarea de describir todo lo que esta etapa supuso en mi evolución como persona? Entiendo que, desde mi perspectiva emocional e intelectual, tengo meridianamente claro que las experiencias no se pueden transmitir. Sólo pueden ser vividas en primera persona. Entonces, ¿Qué sentido tiene escribir esto?... y quizás la única respuesta que encuentro es mi necesidad de compartir incondicionalmente con los demás.
Así pues, cuando me propuse firmemente el comenzar este libro, tenía que meditar la manera de plasmarlo, de situarlo en un contexto específico y así darle cierta estructura, aunque sin perder la flexibilidad narrativa que, por otro lado, forma parte de mi personalidad. Se trataba pues, de situar todos los apuntes y reflexiones que recogí en varios cuadernillos durante mi estancia en China, en un entorno intelectual comprensible. Era colocar los pensamientos originales lo más cerca posible de la fuente emocional de la que surgieron. Pretendo, -no se si lo conseguiré o no – situar todo esto en un contexto atemporal, donde todos los pensamientos giran alrededor de las circunstancias que pude experimentar por mi mismo. La cronología quizás no revierta tanta importancia en este caso, aunque ha de existir en un segundo plano, porque escribir para uno mismo, no es igual que hacerlo de cara a la galería.
Comienzo a escribir esto, sin una idea concreta de lo que va a ser, porque estoy seguro de que, al igual que cualquier camino que recorres siempre te depara sorpresas, cuando tratas de plasmarlo sobre papel o sobre la pantalla del ordenador, van surgiendo también otros caminos, otros recovecos y recuerdos que te conducen a otras situaciones y experiencias, enlazando así todo en este entramado del tejido de la vida misma. Recuerdo un dicho del célebre Lao Tse que reza:

“las experiencias externas sirven para conocer el mundo.
Las experiencias internas, para comprenderlo.”

Dejo estas reflexiones y palabras aquí, como una semilla en una fértil tierra, para que germine y otros, cuando sea el momento oportuno, puedan saborear sus frutos. Y esto va conformando la historia, revestida de ciertos tintes autobiográficos, como no podía ser de otra manera, y que fluye por mi mente, como el curso de un pequeño río, que según las circunstancias se desliza suavemente por un remanso o ruge en un turbulento rápido. Así es la vida…
Aún así, esta narración está claramente dividida en varias partes; una describe las circunstancias que rodearon toda la experiencia y la segunda, lo que surgió como experiencia propia y profunda, fruto de largas meditaciones y conversaciones con los Maestros. Otra sección, que trata de exponer una visión clara, o cuando menos, diferente de la realidad, de mí realidad. Una parte impregnada de profundos matices filosóficos  y conceptos budistas. Es pues cada palabra, cada frase, una ventana abierta a otra realidad, donde se cuentan historias, cuentos, alguna que otra poesía y mucho amor. Un espacio detrás de cada palabra, a pesar de la limitación de las mismas, donde se esconden realidades, sentimientos, emociones e ideas que trascienden la pura lógica intelectual. Es la esencia del pensamiento. Y ocasionalmente, algún que otro cuento o aforismo tratan de explicar lo que no se puede transmitir con esas palabras. Cuentos y frases mías en su mayoría, aunque siempre basadas algunas en historias y cuentos tradicionales que alguna vez oí en boca de algún Maestro o en las páginas de algún libro. Es pues el mérito suyo, no mío.
Para mí, todas estas partes están estrechamente unidas, de hecho considero que es una sola cosa, pero entiendo que será más fácil asimilar lo expuesto si se narra con cierto orden y estructura gramatical y literaria… (Esta expresión casi me asusta, pues ni de una cosa ni de la otra tengo profundos conocimientos!). Pero en cualquier caso, lo expuesto obedece ciertamente – y no puede ser de otra forma- al único modo en que podemos pensar, al modo en que podemos percibir las cosas. A la manera de comunicarnos. Aparte del hecho de que no soy ni me considero escritor – esto casi me provoca la risa, pues sería una identidad ilusoria más -, aunque ame las palabras y me guste escribir, este proyecto de libro que me planteo supone un ligero escollo a superar. Quizás es un reto personal mío; No lo sé… Pero no es un obstáculo que me vaya impedir avanzar, no sé muy bien en qué dirección, no. Los obstáculos y los problemas son en realidad oportunidades. Al contrario, será un motivo más, una eventualidad más para tratar de mejorar en algún sentido. Este reto que me bosquejo, lo utilizo, si cabe la expresión, para subir un peldaño más en mi evolución. Me permite verme reflejado con nitidez en estas palabras y frases y así, a la vez, convertirme en observado y observador. Me acerca al concepto del “pensador de mis pensamientos”. Me permite aprender de mí mismo, de mis errores y aciertos, que alguno se habrá dado. Al final, casi sin proponérmelo, se convierte también en un proceso más de mi aprendizaje de la vida.
Y si ya, de paso, hay personas afines o no a mis ideas, que lean esto y les pueda aportar quizás otra opción, otra visión de la realidad, de su propia comprensión y relación con la misma, pues entonces me sentiré doblemente contento y feliz. No importa en absoluto que no compartan mi filosofía o religión…
Y si no es así, porque de ninguna manera puedo saber las reacciones emocionales que estos textos puedan provocar en los demás, pues tampoco me preocupa lo más mínimo, pues soy feliz de igual manera, simplemente escribiendo. Yo sólo te muestro aquí un camino; Si decides adentrarte en él, bienvenido. En este sentido, os dejo sin más dilación con un antiguo cuento asirio, que refleja mi postura emocional respecto a los posibles elogios o críticas…
Cierto día un viejo Maestro llamó a su discípulo y le dijo:
Ve al cementerio y allí, entre las tumbas, grita todo lo que puedas a los muertos. Escúpeles, tírales piedras. Insúltales con las palabras más feas que conozcas. Espera un rato y luego regresa aquí”…
El discípulo se encaminó pensativo hacia el lugar señalado por su Maestro y una vez allí, con cierta timidez al principio, comenzó a lanzar toda clase de improperios e insultos en voz alta. Lanzó piedras sobre las lápidas y les escupió, tal y como se lo había pedido su Maestro… Se sentó durante un rato expectante, a ver que sucedía, si es que tenía que suceder algo… pero nada, solo obtuvo un profundo silencio como respuesta…
Luego regresó junto a su Maestro, esperando alguna explicación…
El Maestro le preguntó:
¿Has hecho todo lo que te dije?”. – “Si Maestro, todo”, fue la respuesta del discípulo.
“¿Y qué ha pasado después?”, le inquirió el anciano… “¿Hubo alguna respuesta?”
No, ninguna Maestro. Solo silencio”
“Pues entonces regresa allí y pide disculpas por tu comportamiento, por tus gritos y tus insultos. Pide perdón sinceramente y dedícales palabras amables, llenas de amor y compasión”
El discípulo, sin comprender nada, se dirigió nuevamente al cementerio…
Permaneció allí un buen rato, dedicando sus palabras amables a los que allí yacían enterrados. Incluso les dedicó elogios por sus vidas y bendijo su descanso. Luego regresó a donde estaba el Maestro.
Éste  le preguntó nada más llegar:
“¿Hiciste todo lo que te dije?... ¿Y que sucedió después?”
“Absolutamente nada Maestro. Igual que la otra vez, sólo obtuve un profundo silencio como respuesta”…
“Pues así hay que ser ante los insultos y los halagos, como los muertos!”

Pues así siento que tengo que ser yo, ¡como un muerto…!


Dengfeng, China, Junio 2006

Shi Yan Jia (Pedro Estévez Gil)


Introducción al libro "La sombra en el espejo"