lunes, 12 de diciembre de 2016

El tesoro invisible…
El tiempo, ese concepto tan subjetivo, va pasando raudo y veloz por nuestras vidas, a veces sin que nos demos realmente cuenta de su paso. El tiempo, ese puñetero espacio inabarcable, a veces efímero como un chasquido de dedos, y otras que parece eterno, inamovible a los ojos de la impaciencia. Pero inexorablemente va dejando huella por donde pasa, seamos capaces de percibirlas o no.
Un año más, un montón de experiencias más, buenas, malas, regulares y algunas incalificables. Y uno, con el paso del tiempo, va acumulando esas experiencias, fuente de conocimiento a poco que abras tu mente y tu conciencia sea la conductora real de tu vida.
El tiempo te puede hacer más sabio, o simplemente más viejo, sin más. Eso depende solo de ti, de tu capacidad de comprender, de escuchar y de observar. Estas tres cosas que parecen quedaron relegadas para los eruditos y que en nuestra sociedad moderna, llena de parloteo constante e inútil, suenan arcaicas. Una sociedad donde estamos ya habituados a charlar continuamente, en un río de palabras vacías, mal utilizadas y que nadie escucha en realidad.
Aquí, el tiempo dedicado a escuchar, a observar las cosas y las circunstancias, adquiere un valor real. Casi se hace tangible. Y eso es un verdadero tesoro. Porque solo depende de ti como uses el tiempo que tienes, sea poco o mucho. Puedes aprovecharlo o puedes perderlo inútilmente en hacer cosas que no te aportan nada. Puedes perderte en largas conversaciones por sms o whatsup o conversar cara a cara con alguien, mirándole a los ojos, sintiendo las emociones propias y ajenas derivadas de ese contacto. La diferencia es abismal. Los beneficios son infinitos y muchas veces incomprensibles a primera vista.
Puedes también perder tu precioso tiempo jugando a videojuegos, a chatear on-line con otros perdedores de tiempo. Y es posible que incluso estés convencido de que te aporta algo positivo, de que aprendes algo útil, o que simplemente te diviertes. Pero también el tiempo, ese mismo que perdiste en su momento, te enseñará lo equivocado que estabas. Te enseñará cómo te auto-engañabas para justificarte. Como esa ‘mentira’ era fomentada y alentada por la sociedad de consumo para justificar esa pérdida de tiempo. Para incluso ocultar oscuros intereses, que no interesaba que te dieras cuenta de ellos. Pero entonces, ya no te quedará mucho tiempo para rectificar nada. Se te habrá escapado entre los dedos como el agua fresca que ya no puede saciar tu sed.
Somos todos seres que nadamos temporalmente en este río de la vida. Cada instante es crucial, es relevante porque estamos inmersos de lleno en el flujo continuo del tiempo. Cada instante es único e irrepetible. Cada segundo cuenta.

Perder el tiempo, es ese ‘ya lo haré luego’… o aquello de ‘ya habrá tiempo para eso’…

jueves, 24 de noviembre de 2016

guerra perdida...

Que los tiempos están cambiando, no es ninguna novedad. Que lo hacen a cada segundo, tampoco. Pero hay algo que sí que está cambiando, y es nuestra percepción del mismo. Al menos la mía. Y no solo eso está cambiando a un ritmo vertiginoso, sino que nuestra respuesta, tanto emocional como física lo hace también. Y eso, teniendo en cuenta de que nuestros pensamientos son los que conforman de una manera subliminal la realidad en la que vivimos, pues creo que debería preocuparnos un poco. O bastante…
Pero no, parece ser, a tenor de lo que observo día a día, de que nuestras conciencias están tan aletargadas, que no reaccionamos adecuadamente para conducirnos por un camino mejor. No. O eso, o es que aún sabiéndolo, no hacemos nada y nos importa un carajo monumental. No sé si es más de tontos, o inconscientes e ignorantes…
Eso sí, disponemos de una ingente cantidad de información sobre todo, pero cada vez estoy más convencido de que escalamos en una inmensa montaña de basura informativa, pensando que nos sirve de algo. Y la verdad es que solo sirve para tener más información, pero poco más. Nos atiborramos de noticias sobre cualquier tontería que en realidad ni nos afecta ni nos interesa mucho. ¿No es eso el Facebook?... Entretiene, dicen algunos, pero, ¿Sirve de algo ese entretenimiento vacío? ¿Nos aporta realmente algo que pueda cambiar nuestras vidas y ser un poco más felices? ¿Entendemos mínimamente el porqué gastamos tanto tiempo en esos espacios ilusorios? ¿Y nos llega a preocupar realmente?
Damos por válidas nuevas formas de comunicación, nuevas maneras de expresarse, donde todo vale, sin tener en cuenta las consecuencias, que siempre las hay. Sin tener en cuenta de cómo eso puede modificar nuestra percepción de la realidad hasta niveles insospechados. Perdón, quise decir inconscientes.
Las emociones, verdaderos vehículos primarios de nuestra comunicación en todos los sentidos, se ven relegadas en un escueto plano secundario. Y a veces ni eso. Y entonces ocurren las percepciones de comunicación erróneas, las malas interpretaciones de lo que vemos y oímos, porque no hay una emoción a la que hacer frente, con la que interrelacionarse de manera directa y clara. Nuestras propias respuestas emocionales se ven condicionadas por la percepción –muchas veces errónea- de esa comunicación. Y cuando no tenemos enfrente un interlocutor real, que reacciona emocionalmente ante nosotros, no podemos saber si nuestras acepciones son realmente bien entendidas.
Luego nos quejamos continuamente de que “algo” no va bien en la sociedad, pero seguimos fomentando y manteniendo la fuente del problema. No queremos verlo. O no sabemos, porque de todo habrá.

Observo, no sé si con más tristeza que rabia, como hay personas, cada vez más jóvenes, que están literalmente (y patológicamente) enganchados al móvil, a las llamadas nuevas tecnologías. Sin ser conscientes del potencial peligro que tiene el mal uso de estas tecnologías, porque no vamos a negar que al fin y al cabo son herramientas de comunicación.
Pero aún así, también observo como la inconsciencia, alentada por esos medios e industrias, fomentan el uso indiscriminado de los mismos. Hay que convertir las posibilidades de mal uso y sus consecuencias,  en mínimas, hacerlas desaparecer por completo, para que el consumo del producto no pueda verse afectado. Por eso hay que hacer creer a la opinión pública que disponer de todas esas nuevas tecnologías, es lo moderno, lo imprescindible. Que casi no existe la vida sin esas tecnologías. Esa es la sutíl manipulación de las masas. Y es también esa la razón –o una de ellas- por las que todo cambia tan rápidamente. Aun no nos hemos familiarizado con un producto, cuando sale otro más avanzado al mercado. Y hala, a cambiarlo…
A mí personalmente, me parece una barbaridad y una inconsciencia total el darle a un niño de apenas 10 años un teléfono móvil de última generación. A un crío que apenas entiende lo que son las emociones ni por supuesto como manejarlas. Creo, sin exagerar, que le estamos proporcionando una peligrosa herramienta de auto-destrucción. Un medio en el que seguramente –es solo apariencia- se desenvuelva como pez en el agua. Pero es un agua envenenada, contaminada… Niños que manejan estas tecnologías como quien maneja una simple calculadora, pero que luego no saben relacionarse sanamente con el prójimo. Niños que no saben jugar. Niños que no han recibido educación emocional alguna…

Hace unos días, charlando con un amigo mío, que casualmente es Inspector Jefe de la Policía Nacional, especializado en temas de ciber-acoso y violencia de género, me comentaba que los padres no deberían proporcionales teléfonos móviles a menores de 12 años, bajo ninguna circunstancia, y a los menores de 16, que no dispusieran de internet o whatsapp en sus dispositivos, habida cuenta de los peligros reales que se están comprobando, algunos de ellos ya tipificados como delitos. Las repercusiones pueden ser muy serias y en ocasiones, por desgracia irreversibles.

Palabras como cyberbulling, sexting o grooming, nos pueden sonar como raras, extranjeras, pero son hechos que lamentablemente se están produciendo día a día en nuestras escuelas y tienen como punto común el uso –o mal uso- de las nuevas tecnologías de comunicación. El que un enorme porcentaje de menores dispongan de teléfonos móviles con internet, es la base para que estas peligrosas tendencias puedan proliferar sin freno alguno. La tontería de que el niño necesita un teléfono móvil para estar localizado, para una emergencia o, lo que me da la risa, para estudiar, queda evidente de que no es cierto. Bastaría con que, si fuera necesario de verdad, tuviera un terminal solo para llamar, sin internet. Es solo la excusa para justificar que se es incapaz de gestionar esta “necesidad imperiosa” de tener un móvil. De estar permanentemente enganchados al teléfono. Y da igual que se tenga solo 10 años.
Pero paradójicamente, los que parecen estar siempre equivocados, o exageran, o son anticuados, son precisamente las personas –como yo mismo- que alentamos de estos peligros potenciales, que la gente ‘dormida e ignorante’ no quiere ver, a pesar de que las evidencias y hechos están ahí, a la vista. Esta es mi ‘guerra particular’, por definirlo de alguna manera. Es mi lucha constante contra algo que sé no podré vencer nunca, pero que mi ideología y mi conciencia me empujan a enfrentar. Y no importa que me llamen de todo menos bonito, como dice el refrán. Sé que tengo razón. No necesito costosos estudios, ni eminentes científicos y psicólogos, ni jueces ni policías que lo confirmen y me puedan dar la razón. Es simple y pura visión clara. Es simple lógica conductual. Y contra eso solo cabe la demostración empírica de lo contrario. Y eso, por ahora no ha sucedido, ni creo que suceda…


miércoles, 13 de julio de 2016


Aquí y ahora…
               Ya desde muy pequeño, mi pasión por la naturaleza se hizo patente, al vivir y educarme en un país, Suiza,  donde el respeto por el entorno se enseña desde la más tierna infancia. En la escuela nos inculcaban la importancia de todos los ecosistemas, nuestra estrecha relación de interdependencia con la naturaleza y la imperante necesidad de cuidar de ella. Eso lo he vivido como algo elemental en mi educación, hasta el punto de entenderlo como algo normal. Lo que no era normal –y no acababa de comprender- era precisamente el no hacerlo, el maltratar sistematicamente la naturaleza, los animales y la vida no humana que nos rodea.
Así pues, cuando vi por primera vez como en nuestro país se maltrataba a un pobre perro porque sí, por pura diversión, sin que nadie dijera nada, pues fue un verdadero shock; Quería volverme a Suiza…
Siempre me ha gustado andar por esos campos, meterme en charcas de río, escalar riscos y colinas, revolcarme en la hierba y disfrutar de ese regalo que la vida nos ha brindado. Cada ocasión de tiempo libre que tenía, siempre buscaba la manera de escaparme al campo, al bosque, a explorar y sentirme libre. He sabido desde pequeño disfrutar de la brisa, de la sombra de los árboles, de la lluvia en verano, de sentarme a mirar las hormigas, de observar el paso de las nubes, de sentir la fuerza del relámpago y de fascinarme y refrescarme con el agua del arroyo o una fuente, siempre agradeciendo desde lo más profundo de mi ser. Recuerdo como verdaderos tesoros algunas experiencias en estrecha comunión con la naturaleza, de la que he recibido los más hermosos regalos.
Hace apenas unos días hemos realizado un recorrido por un río, en plan senderismo fácil para toda la familia y la experiencia me ha hecho reflexionar mucho. Sobre el tiempo. Sobre lo que hacemos con él y sobre las cosas importantes de la vida. Sufro desde hace años, una enfermedad crónica degenerativa, que si bien no es muy visible externamente, por dentro si que va haciendo estragos poco a poco. Hacía mucho tiempo que no tenía la ocasión de ir a hacer senderismo así que tenía mucha ilusión por poder retomar esa actividad. Pero, a pesar de que el recorrido era fácil y fantástico, mi salud me jugó una mala pasada, en parte por la deficiente preparación del material a llevar. Se me rompieron las zapatillas a medio camino y encima me quedé sin agua. El regreso –unos 6 km- se convirtió en una pesadilla. Casi sin poder andar por el dolor en los pies, deshidratado, con calambres y pequeñas pérdidas de conciencia, logré haciendo un esfuerzo increíble, llegar al coche, donde pude recuperarme. Estuve a punto de sufrir un infarto por la falta de liquidos, pero la fortaleza interna y el trabajo de la mente lograron traerme de regreso.
Toda exta experiencia me hizo pensar en el tiempo poco aprovechado en hacer las cosas que realmente me gustaban, como era ir al campo siempre que pudiera. Era un ejemplo real e inmediato de la filosofía del “aqui y ahora”, de saber vivir el momento presente, sin perderse en quehaceres inútiles y que no nos aportan nada.

Hay que salir fuera, tomar conciencia de nuestro ser, de nuestro entorno y de nuestra relación con el mismo. La vida es eso. Simple y natural. Nunca sabemos cuando puede ser la última vez que podamos dar un paso con los ojos abiertos…

viernes, 8 de julio de 2016

¿Evolucionar o involucionar?
Sin duda alguna muchos no sabrán de qué estoy hablando. Nada que ver con la evolución de las especies, aunque la raíz de lo que quiero comentar esté precisamente ahí.
Uno, en la vida cotidiana que te ha tocado vivir o has elegido, en parte ser partícipe de esa realidad, tiene la posibilidad de sentarse a pensar, a reflexionar sobre uno mismo y nuestra relación con la vida.
Y observo mi entorno, a mis congéneres y me pregunto muchas veces si es posible la parada en la evolución del ser humano. Es más, me pregunto si incluso es posible la involución, es decir, que andemos hacia atrás en lo recorrido como especie supuestamente inteligente y dominante. Y viendo muchas situaciones y actos del ser humano, creo sinceramente que sí es posible retroceder. De otra manera no se puede explicar cómo algunos individuos han retrocedido hasta la edad media en algunos aspectos.
El verano es sin duda, sobretodo en nuestra zona geográfica, un período de tiempo extraño, quizás atípico para el campo en el que nos desenvolvemos y que nos atañe, las aamm chinas…
Un tiempo en que supuestamente tenemos más tiempo libre, el clima es proclive a entrenar más y mejor, hay una luz espléndida y hay mayor disponibilidad de espacios. Pero paradójicamente, la gente entrena menos, algunos, los más jóvenes nada en absoluto. Abandonan la escuela durante un par de meses, a veces hasta tres, con las consecuentes consecuencias, que muchas veces no sabemos vislumbrar.
En muchas ocasiones, son realmente los padres los que, por un motivo u otro, dejan de traerlos a las clases. Incompatibilidad de horarios entre padres que trabajan y el excesivo tiempo libre de sus hijos, o en otros casos es por simple desgana, por la playa o el calor. No importa la excusa…
Creo sinceramente que las cosas están mal organizadas. En general tenemos mala organización de nuestro tiempo, de nuestras cosas, alterando el orden natural de importancia de las cosas. Lo que solemos llamar prioridades elementales de las cosas de la vida. Está todo realmente trastocado. Los valores que sustentan todas estas acciones, se ven así perdidos en esa bruma espesa de la laxitud y la desidia que supone perder el sentido real de las cosas. No saber reconocer su valor real.
¿Sabemos realmente lo que ocurre cuando decidimos irnos de compras con los niños, a un centro comercial, justo en horario de clases? ¿Sabemos lo que pasa cuando decidimos que el niño tiene que ‘descansar’ de las clases dos o tres meses? ¿Entendemos realmente las razones que nos impulsaron a inscribir a nuestro vástago en la escuela? ¿Somos realmente coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos al respecto?... Pues parece ser que no mucho.
Todos somos más o menos conscientes de que las nuevas tecnologías facilitan el acceso a la información, y que la información es conocimiento –que no sabiduría- y que el conocimiento debería hacernos evolucionar hacia algo mejor -¿Felicidad quizás? ¿Coherencia?- en nuestras vidas. Pero mucho me temo, que esto no es así; Cada vez estamos peor, comprendemos menos y como consecuencia somos más ignorantes que antes –o quizás igual que antes- pero en ningún caso nos acercamos a lo que debería ser, que es un camino de evolución como seres humanos.
Nada parece tener consecuencias. Todo se hace de manera bastante superficial en muchos sentidos y cosas. Y si no se consiguen resultados –que es lo más probable- pues inventamos excusas o justificamos con el motivo que sea nuestra mediocridad. Y se establecen mecanismos sociales para reconocer eso como lo normal. Y así, en apariencia, no pasa nada.

El compromiso con la escuela –si es que existe realmente- se ve ninguneado completamente. Deja de tener valor alguno. Y cuando eso deja de tener valor, es como si dejamos de valorar lo que nos enseña el maestro. Deja de tener valor alguno el Kung-fu que se nos enseña y la clase se convierte en algo semejante a una clase de cualquier otra actividad. Y nos habremos perdido en el camino de las aamm chinas, de la enseñanza tradicional de valores que tanto van buscando algunos. Y cuando los encuentran, los pisotean sin miramiento alguno, pero siguen exigiendo una enseñanza de calidad…

miércoles, 13 de abril de 2016

Estructuras…
La respiración es lenta, pausada, profunda… La mirada centrada en un espacio indefinido, pero muy alerta y consciente. El cuerpo en calma y la mente centrada en estar alerta. El primer movimiento surge de la nada, en una trayectoria armoniosa, con una extraña suavidad y lentitud, pero visiblemente cargada de una intensa energía, como preparando algo. De pronto, otro movimiento estalla en el aire a la velocidad del relámpago, y el rostro apacible y tranquilo se transforma en otra expresión de furia y fuego. Otra cadena de movimientos muy vigorosos y tremendamente rápidos se sucede en todas direcciones, imprevisibles. Se percibe una intensa energía en el aire…
Cada golpe de mano, cada patada rasga con su velocidad el aire, buscando blancos imaginarios. Espacios de aparente calma se intercalan entre la vorágine de golpes. La mirada dirige la intención, el corazón. Ha comenzado la forma, Qixingquan…”
La ejecución de las formas de Shaolin, no son una mera acumulación de técnicas, más o menos vistosas que obedecen a patrones preestablecidos. El trabajo profundo que con ellas se desarrolla, va mucho más allá de esta idea simple. Los monjes budistas utilizan la práctica de las técnicas de las formas como medio para alcanzar su yo profundo, su interior, su unidad con el todo. Es pues, específicamente en Shaolin, una práctica propia del budismo de esta escuela, la que busca alcanzar estados de conciencia superiores.
Cuando vemos a un experto o un monje, realizar alguna de estas formas tradicionales, podemos apreciar que hay algo en lo profundo de cada gesto, de cada mirada. Algo que es quizás indefinible, que se escapa a los conceptos preestablecidos y que está fuera del espacio y tiempo. Cuando comprendemos esto y sabemos apreciarlo o diferenciarlo, nos será muy fácil distinguir a un deportista marcial de un artista marcial tradicional o un guerrero de Shaolin. Hay algo significativamente distinto que marca una diferencia. Hay una expresión y una estructura detrás de las formas tradicionales que es como un traje en el que ha de enfundarse el practicante y manifestar con sus acciones, la singularidad de esa forma. Así el Kung-fu sale de tus huesos, de tu corazón y tu mente y es expresado mediante las acciones corporales, o lo que denominamos técnicas del estilo.
Pero esto es en realidad el resultado de una práctica exhaustiva y prolongada de los Jibengong, las técnicas de base del estilo. Esto ocurre con el taolu Qixingquan, pero es igual para cualquier otra forma. Entendemos en Shaolin que la práctica realmente importante no es el desarrollo de la forma en sí, si no su trabajo de base, de repetición de los detalles, del sentido de cada movimiento. Luego se unen diferentes cadenas de movimientos, con características similares y ya tenemos una forma.
Es por ello que decimos que la acumulación de formas, no significa que tengas un gran conocimiento del estilo. Esas formas han de ir precedidas de un trabajo de estructura interna, de desarrollo de sus cualidades específicas a través de los Jibengong. De ahí que, coleccionar formas, no te hace poseedor de su profundo conocimiento. Solo sabrás formas, poco más. Formas sin estructura, que se parecen – a veces mucho- a las tradicionales.

Cuando no tienes un trabajo continuo y profundo del Jibengong detrás de las formas, tus movimientos y ejecución de la misma te delatarán. Hay algo de vacío en tus gestos, pues difícilmente puedes encontrar su esencia si no la has descubierto y practicado exhaustivamente. Solo así puede crecer en ti esa expresión, esos gestos que pueden pasar de la calma y la suavidad, a la tempestad y la explosividad. Solo así es Shaolin. Solo así es kung-fu…

sábado, 9 de abril de 2016

Caminando...

Observo con cierto grado de fascinación los movimientos del maestro, que me muestra parte de una forma antigua. Cada gesto es como un regalo que me llena de entusiasmo, me hace sentir extraño, con las emociones a flor de piel. Son solo movimientos de Kung-fu, pero ejercen sobre mí, una poderosa atracción. Llevaba ya unos meses entrenando y aprendiendo los ejercicios de base, así que el iniciar por fin el estudio de una forma tradicional, era algo sumamente emocionante. Era descubrir una cultura nueva, exótica y fascinante a través de la práctica del Kung-fu de Shaolin.
El Maestro era muy estricto y duro. Me hacía repetir incansablemente una y otra vez la serie de movimientos, insistiendo en los detalles. Yo no comprendía muy bien tanta disciplina, tanta dureza y sacrificio, que en ocasiones hasta me hicieron llorar, unas veces de dolor y otras de rabia. Y en más de una ocasión pensé en abandonar, en dejar de aprender Kung-fu y hacer cualquier otra cosa menos sacrificada. Pero no; Al día siguiente ya estaba deseando que llegara la hora para comenzar de nuevo. Había algo muy poderoso que me atraía, que me hacía crecer la ilusión y me hacía sentir algo muy fuerte, muy dentro de mí. Algo que me impulsaba, a pesar del dolor y las lágrimas, a seguir adelante. A sentir pasión por lo que aprendía día a día, aunque solo fuera un simple movimiento nuevo. Lo sentía con el corazón.
Mi Maestro sonreía pocas veces, pero lo notaba satisfecho con mi esfuerzo, con mi insistencia y afán por aprender. Y cuanto más me esforzaba, más me exigía. No lo entendía, pero había muchas cosas que no entendía. Tenía solo 12 años. Con esa edad no se comprenden muchas cosas. No comprendes que te están forjando tu carácter y espíritu; Que están sacando lo mejor que llevas dentro. Que te están señalando un camino para que tú aprendas a caminar por ti mismo. Todo el dolor, el sacrificio y esfuerzo no eran más que herramientas de crecimiento. Era la manera de preparar tu mente y cuerpo para que desarrollaras tus habilidades innatas y latentes. La forma de aprender a gestionar tus emociones, tus capacidades creativas y formarte como ser humano. Ese era el Kung-fu que mi Maestro me estaba enseñando.
Solo muchos años más tarde, he logrado comprender muchas de sus enseñanzas ocultas, que me han llevado a ser quien soy y a situarme donde estoy en la vida. Solo cuando yo mismo me he dedicado también a la enseñanza, he sentido todo lo que en su momento me mostraba. Solo entonces logré comprender verdaderamente el valor del esfuerzo y del sacrificio. Sentí que cada lágrima vertida, por dolor o rabia, no hacía más que regar y nutrir la semilla que mi Maestro había plantado en la fértil tierra de mi corazón. Una semilla fuerte, que finalmente ha hecho crecer el árbol de mi vida; Que ha hecho posible que aún hoy, siga caminando por el sendero de las artes marciales.
Ese es el aspecto que hoy en día se ha perdido en occidente, la capacidad de sacrificio. Se han desdibujado las intenciones por las que alguien –un niño- practica algún arte marcial. Todo queda en la superficie de las apariencias, de lo superfluo, donde lo mediocre se exalta como un éxito. Pocos niños muestran ese entusiasmo, ese brillo en sus ojos por lo que están aprendiendo. Y pocos padres saben valorar en su justa medida lo que un profesor o Maestro les está enseñando a sus hijos. Hoy en día parece que todo queda relegado a la enseñanza de un puñado de técnicas y que, todo lo filosófico que hay detrás de ellas, queda difuminado en rituales y gestos teatrales, carentes de toda emocionalidad y valor ético.

Y aun así, podemos darnos con un canto en los dientes de que haya gente –niños y niñas- practicando. Algo es algo y hay sin duda muchos que se esfuerzan. Pero falta algo… o sobran cosas, no lo sé. Serán que los tiempos cambian. Pero hay cosas que son lo que son…

jueves, 7 de abril de 2016

Cómo tratar con el miedo

Según el budismo, existe un miedo impropio y un miedo apropiado.

Por ejemplo, cuando tenemos miedo a algo que no puede perjudicarnos, como una araña, o que no podemos evitar, como el envejecimiento, las enfermedades o tener un accidente, nuestro miedo es impropio, puesto que sólo sirve para deprimirnos y paralizarnos.

Por el contrario, cuando alguien abandona el tabaco porque tiene miedo de contraer cáncer de pulmón, este miedo es apropiado porque está basado en un peligro real y se pueden tomar medidas para evitarlo.

Por lo general, tenemos innumerables miedos: miedo al terrorismo, a la muerte, a separarnos de nuestros seres queridos, al compromiso, al fracaso, al rechazo, a perder nuestro trabajo, etcétera. La lista sería interminable.

La mayoría de nuestros miedos tienen su raíz en lo que Buda llama engaños, es decir, maneras distorsionadas de percibirnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Si aprendemos a controlar nuestra mente y a reducir y finalmente eliminar estos engaños, acabaremos con el origen de todos nuestros miedos, tanto impropios como apropiados.

Sin embargo, de momento necesitamos el miedo apropiado que surge de tomar consciencia de nuestra situación para poder cambiarla. Por ejemplo, no tiene sentido asustar a un fumador con que va a morir de cáncer de pulmón a menos que haya algo que pueda hacer al respecto, en este caso, dejar de fumar.

Si un fumador tiene suficiente miedo a morir de cáncer de pulmón, tomará las medidas necesarias para abandonar el tabaco. Sin embargo, si prefiere ignorar este riesgo, continuará creando las causas para sufrir en el futuro, negará el problema y no tendrá control.

Al igual que un fumador está expuesto a contraer un cáncer de pulmón debido al tabaco, nosotros también estamos expuestos al dolor, al envejecimiento, a las enfermedades y a la muerte debido a que estamos atrapados en el samsara, que no es más que el reflejo de nuestra propia mente incontrolada.

Estamos expuestos al dolor físico y mental que surge de una mente perturbada por los engaños del odio, el apego y la ignorancia. Podemos elegir negarlo y, por lo tanto, carecer de control, o podemos reconocer el peligro y buscar una manera de evitarlo eliminando las verdaderas causas del miedo (el equivalente al tabaco): los engaños y las acciones perjudiciales motivadas por ellos. De este modo, tendremos control y no habrá motivos para tener miedo.

Por lo tanto, un miedo moderado a nuestros engaños y al sufrimiento que producen es apropiado porque sirve para animarnos a realizar acciones virtuosas y evitar el verdadero peligro. En realidad, sólo necesitamos el miedo como impulso hasta que hayamos eliminado las causas de nuestra vulnerabilidad encontrando un refugio espiritual y adiestrando nuestra mente de manera gradual.
Después, dejaremos de tener miedo porque ya no habrá nada que pueda perjudicarnos, como le ocurre a un Destructor del Enemigo (aquel que ha alcanzado la liberación y ha derrotado al enemigo de los engaños) o a un Buda (un ser completamente iluminado).

Todas las enseñanzas de Buda son métodos para superar los engaños, el origen de todos los miedos.

Clases de miedo

Existen dos clases de miedo: el impropio y el apropiado. También se puede dividir en miedo a lo inevitable y a lo evitable.

La clave para tratar con el miedo es analizar qué clase de miedo tenemos y transformar los miedos impropios a lo que no podemos cambiar en miedos apropiados a lo que sí podemos cambiar. Entonces, debemos utilizar estos últimos como motivación para refugiarnos en las Tres Joyas y evitar las dificultades, e incluso finalmente lo que en este momento parece inevitable, como las enfermedades, el envejecimiento y la muerte.

Es necesario que nos preguntemos a qué tenemos miedo. Por ejemplo, ¿tenemos miedo a ponernos enfermos? Puesto que en la actualidad no podemos elegir nuestro estado de salud, este miedo no es constructivo. Sería más apropiado tener miedo al renacimiento contaminado y a los cuatro ríos del nacimiento, el envejecimiento, las enfermedades y la muerte, causados por los engaños.

Este miedo es constructivo y se llama renuncia, el deseo de escapar para siempre de los sufrimientos del samsara, incluidas las enfermedades. Con esta motivación es posible conseguirlo.

También es posible que tengamos miedo a la muerte. De nuevo, puesto que esta es inevitable, este miedo no es constructivo y nos conducirá a actitudes erróneas, como negar su existencia o tener la sensación de que nuestra vida carece de sentido.

Sin embargo, aunque vayamos a morir, no tenemos por qué hacerlo con una mente incontrolada. Por lo tanto, es mejor transformar nuestro miedo a morir en miedo a hacerlo con una mente incontrolada, puesto que de este modo podremos prepararnos para una muerte apacible.

O quizá tengamos miedo al rechazo. De nuevo, ¿de dónde procede en realidad este miedo? Probablemente se trata de miedo a no agradar a los demás. ¿Qué podemos hacer al respecto? Podemos cambiar nuestra manera de pensar y estimarlos. Esto está dentro de nuestras posibilidades.

Nuestro miedo al compromiso o a quedar atrapados sin poder dar marcha atrás también se puede transformar en temor constructivo reconociendo que lo que en realidad nos atrapa es nuestra propia mente.

El miedo apropiado surge al reconocer que todavía no nos hemos comprometido a escapar del samsara y nos anima a tomar la determinación de hacerlo.


En resumen, no podemos controlar el devenir de los acontecimientos, pero podemos aprender a controlar nuestra mente, actitud y conducta, y de este modo liberarnos de manera gradual de todos los miedos. 

miércoles, 6 de abril de 2016

Reflexiones de la tortuga
Núcleo familiar
Que algo no va muy bien en nuestra sociedad, es bastante evidente; Basta con echar un vistazo a los medios de comunicación de cualquier día para confirmarlo. Y no me refiero obviamente a las catástrofes naturales, si no a todo aquello en lo que el ser humano tiene relación directa. Asesinatos, maltrato, violencia de género, bulling, maltrato animal, estafas, abusos, acoso, pederastia, ladrones de guante blanco, violencia en el deporte, corrupción, etc.
Cabría preguntarse el porqué de tanto conflicto, de tanta violencia, de tanta sinrazón, pero la respuesta, aún siendo muy sencilla, podría llenar una enciclopedia entera, y aún así creo que no lograríamos entenderlo del todo. ¿No será quizás que el ser humano ha perdido facultades cognitivas? ¿No podría ser que la “máquina que piensa” -nuestra mente- está defectuosa ya de fábrica? ¿O será quizás que no hemos aprendido a utilizarla adecuadamente? ¿Será que la ignorancia se ha instalado en nuestros sentidos y emociones?... En este laberinto de preguntas y respuestas, hay seguramente mucha gente caminando erráticamente, tratando de comprender mínimamente el sentido de la vida.
¿Dónde está pues el verdadero origen de tanto conflicto? Lo genera la sociedad, podría ser una respuesta fácil, con la que muchos se contentan y dejan de indagar. Pero el problema sigue latente y surge desde cualquier situación inesperada. Vamos a verlo desde un punto de vista práctico y tratar desde ahí, comprender el porqué de estas situaciones.
Hablamos de sociedad, como si ésta en sí misma fuese una especie de individuo, o tuviese identidad propia. La sociedad en sí no existe como tal, sino que es solo un conjunto de individuos que deciden tratar de vivir en comunidad. Por lo tanto, hay que descartar a la sociedad como el origen de los conflictos. Está claro que es una cuestión puramente individual. Es en cada individuo donde se genera pues el conflicto. Es ahí donde debemos sin duda, comenzar a buscar respuestas. Esa es la fuente original de los conflictos. Y dentro del individuo, a poco que ahondemos en su psique, nos encontramos con múltiples identidades, todas pugnando por tener la supremacía sobre la personalidad del ser. Todas alentadas continuamente por el Ego.
Difícilmente, una persona así, puede desligar sus acciones, de sus pensamientos desordenados y en continuo conflicto interno. Casi todo lo que surge de ahí, de su inconsciencia, estará contaminado por alguna de las falsas identidades ilusorias que lo dominan.
Pero esto sería el individuo como entidad aislada. ¿Dónde comienza pues la sociedad?... La sociedad comienza ni más ni menos que en el seno familiar. Es ahí donde se desarrollan las bases de la futura comunicación con todos los demás individuos que conforman una sociedad. Y es ahí precisamente donde se han de poner las cosas en orden; Donde han de establecerse pautas y normas de convivencia y conducta que han de servirnos fuera del núcleo familiar. Ahí es también donde aprendemos a controlar los conflictos y las emociones, donde aprendemos a situar adecuadamente los valores en su justa medida de tiempo y espacio (situación). Y es dentro del seno familiar, donde comienza la sociedad y la comunicación, sentados a la mesa. Es ahí precisamente donde nuestras identidades entran en contacto directo con situaciones de protocolo, de disciplina, de la ética más elemental. Es ahí donde comienzan las primeras normas de comportamiento, las mismas que luego han de servirnos para desenvolvernos adecuadamente en la calle, en la oficina, en el trabajo, en la escuela.
Pero, ¿Que sucede cuando vemos que ya en la mesa no hay reglas, el comportamiento es egoísta, no hay respeto, ni por los alimentos ni por los demás, se habla por el móvil, o la comida se desarrolla viendo la televisión? Pues sucede que en esa situación, tan emocionalmente importante y relevante, se están produciendo las normas de nuestra conducta fuera, en la vida cotidiana. Relevante además para la cohesión familiar, para mantener un núcleo y lazo familiar fuerte y unido. Y es la familia el núcleo básico de la sociedad. Así pues, una sociedad con las familias desestructuradas y rotas, es una sociedad débil y enferma de raíz. Las familias han de estar unidas, ser fuertes y buscar objetivos comunes, potenciando los valores intrínsecamente humanos de la convivencia.
Si no somos capaces de mantener ese orden y armonía en la mesa, la familia comienza a resquebrajarse por ahí. Las familias han de reforzar en su seno la personalidad del individuo, desarrollando una comunicación y enseñanza de los valores basadas en las emociones y no en los conocimientos técnicos. Para eso están las escuelas.
Es lamentable ver como los niños, que son los que resultan ser los más importantes en ese núcleo, juegan ya desde temprana edad con sus dispositivos móviles en la mesa, o rechazan con asco la comida, o se sirven los primeros, olvidando las más elementales reglas de cortesía hacia los mayores. O bien se levantan de la mesa sin que los demás hayan terminado, o se ponen a comer sin esperar a los demás, etc. Son todas conductas que determinan una actitud, que es con la que luego se van a relacionar o enfrentar en la calle a los demás. Entonces desarrollan una cierta apatía a todo lo que significa reglas de conducta o convivencia. Todo parece que restringe sus libertades. Y ya tenemos uno de los problemas de la sociedad actual: la baja o nula tolerancia a la frustración.
Comienzan a desdibujarse las reglas de la cortesía hasta un punto en que ya no se perciben siquiera, y recordarlas, parece que es ser retrógrado. La educación, que es una tarea encomendada a los padres, se está perdiendo en una sociedad acelerada en todos los sentidos, donde prima todo lo conseguido fácil y sin esfuerzo. Donde tenemos de todo en todo momento y esa es la cultura que se les enseña a los más pequeños. La cultura de lo superfluo, de lo innecesario y excesivo. La cultura del mínimo esfuerzo con el máximo de beneficio, sin importar mucho los medios empleados para conseguirlo. La cultura de las nuevas tecnologías, en las que se crean mundos paralelos ilusorios y en los que se sumergen y viven mucha gente.
Niños caprichosos que se cansan de una actividad y pasan a otra sin pensarlo ni dos veces, con el beneplácito de unos padres permisivos hasta lo absurdo. Niños que tienen demasiadas cosas de todo, y aún así no paran de pedir más. Niños que no saben apreciar el valor de las cosas ni el esfuerzo por conseguirlas. Niños que pasan más fines de semana con amigos que con su familia. Niños que no comprenden el sentido de la disciplina porque en su seno familiar no existe jerarquía y todos mandan, opinan y hacen a su antojo. Niños con ordenadores, televisores en sus cuartos y teléfono móviles de última generación pegados a sus manos. Que viven casi recluidos en sus cuartos. Niños que acaban por imponerse a sus progenitores y se convierten en pequeños dictadores. En definitiva, niños inconscientes educados por padres ignorantes del daño que se están haciendo a ellos mismos y a sus hijos. Se les protege con orgullos absurdos y egocéntricos en vez de reflexionar y ver la realidad. Hemos de comprender que “nuestra princesa de la casa, la más guapa, la mejor en todo”, deja de serlo cuando sale a la puerta de la calle, donde es solo una niña más. El Juez de menores, D. Emilio Calatayud lo refleja perfectamente en muchas de sus conferencias acerca de ésta profunda problemática social de los jóvenes.
Cuando tengan que valerse por sí mismos, se encontrarán con la cruda realidad de la calle, de la vida y entonces no sabrán cómo actuar sin generar conflictos y frustraciones. Tienen dificultades para la comunicación real con los demás. No sabrán hacer nada constructivo ni generar ilusión por las cosas. No sabrán hacerlo porque no tuvieron la ocasión de desarrollar esas cualidades en el seno familiar. Observemos esto detenidamente, con seriedad, y veremos donde está la raíz del problema.
Cabe destacar que hoy en día, y me atrevería a decir que es producto de todo lo anteriormente expuesto, existen muchísimas familias rotas, con padres separados. Esto no es más que un problema más añadido, que agrava la ya precaria o nula educación emocional de muchos niños. En nuestra escuela se nota mucho los niños de padres separados. Su comportamiento es distinto. Poco se puede hacer pues se trataría de dejar de una vez de que prevalezcan los intereses económicos y los orgullos particulares, a favor de la responsabilidad de educar al hijo/a. Pero eso no va a ocurrir…
Así pues, cuando nos encontremos en lo cotidiano con un conflicto, en el ámbito que sea, reflexionemos y veamos que tal lo estamos haciendo nosotros en nuestro núcleo familiar…

Así, cuando nos encontremos de frente con una de estas problemáticas, no se podrá decir que no tenía razón…