miércoles, 13 de julio de 2016


Aquí y ahora…
               Ya desde muy pequeño, mi pasión por la naturaleza se hizo patente, al vivir y educarme en un país, Suiza,  donde el respeto por el entorno se enseña desde la más tierna infancia. En la escuela nos inculcaban la importancia de todos los ecosistemas, nuestra estrecha relación de interdependencia con la naturaleza y la imperante necesidad de cuidar de ella. Eso lo he vivido como algo elemental en mi educación, hasta el punto de entenderlo como algo normal. Lo que no era normal –y no acababa de comprender- era precisamente el no hacerlo, el maltratar sistematicamente la naturaleza, los animales y la vida no humana que nos rodea.
Así pues, cuando vi por primera vez como en nuestro país se maltrataba a un pobre perro porque sí, por pura diversión, sin que nadie dijera nada, pues fue un verdadero shock; Quería volverme a Suiza…
Siempre me ha gustado andar por esos campos, meterme en charcas de río, escalar riscos y colinas, revolcarme en la hierba y disfrutar de ese regalo que la vida nos ha brindado. Cada ocasión de tiempo libre que tenía, siempre buscaba la manera de escaparme al campo, al bosque, a explorar y sentirme libre. He sabido desde pequeño disfrutar de la brisa, de la sombra de los árboles, de la lluvia en verano, de sentarme a mirar las hormigas, de observar el paso de las nubes, de sentir la fuerza del relámpago y de fascinarme y refrescarme con el agua del arroyo o una fuente, siempre agradeciendo desde lo más profundo de mi ser. Recuerdo como verdaderos tesoros algunas experiencias en estrecha comunión con la naturaleza, de la que he recibido los más hermosos regalos.
Hace apenas unos días hemos realizado un recorrido por un río, en plan senderismo fácil para toda la familia y la experiencia me ha hecho reflexionar mucho. Sobre el tiempo. Sobre lo que hacemos con él y sobre las cosas importantes de la vida. Sufro desde hace años, una enfermedad crónica degenerativa, que si bien no es muy visible externamente, por dentro si que va haciendo estragos poco a poco. Hacía mucho tiempo que no tenía la ocasión de ir a hacer senderismo así que tenía mucha ilusión por poder retomar esa actividad. Pero, a pesar de que el recorrido era fácil y fantástico, mi salud me jugó una mala pasada, en parte por la deficiente preparación del material a llevar. Se me rompieron las zapatillas a medio camino y encima me quedé sin agua. El regreso –unos 6 km- se convirtió en una pesadilla. Casi sin poder andar por el dolor en los pies, deshidratado, con calambres y pequeñas pérdidas de conciencia, logré haciendo un esfuerzo increíble, llegar al coche, donde pude recuperarme. Estuve a punto de sufrir un infarto por la falta de liquidos, pero la fortaleza interna y el trabajo de la mente lograron traerme de regreso.
Toda exta experiencia me hizo pensar en el tiempo poco aprovechado en hacer las cosas que realmente me gustaban, como era ir al campo siempre que pudiera. Era un ejemplo real e inmediato de la filosofía del “aqui y ahora”, de saber vivir el momento presente, sin perderse en quehaceres inútiles y que no nos aportan nada.

Hay que salir fuera, tomar conciencia de nuestro ser, de nuestro entorno y de nuestra relación con el mismo. La vida es eso. Simple y natural. Nunca sabemos cuando puede ser la última vez que podamos dar un paso con los ojos abiertos…

viernes, 8 de julio de 2016

¿Evolucionar o involucionar?
Sin duda alguna muchos no sabrán de qué estoy hablando. Nada que ver con la evolución de las especies, aunque la raíz de lo que quiero comentar esté precisamente ahí.
Uno, en la vida cotidiana que te ha tocado vivir o has elegido, en parte ser partícipe de esa realidad, tiene la posibilidad de sentarse a pensar, a reflexionar sobre uno mismo y nuestra relación con la vida.
Y observo mi entorno, a mis congéneres y me pregunto muchas veces si es posible la parada en la evolución del ser humano. Es más, me pregunto si incluso es posible la involución, es decir, que andemos hacia atrás en lo recorrido como especie supuestamente inteligente y dominante. Y viendo muchas situaciones y actos del ser humano, creo sinceramente que sí es posible retroceder. De otra manera no se puede explicar cómo algunos individuos han retrocedido hasta la edad media en algunos aspectos.
El verano es sin duda, sobretodo en nuestra zona geográfica, un período de tiempo extraño, quizás atípico para el campo en el que nos desenvolvemos y que nos atañe, las aamm chinas…
Un tiempo en que supuestamente tenemos más tiempo libre, el clima es proclive a entrenar más y mejor, hay una luz espléndida y hay mayor disponibilidad de espacios. Pero paradójicamente, la gente entrena menos, algunos, los más jóvenes nada en absoluto. Abandonan la escuela durante un par de meses, a veces hasta tres, con las consecuentes consecuencias, que muchas veces no sabemos vislumbrar.
En muchas ocasiones, son realmente los padres los que, por un motivo u otro, dejan de traerlos a las clases. Incompatibilidad de horarios entre padres que trabajan y el excesivo tiempo libre de sus hijos, o en otros casos es por simple desgana, por la playa o el calor. No importa la excusa…
Creo sinceramente que las cosas están mal organizadas. En general tenemos mala organización de nuestro tiempo, de nuestras cosas, alterando el orden natural de importancia de las cosas. Lo que solemos llamar prioridades elementales de las cosas de la vida. Está todo realmente trastocado. Los valores que sustentan todas estas acciones, se ven así perdidos en esa bruma espesa de la laxitud y la desidia que supone perder el sentido real de las cosas. No saber reconocer su valor real.
¿Sabemos realmente lo que ocurre cuando decidimos irnos de compras con los niños, a un centro comercial, justo en horario de clases? ¿Sabemos lo que pasa cuando decidimos que el niño tiene que ‘descansar’ de las clases dos o tres meses? ¿Entendemos realmente las razones que nos impulsaron a inscribir a nuestro vástago en la escuela? ¿Somos realmente coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos al respecto?... Pues parece ser que no mucho.
Todos somos más o menos conscientes de que las nuevas tecnologías facilitan el acceso a la información, y que la información es conocimiento –que no sabiduría- y que el conocimiento debería hacernos evolucionar hacia algo mejor -¿Felicidad quizás? ¿Coherencia?- en nuestras vidas. Pero mucho me temo, que esto no es así; Cada vez estamos peor, comprendemos menos y como consecuencia somos más ignorantes que antes –o quizás igual que antes- pero en ningún caso nos acercamos a lo que debería ser, que es un camino de evolución como seres humanos.
Nada parece tener consecuencias. Todo se hace de manera bastante superficial en muchos sentidos y cosas. Y si no se consiguen resultados –que es lo más probable- pues inventamos excusas o justificamos con el motivo que sea nuestra mediocridad. Y se establecen mecanismos sociales para reconocer eso como lo normal. Y así, en apariencia, no pasa nada.

El compromiso con la escuela –si es que existe realmente- se ve ninguneado completamente. Deja de tener valor alguno. Y cuando eso deja de tener valor, es como si dejamos de valorar lo que nos enseña el maestro. Deja de tener valor alguno el Kung-fu que se nos enseña y la clase se convierte en algo semejante a una clase de cualquier otra actividad. Y nos habremos perdido en el camino de las aamm chinas, de la enseñanza tradicional de valores que tanto van buscando algunos. Y cuando los encuentran, los pisotean sin miramiento alguno, pero siguen exigiendo una enseñanza de calidad…