Aquí
y ahora…
Ya
desde muy pequeño, mi pasión por la naturaleza se hizo patente, al vivir y
educarme en un país, Suiza, donde el
respeto por el entorno se enseña desde la más tierna infancia. En la escuela
nos inculcaban la importancia de todos los ecosistemas, nuestra estrecha
relación de interdependencia con la naturaleza y la imperante necesidad de
cuidar de ella. Eso lo he vivido como algo elemental en mi educación, hasta el
punto de entenderlo como algo normal. Lo que no era normal –y no acababa de
comprender- era precisamente el no hacerlo, el maltratar sistematicamente la
naturaleza, los animales y la vida no humana que nos rodea.
Así pues, cuando vi por
primera vez como en nuestro país se maltrataba a un pobre perro porque sí, por
pura diversión, sin que nadie dijera nada, pues fue un verdadero shock; Quería
volverme a Suiza…
Siempre me ha gustado andar
por esos campos, meterme en charcas de río, escalar riscos y colinas,
revolcarme en la hierba y disfrutar de ese regalo que la vida nos ha brindado.
Cada ocasión de tiempo libre que tenía, siempre buscaba la manera de escaparme
al campo, al bosque, a explorar y sentirme libre. He sabido desde pequeño
disfrutar de la brisa, de la sombra de los árboles, de la lluvia en verano, de
sentarme a mirar las hormigas, de observar el paso de las nubes, de sentir la
fuerza del relámpago y de fascinarme y refrescarme con el agua del arroyo o una
fuente, siempre agradeciendo desde lo más profundo de mi ser. Recuerdo como
verdaderos tesoros algunas experiencias en estrecha comunión con la naturaleza,
de la que he recibido los más hermosos regalos.
Hace apenas unos días hemos
realizado un recorrido por un río, en plan senderismo fácil para toda la
familia y la experiencia me ha hecho reflexionar mucho. Sobre el tiempo. Sobre
lo que hacemos con él y sobre las cosas importantes de la vida. Sufro desde
hace años, una enfermedad crónica degenerativa, que si bien no es muy visible
externamente, por dentro si que va haciendo estragos poco a poco. Hacía mucho
tiempo que no tenía la ocasión de ir a hacer senderismo así que tenía mucha
ilusión por poder retomar esa actividad. Pero, a pesar de que el recorrido era
fácil y fantástico, mi salud me jugó una mala pasada, en parte por la
deficiente preparación del material a llevar. Se me rompieron las zapatillas a
medio camino y encima me quedé sin agua. El regreso –unos 6 km- se convirtió en
una pesadilla. Casi sin poder andar por el dolor en los pies, deshidratado, con
calambres y pequeñas pérdidas de conciencia, logré haciendo un esfuerzo
increíble, llegar al coche, donde pude recuperarme. Estuve a punto de sufrir un
infarto por la falta de liquidos, pero la fortaleza interna y el trabajo de la
mente lograron traerme de regreso.
Toda exta experiencia me hizo
pensar en el tiempo poco aprovechado en hacer las cosas que realmente me
gustaban, como era ir al campo siempre que pudiera. Era un ejemplo real e
inmediato de la filosofía del “aqui y ahora”, de saber vivir el momento presente,
sin perderse en quehaceres inútiles y que no nos aportan nada.
Hay que salir fuera, tomar
conciencia de nuestro ser, de nuestro entorno y de nuestra relación con el
mismo. La vida es eso. Simple y natural. Nunca sabemos cuando puede ser la
última vez que podamos dar un paso con los ojos abiertos…
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