domingo, 20 de diciembre de 2015

"Aqui no hay quien viva"...

Las personas nos preocupamos mucho –quizás demasiado– de nuestro aspecto y limpieza exterior. De cómo vestimos, de cómo olemos y de cómo nos maquillamos. Es una tendencia –que aunque no nueva– si está en constante auge en la sociedad moderna de hoy. Es decir, cada vez se otorga mayor importancia al aspecto externo, a lo que parecemos... Así pues, vivimos en una sociedad de las apariencias. Pensamos que ese aspecto externo, es el que nos permite mostrar una imagen de nosotros mismos –que quizás puede ser la que realmente queramos transmitir– pero que en muy pocos casos es fiel reflejo de quiénes somos realmente...
Y eso cuando realmente deseamos mostrarnos tal y como somos...
Acudimos a los gimnasios para mantener el cuerpo en forma, a los centros de estética y belleza para sentirnos más atractivos—y tratar de huir ilusoriamente del paso del tiempo– e incluso acudimos a la cirugía estética para mejorar nuestro aspecto, cuando no para cambiarlo... En definitiva, nos ocupamos de lo externo, de lo visible, de las apariencias. Diría que nos ocupamos mucho de la fachada de nuestro ‘edificio corporal’, de nuestra particular e intransferible casa de caracol...
Pero, ...¿qué hay de nuestro interior?... ¿qué hay de la decoración interior de nuestro edificio—aprovechando el símil que hice antes– en el que debemos –lo queramos o no– vivir durante toda nuestra vida?... ¿qué hay de los ‘inquilinos’ de ese mismo edificio?... ¿Los conocemos siquiera?... Algunos ni siquiera son conscientes de que, en su interior hay múltiples ‘Yo’... Y cada uno de esos múltiples yo está pugnando constantemente por tener la supremacía, por ser el que manda en cada momento. Todos quieren ser el presidente... Y así, obviamente, ... aquí no hay quien viva!
Pues mucha gente tiene ese interior de sus casas –sus mentes y corazones– sucios, sin cuidar, incluso algo abandonados, y diría que hasta con cierto caos... Parece quizás menos importante –posiblemente pensemos equivocadamente, que es porque no se ve externamente– y de ahí que no cuidemos mucho de estos aspectos. Pero esto, queridas amigas, todos sabemos más o menos que no es así...
Esa suciedad interior equivale a tener malos pensamientos y sentimientos, a sentir odio, guardar rencor, manifestar maldad e ira, actuar deshonestamente, con malicia, etc.
Porque,... en definitiva, uno,... querido amigo, no puede desligarse del estado mental en el que se originan los hechos y acciones que realizamos cotidianamente.
Tus acciones no pueden separarse del estado mental en que se originan... Todo lo que haces tiene obviamente que ver con lo que piensas, incluso inconscientemente...


          El cuerpo, nuestro cuerpo -ese receptáculo que contiene nuestra esencia– y que yo comparo ocasionalmente con un precioso jarrón de cristal, ha ido formándose desde la infancia. Conforme vamos creciendo, lo vamos adornando de mil formas y maneras, con el objetivo de esconder cada vez más lo que hay dentro.
Cuanto más grande es el jarrón, más cosas tendrán cabida en él. Pero en ese espacio interior pueden entrar tanto cosas buenas como malas –hablamos metafóricamente de experiencias y conocimientos– que van llenando ese espacio, en ocasiones tan inútilmente, que cuando nos damos cuenta, estamos llenos de cosas inútiles y superfluas,... y no sabemos como vaciarlo, o no sabemos qué hacer con todo eso.
Por eso, queridos amigos, debemos aprender a vaciar, a limpiar ese espacio interior, sobretodo si pretendemos enseñar algo a los demás o servirles de guías. El aspecto externo será lo de menos. La esencia está en su interior. ¿Acaso tu compras una bebida solo por su envase?...
Un jarrón es solo un jarrón, y lo que cuenta es su utilidad real, que no es otra que su capacidad para contener cosas. El que sea de oro, barro o cristal,... ¿qué más da?...
Un hombre es solo un hombre, y no importa que sea médico, arquitecto, albañil, ladrón, peluquero o presidente... Eso son solo nombres, etiquetas que les hemos puesto para identificar alguien o sentirnos alguien... Pero nada más.
Pero por desgracia usamos los jarrones también para adornar, es decir, como objetos de decoración y le conferimos esa utilidad ilusoria.
Te recuerdo que el jarrón es una analogía de nuestro cuerpo, nuestro ser, así que no estamos hablando de cerámica ni bricolage. Hablamos de tu ser, de tu esencia como ser humano. Pero el símil del jarrón viene muy bien para comunicar los conceptos de los que estoy hablando...
El interior de ese jarrón es como la tierra; si la cuidamos dará unos frutos y flores preciosas. Hay por lo tanto, que limpiarla periódicamente y mantenerla fresca y sana. Pero si la dejamos sucia, solo crecerán malas hierbas y pensamientos. Y todo ello dará sus frutos en el futuro ...

Pensad que lo que crecerá de esa tierra, serán nuestros pensamientos y acciones. Pensad, que en el futuro tendremos que alimentar nuestra alma y corazón de los frutos que dé esa tierra. De ti depende la calidad del fruto y alimento que das a tu tierra. Si son malos, los frutos que comerás más adelante serán venenosos y te llevarán posiblemente hacia una muerte prematura. Y desde luego, te apartará del camino espiritual y de la felicidad.

Sucede entonces, que comenzamos a percatarnos de que algo hemos hecho mal, pero no buscamos dentro de nosotros las causas, sino que pretenderemos cargar las culpas sobre otros.

Entiendo que miramos la vida que nos rodea, como a través de un cristal, o una ventana en la que hemos ido fijando, a modo de etiquetas, todos nuestros prejuicios, recuerdos y pretendidas virtudes. Y a través de todo esto interpretamos la realidad que nos rodea, englobándolo todo como en un extraño ramillete de medias verdades, hipocresías y cinísmos, por mencionar algunas cosas. Y esta es nuestra verdad; Es la verdad de muchas personas. Es la verdad que mueve al mundo y creo continuos conflictos. Es la verdad que crea otros mundos ficticios e ilusorios y pretende vivir en ellos.

Cuando yo les observo, muchas veces puedo ver esas etiquetas tan claramente, que me sorprende de que esas personas sean capaces de ver verdad alguna, salvo la que ellos mismos perciben como única y correcta a través de su cristal sucio y lleno de cosas. Y sólo de vez en cuando, cuando ocasionalmente miran a través de algún hueco limpio del cristal, verán un destello de la realidad, de una realidad diferente, que aunque no es la más nítida, si se le acerca bastante.

Pero no pretendo corregir a nadie, ni siquiera mostrarles sus suciedades, etiquetas y pegatinas en su cristal, en su jarrón, en su alma.... Es difícil que te puedan comprender, porque muchas veces ni te oyen, y ocasionalmente, si lo hacen, te sonrien. Y esa sonrisa es falsa, irónica, porque no es más que otra pegatina en su cristal.

De cada 100 personas, quizás me pueda encontrar a 5 con las que poder hablar de estas cosas, y de esas 5, solo una o dos te entenderán.

Para librarse de esta visión tan borrosa de la realidad, lo primero que han de hacer, es darse cuenta de que están mirándolo todo a través de ese cristal, que ni siquiera sabían que estaba ahí. Algunos entonces, en un alarde de valentía comienza poco a poco a quitar cosas del cristal y a desecharlas. De pronto son conscientes y observan la fachada de su edificio...Comienza a eliminar etiquetas de recuerdos, prejuicios e ideas, que ve que le impedían observar con claridad mediana lo que en realidad le rodeaba. Pero esto es más difícil que ocurra. Y no digamos ya el siguiente paso a dar .... Que es atreverse a entrar en ‘nuestro’ edificio...
En ese estado de claridad de ideas, quizás se percaten de que en realidad, lo que han estado observando siempre, es tan solo el cristal, y no directamente lo que hay detrás. Ahí se produce entonces un estancamiento del alma evolutiva del ser humano que busca algo más en su camino y existencia terrenal. No sabe que hacer, aunque intuye, cuál es la respuesta.

Esa respuesta es muy simple, aunque muy difícil de realizar, dada nuestra condición de seres que acumulamos cosa materiales. Si son capaces de dar el paso de romper ese cristal en millares de trozos, podrán de pronto descubrir todo lo que la realidad objetiva les depara. Descubrirán las verdaderas maravillas que tenían delante de sus propias narices. Algo que siempre habían intuido que existía, pero que creían inalcanzable, o que sólo habían alcanzado a vislumbrar fugazmente. Entonces, y sólo entonces serán libres de su propia prisión interior.