viernes, 22 de febrero de 2013

Percepción de la realidad


         Cuando una persona habla de un hecho, ocurrido en unas determinadas circunstancias, da por sentado que su percepción de la situación es la correcta y única posible, y reacciona en consecuencia a la interpretación que su mente hace de lo observado. No en vano sus sentidos le ha proporcionado esa información, que por lo tanto no parece ser errónea. ¿Cómo va a estar equivocado si lo ha visto con sus propios ojos?
            Así, el hecho en sí, pierde atisbos de realidad cuando es relatado a una tercera persona, que por supuesto desconoce las circunstancias de lo ocurrido. Esa tercera persona en cambio, no recibe información alguna de sus sentidos acerca de lo que le están contando, y por lo tanto, tenderá a interpretar a su antojo el contenido de esa información. De esta manera la realidad y la verdad se van distorsionando hasta el punto de que ya nada se parece a la situación original. Pero en cambio actuamos como si lo hubiéramos vivido en primera persona

            Si una persona le describe un árbol a otra, ésta no tendrá una imagen visual real de lo que el primero ha visto, sino que buscará en su memoria la imagen de un árbol para comprender lo que le está diciendo. Pero ese árbol, seguramente no tendrá mucho que ver con el original, aunque nos sirva como medio para comunicarnos, pues en esa memoria, de la que echamos mano siempre, no está esa imagen previa. (Ver dibujo).

            Si a esta circunstancia añadimos además la certeza de que siempre añadimos cosas irreales, surgidas desde nuestro ego, desde nuestra manera de interpretarlo, pues entonces tenemos una circunstancia completamente ilusoria y alejada de la realidad. A esto lo llamo ‘reforzadores de identidad ilusoria’, que son imágenes e ideas creadas por nuestro pensamiento.
            También sucede que la mayoría de las personas, cuando hablan con otra tratan siempre de transmitir una idea, de hacer que el otro, el interlocutor o los oyentes, acaben pensando lo mismo acerca de lo que ha estado relatando. Es una tendencia muy generalizada el intentar modificar o condicionar a nuestro favor el pensamiento o la opinión de los demás. Y eso se hace para reforzar el orgullo e identidad del ego que lo está manifestando.

            Veamos un claro ejemplo: Pepito se lleva mal con Manolito. Ambos tienen un amigo en común, que es Jaimito. Manolito le cuenta una versión de un hecho a Jaimito, intentando que éste cambie su relación con Pepito, mientras que éste, hace lo propio para que los otros dos dejen de llevarse bien.

            De esta manera buscamos que la gente se alinee de nuestro lado, a favor de nuestra causa, o como poco que esté en contra de otra opinión sobre el mismo hecho. Buscamos condicionar sutilmente la respuesta del otro, para que ello suponga un refuerzo de nuestra propia posición.

            Lo ideal sería dejar que las cosas sean como son y permanecer neutrales ante situaciones así, y como mínimo no dejarse influenciar por una parte interesada, reaccionando en base a nuestras propias conclusiones sobre la circunstancia en cuestión.
            Si llegáramos a comprender esto, nos daríamos cuento lo fácil que sería zafarse de la influencia que ejercen los medios (publicidad, modas, opiniones, etc.) en nosotros y nuestras mentes.

            Sin embargo, todo este proceso es ignorado por los individuos, que mantienen su versión condicionada frente a los demás, creando continuos conflictos, tanto de intereses como de comprensión de esa realidad. Porque seguiremos aferrándonos a las ideas surgidas de nuestra mente en base a las interpretaciones que hicimos de la situación.

            La percepción de la realidad, incluso de la que nosotros mismos proyectamos, estará siempre condicionada por nuestra forma de ser. Y desde ahí, se ve influenciada por las circunstancias externas en que se desarrolla la experiencia. Y esas circunstancias no son nunca permanentes, como muchos parecen ignorar.
            Si estamos enfadados o tristes, podremos percibir el saludo de una persona como algo negativo y reaccionar en ese sentido, mientras que si estamos alegres, ese mismo saludo nos resultará agradable. Y como la identidad con la que nos relacionamos es una persona, no un gesto, nuestro estado de ánimo condicionará nuestra relación con ella.
            Pero nuestra mente, dominada por el ego, tenderá a creer que es la otra persona la que ha producido el malentendido, o el conflicto. O como mínimo que es el causante de la situación; nunca nosotros mismos. Buscaremos para ello mil excusas o justificaciones para no reconocer nuestra implicación directa en la situación. Tenderemos a creer que es siempre la otra persona la que ha propiciado o creado el conflicto y que nosotros solo hemos dado una respuesta adecuada a ello. Eso afianza la creencia de que no nos equivocamos y de que no somos responsables de las situaciones de conflicto. Esto es un estímulo para que la soberbia se instale en nuestro carácter.

            Si somos ignorantes, proyectamos esa ignorancia en los demás, para poder señalarla. Para ello usamos toda clase de sutil artimaña intelectual, con tal de no reconocer nuestra propia ignorancia.

            Si mentimos, proyectamos esa mentira sobre los demás, para justificar nuestra ‘verdad’. No comprendemos – o no nos interesa comprender- que si alguien dice una mentira, no por ello es un mentiroso en todo lo que diga. Pero nos regodeamos con la idea de saber identificarlo como mentiroso. En el fondo es muy cierto que la gente se suele alegrar de las desgracias de los demás, o como mínimo, es incapaz de alegrarse del éxito o felicidad ajena.

            Así creamos un mundo de las relaciones basado en ilusiones, en proyecciones mentales de nuestros propios deseos de cómo queremos que sean las cosas. Y eso nos aleja de la realidad de cómo son de verdad. Cuando las cosas no son como nosotros queremos que sean, nos enfadamos o nos afecta de manera que nuestras emociones se disparan y tratan de manifestar ese estado de ánimo con el objetivo de condicionar el hecho.

            Siempre estamos buscando las cosas que nos agradan, etiquetándolas como buenas, bonitas, agradables, etc., y no porque en sí posean esa cualidad, sino porque nosotros se la hemos adjudicado. Así pues, el mundo de los fenómenos se le adjudican tres cualidades básicas: es agradable, neutro o desagradable.
            Si algo es agradable, deseamos entonces que se repita, deseamos conseguirlo, tenerlo para nosotros, vernos involucrados en esa situación. Si se trata de una persona, deseamos volver a verla cuanto antes…

            Si la situación o el fenómeno son neutros, nos causará indiferencia y no le prestaremos atención… pero esta no es una posición real en absoluto, ya que la indiferencia nos alinea casi siempre a un lado u otra de una situación, dejado además, que otros decidan por nosotros.
            Y si resulta desagradable para nosotros – nuestros sentidos- pues evitaremos encontrarnos otra vez con ello, le daremos de lado, hablaremos mal sobre el mismo, etc.

            Pocas veces nos damos cuenta de que esa clasificación es ficticia en su esencia y es solo consecuencia de nuestra interpretación de los fenómenos. Así pues, puede ser que algo nos resulte desagradable solo porque en ese momento de experimentación, nuestro estado de ánimo era negativo.

            Este mundo de percepciones, sentimientos y decisiones pertenece al mundo material, a todo lo externo que se basa en los sentidos. A esto llamamos Kong en el budismo, un término que significa que toda la apariencia de los fenómenos es insustancial y carece de esencia ni de identidad propia.

            ¿Significa esto que tener esas percepciones es algo malo o como menos erróneo?... En absoluto, pero si es cierto que podemos modificar poco a poco nuestras respuestas a esas percepciones, de modo que nos acerquemos lo más posible a esa realidad sin dualismos.

            Comprender esto no es en absoluto fácil, y mucho menos lo es llevarlo a la práctica real. Pero todo es cuestión de emprender el camino con decisión y firmeza y tratar de ir comprendiendo. Ser flexible de mente y carácter, adaptarse a las circunstancias fluctuantes del devenir de la vida. Pero si nos dejamos llevar por la desidia y el pesimismo, no llegaremos a ninguna parte. No solo no nos desprenderemos de capas de opaca ignorancia, sino que iremos añadiendo cada vez más cosas insustanciales a nuestra mochila de la vida, con la que tendremos que cargar para siempre.

martes, 19 de febrero de 2013

Pensamiento y estado del ser




            Todo esto, todo este ‘desorden emocional’, indefectiblemente, se traduce en cambios en el metabolismo; en lo que se viene denominando como somatización, el verdadero origen de muchas enfermedades que padecemos y que siempre achacamos a factores puramente externos. Nuestro organismo, muchas veces más sabio que nosotros mismos, se rebela contra las numerosas y continuas incongruencias que le hacemos padecer.

        Pero nuestras  acciones cotidianas nos llevan incomprensiblemente a repetir hechos basados en nuestra memoria emocional y fundamentada en los recuerdos de los sentidos, y nunca en la realidad cambiante.

         Si nuestras acciones siempre surgen de los estados emocionales, o se ven condicionados por estos, debemos buscar el origen de los conflictos en el estado de nuestra mente. Una mente equilibrada y en paz, producirá acciones más coherentes y equilibradas. Producirá un entorno más tranquilo y sosegado, donde la paz será un factor relevante y donde las circunstancias adversas –que no podemos evitar ni mucho menos controlar- tienen menos espacio y tiempo de existencia.
            Así vamos conformando las relaciones de nuestra sociedad, que comienzan con el propio individuo –consigo mismo en primer lugar-, se extiende hacia su pareja inmediata y de ahí a su familia por área de influencia.
            Esto, si lo llevamos a un espectro más amplio de la vida, nos lleva a comprender perfectamente el fenómeno de las masas, que son tan fácilmente manipulables por los poderes fácticos (que en el origen son también personas con problemas igual que nosotros). Vemos claramente cómo funciona el mecanismo que hace que no seamos dueños de nuestras vidas y nos dejemos guiar y manipular por otros, con intereses oscuros y generalmente negativos. Casi siempre buscando el enriquecimiento y el poder, que, al fin y al cabo, son conductas o manifestaciones –por denominarlas de alguna manera- del ego del ser humano.
            Nos dejamos arrastrar así en una corriente social voraz que pretende que todo sea superficial y rápido, para que no nos de tiempo a reflexionar, a comprender qué está sucediendo y, cómo y porqué nos relacionamos con esas circunstancias.

            El “qué”, “cómo” y “porqué”, son pues las preguntas a realizarse uno mismo.

            Comprender esto, es tomar el timón del barco de nuestra vida y dirigirlo en la dirección que nosotros queremos, y no dejar que las tempestades ocasionales y los vientos de las ilusiones condicionadas nos manipulen a su antojo. Para esto hace falta comprensión, visión clara y humildad, pues solo de ahí surgen chispas de felicidad. ¿No es eso lo que básicamente buscamos todos?

            Cuando hablamos de la realidad, ¿De qué realidad hablamos en el fondo? ¿Sabemos reconocer esto?... Nos movemos y respondemos siempre basándonos en nuestras interpretaciones de lo que percibimos, y ya sabemos que nuestros sentidos pueden ser fácilmente engañados y manipulados. Entonces, ¿esto significa que nuestras respuestas son siempre erróneas? Quizás no sea siempre así, pero si que es cierto que con ello producimos nuevas realidades distintas a las que en el fondo deberían ser, lo que nos causa incomodidad emocional. Hay algo en nosotros (¿Conciencia?) que nos dice en voz muy baja que algo no es correcto, pero aún así, desistimos de hacer caso y seguimos empeñados en el camino elegido. No escuchamos nuestro instinto, nuestra mente. Y esas respuestas que recibimos, que son el efecto causado por nuestras interpretaciones, la mayoría de las ocasiones, no suelen ajustarse a lo esperado.

jueves, 14 de febrero de 2013

La idea de uno mismo


      Continuamente estamos intentando aferrarnos a alguna imagen sólida de nosotros mismos. Y luego, nos vemos en la necesidad de tener que defender este concepto fijo en particular; Esa imagen ilusoria de nosotros mismos, a la que le hemos conferido una identidad. En consecuencia, hay lucha y confusión, hay pasión y agresión, y surgen todo tipo de conflictos. Desde el punto de vista budista, el desarrollo de la verdadera espiritualidad consiste en ir más allá de nuestra fijación básica, de ese aferramiento, de ese fuerte agarre a algo concreto que llamamos ego.

            Pocas veces nos adentramos en cosas nuevas, que de verdad produzcan un cambio profundo en nuestra forma de ver y percibir las cosas. No deseamos en el fondo, que nuestra manera de ser cambie mucho, pues conforma la identidad de nuestro ego, o al menos aquella que el mismo nos proporciona. Es el uniforme, el disfraz de nuestro ego lo que está en juego. No queremos que nuestro modelo de pensamiento se vea amenazado por razonamientos nuevos, distintos, aun cuando vemos que son correctos. Eso puede crear trastornos transitorios de nuestra identidad; Momentos en los que nos podemos sentir perdidos. Y sentirse perdidos, muchas veces hace que el ego pierda el control, y eso no le gusta…

            Nos obstinamos en mantener a toda costa nuestra manera de pensar y desde ese prisma queremos luego analizar e interpretar las circunstancias nuevas que la vida nos va planteando, sin querer tomar conciencia de que es el modelo de pensamiento lo que hay que cambiar y no lo que percibimos con la mente.
            Es como leer un libro con unas gafas tintadas de azul. Si no nos gusta el color de las páginas que percibimos, cambiamos de libro en vez de cambiar de gafas o incluso desecharlas, que sería lo ideal.

            Si esta metáfora la extrapolamos a la política, esas gafas serían –por poner un ejemplo- del PP, que nos daría, por influencia, una ideología determinada. Con esas gafas miraríamos cualquier propuesta o acción de otro partido y determinaríamos que no son buenas, solo por el hecho que son de otro partido diferente al nuestro. Si dejamos las gafas, podríamos ver que las ideas pueden ser buenas o malas, independientemente del origen político de las mismas.

            En alguna ocasión me he encontrado con personas que, perdidas en sus creencias religiosas y su fe, se han acercado al budismo, buscando respuestas. Pero lo han hecho bajo el prisma de la manera de comprender las cosas que les venía del cristianismo, y así, hacían una interpretación errónea de las enseñanzas budistas. No fueron capaces de deshacerse de esa manera de interpretar las cosas y así, no había forma de hacerles comprender el sentido de lo que querían aprender. Su modelo hermético de pensamiento no les permitía ver con ojos nuevos lo que tenían delante y así seguían inmersos en esa frustración de la búsqueda inútil. Abandonaban buscando cualquier excusa, o bien seguían una práctica sesgada y errónea que no produce obviamente resultados positivos. Eso, a su vez conduce a una interpretación personalizada y ‘a la carta’ de las enseñanzas filosóficas no herméticas ni dogmáticas (estas son más simples de asumir), y así nacen corrientes de religiones que acaban siendo sectarias. Son segmentos o escisiones de formas o sistemas religiosos que podrían ser perfectamente útiles, pero a los que hemos desposeído de su valor intrínseco, de lo verdaderamente importante: su contenido de fondo.

Reflexión de hoy...


La educación debería impartirse en armonía con la naturaleza 
esencialmente buena del niño.
El factor esencial es criar en un ambiente de amor y de ternura.
Aunque, en una perspectiva ideal, es preciso que las cualidades humanas,
se desarrollen en paralelo con la bondad,
si fuera preciso elegir entre unas cualidades generales y la bondad,
habría que elegir ésta última.

XIV Dalai Lama



       Asistimos a días convulsos en nuestra sociedad occidental, donde la educación de los niños, ha quedado en un mero segundo plano, en favor de la enseñanza puramente académica, carente hoy en día de muchos valores. 
        Se les enseñan conocimientos, se les satura de datos y cifras, pero poco se les enseña sobre gestión de sus emociones. Los valores intrínsecos que van formando el ser humano en su psicología y su emocionalidad, se los van encontrando casi de manera casual en los devenires de la vida, y muchas veces, cuando es demasiado tarde y no sabemos qué hacer con ellos, porque nadie no enseñó nunca nada al respecto.
         Así vamos criando seres humanos confusos, dispersos y desordenados en sus emociones y las relaciones con los demás semejantes y su entorno. Criamos niños -a veces como si fuera ganado- sin tener en cuenta que estamos creando las bases de la sociedad; De una sociedad que luego no nos gusta como es en su conjunto. Luego pretendemos enmendar los errores a base de psicólogos y la corrección de conductas destructivas, que no hacen sino crear más frustración y confusión a los seres humanos.

        Es lastimoso y triste observar a mucha juventud tan perdida, tan carente de valores y de verdadera afectividad, envueltos en el oscuro manto de las nuevas tecnologías, donde ilusoriamente creen relacionarse con el mundo real.
        Hemos creado individuos inseguros, emocionalmente inestables, muchas veces incapaces de gestionar sus emociones y sentimientos. Estas carencias esenciales conducen a actitudes auto-destructivas y tienen su consecuencia en las relaciones familiares y sociales. La soberbia, la falta de auto-crítica, la insolidaridad y el egoísmo inconsciente son solo algunos de los nefastos efectos de todo ello. y lo lamentable es que lo estamos viendo en edades cada vez más tempranas...

         ¿Como pretendemos que la sociedad tenga un verdadero cambio, si no enfocamos todos los esfuerzos en una educación emocional sana?...

         

miércoles, 13 de febrero de 2013

Adicciones emocionales


      Nuestro cerebro es manifiestamente incapaz de asimilar las fluctuaciones de las circunstancias, aferrándose a modelos de pensamiento aparentemente inamovibles y sólidos. Se acomoda en una estructura bastante rígida y rechaza los cambios que vienen desde fuera, incluso los que nosotros mismos producimos a través de nuestra interpretación de la realidad.
            Esto produce una lucha interna, casi siempre inconsciente, para tratar de evolucionar en la vida, y no quedarse estancado en modelos de pensamiento herméticos, obsoletos y nada flexibles. Porque, de una forma u otra, en el fondo percibimos que algo no encaja, que no va bien y tratamos de averiguar – muy escuetamente – que es lo que no funciona. Eso es lo que nos impulsa a seguir adelante en la vida; Lo que muchos llaman ‘leitmotiv’ o el paradigma de nuestras vidas. El problema está en que no profundizamos lo suficiente en ello, entre otras cosas porque no estamos familiarizados con el funcionamiento de nuestra mente y cerebro, ni se nos ha enseñado a gestionar adecuadamente nuestras emociones.

            Si nos damos cuenta de ello, la mayoría tratará de buscar cambios en el exterior, adquirir conocimientos o realizar actividades que le puedan ayudar a asumir esos cambios. Pero paradójicamente buscamos cosas y actividades que se ajusten a nuestra forma de ser, de pensar y de actuar, para no alterar los deseos profundos y sutiles del ego. Buscamos en realidad cosas, actividades, filosofías, creencias y personas que de alguna manera fortalezcan nuestra identidad. Así nos adherimos a clubes de fútbol, equipos de padel, grupos sociales, actividades de moda, religiones y sectas, etc. Nos sentimos así arropados y protegidos por el grupo o por su identidad colectiva. Nos sentimos más poderosos, fuertes y sólidos en nuestras convicciones, como si la identidad ilusoria del grupo –llámese también tendencia, moda o terapia- nos confiriera esos poderes, que no es otra cosa que otra creación más de nuestra mente. Una burbuja en la que luego vivimos durante un tiempo, hasta que la cambiamos por otra. Pero nada de esto produce verdaderos cambios que nos acerquen a la verdadera felicidad y al conocimiento o sabiduría sutil. Todo se queda en fluctuaciones emocionales que modelan y modifican temporalmente nuestro carácter, pero ni un atisbo de luz que nos acerque a la felicidad.

            Nos dejamos arrastrar por esa identidad colectiva que hemos asumido como nuestra, formando parte de la misma, como si ello condicionara nuestra vida. Y de hecho lo hace, a pesar de no ser real. Acabamos así siendo fans acérrimos de un club de fútbol, vistiendo sus colores, discutiendo a rabiar con otros, defendiendo cosas absurdas que en el fondo no nos afectan. Y lo hacemos porque pensamos que ‘eso’ somos nosotros mismos. Nos dejamos cegar por la cólera si nuestro equipo pierde o alguien habla mal de él. Es decir, construimos a partir de una adhesión y cesión de nuestra identidad –aunque ésta sea también ilusoria- a un grupo, nuestro mundo de relaciones y nuestra manera de ser. Nos gusta estar en esa situación, aunque sea de manera inconsciente, porque nos resulta más fácil y muchas veces esas identidades asumen responsabilidades o toman decisiones por nosotros. O lo hacemos a través de ellas. A veces se les entrega nuestra voluntad por completo. Y siguen sin ser reales. Entregamos nuestra voluntad a un ente vacío de existencia; lo entregamos a la nada… es decir: perdemos nuestra voluntad y eso nos lleva inexorablemente a la baja de nuestra autoestima.
            Y cuando a alguien se le pregunta el porqué de su adhesión fanática a un club, por ejemplo, no sabe responder o te suelta una parrafada de estupideces sin sentido. No puede responder porque no lo sabe…
            Porque hay gente que ha cedido su control a un simple teléfono, a un video-juego, a una marioneta, a un coche…

            ¿Cómo un ente, que no existe, que no es real, nos puede dirigir nuestra vida o influenciarnos de tal manera?...

            ¡Somos nosotros mismos los que los creamos y damos fuerza!

            Veamos unos ejemplos: alguien es empecinado defensor de la fiesta de los toros; ¿Sabe en el fondo porqué lo es? ¿Sabe acaso por qué siquiera le gustan los toros? ¿Sabe en el fondo de dónde le viene esa afición y porqué?... ¿Por qué discute con virulencia e incluso con prepotencia con los que están en contra de esa fiesta salvaje? En realidad, no está defendiendo su idea sobre esa fiesta, si no que lo que hace es atacar la idea del contrario porque se siente amenazado por ella. Pero en realidad tampoco ataca la idea del contrario, ni siquiera defiende las suyas; Lo que hace es llevarlo al tema personal, como si fuera una lucha de persona a persona, y no de ideas. Es una lucha de identidades…
            Otro es un fanático seguidor hasta la médula de un determinado equipo de fútbol. Todo en su vida parece girar en torno al futbol, a su equipo, del que tiene de todo tipo de anagramas y objetos. Cuando pierde ‘su’ equipo, es capaz de enfadarse muchísimo y así modificar su estado de ánimo. Entenderá como un ataque personal cualquier alusión negativa a ‘su’ equipo, sin entender que, el contrario es exactamente igual que él mismo. No está defendiendo a nadie, si no lo que hace en realidad es defender su orgullo, su ego, que se siente amenazado porque piensa que en ese momento se le adjudica la idea de perdedor. Y su reacción es agresiva hacia cualquier estímulo externo que haga alusión a esa idea que tiene. Y si su equipo gana algo –un partido, una copa o una liga- parece que él mismo es parte de ese esfuerzo realizado; Como si él mismo hubiese marcado los goles. Entonces se siente poderoso y ‘superior’ a los demás aficionados, que considera perdedores. Pero lo que no comprende es que todo ello no es más que un juego de una absurda ilusión pasajera, que le resta credibilidad como ser humano con personalidad propia.
            Otro es aquel que se deja convencer –por las circunstancias que sean- de la existencia de una divinidad suprema, que todo lo controla y designa. Todo en su vida acaba girando alrededor de ese núcleo de creencia, de fe ciega, que le deja sin control sobre su mente, sus emociones y su vida, entregada a esa ilusión. Y desde ahí, es manipulado al antojo de quienes ejercen el verdadero poder y control. Asiste a misas, charlas, congresos, reuniones y retiros espirituales, sin que nada de todo ello le sirva para evolucionar como ser humano. Solo se deja guiar –como oveja de un rebaño (de ahí lo del pastor)- sin voluntad propia, hacia las circunstancias que otros decidan por él.

            Esto se convierte en lo que yo denomino fanatismo absurdo, una conducta que me parece de tontos e ignorantes integrales, pero que a muchos parece conferirles una identidad superior.
            Que tu carácter y estado de ánimo dependa en tal grado de una circunstancia externa, sin identidad real, me parece muy pobre y muy alejado de cualquier consciencia despierta.

martes, 12 de febrero de 2013

La mente...


Muchas veces nos vemos envueltos en continuos conflictos con los demás, pero también con nosotros mismos. Y eso surge desde una profunda incomprensión de nuestra mente y sus mecanismos de funcionamiento en relación con nuestro entorno.
            La realidad que nos rodea, nos parece muchas veces extraña, como ajena a nosotros mismos, cuando en verdad somos nosotros sus proyectores, sus creadores y arquitectos.

            Es muy cierto que nuestros pensamientos crean y conforman nuestro mundo, nuestra realidad ilusoria, aquella que percibimos con nuestros sentidos. Esto esta demostrado científicamente a nivel molecular. Nuestros estados de ánimo y nuestro carácter forman el proyector de esa realidad, de ese mundo de los fenómenos en el que luego nos desenvolvemos. Ser consciente de este hecho, nos abre la mente –entiéndase la mente no física- para percibir las cosas desde otra perspectiva que nos permita relacionarnos mejor con el mundo fenoménico que nos rodea y del que formamos parte. Comprender, parece ser que es el centro y raíz de nuestra felicidad. Ser conscientes de lo que somos y cómo somos es pues de vital importancia, descubriendo la falacia producida por nuestro ego de que somos lo que tenemos o de que es relevante saber porqué somos así. Y esto último no es que sea malo en sí, si no que nos hace perdernos en un mar de paradojas y teorías que nos atrapan como en una telaraña de la que no podemos luego escapar, aunque la hayamos tejido nosotros mismos. Se nos adhieren todo tipo de apegos, situaciones y sus circunstancias, que conforman como una segunda piel que oscurece nuestra luz e impide que seamos lo que en esencia somos.

            Investigar, buscar, reflexionar y meditar es necesario, por supuesto, pero sin quedarnos en eso, en solo buscar por buscar, sin llevar a la práctica aquello que hemos encontrado. Hay que evolucionar hacia nuestro interior y luego desechar los moldes fijos de la búsqueda…

            Proyectamos nuestra realidad en base a la información que tenemos de las percepciones e interpretaciones de nuestros seis sentidos. Y esas percepciones son meras interpretaciones de la realidad circundante, surgidas desde nuestra forma de ver las cosas en la dualidad. En ningún caso es la realidad misma. Es, por lo tanto, un tipo de círculo vicioso al que añadimos continuamente cosas e información; Datos en definitiva, pero de los que somos incapaces de quitar luego lo que no nos sirve. Vamos así, -como en un extraño síndrome de Diógenes mental- acumulando información que, en muchos casos no nos es muy útil, pues la realidad externa va cambiando mientras que esa información adquirida y almacenada nos hace anclarnos a otra realidad, -ficticia también- que pertenece al pasado, a otra circunstancia que ya no existe como tal. Y nos relacionamos con los demás con esas premisas obsoletas que conforman las ideas de nuestro ego, orgulloso e inamovible. Y es un mundo que comprendemos muy poco, pues no dedicamos apenas tiempo a mirar hacia dentro, absortos como estamos en el mundo fenoménico externo.

            El conflicto surge cuando pretendemos traer a nuestra realidad a los demás. Cuando pretendemos que los demás vivan en nuestro mundo, creado por nosotros, proyectado por nuestra mente, por nuestra manera de ser. Pero, ¿Qué ocurre cuando los demás no piensan igual que nosotros, y por lo tanto proyectan una realidad diferente a la nuestra? ¿Cómo encajamos entonces esas dos realidades; ese mundo de multi-realidades diferentes?... ¿Somos capaces de comprender y aceptar, –y actuar en consecuencia- de que nuestras realidades son diferentes? ¿Cómo llevamos esa idea a la práctica real cotidiana, donde las relaciones con los demás y con los fenómenos son cambiantes a cada momento? ¿Como, aún conociendo la realidad de este hecho, lo ponemos en práctica, si nuestro ego influye en la idea de mantener nuestra respuesta como la única posible?

            Cuando nos encontramos con los fenómenos de nuestro entorno, producidos por otras mentes y por nuestras propias reacciones a las percepciones recibidas, las vemos como algo ajeno a nosotros, algo que viene exclusivamente de fuera. Entonces se pone en marcha nuestra reacción emocional y producimos una respuesta, que muchas veces no se ajusta a la realidad auténtica de ese fenómeno externo.
            Vivimos inmersos así en una especie de burbuja compuesta por nuestra percepción de los fenómenos, nuestra interpretación de los mismos y la respuesta que podamos elaborar en consecuencia.
            Caminamos así por las vicisitudes de la vida, sin comprender mucho de lo que pasa, sobretodo lo relacionado con nuestro propio interior. Somos en el fondo como perfectos desconocidos para nosotros mismos. Y seguimos caminando envueltos en esa burbuja, arrollando a veces a quienes se nos pone por delante, simplemente porque son diferentes.
            Vemos esas diferencias como algo negativo; Algo que supone una supuesta amenaza para nuestras creencias y percepciones. Algo que, en el fondo supone una amenaza para nuestro ego, que necesita aferrarse a situaciones e información que le puedan conferir una identidad.

            Somos incapaces de comprender que nuestra realidad, aunque sea una creación nuestra, es ilusoria en el fondo. Porque el arquitecto de nuestro mundo, el que diseña los mapas de las emociones y los pensamientos, es nuestro ego. Lo hace con las interpretaciones -a su antojo- de la realidad de los fenómenos con los que nos interrelacionamos a cada instante. Y lo mismo sucede con las de los demás. Pero paradójicamente solemos pensar en que la realidad de los demás es errónea y que solo la nuestra, la que hemos percibido con nuestros sentidos es la única y auténtica posible.
            ¿Qué mecanismo de nuestra mente es el que nos hace creer que esto es así?
                ¿De dónde surge esta idea primaria, que nos condiciona a actuar instintivamente?

            Esto me lleva a pensar que en realidad, a pesar de construir nuestra realidad, nunca lo hacemos con lo que realmente queremos que sea, sino con las influencias externas condicionadas, casi siempre por los medios de comunicación (sobre todo la TV) y las opiniones de los demás.

            Solemos creer ingenuamente que tenemos completa libertad de pensamiento solo porque tenemos esa cualidad, la de poder pensar y somos conscientes de ello. Pero eso no es así, porque solo cuando nuestra mente nos da una respuesta completamente nueva acerca de una cuestión, muestra una verdadera y completa libertad de pensamiento. Solo así nos libramos del hecho de que nuestros pensamientos están siempre condicionados por los engaños  de los sentidos y la interpretación que con ello hacemos de la realidad. El pensamiento surgido desde ahí, estará siempre contaminado y no es completamente libre. El pensamiento completamente libre solo puede surgir desde el estado de ‘vacío’ de la mente.

            ¿Esto no significa, que en realidad, no somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas?

            Mucho me temo que no en cierto sentido… ¿Cuantas veces nos hemos visto o nos hemos descubierto de pronto haciendo cosas que no nos gustan? ¿Nos hemos preguntado alguna vez si lo que pensamos y deseamos tiene que ver con lo que hacemos en realidad?
            El ser humano es paradójico; Creamos una realidad y luego, a veces incluso antes de poder asimilarla, se marcha a otra parte a tratar de encontrar los resultados. Es como hacer preguntas y, antes de encontrar respuestas nos marchamos a otro sitio a esperar respuestas… y esas respuestas que podamos encontrar, no encajan con nuestra pregunta… y como no encajan, no nos agradan, o no las comprendemos, son ‘respuestas erróneas’…

                ¿Somos realmente sinceros en creer que tenemos una vida satisfactoria? ¿De que todo en ella funciona como debería?...
                ¿O más bien queremos auto-convencernos de que somos medianamente felices?

            Los estímulos externos parecen dirigir nuestras emociones y nuestros pensamientos –lo que pensamos acerca de ellos es una respuesta- y así es como se llega a la manipulación de las mentes a través de las modas, las tendencias y los pensamientos alienados en todos los campos político-filosófico-sociales. Lo que creemos y deseamos se aleja mucho de los que sentimos y hacemos.
            En ocasiones hay tanta distancia entre estos dos puntos, que apenas acertamos a ver o percibir siquiera que deberían ser la misma cosa.

            Se nos insiste machaconamente a través de todo tipo de medios que determinada cosa, objeto u hecho es tendencia, hasta que asumimos que eso forma parte intrínseca de nuestra existencia, sin lo cual, parecería que nos falta algo. Y esto, aún entendiendo que viene del exterior, es en gran parte responsabilidad mía, de uno mismo.

            Y somos incapaces de comprender que todo es impermanente en el fondo, que nada, ni siquiera nuestros pensamientos y carácter son para siempre. Pero pensamos que si lo son y esperamos, y hasta exigimos las mismas respuestas a preguntas distintas. Es nuestro ego el que desea a toda costa seguir existiendo a través del tiempo mediante una identidad ilusoria proporcionada por el mundo de  los fenómenos.

Bienvenidos...

Inicio con este nuevo sitio, un espacio donde iré subiendo las inquietudes y reflexiones que van surgiendo desde la 'cocina' de mi mente, con el corazón como cocinero y las circunstancias de la vida como condimentos...

Nunca sé a priori lo que va a surgir de todo esto, pero es mi afán el compartirlo con todos vosotros que os asomáis aqui, por curiosidad o por la razón que sea...