miércoles, 13 de febrero de 2013

Adicciones emocionales


      Nuestro cerebro es manifiestamente incapaz de asimilar las fluctuaciones de las circunstancias, aferrándose a modelos de pensamiento aparentemente inamovibles y sólidos. Se acomoda en una estructura bastante rígida y rechaza los cambios que vienen desde fuera, incluso los que nosotros mismos producimos a través de nuestra interpretación de la realidad.
            Esto produce una lucha interna, casi siempre inconsciente, para tratar de evolucionar en la vida, y no quedarse estancado en modelos de pensamiento herméticos, obsoletos y nada flexibles. Porque, de una forma u otra, en el fondo percibimos que algo no encaja, que no va bien y tratamos de averiguar – muy escuetamente – que es lo que no funciona. Eso es lo que nos impulsa a seguir adelante en la vida; Lo que muchos llaman ‘leitmotiv’ o el paradigma de nuestras vidas. El problema está en que no profundizamos lo suficiente en ello, entre otras cosas porque no estamos familiarizados con el funcionamiento de nuestra mente y cerebro, ni se nos ha enseñado a gestionar adecuadamente nuestras emociones.

            Si nos damos cuenta de ello, la mayoría tratará de buscar cambios en el exterior, adquirir conocimientos o realizar actividades que le puedan ayudar a asumir esos cambios. Pero paradójicamente buscamos cosas y actividades que se ajusten a nuestra forma de ser, de pensar y de actuar, para no alterar los deseos profundos y sutiles del ego. Buscamos en realidad cosas, actividades, filosofías, creencias y personas que de alguna manera fortalezcan nuestra identidad. Así nos adherimos a clubes de fútbol, equipos de padel, grupos sociales, actividades de moda, religiones y sectas, etc. Nos sentimos así arropados y protegidos por el grupo o por su identidad colectiva. Nos sentimos más poderosos, fuertes y sólidos en nuestras convicciones, como si la identidad ilusoria del grupo –llámese también tendencia, moda o terapia- nos confiriera esos poderes, que no es otra cosa que otra creación más de nuestra mente. Una burbuja en la que luego vivimos durante un tiempo, hasta que la cambiamos por otra. Pero nada de esto produce verdaderos cambios que nos acerquen a la verdadera felicidad y al conocimiento o sabiduría sutil. Todo se queda en fluctuaciones emocionales que modelan y modifican temporalmente nuestro carácter, pero ni un atisbo de luz que nos acerque a la felicidad.

            Nos dejamos arrastrar por esa identidad colectiva que hemos asumido como nuestra, formando parte de la misma, como si ello condicionara nuestra vida. Y de hecho lo hace, a pesar de no ser real. Acabamos así siendo fans acérrimos de un club de fútbol, vistiendo sus colores, discutiendo a rabiar con otros, defendiendo cosas absurdas que en el fondo no nos afectan. Y lo hacemos porque pensamos que ‘eso’ somos nosotros mismos. Nos dejamos cegar por la cólera si nuestro equipo pierde o alguien habla mal de él. Es decir, construimos a partir de una adhesión y cesión de nuestra identidad –aunque ésta sea también ilusoria- a un grupo, nuestro mundo de relaciones y nuestra manera de ser. Nos gusta estar en esa situación, aunque sea de manera inconsciente, porque nos resulta más fácil y muchas veces esas identidades asumen responsabilidades o toman decisiones por nosotros. O lo hacemos a través de ellas. A veces se les entrega nuestra voluntad por completo. Y siguen sin ser reales. Entregamos nuestra voluntad a un ente vacío de existencia; lo entregamos a la nada… es decir: perdemos nuestra voluntad y eso nos lleva inexorablemente a la baja de nuestra autoestima.
            Y cuando a alguien se le pregunta el porqué de su adhesión fanática a un club, por ejemplo, no sabe responder o te suelta una parrafada de estupideces sin sentido. No puede responder porque no lo sabe…
            Porque hay gente que ha cedido su control a un simple teléfono, a un video-juego, a una marioneta, a un coche…

            ¿Cómo un ente, que no existe, que no es real, nos puede dirigir nuestra vida o influenciarnos de tal manera?...

            ¡Somos nosotros mismos los que los creamos y damos fuerza!

            Veamos unos ejemplos: alguien es empecinado defensor de la fiesta de los toros; ¿Sabe en el fondo porqué lo es? ¿Sabe acaso por qué siquiera le gustan los toros? ¿Sabe en el fondo de dónde le viene esa afición y porqué?... ¿Por qué discute con virulencia e incluso con prepotencia con los que están en contra de esa fiesta salvaje? En realidad, no está defendiendo su idea sobre esa fiesta, si no que lo que hace es atacar la idea del contrario porque se siente amenazado por ella. Pero en realidad tampoco ataca la idea del contrario, ni siquiera defiende las suyas; Lo que hace es llevarlo al tema personal, como si fuera una lucha de persona a persona, y no de ideas. Es una lucha de identidades…
            Otro es un fanático seguidor hasta la médula de un determinado equipo de fútbol. Todo en su vida parece girar en torno al futbol, a su equipo, del que tiene de todo tipo de anagramas y objetos. Cuando pierde ‘su’ equipo, es capaz de enfadarse muchísimo y así modificar su estado de ánimo. Entenderá como un ataque personal cualquier alusión negativa a ‘su’ equipo, sin entender que, el contrario es exactamente igual que él mismo. No está defendiendo a nadie, si no lo que hace en realidad es defender su orgullo, su ego, que se siente amenazado porque piensa que en ese momento se le adjudica la idea de perdedor. Y su reacción es agresiva hacia cualquier estímulo externo que haga alusión a esa idea que tiene. Y si su equipo gana algo –un partido, una copa o una liga- parece que él mismo es parte de ese esfuerzo realizado; Como si él mismo hubiese marcado los goles. Entonces se siente poderoso y ‘superior’ a los demás aficionados, que considera perdedores. Pero lo que no comprende es que todo ello no es más que un juego de una absurda ilusión pasajera, que le resta credibilidad como ser humano con personalidad propia.
            Otro es aquel que se deja convencer –por las circunstancias que sean- de la existencia de una divinidad suprema, que todo lo controla y designa. Todo en su vida acaba girando alrededor de ese núcleo de creencia, de fe ciega, que le deja sin control sobre su mente, sus emociones y su vida, entregada a esa ilusión. Y desde ahí, es manipulado al antojo de quienes ejercen el verdadero poder y control. Asiste a misas, charlas, congresos, reuniones y retiros espirituales, sin que nada de todo ello le sirva para evolucionar como ser humano. Solo se deja guiar –como oveja de un rebaño (de ahí lo del pastor)- sin voluntad propia, hacia las circunstancias que otros decidan por él.

            Esto se convierte en lo que yo denomino fanatismo absurdo, una conducta que me parece de tontos e ignorantes integrales, pero que a muchos parece conferirles una identidad superior.
            Que tu carácter y estado de ánimo dependa en tal grado de una circunstancia externa, sin identidad real, me parece muy pobre y muy alejado de cualquier consciencia despierta.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=z9Oz8fAsw34

Shi Yan Jia dijo...

Esta película (Matrix) encierra en su contenido una gran cantidad de alusiones al mundo de la mente y la realidad (escenas de acción aparte). Para mi es una paradoja, que refleja la realidad de la vida y de lo que somos, con una nitidez que a veces asusta y da que pensar.
Muy buena apreciación la tuya... Gracias.

Anónimo dijo...

Gracias a usted por compartir estos temas del que muy poco se habla y que dan mucho que pensar y de reflexionar acerca de la situación en la que vivimos diariamente.

Le doy todo mi apoyo para que siga compartiendo estos textos tan interesantes,y espero que cada vez más personas empiezen a despertar de esas´´incubadoras rojas´´ que aparecen en ese fragmento ´´desconectandose´´ así de esta ´´matrix´´ en la que nos han integrado y en la que vivimos diariamente.

Gracias de corazón.