Nuestro
cerebro es manifiestamente incapaz de asimilar las fluctuaciones de las
circunstancias, aferrándose a modelos de pensamiento aparentemente inamovibles
y sólidos. Se acomoda en una estructura bastante rígida y rechaza los cambios
que vienen desde fuera, incluso los que nosotros mismos producimos a través de
nuestra interpretación de la realidad.
Esto produce una lucha interna, casi
siempre inconsciente, para tratar de evolucionar en la vida, y no quedarse
estancado en modelos de pensamiento herméticos, obsoletos y nada flexibles.
Porque, de una forma u otra, en el fondo percibimos que algo no encaja, que no
va bien y tratamos de averiguar – muy escuetamente – que es lo que no funciona.
Eso es lo que nos impulsa a seguir adelante en la vida; Lo que muchos llaman
‘leitmotiv’ o el paradigma de nuestras vidas. El problema está en que no
profundizamos lo suficiente en ello, entre otras cosas porque no estamos
familiarizados con el funcionamiento de nuestra mente y cerebro, ni se nos ha
enseñado a gestionar adecuadamente nuestras emociones.
Si nos damos cuenta de ello, la
mayoría tratará de buscar cambios en el exterior, adquirir conocimientos o
realizar actividades que le puedan ayudar a asumir esos cambios. Pero
paradójicamente buscamos cosas y actividades que se ajusten a nuestra forma de
ser, de pensar y de actuar, para no alterar los deseos profundos y sutiles del
ego. Buscamos en realidad cosas, actividades, filosofías, creencias y personas
que de alguna manera fortalezcan nuestra identidad. Así nos adherimos a clubes
de fútbol, equipos de padel, grupos sociales, actividades de moda, religiones y
sectas, etc. Nos sentimos así arropados y protegidos por el grupo o por su
identidad colectiva. Nos sentimos más poderosos, fuertes y sólidos en nuestras
convicciones, como si la identidad ilusoria del grupo –llámese también
tendencia, moda o terapia- nos confiriera esos poderes, que no es otra cosa que
otra creación más de nuestra mente. Una burbuja en la que luego vivimos durante
un tiempo, hasta que la cambiamos por otra. Pero nada de esto produce
verdaderos cambios que nos acerquen a la verdadera felicidad y al conocimiento
o sabiduría sutil. Todo se queda en fluctuaciones emocionales que modelan y
modifican temporalmente nuestro carácter, pero ni un atisbo de luz que nos
acerque a la felicidad.
Nos dejamos arrastrar por esa
identidad colectiva que hemos asumido como nuestra, formando parte de la misma,
como si ello condicionara nuestra vida. Y de hecho lo hace, a pesar de no ser
real. Acabamos así siendo fans acérrimos de un club de fútbol, vistiendo sus
colores, discutiendo a rabiar con otros, defendiendo cosas absurdas que en el
fondo no nos afectan. Y lo hacemos porque pensamos que ‘eso’ somos nosotros
mismos. Nos dejamos cegar por la cólera si nuestro equipo pierde o alguien
habla mal de él. Es decir, construimos a partir de una adhesión y cesión de
nuestra identidad –aunque ésta sea también ilusoria- a un grupo, nuestro mundo
de relaciones y nuestra manera de ser. Nos gusta estar en esa situación, aunque
sea de manera inconsciente, porque nos resulta más fácil y muchas veces esas
identidades asumen responsabilidades o toman decisiones por nosotros. O lo
hacemos a través de ellas. A veces se les entrega nuestra voluntad por
completo. Y siguen sin ser reales. Entregamos nuestra voluntad a un ente vacío
de existencia; lo entregamos a la nada… es decir: perdemos nuestra voluntad y
eso nos lleva inexorablemente a la baja de nuestra autoestima.
Y cuando a alguien se le pregunta el
porqué de su adhesión fanática a un club, por ejemplo, no sabe responder o te
suelta una parrafada de estupideces sin sentido. No puede responder porque no
lo sabe…
Porque hay gente que ha cedido su
control a un simple teléfono, a un video-juego, a una marioneta, a un coche…
¿Cómo un
ente, que no existe, que no es real, nos puede dirigir nuestra vida o
influenciarnos de tal manera?...
¡Somos nosotros mismos los que los
creamos y damos fuerza!
Veamos unos ejemplos: alguien es
empecinado defensor de la fiesta de los toros; ¿Sabe en el fondo porqué lo es?
¿Sabe acaso por qué siquiera le gustan los toros? ¿Sabe en el fondo de dónde le
viene esa afición y porqué?... ¿Por qué discute con virulencia e incluso con prepotencia
con los que están en contra de esa fiesta salvaje? En realidad, no está
defendiendo su idea sobre esa fiesta, si no que lo que hace es atacar la idea
del contrario porque se siente amenazado por ella. Pero en realidad tampoco
ataca la idea del contrario, ni siquiera defiende las suyas; Lo que hace es
llevarlo al tema personal, como si fuera una lucha de persona a persona, y no
de ideas. Es una lucha de identidades…
Otro es un fanático seguidor hasta
la médula de un determinado equipo de fútbol. Todo en su vida parece girar en
torno al futbol, a su equipo, del que tiene de todo tipo de anagramas y
objetos. Cuando pierde ‘su’ equipo, es capaz de enfadarse muchísimo y así
modificar su estado de ánimo. Entenderá como un ataque personal cualquier
alusión negativa a ‘su’ equipo, sin entender que, el contrario es exactamente
igual que él mismo. No está defendiendo a nadie, si no lo que hace en realidad
es defender su orgullo, su ego, que se siente amenazado porque piensa que en
ese momento se le adjudica la idea de perdedor. Y su reacción es agresiva hacia
cualquier estímulo externo que haga alusión a esa idea que tiene. Y si su
equipo gana algo –un partido, una copa o una liga- parece que él mismo es parte
de ese esfuerzo realizado; Como si él mismo hubiese marcado los goles. Entonces
se siente poderoso y ‘superior’ a los demás aficionados, que considera
perdedores. Pero lo que no comprende es que todo ello no es más que un juego de
una absurda ilusión pasajera, que le resta credibilidad como ser humano con personalidad
propia.
Otro es aquel que se deja convencer
–por las circunstancias que sean- de la existencia de una divinidad suprema,
que todo lo controla y designa. Todo en su vida acaba girando alrededor de ese
núcleo de creencia, de fe ciega, que le deja sin control sobre su mente, sus
emociones y su vida, entregada a esa ilusión. Y desde ahí, es manipulado al
antojo de quienes ejercen el verdadero poder y control. Asiste a misas,
charlas, congresos, reuniones y retiros espirituales, sin que nada de todo ello
le sirva para evolucionar como ser humano. Solo se deja guiar –como oveja de un
rebaño (de ahí lo del pastor)- sin voluntad propia, hacia las circunstancias
que otros decidan por él.
Esto se convierte en lo que yo
denomino fanatismo absurdo, una conducta que me parece de tontos e ignorantes
integrales, pero que a muchos parece conferirles una identidad superior.
Que tu carácter y estado de ánimo
dependa en tal grado de una circunstancia externa, sin identidad real, me
parece muy pobre y muy alejado de cualquier consciencia despierta.
3 comentarios:
http://www.youtube.com/watch?v=z9Oz8fAsw34
Esta película (Matrix) encierra en su contenido una gran cantidad de alusiones al mundo de la mente y la realidad (escenas de acción aparte). Para mi es una paradoja, que refleja la realidad de la vida y de lo que somos, con una nitidez que a veces asusta y da que pensar.
Muy buena apreciación la tuya... Gracias.
Gracias a usted por compartir estos temas del que muy poco se habla y que dan mucho que pensar y de reflexionar acerca de la situación en la que vivimos diariamente.
Le doy todo mi apoyo para que siga compartiendo estos textos tan interesantes,y espero que cada vez más personas empiezen a despertar de esas´´incubadoras rojas´´ que aparecen en ese fragmento ´´desconectandose´´ así de esta ´´matrix´´ en la que nos han integrado y en la que vivimos diariamente.
Gracias de corazón.
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