martes, 12 de febrero de 2013

La mente...


Muchas veces nos vemos envueltos en continuos conflictos con los demás, pero también con nosotros mismos. Y eso surge desde una profunda incomprensión de nuestra mente y sus mecanismos de funcionamiento en relación con nuestro entorno.
            La realidad que nos rodea, nos parece muchas veces extraña, como ajena a nosotros mismos, cuando en verdad somos nosotros sus proyectores, sus creadores y arquitectos.

            Es muy cierto que nuestros pensamientos crean y conforman nuestro mundo, nuestra realidad ilusoria, aquella que percibimos con nuestros sentidos. Esto esta demostrado científicamente a nivel molecular. Nuestros estados de ánimo y nuestro carácter forman el proyector de esa realidad, de ese mundo de los fenómenos en el que luego nos desenvolvemos. Ser consciente de este hecho, nos abre la mente –entiéndase la mente no física- para percibir las cosas desde otra perspectiva que nos permita relacionarnos mejor con el mundo fenoménico que nos rodea y del que formamos parte. Comprender, parece ser que es el centro y raíz de nuestra felicidad. Ser conscientes de lo que somos y cómo somos es pues de vital importancia, descubriendo la falacia producida por nuestro ego de que somos lo que tenemos o de que es relevante saber porqué somos así. Y esto último no es que sea malo en sí, si no que nos hace perdernos en un mar de paradojas y teorías que nos atrapan como en una telaraña de la que no podemos luego escapar, aunque la hayamos tejido nosotros mismos. Se nos adhieren todo tipo de apegos, situaciones y sus circunstancias, que conforman como una segunda piel que oscurece nuestra luz e impide que seamos lo que en esencia somos.

            Investigar, buscar, reflexionar y meditar es necesario, por supuesto, pero sin quedarnos en eso, en solo buscar por buscar, sin llevar a la práctica aquello que hemos encontrado. Hay que evolucionar hacia nuestro interior y luego desechar los moldes fijos de la búsqueda…

            Proyectamos nuestra realidad en base a la información que tenemos de las percepciones e interpretaciones de nuestros seis sentidos. Y esas percepciones son meras interpretaciones de la realidad circundante, surgidas desde nuestra forma de ver las cosas en la dualidad. En ningún caso es la realidad misma. Es, por lo tanto, un tipo de círculo vicioso al que añadimos continuamente cosas e información; Datos en definitiva, pero de los que somos incapaces de quitar luego lo que no nos sirve. Vamos así, -como en un extraño síndrome de Diógenes mental- acumulando información que, en muchos casos no nos es muy útil, pues la realidad externa va cambiando mientras que esa información adquirida y almacenada nos hace anclarnos a otra realidad, -ficticia también- que pertenece al pasado, a otra circunstancia que ya no existe como tal. Y nos relacionamos con los demás con esas premisas obsoletas que conforman las ideas de nuestro ego, orgulloso e inamovible. Y es un mundo que comprendemos muy poco, pues no dedicamos apenas tiempo a mirar hacia dentro, absortos como estamos en el mundo fenoménico externo.

            El conflicto surge cuando pretendemos traer a nuestra realidad a los demás. Cuando pretendemos que los demás vivan en nuestro mundo, creado por nosotros, proyectado por nuestra mente, por nuestra manera de ser. Pero, ¿Qué ocurre cuando los demás no piensan igual que nosotros, y por lo tanto proyectan una realidad diferente a la nuestra? ¿Cómo encajamos entonces esas dos realidades; ese mundo de multi-realidades diferentes?... ¿Somos capaces de comprender y aceptar, –y actuar en consecuencia- de que nuestras realidades son diferentes? ¿Cómo llevamos esa idea a la práctica real cotidiana, donde las relaciones con los demás y con los fenómenos son cambiantes a cada momento? ¿Como, aún conociendo la realidad de este hecho, lo ponemos en práctica, si nuestro ego influye en la idea de mantener nuestra respuesta como la única posible?

            Cuando nos encontramos con los fenómenos de nuestro entorno, producidos por otras mentes y por nuestras propias reacciones a las percepciones recibidas, las vemos como algo ajeno a nosotros, algo que viene exclusivamente de fuera. Entonces se pone en marcha nuestra reacción emocional y producimos una respuesta, que muchas veces no se ajusta a la realidad auténtica de ese fenómeno externo.
            Vivimos inmersos así en una especie de burbuja compuesta por nuestra percepción de los fenómenos, nuestra interpretación de los mismos y la respuesta que podamos elaborar en consecuencia.
            Caminamos así por las vicisitudes de la vida, sin comprender mucho de lo que pasa, sobretodo lo relacionado con nuestro propio interior. Somos en el fondo como perfectos desconocidos para nosotros mismos. Y seguimos caminando envueltos en esa burbuja, arrollando a veces a quienes se nos pone por delante, simplemente porque son diferentes.
            Vemos esas diferencias como algo negativo; Algo que supone una supuesta amenaza para nuestras creencias y percepciones. Algo que, en el fondo supone una amenaza para nuestro ego, que necesita aferrarse a situaciones e información que le puedan conferir una identidad.

            Somos incapaces de comprender que nuestra realidad, aunque sea una creación nuestra, es ilusoria en el fondo. Porque el arquitecto de nuestro mundo, el que diseña los mapas de las emociones y los pensamientos, es nuestro ego. Lo hace con las interpretaciones -a su antojo- de la realidad de los fenómenos con los que nos interrelacionamos a cada instante. Y lo mismo sucede con las de los demás. Pero paradójicamente solemos pensar en que la realidad de los demás es errónea y que solo la nuestra, la que hemos percibido con nuestros sentidos es la única y auténtica posible.
            ¿Qué mecanismo de nuestra mente es el que nos hace creer que esto es así?
                ¿De dónde surge esta idea primaria, que nos condiciona a actuar instintivamente?

            Esto me lleva a pensar que en realidad, a pesar de construir nuestra realidad, nunca lo hacemos con lo que realmente queremos que sea, sino con las influencias externas condicionadas, casi siempre por los medios de comunicación (sobre todo la TV) y las opiniones de los demás.

            Solemos creer ingenuamente que tenemos completa libertad de pensamiento solo porque tenemos esa cualidad, la de poder pensar y somos conscientes de ello. Pero eso no es así, porque solo cuando nuestra mente nos da una respuesta completamente nueva acerca de una cuestión, muestra una verdadera y completa libertad de pensamiento. Solo así nos libramos del hecho de que nuestros pensamientos están siempre condicionados por los engaños  de los sentidos y la interpretación que con ello hacemos de la realidad. El pensamiento surgido desde ahí, estará siempre contaminado y no es completamente libre. El pensamiento completamente libre solo puede surgir desde el estado de ‘vacío’ de la mente.

            ¿Esto no significa, que en realidad, no somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas?

            Mucho me temo que no en cierto sentido… ¿Cuantas veces nos hemos visto o nos hemos descubierto de pronto haciendo cosas que no nos gustan? ¿Nos hemos preguntado alguna vez si lo que pensamos y deseamos tiene que ver con lo que hacemos en realidad?
            El ser humano es paradójico; Creamos una realidad y luego, a veces incluso antes de poder asimilarla, se marcha a otra parte a tratar de encontrar los resultados. Es como hacer preguntas y, antes de encontrar respuestas nos marchamos a otro sitio a esperar respuestas… y esas respuestas que podamos encontrar, no encajan con nuestra pregunta… y como no encajan, no nos agradan, o no las comprendemos, son ‘respuestas erróneas’…

                ¿Somos realmente sinceros en creer que tenemos una vida satisfactoria? ¿De que todo en ella funciona como debería?...
                ¿O más bien queremos auto-convencernos de que somos medianamente felices?

            Los estímulos externos parecen dirigir nuestras emociones y nuestros pensamientos –lo que pensamos acerca de ellos es una respuesta- y así es como se llega a la manipulación de las mentes a través de las modas, las tendencias y los pensamientos alienados en todos los campos político-filosófico-sociales. Lo que creemos y deseamos se aleja mucho de los que sentimos y hacemos.
            En ocasiones hay tanta distancia entre estos dos puntos, que apenas acertamos a ver o percibir siquiera que deberían ser la misma cosa.

            Se nos insiste machaconamente a través de todo tipo de medios que determinada cosa, objeto u hecho es tendencia, hasta que asumimos que eso forma parte intrínseca de nuestra existencia, sin lo cual, parecería que nos falta algo. Y esto, aún entendiendo que viene del exterior, es en gran parte responsabilidad mía, de uno mismo.

            Y somos incapaces de comprender que todo es impermanente en el fondo, que nada, ni siquiera nuestros pensamientos y carácter son para siempre. Pero pensamos que si lo son y esperamos, y hasta exigimos las mismas respuestas a preguntas distintas. Es nuestro ego el que desea a toda costa seguir existiendo a través del tiempo mediante una identidad ilusoria proporcionada por el mundo de  los fenómenos.

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