Muchas
veces nos vemos envueltos en continuos conflictos con los demás, pero también
con nosotros mismos. Y eso surge desde una profunda incomprensión de nuestra
mente y sus mecanismos de funcionamiento en relación con nuestro entorno.
La realidad que nos rodea, nos
parece muchas veces extraña, como ajena a nosotros mismos, cuando en verdad
somos nosotros sus proyectores, sus creadores y arquitectos.
Es muy cierto que nuestros
pensamientos crean y conforman nuestro mundo, nuestra realidad ilusoria,
aquella que percibimos con nuestros sentidos. Esto esta demostrado
científicamente a nivel molecular. Nuestros estados de ánimo y nuestro carácter
forman el proyector de esa realidad, de ese mundo de los fenómenos en el que
luego nos desenvolvemos. Ser consciente de este hecho, nos abre la mente –entiéndase
la mente no física- para percibir las cosas desde otra perspectiva que nos
permita relacionarnos mejor con el mundo fenoménico que nos rodea y del que
formamos parte. Comprender, parece ser que es el centro y raíz de nuestra
felicidad. Ser conscientes de lo que somos y cómo somos es pues de vital
importancia, descubriendo la falacia producida por nuestro ego de que somos lo
que tenemos o de que es relevante saber porqué somos así. Y esto último no es
que sea malo en sí, si no que nos hace perdernos en un mar de paradojas y
teorías que nos atrapan como en una telaraña de la que no podemos luego
escapar, aunque la hayamos tejido nosotros mismos. Se nos adhieren todo tipo de
apegos, situaciones y sus circunstancias, que conforman como una segunda piel
que oscurece nuestra luz e impide que seamos lo que en esencia somos.
Investigar, buscar, reflexionar y
meditar es necesario, por supuesto, pero sin quedarnos en eso, en solo buscar
por buscar, sin llevar a la práctica aquello que hemos encontrado. Hay que
evolucionar hacia nuestro interior y luego desechar los moldes fijos de la búsqueda…
Proyectamos nuestra realidad en base
a la información que tenemos de las percepciones e interpretaciones de nuestros
seis sentidos. Y esas percepciones son meras interpretaciones de la realidad
circundante, surgidas desde nuestra forma de ver las cosas en la dualidad. En
ningún caso es la realidad misma. Es, por lo tanto, un tipo de círculo vicioso
al que añadimos continuamente cosas e información; Datos en definitiva, pero de
los que somos incapaces de quitar luego lo que no nos sirve. Vamos así, -como
en un extraño síndrome de Diógenes mental- acumulando información que, en
muchos casos no nos es muy útil, pues la realidad externa va cambiando mientras
que esa información adquirida y almacenada nos hace anclarnos a otra realidad,
-ficticia también- que pertenece al pasado, a otra circunstancia que ya no
existe como tal. Y nos relacionamos con los demás con esas premisas obsoletas
que conforman las ideas de nuestro ego, orgulloso e inamovible. Y es un mundo
que comprendemos muy poco, pues no dedicamos apenas tiempo a mirar hacia
dentro, absortos como estamos en el mundo fenoménico externo.
El conflicto surge cuando
pretendemos traer a nuestra realidad a los demás. Cuando pretendemos que los
demás vivan en nuestro mundo, creado por nosotros, proyectado por nuestra
mente, por nuestra manera de ser. Pero, ¿Qué ocurre cuando los demás no piensan
igual que nosotros, y por lo tanto proyectan una realidad diferente a la
nuestra? ¿Cómo encajamos entonces esas dos realidades; ese mundo de
multi-realidades diferentes?... ¿Somos capaces de comprender y aceptar, –y
actuar en consecuencia- de que nuestras realidades son diferentes? ¿Cómo
llevamos esa idea a la práctica real cotidiana, donde las relaciones con los
demás y con los fenómenos son cambiantes a cada momento? ¿Como, aún conociendo
la realidad de este hecho, lo ponemos en práctica, si nuestro ego influye en la
idea de mantener nuestra respuesta como la única posible?
Cuando nos encontramos con los
fenómenos de nuestro entorno, producidos por otras mentes y por nuestras
propias reacciones a las percepciones recibidas, las vemos como algo ajeno a
nosotros, algo que viene exclusivamente de fuera. Entonces se pone en marcha
nuestra reacción emocional y producimos una respuesta, que muchas veces no se
ajusta a la realidad auténtica de ese fenómeno externo.
Vivimos inmersos así en una especie
de burbuja compuesta por nuestra percepción de los fenómenos, nuestra
interpretación de los mismos y la respuesta que podamos elaborar en
consecuencia.
Caminamos así por las vicisitudes de
la vida, sin comprender mucho de lo que pasa, sobretodo lo relacionado con
nuestro propio interior. Somos en el fondo como perfectos desconocidos para
nosotros mismos. Y seguimos caminando envueltos en esa burbuja, arrollando a
veces a quienes se nos pone por delante, simplemente porque son diferentes.
Vemos esas diferencias como algo
negativo; Algo que supone una supuesta amenaza para nuestras creencias y
percepciones. Algo que, en el fondo supone una amenaza para nuestro ego, que
necesita aferrarse a situaciones e información que le puedan conferir una
identidad.
Somos incapaces de comprender que
nuestra realidad, aunque sea una creación nuestra, es ilusoria en el fondo.
Porque el arquitecto de nuestro mundo, el que diseña los mapas de las emociones
y los pensamientos, es nuestro ego. Lo hace con las interpretaciones -a su
antojo- de la realidad de los fenómenos con los que nos interrelacionamos a
cada instante. Y lo mismo sucede con las de los demás. Pero paradójicamente
solemos pensar en que la realidad de los demás es errónea y que solo la
nuestra, la que hemos percibido con nuestros sentidos es la única y auténtica
posible.
¿Qué
mecanismo de nuestra mente es el que nos hace creer que esto es así?
¿De dónde surge esta idea
primaria, que nos condiciona a actuar instintivamente?
Esto me lleva a pensar que en
realidad, a pesar de construir nuestra realidad, nunca lo hacemos con lo que
realmente queremos que sea, sino con las influencias externas condicionadas,
casi siempre por los medios de comunicación (sobre todo la TV) y las opiniones
de los demás.
Solemos creer ingenuamente que tenemos
completa libertad de pensamiento solo porque tenemos esa cualidad, la de poder
pensar y somos conscientes de ello. Pero eso no es así, porque solo cuando
nuestra mente nos da una respuesta completamente nueva acerca de una cuestión,
muestra una verdadera y completa libertad de pensamiento. Solo así nos libramos
del hecho de que nuestros pensamientos están siempre condicionados por los
engaños de los sentidos y la
interpretación que con ello hacemos de la realidad. El pensamiento surgido
desde ahí, estará siempre contaminado y no es completamente libre. El
pensamiento completamente libre solo puede surgir desde el estado de ‘vacío’ de
la mente.
¿Esto no
significa, que en realidad, no somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas?
Mucho me temo que no en cierto
sentido… ¿Cuantas veces nos hemos visto o nos hemos descubierto de pronto
haciendo cosas que no nos gustan? ¿Nos hemos preguntado alguna vez si lo que
pensamos y deseamos tiene que ver con lo que hacemos en realidad?
El ser humano es paradójico; Creamos
una realidad y luego, a veces incluso antes de poder asimilarla, se marcha a
otra parte a tratar de encontrar los resultados. Es como hacer preguntas y,
antes de encontrar respuestas nos marchamos a otro sitio a esperar respuestas…
y esas respuestas que podamos encontrar, no encajan con nuestra pregunta… y
como no encajan, no nos agradan, o no las comprendemos, son ‘respuestas
erróneas’…
¿Somos
realmente sinceros en creer que tenemos una vida satisfactoria? ¿De que todo en
ella funciona como debería?...
¿O
más bien queremos auto-convencernos de que somos medianamente felices?
Los estímulos externos parecen
dirigir nuestras emociones y nuestros pensamientos –lo que pensamos acerca de
ellos es una respuesta- y así es como se llega a la manipulación de las mentes
a través de las modas, las tendencias y los pensamientos alienados en todos los
campos político-filosófico-sociales. Lo que creemos y deseamos se aleja mucho
de los que sentimos y hacemos.
En ocasiones hay tanta distancia entre
estos dos puntos, que apenas acertamos a ver o percibir siquiera que deberían
ser la misma cosa.
Se nos
insiste machaconamente a través de todo tipo de medios que determinada cosa,
objeto u hecho es tendencia, hasta que asumimos que eso forma parte intrínseca
de nuestra existencia, sin lo cual, parecería que nos falta algo. Y esto, aún
entendiendo que viene del exterior, es en gran parte responsabilidad mía, de
uno mismo.
Y somos incapaces de comprender que
todo es impermanente en el fondo, que nada, ni siquiera nuestros pensamientos y
carácter son para siempre. Pero pensamos que si lo son y esperamos, y hasta
exigimos las mismas respuestas a preguntas distintas. Es nuestro ego el que
desea a toda costa seguir existiendo a través del tiempo mediante una identidad
ilusoria proporcionada por el mundo de
los fenómenos.
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