Todo esto, todo este ‘desorden
emocional’, indefectiblemente, se traduce en cambios en el metabolismo; en lo
que se viene denominando como somatización, el verdadero origen de muchas
enfermedades que padecemos y que siempre achacamos a factores puramente
externos. Nuestro organismo, muchas veces más sabio que nosotros mismos, se
rebela contra las numerosas y continuas incongruencias que le hacemos padecer.
Pero nuestras acciones cotidianas nos llevan
incomprensiblemente a repetir hechos basados en nuestra memoria emocional y fundamentada
en los recuerdos de los sentidos, y nunca en la realidad cambiante.
Si nuestras acciones siempre surgen
de los estados emocionales, o se ven condicionados por estos, debemos buscar el
origen de los conflictos en el estado de nuestra mente. Una mente equilibrada y
en paz, producirá acciones más coherentes y equilibradas. Producirá un entorno
más tranquilo y sosegado, donde la paz será un factor relevante y donde las
circunstancias adversas –que no podemos evitar ni mucho menos controlar- tienen
menos espacio y tiempo de existencia.
Así vamos conformando las relaciones
de nuestra sociedad, que comienzan con el propio individuo –consigo mismo en
primer lugar-, se extiende hacia su pareja inmediata y de ahí a su familia por
área de influencia.
Esto, si lo llevamos a un espectro
más amplio de la vida, nos lleva a comprender perfectamente el fenómeno de las
masas, que son tan fácilmente manipulables por los poderes fácticos (que en el origen
son también personas con problemas igual que nosotros). Vemos claramente cómo
funciona el mecanismo que hace que no seamos dueños de nuestras vidas y nos
dejemos guiar y manipular por otros, con intereses oscuros y generalmente
negativos. Casi siempre buscando el enriquecimiento y el poder, que, al fin y
al cabo, son conductas o manifestaciones –por denominarlas de alguna manera-
del ego del ser humano.
Nos dejamos arrastrar así en una
corriente social voraz que pretende que todo sea superficial y rápido, para que
no nos de tiempo a reflexionar, a comprender qué está sucediendo y, cómo y
porqué nos relacionamos con esas circunstancias.
El “qué”, “cómo” y “porqué”, son
pues las preguntas a realizarse uno mismo.
Comprender esto, es tomar el timón
del barco de nuestra vida y dirigirlo en la dirección que nosotros queremos, y
no dejar que las tempestades ocasionales y los vientos de las ilusiones
condicionadas nos manipulen a su antojo. Para esto hace falta comprensión,
visión clara y humildad, pues solo de ahí surgen chispas de felicidad. ¿No es
eso lo que básicamente buscamos todos?
Cuando hablamos de la realidad, ¿De
qué realidad hablamos en el fondo? ¿Sabemos reconocer esto?... Nos movemos y
respondemos siempre basándonos en nuestras interpretaciones de lo que
percibimos, y ya sabemos que nuestros sentidos pueden ser fácilmente engañados
y manipulados. Entonces, ¿esto significa que nuestras respuestas son siempre
erróneas? Quizás no sea siempre así, pero si que es cierto que con ello
producimos nuevas realidades distintas a las que en el fondo deberían ser, lo
que nos causa incomodidad emocional. Hay algo en nosotros (¿Conciencia?) que
nos dice en voz muy baja que algo no es correcto, pero aún así, desistimos de
hacer caso y seguimos empeñados en el camino elegido. No escuchamos nuestro
instinto, nuestra mente. Y esas respuestas que recibimos, que son el efecto
causado por nuestras interpretaciones, la mayoría de las ocasiones, no suelen
ajustarse a lo esperado.
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