sábado, 23 de marzo de 2013

Estados de ánimo


         Los estados de ánimo aparecen siempre ligados a experiencias emocionales muy intensas. Por ejemplo: si experimentamos numerosos episodios de regocijo en un corto período de tiempo, seguramente entraremos en un estado de ánimo muy eufórico. Y si, por el contrario, nos enfurecemos muchas veces en un corto período de tiempo, no es de extrañar que terminemos asentándonos en un estado de ánimo irritable.

            Pero no hemos de confundir los estados de ánimo con las emociones, porque no son la misma cosa. Cuando experimentamos una emoción, podemos decir lo qué la produjo o el hecho que la desencadenó y la puso en marcha. Pero esto no ocurre con los estados de ánimo, que casi nunca podemos precisar de dónde surgen o que los ha provocado. Muchas veces nos levantamos por la mañana irritados, felices o tristes y no sabemos muy bien porqué. Esto es porque los estados de ánimo son producidos por cambios internos que no guardan apenas relación con lo que ocurre en el exterior.

            Las emociones perturbadoras se ven desencadenadas por pensamientos sutiles que ocurren en el trasfondo de la mente, de los que no nos damos cuenta y pueden provocar determinados estados de ánimo.
            También podría afirmar que los estados de ánimo pueden depender de las propias condiciones fisiológicas y del entorno. Si, por ejemplo, uno se encuentra enfermo de una dolencia crónica y dolorosa, y entra en estados continuos de irritabilidad, esa misma circunstancia de la enfermedad será un agravante serio. Así, nuestro carácter se va agriando poco a poco. Así, esta circunstancia se convierte en una de las fuentes de la formación de nuestro carácter.

            Cuando nos encontramos en un estado de ánimo irritable, por ejemplo, nos enfadamos con más frecuencia y facilidad, y nuestro enfado dura más tiempo y resulta bastante más difícil de controlar. Cualquier circunstancia externa o interna, que en otro momento no revestiría importancia alguna, se convierte en un disparador de nuestra rabia o irritabilidad, potenciando mucho ese estado de ánimo perturbador.

            Cuando afirmamos que… “no sé porqué estoy tan irritable”, no es que no exista un motivo de fondo, sino que simplemente no sabemos identificarlo.

            En muchas ocasiones, los estados de ánimo negativos suelen desencadenarse al encontrarse con ‘disparadores emocionales’, una forma de denominar a situaciones que en su momento originaron ese estado transitorio, pero que no obstante queda almacenado en nuestra memoria sensorial emotiva. Basta con encontrarnos con ese detalle, a veces insignificante, para que se desencadene otra vez el proceso emocional que conduce al estado de ánimo mencionado. Esto conduce en muchas situaciones al resentimiento, al dolor repetido sin sentido real y basado en una emoción que no surge de nuestros sentidos sensoriales.
            Seguramente cualquiera de ustedes en alguna ocasión, al escuchar una determinada melodía o canción, le ha desencadenado una fuerte emoción de tristeza, de melancolía, solo porque esa canción tenía un significado importante para nosotros y nos recuerda una situación triste, que desde ese mismo instante, nuestra mente trata de evocar de nuevo. Si esas emociones persisten en el tiempo, nos asentamos peligrosamente en un estado melancólico, fuera de cualquier contexto de tiempo real, ya que éste es solo posible en el presente.

            En ocasiones, esos estados de ánimo, nos hacen reflexionar y pensar sobre el contexto del paradigma de nuestras vidas. Nos hacen cuestionar si lo que estamos haciendo en nuestra vida o con nuestra vida es lo que realmente teníamos en mente o es lo que nos gustaría. Seguramente, muchos se darán cuenta de que su vida cotidiana poco tiene que ver con las expectativas que tenía sobre lo que debería ser en realidad. Es decir, vivimos continuamente interpretando un papel (nuestra manera de ser) en una obra (la vida) que no nos acaba de agradar en absoluto, pero que seguimos realizando porque buscamos el aplauso de los demás. Y esa es la infelicidad más directa y sutil.
            Pero no es esto lo grave; lo preocupante es que, a pesar de darnos cuenta de ello, en vez de aprender y cambiar algo, persistimos en nuestra manera de entenderlo, convirtiéndolo en un agravante más de nuestra infelicidad. Nos resignamos a seguir viviendo en esa circunstancia en vez de tomar alguna decisión y caminar por otro camino diferente.

No hay comentarios: