viernes, 8 de marzo de 2013

Indignación


El modelo económico mundial esta basado en premisas emocionales, que los poderosos que sustentan el poder real, manejan a su antojo. Trasladamos nuestros pensamientos, nuestra forma de pensar a nuestras acciones físicas y emocionales, de las cuáles depende nuestro entorno físico de los fenómenos.

            Resumiendo un poco, los poderes fácticos (Goldman-Sachs, Bilderberg, Rockefeller, etc.) son los que manipulan los mercados económicos mundiales, prestando dinero a altos intereses a bancos y países, para luego crear conflictos y que esos préstamos no puedan ser devueltos. Así se hacen con inimaginables fortunas y poder absoluto, dominando países enteros, ya que controlan su economía.
            Y estamos habituados a ver el mundo material (Kong) como lo realmente importante, obviando que todo ello está sustentado en realidad por todo lo no perceptible por nuestros sentidos, es decir, por nuestra mente y corazón.
            La ignorancia de este hecho nos hace navegar por la vida en un barco dirigido por otros pocos, en una dirección que no nos gusta, y encima tenemos que pagar nosotros el barco, que no nos pertenece, bajo la amenaza de que si no te gusta y saltas al agua, te comerán los tiburones.

            Observo la imagen de un pobre hombre negro en un país africano, que lleva siete años encadenado a un árbol porque sufre cierta demencia mental… Veo al médico que lo rescata y lleva a un centro – por llamarlo de alguna forma- para enfermos mentales, donde él es el único facultativo que les atiende… y se derrumba y pone a llorar porque ve a sus pacientes morir y no tiene medios para ayudarles…
            Veo a los niños africanos, que mueren de hambre, sin posibilidad ni esperanza de atisbar siquiera el horizonte cercano del día a día.
            Miro al adolescente tirado en la acera, borracho y lleno de drogas de diseño, cuya única preocupación es como llegar al siguiente fin de semana de fiesta y botellón…
            Y observo a los cientos de niños buscando descalzos entre montones de basura, intentando conseguir algo con lo que comprar algo para subsistir ese día y ayudar a su familia.
            Y veo al niño de apenas 12 años llorar desconsolado porque no le han comprado el último videojuego para su Play.
            Y veo a un niño negro, con más moscas que hambre, intentando llevarse a la boca una suerte de papilla de maíz, lo único que va a comer en unos días…
            Mientras, observo a través de los cristales de un McDonald’s cualquiera, como niños, adolescentes y adultos inconscientes engullen alegremente comida incalificable, envasada asépticamente, y sin escrúpulos, tirar a la basura lo que no les ha servido o sobrado.
            Veo a esa familia que es arrastrada vilmente fuera de su casa que acaban de perder por no poder pagar la hipoteca al banco. Se quedan sin casa y encima han de seguir pagando a esos miserables cuervos carroñeros sin corazón, que son los creadores de la crisis y son los dueños del sistema y de nuestras vidas.
            Y veo a otra familia –cuyo cabeza visible es banquero- presumir de su piscina, de sus muebles “Art-deco”, de sus viajes millonarios, sus yates y sus bolsos “Luis Vuitton” de cinco mil euros… O como una señora con pintas de mujer fácil y superficial donde las haya, se permite comprarse un coche de trescientos y pico mil euros, solo porque le gusta el color y es exclusivo…
            Y los niños que, con diez años escasos viven enfrascados en sus videoconsolas y pendientes de sus móviles, y son incapaces de distinguir una verdura en el campo, o nunca han visto una ternera (de verdad).

            Observo con cierta preocupación y tristeza, como en una consulta de urgencias, donde puede haber unas setenta personas, más de la mitad de ellas están enfrascados en sus teléfonos móviles, sin prestar atención a quienes les rodean. Están hablando por teléfono, escribiendo mensajes o jugando con sus dispositivos…

            Los pobres serán cada vez más pobres y los ricos coda vez más ricos…
            Los pobres tendrán que trabajar más para tener cada vez menos, mientras que los ricos tendrán que trabajar cada vez menos para ganar cada vez más.
            Los pobres no tendrán derecho a una pensión de vejez, mientras que los ricos cobrarán pensiones vitalicias astronómicas.
            Los pobres tendrán cada vez menos derechos y prestaciones sociales, mientras que a los ricos se les facilitarán cada vez más las cosas y obtendrán ayudas.
            Los pobres estarán cada vez más frustrados, mientras que los ricos viven la vida ajenos al sufrimiento de los demás.
            Si a un pobre se le olvida ingresar sus impuestos a tiempo, hacienda le puede embargar la casa o lo poco que tenga, e incluso puede ir a la cárcel. El rico, roba, estafa y evade miles de millones y tiene decenas de abogados para defenderle y seguro que ni pisa una celda. Y seguramente cuando le descubran, le perdonarán la deuda y no tendrá que devolver ni un euro.

            Y la justicia, mal que me pese, creo que es poco justa. Ni de lejos se trata por igual a un pobre que a un poderoso. Aquí, el que tiene dinero, es el que puede librarse de ser juzgado, incluso de poder acudir a la justicia, mientras que un pobre no tendrá ni esa opción.

            Y a pesar de todo esto, los pobres y las clases obreras se han olvidado de luchar. Se han rendido a la comodidad de un mundo ilusorio del bienestar social que muy sutil e inteligentemente nos han ido metiendo en nuestras mentes obtusas y alineadas ideas de masas.
            Todo esto me genera una enorme y profunda frustración… Es hora de dar un puñetazo sobre la mesa y decir ¡¡¡Basta ya!!! Ya no valen los discursos filosófico-económicos de tertulias de radio. No vale echar siempre la culpa a los demás y que ‘papa-estado’ nos arregle siempre las cosas. Hay que apoyar los movimientos sociales y las corrientes de pensamiento que promuevan una nueva revolución. No podemos seguir siendo impasibles ante esta destrucción de la dignidad del ser humano. No se puede seguir permitiendo que estos cada vez más ricos, sigan viviendo como si el resto del mundo no les importara salvo para generarles más beneficios.
            Porque, cada rico de éstos es responsable de la pobreza de miles de seres humanos.
            Porque yo también debo asumir mi parte de responsabilidad en todo este fracaso del sistema.

            Veo como los grandes grupos financieros hacen juegos de ajedrez de la economía de países enteros, solo con el propósito de llenar sus bolsillos a costa de los pobres. Porque hay gente que sin escrúpulo alguno saca enormes beneficios de las supuestas crisis de los países.

            Porque esto no es una crisis, sino la mayor estafa que ha ocurrido a nivel mundial.
            ¿Cómo esta gente, que ha creado esta crisis, cuando su jugada no les sale a su gusto y beneficio, encima reciben ayudas de los gobiernos y bancos? Hemos de pagarles por sus errores…

            Porque, ¿Cómo se entiende que si los bancos que están en crisis o quiebran, reciban subvenciones o ayudas estatales para recuperarse, mientras que una familia que se ve en la calle, perdiendo la casa, no es ayudada en nada? Igual que se han ayudado a los bancos y grandes grupos financieros a, supuestamente, sanear su situación económica, se podría hacer lo mismo con las familias necesitadas.
            Si una familia recibe subvención estatal (en vez de dársela a los bancos) para que pueda hacer frente a la hipoteca o a la crisis, tendrá liquidez, pagará sus deudas y activará la economía a través del consumo. Y si los negocios funcionan, las empresas que les suministran también y eso genera necesidad de puestos de trabajo. Así se reduce el paro y empieza a funcionar el sistema de nuevo. Al menos mientras se pueda encontrar otro modelo de funcionamiento.

            Mientras no cambiemos el modelo de economía que nos asfixia a las capas más pobres, no habrá atisbos de solución de esta crisis, que se ha convertido en el caldo de cultivo de problemas sociales de todo tipo y en el abono perfecto para los fines que quieren conseguir los poderosos. Al fin y al cabo, la violencia de cualquier tipo genera beneficios económicos, mientras que una sociedad pacífica y en paz no lo hace.
            Mientras no entendamos que el dinero y la posesión de todo lo material no es la solución a nuestra búsqueda de la felicidad, no habrá cambio posible. Porque es el modelo de pensamiento lo que hay que cambiar.

            Toda esta crisis debería hacernos comprender que lo único valioso que realmente tenemos, es todo aquello que no se puede comprar con dinero…

            Deberíamos empezar a comprender –si no es demasiado tarde ya- que lo único valioso que realmente podemos tener es nuestro interior, es decir, nuestra ética, moralidad y forma de ser, sin caer en el habitual enaltecimiento del Yo, por supuesto. Y si acaso hay una acción física externa en el mundo de los fenómenos que representa ese valor interior es el disponer de tiempo. Ese sería el concepto más valioso que realmente podemos tener.

Cuando oigo a gente decir que…”no tengo tiempo para esto…” y cosas similares, me parecen personas realmente pobres. Cuando no se tiene tiempo para abrazar a un amigo, para sentarse a contemplar una puesta de sol, para disfrutar de la compañía de tu perro, o para ponerse a cultivar plantas u otras cosas en un huerto, entonces uno realmente es pobre. No tiene nada.
            Porque, ¿Qué puede haber más hermoso y valioso que compartir tu tiempo con alguien?
            Y en alguna ocasión he dicho con énfasis que “no me gusta que nadie me haga perder mi tiempo”… Es solo mío e intransferible, o quizás yo le pertenezca si tuviera una identidad ilusoria como nosotros, de ahí su valor, y de ahí que sea un acto de generosidad sublime el compartirlo con alguien.
           
            Me entristece mucho observar a personas que pierden el tiempo con cosas absurdas, inútiles que no les aportan nada, salvo una satisfacción momentánea y pasajera. Viendo la tele-basura, jugando horas y horas con los videojuegos, chateando, etc. Y lo mismo sucede con la gente que va corriendo siempre de un lado para otro, y pocas veces son siquiera conscientes del precioso valor del ahora, del presente, del único espacio temporal real en el que se puede vivir…

            Ya estamos llegando a la situación de personas que venden o alquilan su tiempo, en vez de compartirlo. A este paso, los listos que ahora manejan la economía del mundo, acabarán incluso acaparando nuestro tiempo haciéndonos esclavos de ellos. Así, los más ricos tendrán siempre tiempo para hacer lo que quieran, mientras que los pobres tendrán cada vez menos, tratando de trabajar para sobrevivir.
            Pero al final, muchos no llegan a comprender que el tiempo en realidad es el mismo para todos, porque no se puede alargar la vida artificialmente, por mucho poder o dinero que se tenga. Cuando te llega tu hora, no hay salida.
            Me consuela saber que el tiempo es solo un concepto abstracto que nadie puede acumular al no ser un fenómeno físico… Si no fuera así, me preocuparía mucho.

            Todos, algunos más y otros menos, vamos caminando por la vida interpretando un papel, con una bonita máscara que oculta nuestra verdadera personalidad, aquella que aún ocultándola, pensamos que es la nuestra.

            Pero todos también, en mayor o menor medida tenemos ese pequeño espacio en cualquier momento de nuestros días en el que un halo de tristeza o amargura se cuela al exterior y nos hace momentáneamente pararnos a reflexionar sobre el porqué de muchas cosas.

            En nuestra vida nos encontramos muchas veces en circunstancias en las que nuestros estados emocionales nos superan. Nos hacen salir poco airosos de las situaciones. Quedamos mal, padecemos terriblemente y les hacemos la vida imposible a los que nos rodean. ¿Quién no ha pasado alguna vez por un infierno de celos, de odio o de resentimiento? ¿Quién no conoce la incomodidad, por decir algo, del deseo exagerado, del orgullo herido o de un carácter agresivo?


            Existe una gran variedad de estas emociones, siendo las más importantes: ira-odio-resentimiento, deseo, estupidez-limitación-ignorancia, orgullo, envidia-celos, codicia-avaricia.


            Todas las demás emociones conflictivas son una combinación de estas seis.

            El Buda dijo que estos estados emocionales son como venenos mentales, velos que cubren nuestra verdadera naturaleza y que no nos dejan ver claramente la realidad. Y aunque no se hagan manifiestos todo el tiempo, su semilla está enraizada en nosotros de tal manera que, cuando surge el detonante adecuado, se manifiestan con presteza.
            Todas las prácticas de meditación budistas tienen como objetivo, directa o indirectamente, trabajar con estos velos, para hacerlos cada vez más sutiles y, finalmente, transformarlos en lo que realmente son: sabiduría primordial. En general, el objetivo de la meditación es desarrollar un estado mental tranquilo y claro, sereno y lúcido, y mantenerlo durante todo el día. De esta forma el meditador consigue ser consciente de lo que pasa por él, y en cuanto empieza a surgir el aguijón de un estado mental negativo, lo ve y puede decidir lo que quiere hacer con él: alimentarlo con diversos pensamientos hasta que se desborde y se exprese al exterior; o bien reprimirlo y guardarlo. Pero el meditador sabe que ninguna de estas dos cosas es la solución. Ambas hacen daño y perpetúan la tendencia a seguir reaccionando de la misma manera. El meditador se convierte en el observador de su estado mental, dejando que la tempestad se apacigüe por sí misma al no alimentarla con nuevos pensamientos.
            Pero hay que analizar profundamente los engaños de la propia mente, creados por el ego…

            A causa de la ignorancia en nuestra mente, no vemos las cosas como son, sino que las vemos a través de un condicionamiento subjetivo y contaminado, buscando en el mundo exterior apoyos, objetos o personas que nos den la seguridad que nos falta en nuestro interior.


            Debido a la tendencia ignorante de exagerar y solidificar todas nuestras percepciones, tendemos a aferrarnos a todas las personas y objetos agradables que nos encontramos, como si fueran verdaderas fuentes de seguridad y felicidad: nuestros padres, amigos, parejas, hijos, el dinero, la reputación, las posesiones, etc.

            Creamos así un síndrome de dependencia en estas personas y objetos sin los cuales no somos capaces de estar felices o seguros. Exigimos a estas personas y objetos continuo apoyo. Por ejemplo, exigimos a nuestros padres que sean perfectos, aunque es imposible que lo sean. Cuando a lo largo del tiempo, las imperfecciones de estos objetos salen a la vista, o estamos forzados a separarnos de ellos, empezamos a sentirnos engañados y otra vez solos e inseguros. A este aferramiento ansioso a los objetos y personas agradables, con una excesiva dependencia en ellos, Buda le llamó apego. Éste es el segundo de los tres venenos que contaminan nuestra mente.

            Como resultado de una desatinada búsqueda de felicidad en el exterior, nuestro planeta está siendo destruido, y nuestras vidas se están convirtiendo en más complicadas e insatisfactorias. Nuestros miedos e inseguridades han hecho que lleguemos incluso a crear armas de destrucción masiva que ponen en peligro la vida de millones de seres. ¿No existe algo más absurdo que esta enorme incoherencia humana?


            En vez de culpar a los demás por nuestros problemas, si nos adiestramos en la meditación, no hay duda de que podremos poco a poco reducir y finalmente lograr eliminar estos tres venenos de nuestra mente y lograr la verdadera paz del Nirvana.

            Con esta paz que surge de pura energía de sabiduría, aunque tengamos que vivir en este mundo rodeado de personas confusas y estresadas y aunque todavía tenemos que envejecer y morir, estas circunstancias externas no pueden perturbar nuestra paz interior y con amor podemos dedicarnos a beneficiar a los demás y ayudarles a purificar su mente y lograr el mismo estado puro de la iluminación, el estado de un Buda.

            Buscamos con vehemencia soluciones a nuestros problemas y sufrimientos en lo externo, en todo lo material, sin darnos cuenta de que es solo en el centro de nosotros donde podemos encontrar la única solución posible.


Cuando te acercas demasiado a una figura de un Buda,
verás que es solo una estatua de piedra o madera;
Cuando te acercas demasiado a un maestro, verás que es solo un hombre.

            Idealizamos siempre las representaciones de las personas, confiriéndoles identidades que muchas veces no poseen, en vez de dedicarnos a estudiar lo que nos transmiten.
            Pero cuando descubrimos esa realidad como persona, como ser humano que es, ya parece que no nos sirve; que no nos puede enseñar nada porque le equiparamos a nuestra propia identidad. Perdemos así la perspectiva correcta de relacionarnos con el maestro y eliminamos la posibilidad de poder seguir aprendiendo. Pasamos de una veneración a veces irracional, al compadreo más banal. Relacionándonos de tu a tu con un maestro, perdemos la perspectiva real y la distancia necesaria para ver con claridad sus enseñanzas.
            Pero que tú no seas capaz de ver a un maestro como tal, no significa que ya no lo sea o que no lo haya sido anteriormente. Lo único que cambia es tu perspectiva; el lado desde el que miras la montaña. Si pierdes esa perspectiva y forma de comprender lo que es un maestro, te conviertes en un ser insignificante a los pies de una montaña. La grandeza de quien observa, es darse cuenta de la magnitud y belleza de la montaña, y no de la piedra que tiene delante.
            Y podrás manipular la piedra que tienes a tus pies, romperla, desplazarla o tratar de tirarla lejos; Pero siempre seguirá formando parte de la montaña, por muy lejos que logres arrojarla. A un maestro, tus críticas no le afectarán en gran cosa, forman parte de su propio aprendizaje y lo usará para crecer.
            Toda esta reflexión surge del koan sobre la montaña, que tantas veces repito en mis charlas y que dice más o menos así:

Primero, una montaña es una montaña.
Luego, cuando la miramos bien, ya no es una montaña.
Es cualquier otra cosa, menos una montaña.
Y cuando la miramos con claridad, vuelve a ser una montaña.
Al final la montaña es una montaña, pero ya nada es igual.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Definitivamente este texto me ha calado hasta lo más intrinseco de mi ser,ha descrito lo que realmente esta ocurriendo ahora mismo en estos tiempos de una manera tan nitida...

Increíble lo ´´dormidos´´ que podemos llegar a estar,no somos nada conscientes de lo que realmente está ocurriendo en este mundo y a nuestro alrededor.Somos esclavos,tenemos una concepción de la libertad y de lo que esta ocurriendo muy distorsionada por esos poderes que se han expuesto en este texto...

´´Porque el más perfecto y absoluto esclavo es aquel que no percibe que es un esclavo(oveja),ya que nunca podrá revelarse ante su amo(pastor)´´

Shi Yan Jia dijo...

Estoy completamente de acuerdo con tu opinión sobre que somos esclavos. Creo de verdad que la esclavitud solo ha cambiado las formas, pero que en el fondo sigue existiendo disfrazada, para que la gente no sepa o intuya que lo es.
Lo curioso de esta reflexión, es que la escribí hace ya dos años y pico, porque las cosas -si se abre los ojos- se ven venir.

Se hace necesario que, al menos en aquellos que tengan la posibilidad porque se sienten frustrados e indignados, abran los ojos de verdad y traten de hacerlo ver a otros. Transmitir este mensaje de que ya está bien de balar como las ovejas y no hacer nada, mientras nos den un poco de pienso y nos dejen pastar tranquilamente...
Salgamos de este 'cuento para niños'...

gracias por escribir.