Ya no tengo la
paciencia de antaño. Incluso me cuestiono si la virtud de tener paciencia se ve
incrementada con el paso de los años. Ahora mismo no lo creo, aunque quizás se
trate de una etapa más en mi vida, de la que debo aprender algo. Seguramente
será algo así.
No es que
pierda la compostura ante situaciones que me exasperan, si no que es cansancio
de ver la incongruencia de la gente. La profunda incapacidad de aprender nada
por sí mismos, de observar nuestro entorno y ser conscientes de la realidad.
Cansado quizás de la evidente y cada vez más extendida incoherencia de todos
nosotros. O de la mayoría. Y eso es extensible, según mi criterio, a todos los
ámbitos de la vida.
Cansado de
repetir por enésima vez un consejo –que me han pedido- sin que mi respuesta
tenga repercusión alguna, o se cambie algo para mejorar determinada situación o
hábito o problema. De que se repitan una y otra vez los mismos errores y que,
encima, se traten de justificar en vez de afrontar el fracaso y empezar algo
nuevo.
Muy hastiado
de ver día a día como se destruyen valores, o de cómo éstos son
sistemáticamente despreciados. De cómo esa falta de valores está minando
nuestra sociedad, donde las cosas aparentan ir bien, o regular, según quien te
lo quiera vender, pero que todos sabemos que adolece de muchas cosas. Que
vivimos en una sociedad que produce infelicidad en cantidades industriales,
favoreciendo la ignorancia en pro de un materialismo sistemático, que solo crea
frustración.
Y nos quejamos
de todo y por todo, en vez de ponernos de verdad a cambiar actitudes.
Veo como se
enaltecen las llamadas nuevas tendencias o tecnologías, sin tener en cuenta el
grave problema de fondo que nos crea y que no queremos entender, a pesar de que
lo podamos intuir.
Y cansa. Y la
paciencia, que no es infinita, se agota. Harto de aguantar a gente que ve que
está haciendo algo mal, muy mal incluso y no hace nada por evitarlo. Porque,
¿Hay mayor estupidez e ignorancia que justificar nuestros errores, en vez de
reconocerlos y tratar de cambiarlos?... No hay más tonto que el que no quiere
aprender.
Constato en
las clases como los niños de hoy, son mucho más torpes que los de hace 20 años,
que tienen menos aguante, menos disciplina y menos capacidad por aprender
movimientos que impliquen una coordinación psicomotriz. Las habilidades
motrices se van debilitando, por el sedentarismo y la poca atención que se es
capaz de mostrar. Eso sí, hay una extraordinaria habilidad para manejar todo
tipo de aparatos electrónicos, pero una manifiesta incapacidad por coordinar
tres movimientos seguidos. Esto hace que el aprendizaje sea cada vez más lento,
más improductivo.
Cuesta horrores
que tres niños se coordinen entre sí, pues carecen cada vez más del sentido de
cooperación, de trabajo en grupo. Esto tiene una relevancia extraordinaria a
unos ámbitos muy diferentes. Demuestra que hay un latente egoísmo en cada uno
de nosotros, de que solo en situaciones extremas somos capaces de cooperar para
sacer algo adelante. La individualidad está por encima del colectivo.
Ya no tengo
paciencia, no… o muy poca. Se ha ido desgastando con el paso del tiempo. Y eso
me lleva a la paradoja de llegar a ser intolerante con los intolerantes. Porque,
¿Hasta qué punto uno puede permanecer impasible con gente que, inconsciente o
no, hace daño a los demás, a la naturaleza, a los animales? ¿Con gente que
sigue robando y engañando amparados en estamentos políticos o de poder?...
¿Cómo se puede ser paciente con tanta injusticia social, con los deshaucios,
con las personas que pasan hambre?...
Será sin duda
que tengo que aprender, a volver a fortalecer mi paciencia, a trabajar con mi
creciente intolerancia y desarrollar más la compasión…
¡Qué difícil!....
No hay comentarios:
Publicar un comentario