lunes, 7 de julio de 2014

Paciencia

Ya no tengo la paciencia de antaño. Incluso me cuestiono si la virtud de tener paciencia se ve incrementada con el paso de los años. Ahora mismo no lo creo, aunque quizás se trate de una etapa más en mi vida, de la que debo aprender algo. Seguramente será algo así.
No es que pierda la compostura ante situaciones que me exasperan, si no que es cansancio de ver la incongruencia de la gente. La profunda incapacidad de aprender nada por sí mismos, de observar nuestro entorno y ser conscientes de la realidad. Cansado quizás de la evidente y cada vez más extendida incoherencia de todos nosotros. O de la mayoría. Y eso es extensible, según mi criterio, a todos los ámbitos de la vida.
Cansado de repetir por enésima vez un consejo –que me han pedido- sin que mi respuesta tenga repercusión alguna, o se cambie algo para mejorar determinada situación o hábito o problema. De que se repitan una y otra vez los mismos errores y que, encima, se traten de justificar en vez de afrontar el fracaso y empezar algo nuevo.
Muy hastiado de ver día a día como se destruyen valores, o de cómo éstos son sistemáticamente despreciados. De cómo esa falta de valores está minando nuestra sociedad, donde las cosas aparentan ir bien, o regular, según quien te lo quiera vender, pero que todos sabemos que adolece de muchas cosas. Que vivimos en una sociedad que produce infelicidad en cantidades industriales, favoreciendo la ignorancia en pro de un materialismo sistemático, que solo crea frustración.
Y nos quejamos de todo y por todo, en vez de ponernos de verdad a cambiar actitudes.
Veo como se enaltecen las llamadas nuevas tendencias o tecnologías, sin tener en cuenta el grave problema de fondo que nos crea y que no queremos entender, a pesar de que lo podamos intuir.
Y cansa. Y la paciencia, que no es infinita, se agota. Harto de aguantar a gente que ve que está haciendo algo mal, muy mal incluso y no hace nada por evitarlo. Porque, ¿Hay mayor estupidez e ignorancia que justificar nuestros errores, en vez de reconocerlos y tratar de cambiarlos?... No hay más tonto que el que no quiere aprender.
Constato en las clases como los niños de hoy, son mucho más torpes que los de hace 20 años, que tienen menos aguante, menos disciplina y menos capacidad por aprender movimientos que impliquen una coordinación psicomotriz. Las habilidades motrices se van debilitando, por el sedentarismo y la poca atención que se es capaz de mostrar. Eso sí, hay una extraordinaria habilidad para manejar todo tipo de aparatos electrónicos, pero una manifiesta incapacidad por coordinar tres movimientos seguidos. Esto hace que el aprendizaje sea cada vez más lento, más improductivo.
Cuesta horrores que tres niños se coordinen entre sí, pues carecen cada vez más del sentido de cooperación, de trabajo en grupo. Esto tiene una relevancia extraordinaria a unos ámbitos muy diferentes. Demuestra que hay un latente egoísmo en cada uno de nosotros, de que solo en situaciones extremas somos capaces de cooperar para sacer algo adelante. La individualidad está por encima del colectivo.
Ya no tengo paciencia, no… o muy poca. Se ha ido desgastando con el paso del tiempo. Y eso me lleva a la paradoja de llegar a ser intolerante con los intolerantes. Porque, ¿Hasta qué punto uno puede permanecer impasible con gente que, inconsciente o no, hace daño a los demás, a la naturaleza, a los animales? ¿Con gente que sigue robando y engañando amparados en estamentos políticos o de poder?... ¿Cómo se puede ser paciente con tanta injusticia social, con los deshaucios, con las personas que pasan hambre?...
Será sin duda que tengo que aprender, a volver a fortalecer mi paciencia, a trabajar con mi creciente intolerancia y desarrollar más la compasión…

¡Qué difícil!....

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