miércoles, 18 de octubre de 2017

Desolación...


            Llevo muchos años en el camino budista, algo así como veintidós, siempre aprendiendo, tratando de aplicar lo aprendido a lo cotidiano. Aspectos como la compasión, el amor, el respeto, la conciencia, la humildad y coherencia, siempre han sido herramientas para trabajar mi carácter, mi personalidad y tratar de crecer como ser humano, dentro del ideal del Bodhisattva que profeso desde hace esos años.
No siempre ha sido fácil tratar de vivir con los parámetros que la filosofía budista te propone. Siempre me he encontrado los condicionantes socioculturales que nos fueron impuestos, a veces soslayadamente desde las creencias católicas en las que me educaron desde pequeño. Eso condiciona nuestra manera de pensar, de ver las cosas. Es como un filtro invisible a los ojos y los sentidos, pero que en muchas ocasiones, te aprisiona en un oscuro manto el pensamiento.
Pero aún así, he tratado siempre, con mayor o menor suerte, de aplicar esos conceptos a mi vida, en todos los ámbitos posibles. Y eso, en algunas ocasiones me ha llevado a la desilusión, a sentirme desesperado, incluso incomprendido e impotente. Supuso a veces, un paso atrás en mi evolución espiritual, pero siendo consciente de ello, lo que no sé si es aún más doloroso.
El caso es que en estos últimos días, el concepto de compasión me resulta muy difícil de aplicar cuando veo ciertos desastres causados por el hombre. Me indigna, me produce mucha rabia, pero sobretodo me sobrecoge una profunda tristeza ver como se queman nuestros bosques por la mano del hombre. Ver cómo se destruye inconscientemente tantísima vida. Ver la naturaleza muerta, con todo lo que eso implica, me produce una profunda desolación. Y debería saber aplicar ahí, la idea de la compasión hacia aquellos que hacen tanto daño, de manera gratuita. Pero no me sale. Se ve que tengo aún mucho que aprender.
No puedo evitar sobrecogerme, que me duela en el alma, que unos desgraciados torturen y maten un pobre perrito indefenso, solo por el placer de ver sufrir. No lo entiendo o no lo quiero entender.
Me llega al alma el llanto de un niño en medio de un bombardeo en una guerra absurda - todas lo son -, o ver a las madres desesperadas por proteger a sus hijos.
Me duele la mirada perdida de miles de inmigrantes que cruzan los mares en busca de un sueño ilusorio. Un sueño que muchas veces, demasiadas, acaba ahogado incluso antes de llegar a tocar tierras.
No sé dónde encajar la frustración y el dolor por la indefensión de tantos seres inocentes que pierden la vida.
Recuerdo entonces las charlas con mi maestro Yan Ao, allí en Shaolin. Me decía que el verdadero campo de acción, de experimentación era la vida misma. Allá donde viviera en mi sociedad. Ese era el camino de dificultad; El camino que de verdad pondría en valor mis conocimientos y mi nivel espiritual. Porque allí, en la montaña, en ese entorno tan especial de paz, era fácil. Allí se podía aprender, sí. Y para eso estaba yo allí, para aprender. Pero luego uno ha de poner en práctica lo aprendido. La vida es preciosa, pero discurre por miles de circunstancias diversas, unas gratas y otras en absoluto. El sufrimiento que experimentamos con los hechos que nos ocurren, puede servir para aprender o simplemente para sufrir, sin más. La elección es siempre nuestra. Pero sea como sea, esas adversidades de la vida te aportan conocimiento y cierta sabiduría. Te hacen fuerte, aunque paradójicamente sea a costa de sufrir.
Entiendo que estas cosas que pasan en nuestra sociedad, la crueldad y lo despiadado del ser humano, son algunas pruebas a superar. Pero he de encontrar aun los mecanismos que me permitan observarlo y no sentir esa rabia y tristeza. Porque la pasividad no es ni mucho menos la solución. No por algo, mi maestro me recordaba que era un “Monje guerrero”, que en estos tiempos modernos no se dedica a la guerra ni la lucha física, sino a colaborar activamente en la solución de problemas, sean de la índole que sean. Ese es el sentido profundo y real de ser un Monje Guerrero.

La indiferencia no es una opción factible para mí. Intentaré siempre formar parte de las soluciones de los problemas, aunque eso, en muchas ocasiones, me cause precisamente más problemas a mí.

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