1.
Existe la errónea creencia de
que la moderna tecnología aporta más información, conocimiento y sabiduría. Quizás
las dos primeras cosas si, pero la sabiduría requiere de práctica, de tener un
bagaje de comprensión, intuición, sintetización y capacidad de análisis, que
esos conocimientos no te aportan.
2.
Sobre todo porque la sabiduría,
la profunda cognición de uno mismo y sus circunstancias, requiere de un proceso
largo en el tiempo; Un tiempo que parece ya no disponemos, pues las nuevas
tecnologías exigen un uso rápido e inmediato de las mismas, sin que dé
realmente tiempo siquiera a asimilarlas correctamente.
3.
Es muy negativo pensar que la
promesa de la tecnología de que hará más inteligentes a nuestros hijos es
cierta e inevitable. Ese acceso a la información sin límites, no les enseñará a
sintetizar ni analizar nada, ni les mostrará cómo encauzar sus emociones
surgidas de esas experiencias. Estaremos creando seres humanos que solo
responden a los estímulos sensoriales, con respuestas casi aprendidas por
imitación, pero que nada sabrán sobre gestionar mejor sus emociones.
4.
En realidad, desde la
inconsciencia estamos creando tremendas dependencias en esos seres, que
necesitarán cada vez más de lo externo, lo material, para sentirse
identificados con una identidad, una ‘forma’, también creada ficticiamente
desde fuera. ¿En quienes o en que los convertimos en realidad?
5.
Se están promulgando las ideas
de que el acceso a todo este mundo informatizado es imprescindible e
inevitable, incluso acercándolas a las escuelas y al sistema de enseñanza. Así,
el presupuesto para informatizar la enseñanza pública se ha disparado, mientras
que otras áreas, como la ética o la enseñanza de valores sociales pierden valor educativo. Los presupuestos
para expresiones artísticas, como la música, el deporte o las bellas artes han
sido drásticamente reducidos, cuando no eliminados directamente.
6.
Cada día hay más indicios de que
muchos sufrimos de sobrecarga de información, de que estamos siendo saturados
de ella. Esto nos abruma de sobremanera, y nos aparta de las capacidades de
introspección, que son las que, en definitiva, nos ayudan a relacionarnos con
todo lo exterior. A comprender y encauzar mejor todos esos estímulos surgidos
desde las experiencias de las circunstancias de la vida.
7.
Realmente no sabemos muy bien ‘qué
hacer’ con tanta información que nos llega desde los cinco sentidos. Y eso
provoca una continua y errónea interpretación de la realidad, en la que nos
vemos atrapados y a la que respondemos también equivocadamente en el mejor de
los casos.
8.
Las emociones que surgen de los
pensamientos, se encuentran de pronto con situaciones externas que están muchas
veces, desfasadas en el tiempo. Y surge la frustración, la cólera, la ira, el
miedo a no saber responder a las expectativas creadas por nosotros mismos en
nuestra errónea interpretación de la realidad, una realidad a la que
reaccionamos a destiempo.
9.
Esto genera una sensación de que
todo va cada vez más rápido, de que todo está acelerado. Y esto no nos permite
reflexionar sobre nada, sin el temor a quedarnos atrás en la vorágine social.
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