Nuestro
cuerpo proporciona a través de los sentidos, información sensorial de los
fenómenos externos que acontecen a cada instante.
El cerebro procesa esa información
recibida, clasificándola y ordenándola.
La mente observa esa información y
decide qué hacer con ella; que ‘botones’ tocar y que reacciones físicas deben
producirse en respuesta a esa información recibida. Y utiliza para expresarse
el cuerpo físico – incluida el habla y la expresión gestual- y las reacciones
emocionales, que surgen de nosotros como preguntas sin respuesta…
Así tenemos un ciclo continuo, que
se alimenta de nuestras propias preguntas y las reacciones externas a ellas que
esperamos recibir a través de los sentidos sensoriales.
Esto me lleva a pensar que, en
realidad, casi nunca somos completamente libres de pensamiento, sino que éste
estará condicionado por esas circunstancias mencionadas.
Solo podemos decir que somos realmente
libres de pensamiento, cuando somos capaces de dar una respuesta completamente
nueva y no condicionada sobre algún fenómeno externo percibido por los
sentidos.
Así ocurre cuando los artistas o
creadores, científicos y pensadores en general –en la materia que sea- son
capaces de crear algo nuevo, algo que no se ha visto nunca antes. Esa respuesta
no condicionada es la expresión verdadera y auténtica de la libertad de
pensamiento.
Siento que mi mente es como tener un
motor de un Ferrari en la carcasa de un seiscientos; Por mucho que ruja y tenga
un enorme potencial, no puede transmitirlo o convertirlo en una adecuada acción
física. No puede expresarse adecuadamente porque su parte física encargada de
hacerlo no reúne las cualidades necesarias para desarrollarlo.
De esta manera, muchas veces no
encuentro la forma verbal de explicar al exterior algún proceso cognitivo
profundo desarrollado en mi mente, donde se ve con notable claridad.
Y en ocasiones, cuando si logro
hacerlo, las respuestas son tan complejas o, por el contrario tan simples, que
solo caben ser interpretadas por los que las perciben. Y eso distorsiona
obviamente la realidad de lo que yo quiero expresar.
Otras veces, cuando ves que quienes
te están escuchando no tienen capacidad intelectual suficiente para comprender
lo que dices, dejas de explicar lo esencial; Pierdes el interés de la
comunicación con los demás, porque es como desear explicar la teoría de la
física cuántica a alguien que no sabe ni siquiera leer ni escribir. No es falta
de voluntad, es simplemente la incapacidad de saber ordenar lo que se percibe
con un sentido real, y no haciendo una interpretación absolutamente pobre de
ello, desvirtuando su contenido, que se queda en nada.
Es como pretender verter una botella
de buen vino en una pequeña copa, en la que apenas caben dos dedos de líquido.
Es como tratar de verter un buen té
en una pequeña taza llena de agua. El preciado líquido se perderá.
(Y si lo extrapolamos al ámbito de
la enseñanza del Kung-fu –en mi caso-, esa tetera llena de buen té, se queda
sin poder llenar ninguna taza, porque éstas están muchas veces por encima de la
misma).
¿Como se pueden transmitir entonces
las emociones y sentimientos si éstos son continuamente interpretados? ¿Cómo
puedes hacer saber con fiabilidad a la otra persona lo que piensas, si no te
escucha y si lo hace, lo hace solo interpretando lo que dices? Así la
comunicación es siempre muy pobre.
Por eso en ocasiones afirmo que hay
mayor comunicación entre los maestros o con ellos, porque no necesitan apenas
de palabras para transmitir alguna enseñanza. Y eso es porque en gran parte el
que escucha lo hace sin interpretar continuamente lo que oye, sino que lo hace
sin juzgar si es bueno, malo o neutro. Solo así se puede percibir la realidad
de la verdad. No hay otra manera.
Creamos muchas veces conflictos por
esa nefasta costumbre de interpretar a nuestro antojo lo que percibimos con los
sentidos. Y cuando el ego hace suyas esas interpretaciones, entonces lo
perpetúa no lo suelta, creando entonces una suerte de emociones destructivas
que no ayudan precisamente a solucionar nada.
Las mentes y personas que son
débiles y con miedo, tienden a querer tener las cosas al momento. Si no lo
consiguen se enfadan y se sienten mal por ello. No tienen la capacidad de tener
paciencia, de esperar a que las cosas ocurran con naturalidad, en su momento
justo.
En
el mundo samsárico, se hacen las cosas sin prestar atención; así es como nos
movemos. Por consiguiente, prácticamente todo lo que hacemos no se ajusta: algo
hay que no acaba de hacer “clic”, las piezas no se ajustan; algo hay de ilógico
en todo nuestro enfoque. Podemos ser personas razonables, buenas personas;
incluso así, por detrás de nuestra apariencia estamos, de algún modo,
desconectados. Por nuestra parte, hay una neurosis fundamental que tiene lugar
constantemente que, a su vez, crea dolor a los demás así como a nosotros. La
gente sufre por ello, y sus reacciones producen más de lo mismo. Esto es lo que
llamamos mundo neurótico o samsara. No hay nadie que verdaderamente lo está
pasando bien.
Somos
fieles a “esto”, fieles a “aquello”. Hay millones de opciones diferentes en
nuestra vida –especialmente con relación a nuestro sentido de disciplina, de
ética y a nuestro camino espiritual. En este caótico mundo, la gente está muy
confusa en cuanto a decidir lo que realmente es correcto. Existe una gran
variedad de razones fundamentales procedentes de todo tipo de tradiciones y
filosofías. Podemos tratar de combinarlas todas juntas; unas a veces resultan
incompatibles, otras funcionan armoniosamente. Pero el hecho es que estamos
constantemente comparando, siendo éste el problema básico.
El
cambiar de actitud tiene que ver con generar un sentido de empatía hacia un
mismo y, en consecuencia, hacia el mundo. Nuestra actitud cambia hacia la no
agresión y el no apasionamiento. Por agresión nos referimos a tensión y
hostilidad –percibiendo al mundo como objeto de batalla. En el caso de la
pasión, uno está constantemente tratando de vencer o ganar algo involucrándose
en una continua carrera para alcanzar la cima y llegar a ser el mejor. En
cualquiera de los dos casos, uno está en constante lucha con el mundo –o sea,
con uno mismo.
El
voto de bodhisattva es el compromiso de dar prioridad a los demás antes que a
uno mismo. Es declararse dispuesto a abandonar el propio bienestar, incluso la
propia iluminación, para el beneficio de los demás. Un bodhisattva es
sencillamente una persona que vive en el espíritu de ese voto, perfeccionando
las cualidades llamadas los seis paramitas
–generosidad, disciplina, paciencia, esfuerzo gozoso, meditación y conocimiento
trascendente o sabiduría- trabajando para liberar a todos los seres.
El vajrayana, la enseñanza tántrica de Buda, contiene un alto grado
de magia y poder. Su magia radica en la habilidad para transformar la confusión
y la neurosis en mente despierta, y para revelar el mundo de la vida cotidiana
como un reino sagrado. Su poder es el infalible conocimiento intuitivo de la
verdadera naturaleza de los fenómenos y el ver más allá del ego y sus engaños.
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