martes, 10 de septiembre de 2013

Compromiso… respeto…. Lealtad…

Estas palabras y algunas más que creo que pocos saben ya reconocer como una práctica real, más allá de su sentido semántico, significan en cambio, un pilar importantísimo en la enseñanza tradicional de una escuela de artes marciales.

      Esto es lo que, al menos en éste ámbito, debería ser, aunque ya también aquí, en las escuelas, estas palabras y conceptos se van diluyendo poco a poco. La sociedad de consumo, materialista en extremo, ha invadido también estos espacios diáfanos, uniéndose en muchos casos al mercantilismo imperante en nuestra sociedad.

      Así nos encontramos que se hacen gestos representativos de esas acciones de la mente; Se realizan saludos sin sentido y sin sentirlo. Se gestualizan emociones y sentimientos como parte de un ritual tradicional que ni comprendemos ni nos interesa en el fondo. Parece que todo esto es anacrónico; Que pertenece a un pasado lejano.  Y así vamos perdiendo valores.

      Observo como los estudiantes más jóvenes de la escuela, llegan reiteradamente tarde a las clases, sin que sus responsables –los progenitores- se inmuten lo más mínimo. Pero en cambio ‘exigen’ que les enseñemos disciplina, respeto y atención a sus vástagos. Llegan a las clases tarde, mal uniformados y en ocasiones sin saber ni muy bien a donde vienen. Y tras un esfuerzo, se marchan llenos de cierta alegría, de trabajo realizado, para encontrarse de nuevo inmersos en situaciones donde los valores aprendidos durante unos minutos, se pierden en la bruma de la ignorancia. Esas semillas que muchos profesores y maestros implantamos en esa tierra, no puede dar frutos, ni apenas brotar del suelo, pues en ese mundo exterior, no se valoran.

      Y en las clases de los más adultos, cada vez se ve con más frecuencia la falta de atención en vestir el uniforme correcto o cuando menos completo. La tarea de vestirse antes de la clase, del entrenamiento, que de alguna manera ya es una preparación mental al mismo, se está relegando a un término casi insignificante, nulo. Ya solo es llegar, cambiarse de ropa y entrar a la sala. No existe ese espacio de tiempo previo, que puede y debe servir de reflexión, de centrar nuestra mente en lo que vamos a hacer. El mero hecho de ajustarse las calcetas, con sus cordones, a veces incómodos, ya supone centrar la mente en algo concreto. Pero estamos poco a poco trasladando la desatención continua y cotidiana, a las clases, donde paradójicamente tratamos de volver a recuperarla. Un doble esfuerzo, en ocasiones hecho en vano.

      Asistimos a una cierta desidia generalizada, donde delegamos nuestras funciones y responsabilidades en los demás, pero exigimos a cambio muchas cosas, sin haber puesto el esfuerzo adecuado en ello. El compromiso –o la falta del mismo- se ha convertido, además de en un mal hábito, en una incoherencia absoluta entre lo que buscamos, queremos conseguir (y por lo tanto manifestamos y pensamos) y lo que hacemos para conseguirlo, que muchas veces va en direcciones opuestas.

      El compromiso debe ser siempre primero contigo mismo, con tus ideas, tus acciones y la relación que existe entre ambas. Luego sin duda con tu entorno; Adquirir un compromiso es algo inherente a la condición humana, al espíritu de colaboración, de hacer que las cosas funcionen entre todos. Y hacerlo con tu Maestro, con tu escuela o estilo, marcará tu progreso futuro. Ese compromiso te envolverá como una seña de identidad que te une a lo que supuestamente te gusta y por lo que estás ahí, entrenando y aprendiendo. La falta de compromiso denota otra incoherencia de nuestra mente y corazón, que nos sitúa en un lugar poco fiable frente a los demás.

      Las relaciones entre profesores y estudiantes, se quedan en meras relaciones mercantiles, es decir; Pagamos por unos ‘servicios de enseñanza’ por días, horas o meses y poco más. Poco se comprende de lo que hay detrás de esto. Pensamos que pagamos por unas clases, igual que si lo hiciéramos por clases de aerobic o pesas; Asisto a las clases y pago por ellas. No hay nada más.

      En las escuelas de Kung-fu tradicional, tratamos de formar a personas en cuerpo y mente y eso no se queda en una mera palabra o frase bonita. El sentido profundo de los conceptos filosóficos debe estar impregnado en cada acción y cada palabra que salga del maestro. Y los estudiantes deben estar alerta para poder captarlos, para nutrir así su espíritu y formar y re-educar su mente.

      Mostrar respeto por lo que hacemos, por quien nos enseña y por lo que nos es enseñado, es una faceta que, al fin y al cabo, acabaremos encontrando en la vida cotidiana de múltiples formas. La sociedad, en el fondo se sustenta en las relaciones humanas y éstas han de ir siempre envueltas en conceptos que son los que rigen las emociones personales. Y una manera de aprender a usarlas, a manejarlas y moldearlas es precisamente a través de la práctica marcial. Así es como se forma el ser humano. La fuente de todo este proceso cognitivo es siempre la misma: la conciencia de uno mismo.

      Pero nada de todo ello es posible si no tenemos una práctica perseverante, con profunda lealtad hacia nuestros Maestros, hacia nuestros padres, amigos y compañeros. Lealtad a nosotros mismos, a nuestros propios principios morales. Cuando nos engañamos continuamente o lo hacemos con los demás, estamos perdiendo nuestra esencia como ser humano. La lealtad y el respeto van unidos de la mano. Son, en el fondo, la misma cosa. Es pues la lealtad un valor inconmensurable que debemos cuidar al máximo.

      Lealtad a tu escuela y tu estilo, sin menospreciar el trabajo o forma de hacer de otros estudiantes, Maestros y escuelas. Abandonar o despreciar las enseñanzas recibidas, sean muchas o pocas, es de muy bajo nivel moral y de una inconsciencia absoluta.


      Resumiendo: Tienes que adquirir el compromiso de respetar a tus semejantes, pasando por ti mismo, y ser leal a ese concepto adquirido. Así crecerás como ser humano… Es solo una cuestión de actitud adecuada.

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