lunes, 15 de septiembre de 2014

Saber escuchar
Hace unos días acudí al médico de cabecera para que me recetara los medicamentos para mi enfermedad crónica. Mientras esperaba en la sala de espera, observaba los distintos pacientes que iban entrando a la consulta, cada cual con sus problemas y achaques. Todos se quejaban del tiempo que tardaba la doctora con cada paciente –un promedio de unos 8 minutos- pero cuando entraban ellos, ese tiempo les parecía sumamente cortos y salían quejándose también.
Creo sinceramente que muchos médicos, presionados por el sistema de salud, han perdido la facultad de saber escuchar a sus pacientes, y eso, sin duda alguna no favorece en absoluto el proceso de curación que pueda existir. Según unas estadísticas recientes, cada médico dedica a escuchar a su paciente con verdadera atención, unos 15 segundos. Esto es tremendo… pero no es más que un reflejo de cómo se relacionan las personas en nuestra “avanzada” sociedad del bienestar.
Observo una niña de unos 9 años, desenvolver su regalo de cumpleaños –uno más entre la decena que ha recibido-, mientras la persona que se lo ha regalado, trata de explicarle el uso del objeto en cuestión, un juego de desarrollo de la inteligencia. Pero la niña está ya pendiente de desenvolver el siguiente paquete, y apenas presta atención a lo que le están diciendo.
Otro chico, algo mayor, está tan metido en el mundo virtual de su videojuego en el teléfono, que responde casi con automatismos a las preguntas que le hacen sus padres, sin ni siquiera levantar la vista de la pantalla, mientras tratan de averiguar que quiere beber para la cena que han pedido en un restaurante. Y lo hace porque sabe que no habrá consecuencia –al menos inmediata- de su falta de atención.
Otra señora, solicita información acerca de una actividad de la escuela, pero a cada frase que le digo, me interrumpe con otra pregunta, inconexa con la anterior, sin dejarme explicarle nada en concreto. No me está escuchando realmente. Así me da la impresión de que en realidad no busca información alguna… y también me confirma que no va a inscribirse en la actividad por la que supuestamente tiene interés.
Y si mencionamos a los políticos, entonces, apaga y vámonos!... solo saben hablar, en una cascada incesante de palabras, muchas veces inconexas, rebuscadas en la dialéctica, que en el fondo no vienen a decirte nada. Ni por un momento se paran a escuchar a nadie. De hecho creo que han perdido por completo la capacidad de escuchar.
El que no sabe escuchar, crea una fuerte coraza en su orgullo y ego, que cada vez se siente más fuerte, pero que es incapaz de comprender muchas cosas, e incapaz también de modificar puntos de vista de situaciones. Va construyendo su realidad en base a las constantes interpretaciones filtradas por su orgullo y ego y con esta premisa, crea acciones en el mundo real, que suelen acarrear conflictos con la realidad.
Tampoco sabemos ya escuchar la naturaleza. Observo como los niños –y por supuesto muchos adultos también- pasean por el campo o los bosques, sin observar nada, sin darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, sin escuchar los hermosos sonidos de la naturaleza. No saben distinguir el sonido de un pájaro del de un burro rebuznando…
Estamos sin duda perdiendo el arte de saber escuchar, que es una de las tres herramientas para el desarrollo de la sabiduría que propone el budismo. Pero escuchar –o leer- es un proceso bastante más difícil de lo que la gente se imagina. Escuchar es soltar toda la información, todos los conceptos, todos los prejuicios que nos llenan la cabeza. Escuchar es “vaciar tu taza” para comprender lo esencial de las cosas, de la información recibida. Con todo ese bagaje de ideas preconcebidas, con todo ese cúmulo de conceptos que forman nuestros conocimientos, se construye el estorboso obstáculo que se erige entre nosotros y nuestra auténtica naturaleza.
Solo escuchando de verdad al otro, desde el corazón, sin hacer juicios de valor constantes, sin nuestro propio diálogo interior que clasifica y divide constantemente, podemos comprender la esencia de las cosas. Solo así podemos empatizar con el otro, con la idea que quiere comunicarnos. Solo así podremos aprender a observar incluso el lenguaje físico, el no verbal. Porque escuchar es también observar. Cada vez que escuchemos con atención a alguien, algo irá creciendo dentro de nosotros y al mismo tiempo nos hará desprendernos de capas de ignorancia que nublan y dispersan nuestra mente. Y así, la comunicación se hará cada vez más profunda y comprenderemos que es mejor estar en silencio ante determinadas situaciones que hablar de forma vacía.
Pero para aprender a escuchar a los demás, deberíamos aprender primero a escucharnos a nosotros mismos, a  nuestra voz interior. Deberíamos aprender a observarnos e identificar nuestros puntos de fracaso, a desenmascarar al ego sutil escondido en todos nuestros pensamientos y acciones, y así entender mejor lo que hacemos.

Porque solo desde un entendimiento de nosotros mismos podemos comenzar a escuchar de verdad a los demás.

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