Cuando tratas con
personas ciegas, empiezas a comprender de verdad que sintonizan con unas
realidades de las que tu no tienes ni idea. Su sensibilidad hacia el mundo del
tacto, del olfato, del gusto y del oído es tal que, comparado con ellos, el
resto de los humanos parecemos torpes y desmañados patanes.
Nos dan lástima las personas que han perdido la
vista, pero rara vez tomamos en cuenta el enriquecimiento que les proporcionan
el resto de los sentidos. Por supuesto que es una pena que dicho
enriquecimiento se tenga que producir al alto precio de la ceguera, y es
perfectamente concebible que se pueda tener la misma sensibilidad que tienen
los ciegos hacia el mundo de los restantes sentidos sin necesidad de perder la
vista.
Lo que no es posible, ni siquiera concebible, es que
despiertes jamás al verdadero mundo del amor y la felicidad sin desprenderte
resueltamente de aquellas partes de tu ser psicológico que llamamos los
“apegos”.
Si te niegas a hacerlo, no experimentarás el amor, la
única cosa que creo da sentido a la existencia humana, porque el amor es el
pasaporte para el gozo, la paz y la libertad permanentes. Hay una sola cosa que
te impide acceder a ese mundo, y esa cosa es el apego, producido por el ojo
codicioso, que provoca el ansia en tu corazón, y por la mano avariciosa, que
intenta aferrar, poseer y hacer suyo lo que el ojo ve, y se niega a soltarlo.
Ese ojo ha de ser cegado, y esa mano cortada, si se quiere que nazca el amor.
Solo así, no podrás apoderarte de nada. Con esos ojos vacíos y ciegos, no
tardarás en hacerte sensible a ciertas realidades cuya existencia jamás habrías
sospechado.
Ahora, por fin, ya puedes amar. Hasta ahora, todo lo
que tenías era una cierta cordialidad y benevolencia, una cierta simpatía e interés
por los demás, que, erróneamente considerabas que era amor, pero que tiene tan
poco en común con el amor como la tenue luz de una vela con la luz del sol.
¿Qué es amar?... es ser sensible a cada fracción de
la realidad dentro y fuera de ti y, al mismo tiempo, reaccionar con entusiasmo
hacia dicha realidad, unas veces para abrazarla, otras para atacarla, otras
para ignorarla, y otras para prestarle toda tu atención, pero siempre
respondiendo a ella, no por necesidad, sino por sensibilidad.
¿Y qué es un apego? Es una necesidad compulsiva que
embota tu sensibilidad, una forma de droga que enturbia tu percepción. Por eso,
mientras tengas el más mínimo apego hacia cualquier cosa o persona, no puede
nacer el amor.
No existe el amor defectuoso, incompleto o parcial.
El amor, como la sensibilidad, o lo es en plenitud o, simplemente no es. O lo
tienes íntegro o no lo tienes.
Por eso, sólo cuando desaparecen los apegos accede
uno a los espacios ilimitados de esa libertad espiritual que llamamos amor y
queda libre para ver y responder.
Pero no hay que confundir esa libertad con la
indiferencia de quienes jamás han conocido la fase del apego. ¿Cómo vas a
arrancarte un ojo o cortarte una mano que no tienes? Esa indiferencia que
tantas personas confunden con el amor – como no están apegados a nadie, piensan
que aman a todo el mundo - , no es sensibilidad, sino un endurecimiento del
corazón originado por el rechazo, por una desilusión o por la práctica de la
renuncia.
Es preciso atravesar las profundas y turbulentas
aguas de los apegos si se desea arribar a la tierra del amor. Sin embargo, hay
personas que, sin haber zarpado jamás, están convencidas de haber llegado a esa
otra orilla. Pero lo cierto es que hay que estar muy equilibrado y ser muy
perspicaz para que el bisturí amputador pueda hacer su trabajo y el mundo del
amor pueda brotar en la conciencia. Y no te engañes; eso sólo se logra con
cierto grado de violencia.
¿Porqué la violencia? Porque por sí sola, la vida
nunca podría producir el amor, sino únicamente conducir a la atracción, de la
atracción al placer, y más tarde al apego y a la satisfacción, que finalmente
conduce al cansancio y al aburrimiento. Luego viene una fase neutra o de
meseta,… y vuelta a empezar: la atracción, el placer, el apego, la
satisfacción… todo ello convenientemente aderezado de ansiedades, celos,
posesividad, tristeza, dolor, etc., lo cual convierte el ciclo en una especie
de montaña rusa.
Y cuando se ha repetido una y otra vez el ciclo,
llega un momento en que acabas harto y quisieras poner fin a todo este proceso.
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